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Voto de Vivoleyendo:
9
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Drama. Comedia
Rafael dedica 24 horas al día a su restaurante, está divorciado, ve muy poco a su hija, no tiene amigos y elude comprometerse con su novia. Además, desde hace mucho tiempo no visita a su madre, internada en un geriátrico porque sufre el mal de Alzheimer. Una serie de acontecimientos inesperados le obligan a replantearse su vida. Entre ellos, la intención que tiene su padre de cumplir el viejo sueño de su madre: casarse por la Iglesia. (FILMAFFINITY) [+]
29 de septiembre de 2010
39 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Alzheimer es una de los peores enfermedades de la senectud. La pérdida progresiva de la memoria es una condena para quien la padece, y para los que observan cómo se volatiliza mes a mes la identidad, el alma de esa persona tan querida, tan apreciada, tan importante.
Campanella, mago del cine emotivo argentino, revisa un aspecto que nadie tiene ganas de revisar: la ingratitud de alcanzar la recta final de la vida, y padecer males incurables que harán doblemente difícil hacerse viejo. Pero también, con esa magistral mezcla de géneros que suele caracterizar a este director, trata el tema del amor verdadero, de las relaciones entre padres e hijos, y el ajetreo de estos tiempos acelerados en los que cuesta tanto sentarse a desgranar las cosas con calma y realizar las elecciones correctas debido a las prisas y la precipitación; tiempos en los que la baja autoestima, el estrés y el exceso de obligaciones desgastan y rompen parejas, vínculos de sangre y amistades.
Actualmente una de las máximas es: “No tengo tiempo.” No hay el suficiente para dedicarlo más a la madre, afectada de Alzheimer; no lo hay para resolver los problemas conyugales, que se acumulan hasta que ya no tienen solución y explotan; no lo hay para atender a los niños como necesitan; no lo hay para reunirse con amigos de infancia a los que no se ha visto en veinte años. Tampoco lo hay para comprometerse con la nueva conquista que se pirra por acompañarnos para los restos.
Rafael Belvedere no lo tiene. Su restaurante le consume buena parte de sus horas y energías. Al coger las riendas del negocio familiar, por fin sintió que había sentado cabeza, que ya no era el tarambana al que tanto sermoneaban su mamá y su esposa. Pero no fue bastante. Algo seguía fallando. Su matrimonio se fue al garete, su nena Vicky pasó a ser hija de divorciados que visita a su papá los jueves, hace un año que no va a ver a su madre al asilo en el que no hubo más remedio que internarla porque cuidar de una persona enferma de Alzheimer sobrepasa las fuerzas y la resistencia física del padre, bastante anciano para sobrellevarlo. Y a todo eso hay que añadir que el trabajo en el restaurante es muy estresante (lleva el teléfono pegado a la oreja como si fuese otro órgano de su cuerpo), y que experimenta la clásica fobia a llamar las cosas por su nombre en lo que se refiere a su joven novia, Naty.
Ese trajín incesante de Rafael y sus frustraciones contagian el nerviosismo perenne, sus pequeños fracasos de cada día. El restaurante pasa por una crisis y una empresa está interesada en adquirirlo, promete a Vicky acudir a eventos a los que después no puede ir, se siente mal por tener apartada a su madre mientras escucha las peticiones del padre para que vaya con más frecuencia al asilo, y está alcanzando un punto con Naty en el que sabe que tendrá que tomar una decisión crucial.
Campanella, mago del cine emotivo argentino, revisa un aspecto que nadie tiene ganas de revisar: la ingratitud de alcanzar la recta final de la vida, y padecer males incurables que harán doblemente difícil hacerse viejo. Pero también, con esa magistral mezcla de géneros que suele caracterizar a este director, trata el tema del amor verdadero, de las relaciones entre padres e hijos, y el ajetreo de estos tiempos acelerados en los que cuesta tanto sentarse a desgranar las cosas con calma y realizar las elecciones correctas debido a las prisas y la precipitación; tiempos en los que la baja autoestima, el estrés y el exceso de obligaciones desgastan y rompen parejas, vínculos de sangre y amistades.
Actualmente una de las máximas es: “No tengo tiempo.” No hay el suficiente para dedicarlo más a la madre, afectada de Alzheimer; no lo hay para resolver los problemas conyugales, que se acumulan hasta que ya no tienen solución y explotan; no lo hay para atender a los niños como necesitan; no lo hay para reunirse con amigos de infancia a los que no se ha visto en veinte años. Tampoco lo hay para comprometerse con la nueva conquista que se pirra por acompañarnos para los restos.
Rafael Belvedere no lo tiene. Su restaurante le consume buena parte de sus horas y energías. Al coger las riendas del negocio familiar, por fin sintió que había sentado cabeza, que ya no era el tarambana al que tanto sermoneaban su mamá y su esposa. Pero no fue bastante. Algo seguía fallando. Su matrimonio se fue al garete, su nena Vicky pasó a ser hija de divorciados que visita a su papá los jueves, hace un año que no va a ver a su madre al asilo en el que no hubo más remedio que internarla porque cuidar de una persona enferma de Alzheimer sobrepasa las fuerzas y la resistencia física del padre, bastante anciano para sobrellevarlo. Y a todo eso hay que añadir que el trabajo en el restaurante es muy estresante (lleva el teléfono pegado a la oreja como si fuese otro órgano de su cuerpo), y que experimenta la clásica fobia a llamar las cosas por su nombre en lo que se refiere a su joven novia, Naty.
Ese trajín incesante de Rafael y sus frustraciones contagian el nerviosismo perenne, sus pequeños fracasos de cada día. El restaurante pasa por una crisis y una empresa está interesada en adquirirlo, promete a Vicky acudir a eventos a los que después no puede ir, se siente mal por tener apartada a su madre mientras escucha las peticiones del padre para que vaya con más frecuencia al asilo, y está alcanzando un punto con Naty en el que sabe que tendrá que tomar una decisión crucial.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y la guinda: el papá le pide el favor de que lo ayude a organizar una boda por la Iglesia, porque se le quedó clavada la espina de no haber complacido a su mujer en ese único detalle, el de casarse con la bendición de Dios. Tras cuarenta y cuatro años de amor, el viejo Belvedere está decidido a concederle a su amada su deseo, aunque ella quizás no se dé plena cuenta con su memoria que se deshace.
Risas, garganta oprimida, lágrimas incontenibles, ternura y nostalgia, todo en esta película dolorosa y divertida, familiar y real, en la que aprendemos que el amor puede superar todas las barreras y entregarse absolutamente sin importar el precio, para dar a una anciana, que ha sido y es el mundo, un regalo que tal vez ella no recordará al día siguiente, pero que su compañero de siempre ansía ofrecerle para que ella intuya, de algún modo, que no se marchará sola, y que habrá alguien sujetándole la mano incluso cuando su cerebro esté demasiado destruido para percibir el roce.
Risas, garganta oprimida, lágrimas incontenibles, ternura y nostalgia, todo en esta película dolorosa y divertida, familiar y real, en la que aprendemos que el amor puede superar todas las barreras y entregarse absolutamente sin importar el precio, para dar a una anciana, que ha sido y es el mundo, un regalo que tal vez ella no recordará al día siguiente, pero que su compañero de siempre ansía ofrecerle para que ella intuya, de algún modo, que no se marchará sola, y que habrá alguien sujetándole la mano incluso cuando su cerebro esté demasiado destruido para percibir el roce.