Media votos
7.0
Votos
2,208
Críticas
1,745
Listas
37
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Vivoleyendo:
6
6.0
24,570
Drama
Una poderosa historia de descubrimiento sexual e intelectual basada en acontecimientos reales a partir de la turbulenta relación entre el joven psiquiatra Carl Jung (Michael Fassbender), su mentor Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y Sabina Spielrein (Keira Knightley). A este trío se añade Otto Gross (Vincent Cassel), un paciente libertino decidido a traspasar todos los límites. (FILMAFFINITY)
5 de enero de 2012
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
No soy muy partidaria del psicoanálisis freudiano ni de su empeño en interpretar los sueños. Según mi humilde opinión, querer buscarle un significado concreto y extrapolado a un sueño es como buscar formas en una caca de perro y afirmar que si el perro defeca de tal forma es porque padece un trauma represivo de la etapa anal; algo muy tonto.
En una cosa en la que sí estoy de acuerdo con Freud es en que la sexualidad es un móvil formidable y casi omnipresente. Tampoco es que todo se tenga que basar en ella (aunque es obvio que para unos cuantos sí), ni que si uno tiene idas de olla de vez en cuando se deba por fuerza a que no superó cierta etapa de erotismo infantil. Pero creo que hasta cierto punto señaló en una dirección no muy desencaminada.
Freud y su discípulo Jung establecieron un considerable porcentaje de las bases de la psiquiatría contemporánea. Discreparon en sus perspectivas y sus disensiones acabaron por separarlos. Hoy sus teorías son tan admiradas como puestas en entredicho. Pero iniciaron una revolución en ese campo de la medicina tan nulamente proclive a ser acaparado y encasillado. Imaginemos las circunstancias: Centroeuropa en el amanecer del siglo veinte. Un puritanismo endémico, ampliamente extendido. Y va Freud y suelta sus temerarias hipótesis sobre las ramificadas y complejas implicaciones de la sexualidad en el desarrollo de la personalidad. Un bombazo. Con razón en más de un círculo se le debió de juzgar como a un advenedizo pervertido.
Jung admiró y se sumó al bando de su mentor, pero tirando progresivamente hacia su visión particular de la psique. Freud era escéptico respecto a la parapsicología y los fenómenos paranormales; estaba firmemente convencido de que la mente no influye para nada en fenómenos externos; el estado de ánimo o la energía mental de una persona están inhabilitados para provocar cualquier efecto inexplicable en el entorno. Jung discrepaba; de hecho, fue capaz de sorprender a su maestro con algún fenómeno extraño sucedido ante sus narices. Y es más; puede que tuviera algo de visionario. Parece que tuvo un sueño profético sobre el inminente desencadenamiento de la Gran Guerra.
Freud apuntaba hacia una idea valiente, pero él, que hablaba de las represiones, no abogó en favor de una liberación saludable de las pulsiones. La libertad en el amor y el sexo entraba en férreo conflicto con los prejuicios de la época. Jung, pese a comprender muy bien (porque lo vivió dramáticamente en sus carnes) lo esencial que es la búsqueda libre del destino individual, también se rindió al muro de una era en la que la revolución sexual aún estaba por llegar.
En una cosa en la que sí estoy de acuerdo con Freud es en que la sexualidad es un móvil formidable y casi omnipresente. Tampoco es que todo se tenga que basar en ella (aunque es obvio que para unos cuantos sí), ni que si uno tiene idas de olla de vez en cuando se deba por fuerza a que no superó cierta etapa de erotismo infantil. Pero creo que hasta cierto punto señaló en una dirección no muy desencaminada.
Freud y su discípulo Jung establecieron un considerable porcentaje de las bases de la psiquiatría contemporánea. Discreparon en sus perspectivas y sus disensiones acabaron por separarlos. Hoy sus teorías son tan admiradas como puestas en entredicho. Pero iniciaron una revolución en ese campo de la medicina tan nulamente proclive a ser acaparado y encasillado. Imaginemos las circunstancias: Centroeuropa en el amanecer del siglo veinte. Un puritanismo endémico, ampliamente extendido. Y va Freud y suelta sus temerarias hipótesis sobre las ramificadas y complejas implicaciones de la sexualidad en el desarrollo de la personalidad. Un bombazo. Con razón en más de un círculo se le debió de juzgar como a un advenedizo pervertido.
Jung admiró y se sumó al bando de su mentor, pero tirando progresivamente hacia su visión particular de la psique. Freud era escéptico respecto a la parapsicología y los fenómenos paranormales; estaba firmemente convencido de que la mente no influye para nada en fenómenos externos; el estado de ánimo o la energía mental de una persona están inhabilitados para provocar cualquier efecto inexplicable en el entorno. Jung discrepaba; de hecho, fue capaz de sorprender a su maestro con algún fenómeno extraño sucedido ante sus narices. Y es más; puede que tuviera algo de visionario. Parece que tuvo un sueño profético sobre el inminente desencadenamiento de la Gran Guerra.
Freud apuntaba hacia una idea valiente, pero él, que hablaba de las represiones, no abogó en favor de una liberación saludable de las pulsiones. La libertad en el amor y el sexo entraba en férreo conflicto con los prejuicios de la época. Jung, pese a comprender muy bien (porque lo vivió dramáticamente en sus carnes) lo esencial que es la búsqueda libre del destino individual, también se rindió al muro de una era en la que la revolución sexual aún estaba por llegar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El joven Jung, casado como tantos por conveniencia porque no había otra alternativa para un burgués que conseguir una buena posición mediante un matrimonio ventajoso, no contaba con el ambiente más propicio a sus expansiones naturales. Lo que sí le sucedió fue que tuvo la suerte (o la desgracia) de cruzarse con un paciente que a su vez era médico también y que en su mentalidad audaz y libertina perturbó a su vulnerable sanador. Le contagió un poquito una convicción: “No te reprimas.” Otto Gross podía ser un pichabrava de cuidado, pero caló a Jung a la primera. Percibió que se le acurrucaba una pasión secreta y lo animó a saciarla.
Aquella pasión era Sabina Spielrein, una antigua paciente de elevadas dotes intelectuales cuya potente tendencia hacia el placer obtenido mediante el sexo sadomasoquista había trastornado la libido del psiquiatra, pero él había luchado contra la tentación que le suponía. Hasta que, espoleado por Gross, se rindió y se hizo amante de la muchacha.
En la otra arista de un extraño triángulo de intelectos, Freud seguía de cerca a su discípulo y sus culpables y catárticas relaciones con Sabina. Se interpretaban los sueños uno a otro, exponían sus puntos de vista sobre sus campos de estudio, hasta que llegó la ruptura.
Sabina siempre estuvo presente incluso cuando estaba lejos. Ella enseñó al amor de su vida la conexión entre sexo y muerte (el sexo es una unión de seres que por consiguiente “matan” sus individualidades en el momento del acto creador), entre placer y dolor. Entre amor y agonía.
Ella le dio a probar el sabor de un remedio para el alma.
Él tuvo que conformarse con perderlo. Como había tenido que dejar atrás tantas otras cosas.
Aquella pasión era Sabina Spielrein, una antigua paciente de elevadas dotes intelectuales cuya potente tendencia hacia el placer obtenido mediante el sexo sadomasoquista había trastornado la libido del psiquiatra, pero él había luchado contra la tentación que le suponía. Hasta que, espoleado por Gross, se rindió y se hizo amante de la muchacha.
En la otra arista de un extraño triángulo de intelectos, Freud seguía de cerca a su discípulo y sus culpables y catárticas relaciones con Sabina. Se interpretaban los sueños uno a otro, exponían sus puntos de vista sobre sus campos de estudio, hasta que llegó la ruptura.
Sabina siempre estuvo presente incluso cuando estaba lejos. Ella enseñó al amor de su vida la conexión entre sexo y muerte (el sexo es una unión de seres que por consiguiente “matan” sus individualidades en el momento del acto creador), entre placer y dolor. Entre amor y agonía.
Ella le dio a probar el sabor de un remedio para el alma.
Él tuvo que conformarse con perderlo. Como había tenido que dejar atrás tantas otras cosas.