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Voto de Vivoleyendo:
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Drama
Después de haber entrenado y representado a los mejores púgiles, Frankie Dunn (Eastwood) regenta un gimnasio con la ayuda de Scrap (Freeman), un ex-boxeador que es además su único amigo. Frankie es un hombre solitario y adusto que se refugia desde hace años en la religión buscando una redención que no llega. Un día, entra en su gimnasio Maggie Fitzgerald (Swank), una voluntariosa chica que quiere boxear y que está dispuesta a luchar ... [+]
21 de septiembre de 2007
124 de 150 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé muy bien por qué... O, mejor dicho, sí lo sé. El caso es que evoco un recuerdo que no sé si viene mucho al caso, aunque creo que sí.
Durante muchos años hubo en mi pueblo un médico de esos excepcionales, de ésos de los que te encuentras tal vez uno entre miles. Y no porque fuera un hacha de la medicina (y que conste que era un profesional más que respetable), sino por su extraordinaria calidad humana.
Creo que no había nadie en el pueblo a quien él no conociera y apreciara, y la gente le tenía verdadera devoción.
Su dulzura y su preocupación por la gente trascendían aquella bata blanca y le conferían el aura de un ángel en la tierra. Era uno de esos seres bienhechores que parecía venido al mundo desde una dimensión distinta de la que proceden los seres destinados a derramar bondad. Sólo con su presencia las penas se volatilizaban como por ensalmo y ya parecía que los males eran menos. Los niños no le temían (al menos para mí era el único médico que conocí siendo pequeña, que no me inspiraba temor) y creo (al menos hablo por mí misma y por otras muchas personas que le conocieron) que era uno de los hombres más amables y gentiles sobre la faz de la tierra. Tan dulce y afable como firme y tenaz, sabía transmitir la pasión que sentía por el bienestar de quienes le rodeaban. Él no tenía pacientes en el sentido estricto de la palabra; todos a los que él trataba pasaban a formar parte de aquella gran familia que casi sin advertirlo él formó a su alrededor.
Como el gran hombre que era, se implicaba emocionalmente hasta el extremo de que nunca se acostumbró a presenciar la muerte ni el dolor. Más de cuarenta años de dedicación no le enseñaron a reprimir el llanto ni el dolor cada vez que perdía a alguien, cada vez que presenciaba el sufrimiento, cada vez que la muerte le ganaba la mano y se llevaba, probablemente por enésima vez, un fragmento de su maltrecho corazón.
Y eso fue lo que finalmente se lo llevó para siempre cuando aún no era viejo. Su corazón no resistió tantos desahucios. Nunca dejó de penar por sus semejantes. Se implicaba de tal forma en cada caso, que se le iba media vida. Creo que nunca le abandonó la culpa o la impotencia, a pesar de que él repartía paz a manos llenas.
Como podréis imaginar, el pueblo lo adoraba. Cuando él se fue, su recuerdo perduró y se le rindieron homenajes. Hoy día, a diez años de su muerte, vuelvo a pensar en él y pienso que es un milagro que de vez en cuando se dejen caer personas así en este mundo necesitado de milagros.
Si me ha dado por recordarle, es porque pienso que todo el que trabaja con seres humanos, todo el que se dedica a ellos en alguna forma, si tiene el suficiente corazón se va viendo tan involucrado y tan unido afectivamente, que ya no puede distinguir dónde acaba lo profesional ni dónde empieza lo personal.
Sigo en el spoiler.
Durante muchos años hubo en mi pueblo un médico de esos excepcionales, de ésos de los que te encuentras tal vez uno entre miles. Y no porque fuera un hacha de la medicina (y que conste que era un profesional más que respetable), sino por su extraordinaria calidad humana.
Creo que no había nadie en el pueblo a quien él no conociera y apreciara, y la gente le tenía verdadera devoción.
Su dulzura y su preocupación por la gente trascendían aquella bata blanca y le conferían el aura de un ángel en la tierra. Era uno de esos seres bienhechores que parecía venido al mundo desde una dimensión distinta de la que proceden los seres destinados a derramar bondad. Sólo con su presencia las penas se volatilizaban como por ensalmo y ya parecía que los males eran menos. Los niños no le temían (al menos para mí era el único médico que conocí siendo pequeña, que no me inspiraba temor) y creo (al menos hablo por mí misma y por otras muchas personas que le conocieron) que era uno de los hombres más amables y gentiles sobre la faz de la tierra. Tan dulce y afable como firme y tenaz, sabía transmitir la pasión que sentía por el bienestar de quienes le rodeaban. Él no tenía pacientes en el sentido estricto de la palabra; todos a los que él trataba pasaban a formar parte de aquella gran familia que casi sin advertirlo él formó a su alrededor.
Como el gran hombre que era, se implicaba emocionalmente hasta el extremo de que nunca se acostumbró a presenciar la muerte ni el dolor. Más de cuarenta años de dedicación no le enseñaron a reprimir el llanto ni el dolor cada vez que perdía a alguien, cada vez que presenciaba el sufrimiento, cada vez que la muerte le ganaba la mano y se llevaba, probablemente por enésima vez, un fragmento de su maltrecho corazón.
Y eso fue lo que finalmente se lo llevó para siempre cuando aún no era viejo. Su corazón no resistió tantos desahucios. Nunca dejó de penar por sus semejantes. Se implicaba de tal forma en cada caso, que se le iba media vida. Creo que nunca le abandonó la culpa o la impotencia, a pesar de que él repartía paz a manos llenas.
Como podréis imaginar, el pueblo lo adoraba. Cuando él se fue, su recuerdo perduró y se le rindieron homenajes. Hoy día, a diez años de su muerte, vuelvo a pensar en él y pienso que es un milagro que de vez en cuando se dejen caer personas así en este mundo necesitado de milagros.
Si me ha dado por recordarle, es porque pienso que todo el que trabaja con seres humanos, todo el que se dedica a ellos en alguna forma, si tiene el suficiente corazón se va viendo tan involucrado y tan unido afectivamente, que ya no puede distinguir dónde acaba lo profesional ni dónde empieza lo personal.
Sigo en el spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Ese tipo de personas no desempeñan simplemente un trabajo. Están exponiendo las fibras de su alma y ayudando a otra(s) persona(s) a realizarse, a alcanzar sus sueños, a encontrar una vida mejor. Las van guiando por el tortuoso camino hasta que descubren que han dejado de ser guías para convertirse en iguales que caminan a la par siguiendo por el sendero que les conduce hacia el resto de su vida. Tal vez el camino se bifurque y sus pasos se separen en algún momento, como suele ser ley de vida, pero ese tramo avanzado conjuntamente les ha marcado para siempre y les ha unido, y de algún modo esas personas pasan a un plano que puede ser lo más parecido a la familia, donde el amor y la amistad ocupan un espacio tan inmenso que nadie más podrá llenarlo.
Todo eso es, básicamente, "Million Dollar Baby". Una historia de amor desgarradoramente magistral.
Dedicado a D.
Todo eso es, básicamente, "Million Dollar Baby". Una historia de amor desgarradoramente magistral.
Dedicado a D.