Esta secuela nos ofrece una absurda e inverosímil aventura de búsqueda de un tesoro escondido.

Jon Turteltaub pone en pantalla una cinta que fuerza nuestra credulidad constantemente. Y yo diría que lo hace casi al límite de tomarle el pelo al espectador y de tratarle indirectamente de estúpido.

Pero claro, puede que se entienda que esta cinta nunca se toma en serio a ella misma, pues su argumento es tan ridículo y licencioso que más bien pareciera ser una comedia que parodia al cine de aventuras sobre pistas que conducen a tesoros escondidos sumamente valiosos.

Aquí la trama se mete con la historia de los EEUU, precisamente con los presidentes y las conspiraciones políticas para desestabilizar el poder de turno. Pero la historia es apenas una simpática e inadmisible excusa para desarrollar en pantalla una película de aventuras sobre búsquedas de tesoros repleta de efectos especiales, de frenético ritmo narrativo y con una grandilocuente banda sonora acorde que resalta el espíritu épico que hay de fondo en el relato.

En esta continuación no hay nada de novedoso, sino que más bien se propone una convencional aventura repleta de exageraciones y de situaciones tan absurdas que provocan la carcajada del espectador.

Como dije, aquí se ofrece una búsqueda de un tesoro que serviría para limpiar el nombre de los “buenos” y para calmar la abyecta ambición de los villanos de turno. Claro que todo esto está desarrollado de manera muy liviana, tanto es así que la trama resulta ilógica y excedida aún para un producto de simple evasión como es éste.

En fin, un disparate tras otro en esta irrisoria búsqueda de tesoro escondido.