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Bélgica Bélgica · bruselas
Voto de pablo:
10
Terror. Romance. Fantástico En el año 1890, el joven abogado Jonathan Harker viaja a un castillo perdido de Transilvania, donde conoce al conde Drácula, que en 1462 perdió a su amor, Elisabeta. El conde, fascinado por una fotografía de Mina Murray, la novia de Harker, que le recuerda a su Elisabeta, viaja hasta Londres "cruzando océanos de tiempo" para conocerla. Ya en Inglaterra, intenta conquistar y seducir a Lucy, la mejor amiga de Mina. (FILMAFFINITY)
18 de marzo de 2008
42 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil ponerse delante del ordenador a escribir sobre una de las películas que más me ha marcado.
Es difícil porque no seré objetivo. ¿Acaso puede alguien serlo cuando ofrece al público su universo más íntimo? Graso error el del cinéfilo que pasa de puntillas por la subjetividad y nos encuadra, por la diagonal, una patada de exposición de hechos sin valoración terrenal de por medio.
Y es difícil porque jamás se me había pasado por la cabeza dedicarle unas frasecillas a uno de los puntales del cine moderno mainstreaming más reconocible de los últimos años.

Sí, creo que el Drácula de Coppola inaugura una década de cine visual, en donde la forma se confunde con el fondo sin que por ello la obra pierda enteros. Claro que su majestad el señor Ford (Francis Ford), siempre ha sido un adalid de las libertades formalistas, evidencia que no por obvia, aporta ciertas claves para el estudio de su obra. Así, su trilogía Padrinicia, La conversación y Apocalipsis son testamentos muy depurados y de grandísima intensidad narrativa, que si bien sucumben (en el mejor sentido de esta palabra) a la hecatombe de la forma, no es menos cierto que en ellas, la forma se confunde claramente con el fondo en un ejercicio estilístico a la altura de muy pocos autores.

Sin embargo, la forma como elemento sentimental, sensorial y sobre todo visceral, encuentra, creo yo muy subjetivamente, el punto álgido de la carrera del director en esta revisitación mitológica por excelencia.
Y ello, porque los fotogramas de Drácula son, por insólitos y en ocasiones espeluznantes, pequeños lienzos goyescos que transcurren frenéticamente bajo la batuta de unas vías locomotoras que van desgranando las hojas del clásico con abrumadora y tenebrosa exactitud. Son extractos literales que encuentran en la fotografía, el montaje, el vestuario y dirección artística, en el uso del sonido y en la grandiosa música de Wojiach Kylar la horma de sus zapatos.

El resto lo ponen unos personajes de perfecta psicología decimonónica que pocas veces han sido tan visuales en manos de un director. Y no me refiero sólo a un Conde Drácula fabuloso, decrépito, revolucionario, sino también a una Mina sensual y desgarrada, una Lucy follonera y dolorosa, un Ramsfield alucinógeno y nauseabundo y un Van Helsing endiabladamente salido. Una turba de "tipos" que deambulan por los castillos, prisiones, palacios y criptas de la película con perfecta naturalidad contemporánea.

Forma, y fondo, juntos en una muestra de poderío visual, sensorial y coherencia que redescubre al Coppola más moderno, más innovador, más talentoso, que demuestra que lo que iba para taquillazo comercial (que lo fue) sin mayores pretensiones, se convierte, por obra y gracia del talento de su padre, en una (ahora sí) obra maestra sin paliativos.
pablo
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