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Venezuela Venezuela · Puerto Ordaz
Voto de MagoCinéfilo:
5
Thriller. Drama Desesperado por salvar a su mujer, Willard Russell convierte sus oraciones en un sacrificio. Las acciones de Russel llevan a su hijo Arvin a pasar de ser un niño que sufre abusos en el instituto a convertirse en un hombre que sabe cuándo y cómo ha de pasar a la acción. Los acontecimientos que se dan lugar en Knockemstiff (Ohio) desatan una tormenta de fe, violencia y redención que se desarrolla a lo largo de dos décadas.
22 de septiembre de 2020
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Devil All The Time tiene un problema de identidad. O de ideología, pero no según lo político. Más bien de ideología según Lacan, o Zizek.

Y es que, intentando ser una radiografía del mal, se convierte en una caricatura del mismo. Antonio Campos dirige con pulso una película saboteada por un terrible montaje que se arrodilla, no al servicio de la narrativa, pero al servicio de Netflix (y del hecho de que tienen desde el 2019 intentando distribuirla, vaya, que no pueden estar prolongando la taquilla durante tanto).

¿Quería ser una reflexión nihilista sobre la naturaleza de la fe?

¿Un estudio del mal visto desde los "íconos de barro", construído a partir de Nietzsche o de Sartre? Nietzstche y Sartre, ambos, ontológicamente manejaron una narrativa filosófica muy distinta a lo que la película manifiesta como lógica interna. Es una "crítica a la religión" construída a partir de objetos sublimes, que además son vistos a través del lente ideológico de la realidad del realismo capitalista era Trump y, ahí: su problema fundamental. El personaje de Tom Holland se convierte en un vehículo, o "sujeto de voluntad pura", pero eso no funciona a nivel de la ontología fílmica que ni la prosa de Campos ni la de Roy Pollock manejan, una que se sabotea a sí misma una vez establece al azar como determinante fundamental.


Antonio Mendes sabe manejar el mise-en-escene. Pero la provocación, tan nihilista, se queda en nada. No es el nihilismo como objeto de tríada dialéctica, como agente de tesis/antítesis o como antesala hegeliana a un hipotético momento de revelación fenomenológica.

Los ingredientes están presentes: un reparto de lujo, excelentemente dirigido, una banda sonora efectista pero funcional, puesta en escena que rezuma buen gusto, y aun cuando la fotografía pareciera que sigue un macro de color reificado que permea a todas las películas producidas por el circuito industrial norteamericano, logra tener sus momentos de esteticismo legítimo.

Pero ahí es cuando todo se derrumba.

La atropella un pervasivo sentido del sesgo como constructo psicológico. Como costumbrismo reciclado porque si; como repetir la misma frase de mierda porque tenemos cincuenta años escuchándola. Cómo antítesis del "todo tiempo pasado fue mejor", por nada más que la actitud reaccionaria que propicia el clima ideológico moderno. Uno que encuentra pertinente el antagonizar a una frase tan ridículamente trillada (y con razón) con otra inversamente proporcional, e igual de ridícula.

Como riesgo calculado, con voz en off por si alguien se pierde. Y en una docena de intentos distintos que hace la película de identificarse a sí misma, no logra evitar diluirse en un mar de vacuedad. El gusto, el comentario y el cerebro: ausentes.

El mal por el mal en una exposición insoportablemente plana, nihilista y sesgada. No hay lectura.

Un antídoto inútil que deshace cualquier exploración del mal (o la fe como articulante del mal) que haya podido hacer, por citar a un ejemplo contemporáneo, Von Trier con The House That Jack Built. Película que esencialmente atraviesa el mismo tema, con incluso muchísima más provocación (y por momentos, mal gusto). Pero que una vez concluída, no dejaba indiferente. Había tesis y catarsis.

No van a encontrar nada de eso aquí. De hecho, no van a encontrar nada.
MagoCinéfilo
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