Todo un hallazgo la degustación de este noir de serie B pero de una calidad plástica y argumental indudable, en la mejor tradición del género. Y es que si bien todos contamos con la consistencia y contundencia de los personajes interpretados por DURYEA dentro de los márgenes de este tipo de films, en este en concreto el actor dota de una riqueza de matices el personaje traspasando el arquetipo usual. Así alterna el cinismo y dureza del ambiente socio-profesional en la que se desenvuelve su vida con la ternura, comprensión y cariño ( también un anhelo de amor autocensurado hacie Mansfield), con un codigo del hampa mellvilliano (honor y lealtades entre ladrones), a la vez que con la iconografía del perdedor americano ( quiméricas ensoñaciones de huidas al paraiso basadas en golpes demasiado importantes para el tamaño profesional de los delincuentes).
Pero además de DUREYA, la película ofrece más: corrupción generalizada como medio de acceder a la riqueza ( no solo policial también de predicadores y santonas), fantasias afectivas ( bien Martha Vickers volviendo a la ninfomanía clásica del Sueño Eterno) y desde un punto de vista formal espectacular fotografía "nocturna" con marcados contrastes que acentúan el tono cerrado y desesperanzado del film. Buenísima muestra de cine negro clásico.