Quizás incluso un poco antes de revelar la auténtica identidad del personaje encarnado por Theron es cuando el argumento comienza a desestabilizarse. Hancock se convierte muy rápidamente en alguien deseoso de estar en paz con la humanidad, dejando apenas un
pequeño margen para que el espectador pueda disfrutar de su simpática misantropía. No obstante, esto es algo característico en este tipo de películas que tienen a huraños como protagonistas (lo mismo sucedió, a modo de ejemplo, en “Mejor Imposible”).

Pero el auténtico “shock” se produce, efectivamente, cuando revelamos el secreto del personaje interpretado por Charlize Theron. Y es que la película de héroe atormentado se convierte, para sorpresa del público, en un improvisado episodio de culebrón venezolano en un abrir y cerrar de ojos. Se rompe con la estética de la película, y todo el argumento da un giro de 180 grados hacia una incomprensible historia de amor carente de química alguna.

Para colmo, el personaje bonachón de la película intepretado por Jason Bateman pasa a ser relegado a un segundo plano, sin merecerlo en absoluto, y se convierte en otro espectador más de la ya aburrida lucha de “a ver quién golpea más fuerte”.

Al final al padre de familia se le premia con quedarse con la rubia, pero la última frase con la que se cierra el film (tras contemplar la luna con el logotipo-corazón) resulta de lo más desalentadora para él: “estoy muy orgulloso de ti”, que suena a la típica oración condesciendente que se emplea para alentar a los niños. Más o menos es como decirle: “Nadie me la meterá como lo hizo el bestia de Hancock, pero aún así estoy orgulloso de ti, blandengue”.

De todos modos, es una película amena, de correcta factura, cuya corta duración es de agradecer, ideal para echarse unas risas y desconectar de la rutina del día a día.