Me hago de cruces, a la vez que me resigno, cuando compruebo el beneplácito que por parte de la crítica y el público tiene esta obra del endiosado Kubrick. Y no salgo de mi asombro, pues para mí "Barry Lyndon" no deja de ser una discreta película, tan meticulosa y detallista, que deviene en un producto paradojicamente amorfo e inútil, que encorseta tanto a los actores y la acción que cuenta, que el conjunto queda muy distante, enormemente frío, inerte.
En "Barry Lyndon", Kubrick alcanza cotas muy altas de su enfermiza autocreencia en su genialidad, de su extenuante meticulosidad y detallismo, de su ultraexigente búsqueda de lo perfecto. Pero así no. De nada sirve una fotografía exuberante, luminosa y bellísima, unos encuadres milimétricos, un control absoluto a los actores o un acertado empleo de la música clásica que usa, si lo que hay dentro resulta aburrido, insustancial, falto de auténtica vida y de cine con alma. Yo no trago.