No me queda más remedio que pasar por el aro y reconocer que esta película es una obra maestra y un clásico del cine americano, muy del gusto allí además, pues esta biografía modificada del heroico general Custer es también y, que duda cabe, una alabanza y loa al vigor guerrero, al espíritu castrense, al patriotismo yanqui.
Lo que pasa es que la película es una apisonadora. Compendio variado de géneros: la épica aventurera, el melodrama, atípico western y el biopic, funciona en todos los niveles como un reloj suizo. Cuenta con un guión soberbio y un estupendo plantel de actores, maravillosamente dirigidos por Walsh, capaz de extraer lo mejor tanto de lo espectacular como de lo recogido e íntimo (gran química entre la encantadora de Havilland y el empalagoso Flynn en su última colaboración).
Da lo mismo el hecho de que históricamente ofrezca muchas dudas y de que, insisto, la película sea a mayor gloria de los yanquis, porque es tal la fuerza y personalidad de lo que cuenta y de cómo lo cuenta (el propio Custer, su falllecimiento en la mítica batalla de Little Big Horn a manos de Caballo Loco, la creación del legendario séptimo de caballería...) que te embarca irremisiblemente y te supera tus dudas para, objetivamente, definirla como la gran película que es.