"Cayo largo" no es un "film noir" pese a tener ráfagas, personajes y olor a ese cine. Es un drama tan desnudo como claustrofóbico, dónde lo que se hace es una radiografía con sabor a resaca, amargura y desilusión de la situación tras la Segunda Guerra Mundial. Todo sigue igual, practicamente. Hay que seguir luchando por un mundo podrido, aunque ya no se crea en esa lucha.
En ese hotel de Cayo Largo dónde el gángster Robinson retiene al inválido y viejo propietario (Barrymore), a su ingenuamente enamorada hija (Bacall), a una amante alcohólica (Trevor) y al soldado que desencantado y triste ha vuelto de la guerra (Bogart) está encerrada esa radiografía en la que el entorno pacífico se violentará por un poderoso huracán y por la insoportable imperfección del mundo. Bogart regresará victorioso, con cara de haber ganado algo, pero con demasiadas heridas por cerrar como para creer en el mundo.
La película es indisumaladamente teatral, pero convierte esto no en un defecto sino má bien en una virtud, gracias más que al pulso de Huston (algo tembloroso y sobrevalorado en muchas ocasiones, guardadas como míticas, aunque no aquí especialmente), a un soberbio grupo de actores con inolvidables trabajos de Barrymore, Robinson y Claire Trevor. Buen guión de Richard Brooks y del propio Huston. Un clásico justificable, al menos, no como ocurre con otros títulos de su autor.