Llegó a competir por el Oscar a la mejor película extranjera, algo excesivo a todas luces dadas sus limitaciones, y sobre todo, algo inaudito, al tratarse de una obra obviamente anticlerical y nada conservadora, algo que choca de lleno con las cerradísimas mentes de la Academia.
Estamos ante una discreta película, con más defectos que virtudes, plagada de errores tanto de concepción temática y estilística, como de saber transmitir con convincente vehemencia la historia que plantea. Así, resulta un tanto ventajista en sus intenciones y en su forma de expresarlas.
Trata sobre la existencia latente de la doble moral, de la corrupción y el desgobierno absoluto que rigen en ciertas instituciones, aquí focalizado en la Iglesia, cuestiones que me creo punto por punto. Pero sobre todo trata del peor de los crímenes, que no es aquel que acaba con la vida de alguien (al fin, ese acaba y ya está), sino del crimen ético y moral, aquel por el cual ya vale todo y todo es lavable y queda falsamente limpio. Ahí es dónde pone el dedo en la llaga la película y dónde más les puede acabar doliendo a los ultraconservadores, y no tanto en que un cura se acueste con una mujer, pues muchos lo han hecho y lo harán toda su vida.