La versión de mi vida

Una oportunidad perdida. Así se siente uno cuando empiezan a desfilar los créditos y ha estado durante todo el metraje esperando a que toquen She Sells Sanctuary, y es más, le ha parecido identificar la escala de acordes evanescente del inicio entre la distorsión. Ahora viene, te dices, y miras al cojín del sofá que yace a tu derecha con emoción y asientes. Sí, sí, ahora viene. Pero no, no tocan She Sells Sanctuary. Sólo pareció que caería en cualquier momento, por que parecía que se palpaba, por que la noche se prestaba a ello. Y, especialmente, por que cuando están Giamatti y Hoffman sobre el escenario siempre debería caer un She Sells Sanctuary.
En esta adaptación de una aclamada novela que no conocía de un escritor que desconocía, el tal Richard J. Lewis, intenta realizar la típica comedia dramática, desenfadada, emotiva e intelectualmente satisfactoria. Lo que para algunos representa El Gatillazo Del Rey, por poner un ejemplo reciente. Y no lo hace mal del todo, pero la mezcla le queda aguada, impersonal y con una carencia de nervio palpable. En última instancia, el material que maneja, que se presume interesante bajo el aliento a tópico con que Lewis lo cubre, como un presentador de telediario recitando a Carver, esa sería más o menos la sensación, y muy especialmente el recital de Giamatti, uno de los mejores actores que nos quedan en este buque a la deriva en que se ha convertido el cine, convierten la experiencia en algo gratificante. Lo de Giamatti es algo digno de reseñar. Como Seymour Hoffman, con el que guarda no pocos puntos en común, Seymour con más filo y Giamatti más dotado para la comedia, constituyen el último bastión de los tipos orondos con talento en el cine, una raza en verdadera extinción, recogiendo el testigo de los Laughton, de los Greenstreet, sobreponiéndose a los flequillos, a los pómulos afilados y los torsos esculpidos, sobreviviendo en un mundo de guionistas infames, a la caza de un entrecot entre tanta hoja de lechuga, dejando su sello de calidad independientemente de la enjundia del proyecto. Casi parece un milagro que tipos como ellos consigan papeles protagonistas en el desfile de modelos en que se ha convertido Jolibud hoy en día. Y en fin. Por lo demás, Dustin Hoffman consigue divertir en una extensión de su personaje en una de las sagas más taquilleras de la historia del cine (...) y se coloca con desparpajo a la altura de Giamatti en cada una de las secuencias que comparten. Pero en última instancia, Giammati. Y a esta película, cuando empiezan a pesarle los minutos como si se hubiera subido al ring con Cassius Clay, acaba por quedarle sólo la última instancia para mantener el interés. Y no es poco. En realidad, es bastante.

Seré breve en mi opinión. Exquisita película, con unos diálogos fantásticos, un ritmo perfecto, una parte final que toca la fibra, y sobre todo, ese pedazo de actor que es Paul Giamatti. ¿Cómo puede ser tan bueno, sea en la película que sea? Una de esas películas que te hacen pensar cada dia "como amo el cine".

Esta película está dedicada a Mordecai Richler, autor de la novela que se adapta. Las cuatrocientas y pico páginas que componen su libro se traducen aquí en algo más de dos horas de melodrama al servicio de unos inspiradísimos Paul Giamatti (protagonista absoluto y alma de la cinta) y Dustin Hoffman (quien da vida al padre del personaje de Giamatti) y se centra, sobre todo, en los devaneos amorosos del primero.

Además de por la labor de los dos actores antes señalados (sin olvidarnos de una dulcísima Rosamund Pike), la película destaca por lo ajustado de su guión (a pesar de su extensa duración el interés apenas decae en ningún momento) y por su sencilla, a la par que eficaz, puesta en escena. El mundo según Barney no es un drama al uso, sino un atractivo fresco sobre la figura de un personaje tan fascinante como discutible.

Ante las acusaciones de un detective que parece guardarle un rencor personal, y el juicio que todo el mundo hace de sus actos, en esta producción italiano-canadiense se nos cuenta, como el propio título original nos indica, la versión de Barney, oséase, lo sucedido desde su punto de vista.

Es por ello que intercala, de un modo nada lioso, pasado con presente, técnica narrativa que sumada a la magnífica interpretación de Paul Giamatti, me hacen recomendar el visionado de esta película a todo aquel que quiera pasar 2 horas y 15 minutos entretenidos.

En resumen, buena película, un protagonista que lo borda y un trozo de la vida de un hombre que nos amenizará 2 horas y pico que se nos harán cortas. De ahí el 7.

PD: Una buena banda sonora, bien cuadrada con la película no hubiera estado mal, pero el hecho de que no haya apenas música incrementa la sensación de ser un espectador pasivo de la vida de Barney Panofsky.

Richard J. Lewis nos muestra con humildad, esmero y sobriedad, un retrato costumbrista que retrata a Barney, alguien normal con una vida diferente. Tres fracasos matrimoniales y la espina clavada de un amor dolido es lo que se nos presenta con dos escenas iniciales en las que sabremos todo lo que necesitamos saber para identificar al protagonista de la película.

Las dos primeras historias matrimoniales darán paso al tercero: su primer, verdadero y único amor. Una chica que conoce en su segunda boda y de la que se queda enamorado a los dos segundos. No necesita más. La locura se inserta en la mente de un personaje arrogante, egoísta y con toques neuróticos y de alcoholismo que recuerdan al Allen más íntimo.

El tercer matrimonio nos muestra la decadencia de un personaje sobresaliente interpretado por un notable Paul Giamatti, posiblemente uno de los actores más desaprovechados de América, y que encuentra cobijo en una cinta que parece hecha perfecta para su medida.

Ironía, amor, virtud, decadencia, sensibilidad y otro gran puñado de sentimientos se entremezclan en una película que desprende un gran aroma y deja un buen sabor en la boca.