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Corn Island

Drama Con las crecidas de primavera, el río Enguri se precipita sobre las tierras bajas de Kolkheti y, antes de lanzar rocas y limo al mar, las acumula aquí y allá en medio del río. En pocos días, incluso de la noche a la mañana, de estos escollos nacen grandes islas, cuyo suelo es rico y fértil. Un anciano de Abjasia y su joven nieta deciden plantar maíz en una de esas islas. Pero los soldados georgianos andan cerca. (FILMAFFINITY)
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Críticas 25
Críticas ordenadas por utilidad
25 de mayo de 2015
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una maravilla de película. Me parece impresionante cómo en menos de 2 horas se puede contar tanto, emocionar tanto, tratar tantos temas, sin apenas palabras. La imagen es poderosa, la mirada transmite más de lo que mil textos puedan contar. Y nos muestra el ciclo de la vida, tan unido al inexorable ciclo de la naturaleza. Hay tanta fuerza en esas imágenes, tanta historia en esa aparentemente pequeña historia de un anciano y su nieta que está despertando a la pubertad y que intentan sobrevivir un nuevo duro invierno cultivando maíz en una isla minúscula y efímera, pero muy fértil, ajenos a la eterna guerra por el dominio de la región. El diálogo no necesita apenas palabras, los gestos, el amor, la mirada y la complicidad son suficientes para transmitir una poesía, una emoción y una belleza indescriptibles. Atención al detalle del objeto que encuentra y guarda el anciano cuando va a la isla por primera vez y examina la calidad de la tierra. Lo sacará después de vez en cuando, reflexionando y, al final de la película, aparecerá otro objeto que no voy a revelar, pero creo que es una alegoría muy interesante sobre el poder de la naturaleza y lo efímero del ser humano, cuyo carácter auto-destructivo le impide a menudo disfrutar del regalo de la vida. Una auténtica joya. No os la perdáis.
MARIANA
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28 de mayo de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Comencemos por lo básico: Corn Island no es una película para todos los públicos. Con esto no quiero decir que haya que ser un versado en la historia del cine para disfrutar o sacar algo positivo de la película, ni mucho menos, simplemente señalo que es un género diferente y que, como ocurre en otros ámbitos artísticos, no suele ser del agrado de la masa. ¿Es el cubismo arte? Sí. ¿Se puede disfrutar con Braque al igual que con Velázquez? Sí. ¿Me va a decir mi madre que un cuadro de Picasso también lo puede hacer ella? Pues eso.

Por favor, e insisto en esto, que nadie piense que por “entender” este género estoy insinuando algún tipo de superioridad intelectual con respecto al que no lo hace o, simplemente, no le gusta, si más. Es una forma de expresión cinematográfica diferente a la que estamos acostumbrados a ver en cartelera, de ahí su más que probable indiferencia por parte del gran público. Nada más. Recuerden: para gustos, los colores.

Tras el exordio (es broma, he buscado un sinónimo de prólogo en internet y me ha salido este bonito palabro) vamos a comentar algunas cosillas.

Corn Island dura cien minutos; en apariencia no ocurren muchas cosas, sobre todo al comienzo de la misma –planteándonos nuestra existencia en repetidas ocasiones mientras–, pero según avanza la narrativa esas cosas que no veíamos porque estábamos en la superficie comienzan a salir (o nosotros a entrar) y ahí es cuando Corn Island nos revela su naturaleza. Esto podría ser una bonita metáfora de la propia isla donde todo tiene lugar, verdadera protagonista cíclica de la historia.
Se habla poco y la música brilla por su ausencia, pero ni falta que hace. Es más, es posiblemente lo mejor –y más característico– del metraje. No creo que haya logrado empatizar JAMÁS de la manera en la que lo he hecho aquí. La sobriedad, tan bien llevada, que impera en Corn Island es un caldo de cultivo que da lugar a una atmósfera, por momentos cruda que, con tan poco, en apariencia, nos hace sumergirnos en la vida de sus protagonistas. No somos meros espectadores, somos uno más.

Si hacen un esfuerzo y aceptan lo que propone van a disfrutar, pero de otra forma diferente. Es un placer trascendente, simbólico, conceptual, como quieran llamarlo, que se aleja de lo que solemos ver anunciado. Nos invita a reflexionar, porque es imposible no hacerlo. Si, por poner un ejemplo, la maravillosa Mad Max no nos permite ni un segundo de respiro, Corn Island nos deja a nuestras anchas por la isla para que, como si de un peripatético filósofo se tratase, meditemos. La tormenta y la calma.
CahiersDC
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30 de mayo de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces parece que cuanto menos cosas pasan en una película, más poética es. Mientras más minutos se graba a un personaje haciendo cualquier actividad cotidiana, cruzando miradas o guardando silencio, más profunda es. Y contra más peñazo es, más tiempo tienes para hacer relaciones metafóricas entre lo que estás viendo y la frase de Paulo Coelho que compartiste el otro día en Facebook.

"Corn Island", a pesar de lo arriesgadísimo de su propuesta, consigue ser interesante y poética al mismo tiempo. Y digo arriesgado porque parece complicado sacar adelante una cinta prácticamente muda, con apenas tres personajes y un solo escenario, y que el espectador no acabe dándose una vuelta por los dominios de Morfeo.

Si bien es cierto que se puede hacer pesada a ratos, su planteamiento principal es muy bueno. “Corn Island” trata el tema de la vida, el trabajo duro y el esfuerzo de cara a una muerte inevitable. O, en este caso, la isla de tierra fértil que surge al bajar el caudal del río y que, al cabo de un tiempo, volverá a desaparecer. No importa el esfuerzo que se haga por cultivar el maíz, por tener un hogar y por sobrevivir; como ha venido, se irá. Lo mismo ocurre con los protagonistas, el abuelo experimentado y harto de trabajar, y su nieta, que está dejando de ser una niña.

El resultado es una bonita fábula que, combinada con la belleza de las imágenes y los silencios, resulta muy grata. En ningún momento se echan en falta más diálogos. Las imágenes hablan por sí solas y los actores llenan la pantalla con sus interpretaciones.

Por otro lado, los temas secundarios no terminan de cuajar, especialmente el trasfondo bélico. A lo largo de la historia, la presencia de los militares, los disparos y, sobre todo, la llegada del soldado herido crean expectativas de que algo va a pasar, pero no ocurre nada. El director prepara el terreno pero no aprieta el gatillo. Es decir, la guerra queda como algo anecdótico y no tiene una repercusión real en el desenlace. En una película con tan poca trama, uno espera que los temas se entrelacen en algún momento y que den algún fruto. No es el caso.

El final en sí es muy bueno porque cierra perfectamente la metáfora de la película. Sin embargo, acabo con la sensación de que falta algo. O quizás sobran minutos, no lo sé. “Corn Island” habría sido un cortometraje de 10/10; el problema es que dura 1 hora y 40 minutos, y los temas secundarios se quedan en nada. Sea como sea, es una película interesante y muy bien rodada. Merece la pena verla para disfrutar de otro tipo de cine y creer que es posible contar una historia poética sin que sea totalmente infumable.
Illanes
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17 de junio de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corn Island -Simindis Kundzuli-, cuenta la historia de un anciano, de su nieta y del río Enguri en primavera. Este río caudaloso en la frontera entre Abjasia y Georgia, arrastra en primavera limo que llega a formar islotes en medio de la corriente. El anciano, como cada primavera de su vida, se instala en uno de esos islotes de limo, construye un chozo y siembra maíz en el suelo fertilizado. Le acompaña una nieta, en la primera juventud, pero apenas sabremos algo más de los padres de la nieta y en general del anciano y de sus circunstancias familiares.
En el film se habla lo imprescindible. La palabra no es necesaria. Todo lo que necesitamos saber está en las imágenes. El campesino es de esa casta de hombres íntegros, justos, trabajadores, tenaces, producto de generaciones de hombres y mujeres que han luchado por vivir en las condiciones más extremas. Y que ha dado mujeres y hombres hechos de esa madera, capaces de pelear para sobrevivir sin perjudicar a nadie, y de arriesgar su vida en nombre de la piedad y de la hospitalidad. Es la vida, sencilla, dura, pero plena, atropellada a veces por esos elementos externos que son las patrias, las guerras y los odios. Una isla no utópica pero con vocación de ser un mundo aparte del Mundo. Aislamiento imposible por otra parte.
Con la llegada del otoño y las lluvias torrenciales las aguas del rio Enguri crecen y se llevan, como cada año, los islotes de limo. Aquí está la verdadera lucha del hombre con la naturaleza. Pocas secuencias habré visto más emocionantes como la lucha de este anciano por salvar su cosecha y los enseres de su chozo. La naturaleza, como todos los otoños, cumple su ciclo. Es ciega como el destino, al contrario que la naturaleza humana, que puede darnos ancianos ejemplares como el protagonista de esta película, o soldados implacables, deshumanizados, embebidos de poder sobre las vidas ajenas.
Cine emotivo, sencillo, muy bien narrado cinematográficamente, con secuencias cargadas de tensión y acción -y de gran complejidad técnica- cuando presenciamos cómo la lluvia y la corriente del río arrasan la isla, la cosecha y el chozo, con un anciano que no se rinde luchando contra los elementos. Épico.
La película me trae recuerdos de Nanook el esquinal de R. J. Flaherty, pero también de Hurancán sobre la isla de J. Ford o Derzu Uzala de Kurosawa. Entre el documental y la ficción, con la fuerza de ambos.
El actor Ilyas Salman da rostro a este anciano. Una composición impresionante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
GonzaloyGracias
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30 de julio de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por su gran simbolismo, el planteamiento de la película engancha a cualquiera. En medio de un río, que a su vez sirve de frontera y campo de batalla en una guerra tan absurda como cualquier otra, un humilde campesino se instala en una isla de aluvión para obtener su propia cosecha de maíz. Entre los tiros, el pobre viejo busca sus medios de vida en una estrategia vital que supone adaptarse a la naturaleza, y desafiarla al mismo tiempo. Si a semejante argumento se añade la sobriedad de la película, con un alejamiento del punto de vista que evita cualquier empatía con el protagonista, uno podría pensar que está viendo un documental de la 2. Sin embargo, Ovashvili sale airoso, y poco a poco va dotando al relato de una creciente tensión. La fría relación entre el anciano y su nieta, y las esporádicas alusiones a una casa o una existencia anterior, invitan a pensar que se trata de seres que acaban de perderlo todo. En cualquier caso, las subtramas que se apuntan sobre las relaciones entre los personajes, o sobre el desarrollo de la guerra, quedan desbordadas por un poderosísimo final que dota de sentido a toda la película. Ovashvili plantea una reflexión sobre la irrelevancia de la especie humana ante la fuerza de la naturaleza, el respeto por una forma de vida que se adapta al entorno en lugar de destruirlo, y la evidencia de unos ciclos vitales y universales que a fin de cuentas lo gobiernan todo, lo disuelven todo. Y siempre con un estilo basado en la economía de medios, demostrando que la sencillez y la sensibilidad son términos compatibles, y no antagónicos. Imposible que no venga a la cabeza “Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera”, de Kim Ki-duk.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rober
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