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Los peces rojos

Intriga. Cine negro Una noche de tormenta, Hugo e Ivón llegan a un hotel de Gijón acompañados del hijo del primero. Salen a ver el mar embravecido y poco después Ivón regresa pidiendo socorro porque el muchacho ha sido arrastrado por el mar. Como el cadáver no aparece, un comisario se hace cargo del caso. (FILMAFFINITY)
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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
22 de marzo de 2009
128 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible que Arturo de Córdova no sea tan famoso como James Stewart o Cary Grant. O que Emma Pennella no sea tan divina como Grace Kelly ni disponga del vestuario de Kim Novak. O que La Latina madrileña carezca del glamour del West End londinense. O que una muerte gijonesa no tenga el mismo calado que una muerte americana. Es posible. ¿O no?

Hitchcock se llama por unos instantes José Antonio Nieves Conde y nos regala una de sus mejores películas, quizás la más perfecta y sobria muestra de cine negro jamás salida de las entrañas de la madre patria. Material de primera clase, palpitante, lucidísimo y retorcidamente ingenioso que absorbe de principio a fin con la pequeña revolución de su propuesta, un juego de espejos noir que sólo decae un poco en la cuestionable resolución final.

Menudo pedazo de peliculón ¿y qué hacéis que no corréis a buscarla?
Neathara
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26 de marzo de 2009
120 de 129 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nieves Conde era un cineasta peculiar. Hijo de militar y falangista militante, fue mimado por la dictadura al principio. Pero a medida que iba mostrando su talento, pasó a ser considerado problemático. Supongo que por eso está ninguneado por todo el mundo hoy en día. Incluso a esta película la masacró Giménez-Rico en el supongo horroroso remake "Hotel Danubio", que no pienso ver a no ser que me pille una noche de insomnio y justo la estén dando en todas las cadenas de televisión.

Porque lo que hace Nieves Conde con esta película es mágico. ¿El guión es tramposo? Pues sí, los magos usan trucos, claro. Pero los buenos magos hacen que no pienses en la trampa hasta que se acabó la actuación. Y para ello utilizan hábiles maniobras de despiste. Es lo que Hitchcock llamaba MacGuffin. Este recurso lo utiliza tan bien Nieves Conde, que incluso se permite hacer literalmente un truco de magia imposible en medio de una escena, y te lo tragas con patatas con naturalidad porque te ha embobado poniendo tu atención en otra cosa.

Encima se permite el lujo de reírse de sí mismo. Él está considerado el introductor del neorrealismo en España, y en una escena le pega un puntapié a esta corriente cinematográfica que te deja pasmado.

La historia parece que está contada en flashbacks. Pero no es así, porque incluso te repite escenas y ni te enteras. Vamos, que "Pulp Fiction" no es tan innovadora. Un tipo raro en la España de los 50 ya hacía cosillas así.

Encima el guión es estupendo, si te gustan las historias que juegan en el límite de la realidad y lo inventado. Claro, que para eso hay que contar con un buen narrador como en esta cinta, que la sitúa en un mundo tan local que la hace universal. Y se rodea de unos estupendos actores protagonistas, sobre todo de Emma Penella, y unos secundarios que lo bordan. Sobre todo ese conserje de hotel "ameno", que es un lujo.

El final es criticado por algunos, pero ¿me puede decir alguien si el final de "Encadenados" o "Sospecha" de Hitchcock, por poner dos ejemplos, es mejor? No es importante para esta historia.

En fin, una película muy recomendable del justamente denostado cine español. Quizá el mejor film noir de la piel de toro. Y sí, puede que la sobrevalore, pero no estoy acostumbrado a estas agradables sorpresas.
Gilbert
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11 de febrero de 2013
63 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia del cine, ante todo el cine clásico, está llena de grandes películas que acaban mal. No quiero decir con ello que se trate de finales trágicos —más bien lo contrario— sino que resultan incoherentes con la lógica interna del relato e incluso llega a haber casos en que se contradice la totalidad del discurso temático del film. Los finales de "El último" y "El cuarto mandamiento" (éste ni siquiera rodado por Welles) posiblemente sean los más paradigmáticos en este sentido.

Obviamente, a día de hoy sabemos que en numerosas ocasiones ello era causado por razones ajenas a la voluntad específicamente artística de los más directamente implicados en la realización (directores, guionistas…). A veces, motivos puramente comerciales por parte de los productores y, muchas otras, a partir de los férreos códigos de censura a nivel estatal.

Cualquier espectador actual que vea por primera vez "Los peces rojos" advierte sin esfuerzo que estamos ante una de esas películas que acaban mal. Como ya se ha comentado en las otras críticas, la razón en este caso es que la censura no permitió el final que el guionista, Carlos Blanco, había concebido. Es una lástima, no tanto por el final que a la postre tuvo, que no es que desbarate la trama ni muchísimo menos, como por el hecho que el final auténtico era perfecto, al convertir la totalidad de la historia en un artefacto creativo absolutamente redondo y antológico. Sin embargo, como en los citados casos de Murnau o Welles, la historia se resiente, pero no la película.

La prueba la tenemos gracias a Antonio Giménez Rico y su remake "Hotel Danubio" de 2003, fotocopia en colores de "Los peces rojos" que, como única y gran novedad, aporta la restitución del final verdadero. Si nos atenemos a lo que se nos cuenta, parecería que esta segunda versión es la "completa" y definitiva, pero si observamos cómo se nos cuenta, no podemos si no advertir la abismal diferencia de calidad entre ambas propuestas. El interés de "Hotel Danubio" reside en aquello que puede copiar directamente de su predecesora (el argumento, los diálogos, incluso muchos encuadres). Pero si acudimos a lo que no se puede copiar (las interpretaciones, la luz, la íntima vibración de cada plano, de cada imagen…, en definitiva, todo aquello que por defecto es puramente cinematográfico) vemos que lo que en una es vida, alma, nervio, emoción, en la otra es languidez de cartón piedra. Salvando las distancias, porqué la intención era otra, es parangonable a la diferencia que existe entre la "Psicosis" de Hitchcock y el experimento de Gus Van Sant en su copia plano a plano.

Si vamos a la fecha del estreno de "Los peces rojos", quizás solo Bardem, con la coetánea "Muerte de un ciclista" y la anterior "Calle Mayor" se situaba entonces a una altura similar. Porqué, hora ya es de decirlo, o repetirlo, "Los peces rojos" se consagra hoy todavía como una de las mejores y más originales películas del cine español, aunque lamentablemente a nivel de conocimiento popular no haya obtenido la fama que merece.
Quim Casals
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1 de agosto de 2009
48 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Situémonos. España, 1955. La dictadura franquista se encontraba en su máximo apogeo y los artistas e intelectuales españoles que habían conseguido esquivar el paredón se habían visto obligados a escoger entre contemporanizar con el régimen o emprender camino al exilio. El problema radicaba en que contemporanizar con el franquismo y hacer cine de calidad, por ejemplo, eran dos actividades prácticamente incompatibles. Entre otras cosas porque ser cineasta durante la dictadura presuponía, en la mayoría de los casos, integrarse sí o sí en su férreo mecanismo propagandístico o bien dedicarse a fabricar insulsos productos de reivindicación folclórica. Así pues, sumidos de lleno en este infausto y desolador páramo cultural resulta asombroso -y al mismo tiempo tremendamente estimulante- descubrir joyas tan valiosas como “Los peces rojos”. Una peli que, aún siendo imperfecta, poco le tiene que envidiar a la incombustible maquinaria de suspense hitchcockiana o a ese cine negro americano (y francés) que tantos y tan buenos títulos legó a la historia del séptimo arte.

Decía que la peli de Nieves Conde me parece asombrosa y estimulante porque sorprende y entusiasma hallar en la filmografía hispana de mediados de los cincuenta un film de intriga tan original y moderno en su planteamiento argumental y narrativo. Una peli cuyos contadísimos deslices (la excesiva teatralidad de De Córdova, algún que otro giro difícil de creer, la moraleja final...) quedan completamente disculpados y minimizados por la brillantez de su trama y por esa atmósfera opresiva de puro y genuino cine negro que rezuma por los cuatro costados. Pero lo que más me sorprende, quizás, es que se trate de un film tan desconocido. Y más teniendo en cuenta el mediocre nivel cinematográfico de la época. Si no me creéis, haced la siguiente prueba: seleccionad en el Top de FA las 50 mejores pelis españolas comprendidas entre 1900 y 1955. Efectivamente, “Los peces rojos” está en posiciones de top-ten (9ª). Desechad, todo lo más, “Muerte de un ciclista” y “Surcos” (también de Nieves Conde). ¿Vislumbráis alguna incuestionablemente mejor? Yo, no.

Gracias, Gilbert.
Taylor
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9 de febrero de 2013
45 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Tiempo y “Los peces rojos” son aliados. La película no tiene prisa. No pretende atrapar claves de época ni exprimir factores ambientales efímeros. Respira al margen de cualquier actualidad y el Tiempo, al transcurrir, la rejuvenece, incrementa su vitalidad intacta, su vigencia. Porque no es celuloide envejecido (le pasa a muchas) sino artilugio vivo, y bien vivo.

Un plano panorámico se detiene a recorrer despacio el arranque de la Gran Vía y el tramo de Alcalá hasta Cibeles. Todos y cada uno de los edificios son hoy los mismos. Ahora están ahí, precisamente iguales. No se trata de un efecto entonces buscado, se nota, sino de un símbolo sobrevenido que acompaña, y un rasgo natural de la película en su palpitación rotunda. Como los edificios de Alcalá y la Gran Vía, igual de vivo y en pie todo lo demás: el argumento, sus recovecos, señuelos, pasadizos, embaucamientos de la atención, el ritmo, los personajes, el tratamiento, la intriga, los bucles, lo visto de nuevo pero abarcando más, lo que sabemos, lo que creemos que sabemos, los espejismos, las veladuras, las invenciones y trucos, las dosificaciones de la verdad, las simulaciones, y en fin todo el registro entero de lo ficticio en su engarce con la realidad: cómo en la vida todo es invención y magia, incluso en lo más banal, y por supuesto en las trapacerías y triquiñuelas.

La película está tan inspirada en éste su tema central de la danza entre lo real y lo ficticio (a partir de una intriga policial trepidante, la sospechosa desaparición de un joven una noche de galerna) que convierte a todo el material en variación y fuga, todo en resonancia y refuerzo: desde luego el novelista en dura lucha con sus criaturas y frankensteins; el conserje que inventa su testimonio porque, con estrategia de narrador, cree imprescindible “amenizarlo”; el editor que rechaza a los personajes novelescos porque carecen de realidad (!); la amiga que trama romances simulados para así provocar celos a terceros…

“Los peces rojos” desarrolla una idea que es genial hallazgo y lo hace con tal solvencia que todo en ella se vuelve hallazgo fluyendo sin necesidad de pregonarlo como hacen otras propuestas que “venden” en cada secuencia su vanguardismo y su modernidad.

Arte e inspiración en estado puro, el inherente a la creatividad, tienen los diálogos concisos de un guión que no puede ser más eficaz: modula varios tonos con ráfagas de humor chispeante en medio del drama, la acción, la reflexión, el suspense, y además evita cualquier instante de confusionismo, pese a la extrema complejidad de su trama de niveles múltiples; la fotografía contrastada y expresionista, los encuadres pensados y matemáticos, todo tan bien jugado, tan despojado de afectación, que no se nota cómo la invasión de la realidad por la ficción avanza paulatinamente y, como consumada maga, la película va embarcando al espectador en sus manipulaciones y encantamientos.

Y es que el Arte Mayor tiene apariencia sencilla, no se vende.

[Texto publicado en el boletín Nº 1 del cineclub macguffin]
Archilupo
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