Fresh Kill

La película necesita su contexto o de lo contrario el espectador no sabrá qué hacer durante poco más de una hora. Perteneciente a la ola contracultural cinematográfica conocida como "no-wave", puede apreciarse una voluntad por exagerar las relaciones de clase, el impacto medioambiental, el corporativismo y demás clichés de la reflexividad posmoderna. La exageración es tal porque se retrata una distopía donde el temor a los efectos de los ensayos nucleares ha sido cercenado impidiendo o limitando el acceso de los ciudadanos a los medios de comunicación.

A esta cinta hay que entrar preparado para un arrebato lleno de moderneces para acabar sorprendiéndose positivamente. La labor de dirección muestra un cuidado exquisito a la hora de explotar sus mínimos recursos, acusando una profesionalidad palpable en la plasticidad de sus planos. Actores y actrices están subidos a esa "no-ola" donde parecen en sintonía a través de un rechazo constante al cinismo que los acecha. Los diálogos rezuman autoconciencia y no pecan de expositivos ni de poco naturales. Desde luego, hay que aceptar que se desprende de bastantes códigos del cine comercial, de tal forma que condensa en hora y cuarto muchísimas "tramas" (por denominarlo de alguna forma). Muchas de ellas carecen de un sentido explícito o son ofrecidas con superficialidad, aunque el contexto inhumano que hace las veces de atmósfera permite una interpretación tan fácil como efectiva.

El protagonismo de la pareja homosexual es un claro asterisco feminista tan relevante de esta "no-ola". Sin embargo, la reivindicación no se da tanto por que sean lesbianas sino por un retrato natural y orgánico de una pareja inserta en un futuro que arrastra un prejuicio en disolución.