The Comedy Store. La cuna del humor (Miniserie de TV)

En términos estrictamente cinematográficos la serie no es ni mucho menos una gran serie. La estructura narrativa desaprovecha a menudo el enorme potencial narrativo de los testimonios y, entre otras cosas, deja muchos cabos sueltos que ayudarían a entender mejor el contexto de esos peregrinos dirigiéndose a lo que ellos -y nadie más durante mucho tiempo- sentían que era la Meca del Humor. Más allá de ordenar el contenido de decenas de entrevistas, que es el principal atractivo de la serie, poco o nada se cuenta de los detonantes que impulsaban a tipos tan originales y tan raros (Jim Carey, Michael Keaton, Letterman, Leno, Wayans, y tantos, tantos otros que aparecen) a ponerse en marcha desde todos los puntos del territorio estadounidense hasta llegar a las puertas del club de Los Angeles a suplicar una oportunidad de tres minutos. Simplemente "querían ser cómicos", se nos dice, y en eso se nos muestran idénticos, como si ese deseo fuera una razón válida para explicarlos a todos.

Tampoco se menciona nada del contexto económico de un país que pasó de la crisis del petróleo a los reaganomics, y de ahí a todo lo que fue siguiendo, como si la comedia estuviera desvinculada de la realidad de su país cuando, y ellos mismos lo subrayan, es en esa realidad donde sostienen una buena parte de la materia prima con la que alimentan sus gags. Y, desde luego, no se menciona el contexto hollywoodiense y cómo influía la propia evolución de la industria del entertainment en la de la comedia de monólogo. Como tampoco se escucha en ningún momento la voz del público, algo que haga entender por qué un género menor se termina convirtiendo en uno de los géneros protagonistas del entretenimiento del siglo XXI, con tan evidente relación con los formatos de youtubers, podcasts, etc.

Hasta ahí, lo que no está, lo que no aparece, y lo que convierte esta serie en una serie más, vulgar incluso, si no fuera porque todos sus entrevistados poseen un talento, una biografía y una personalidad casi hipnóticas. Lo que sí está, en cambio, es un archivo abrumador para cualquiera que quiera seguir la evolución de un género, y algo más. Gracias a su concentración en un solo lugar, en un laboratorio como el club que dirigía Mitzi Shore, en esta historia se puede visualizar el nacimiento, estallido, crisis, madurez y emancipación de una profesión. Y eso es algo aún más relevante en estos momentos, en los que los cambios provocados por la digitalización implican una revisión total de la inmensa mayoría de los roles profesionales en cualquier ámbito de la vida.

Si The Comedy Store falla como documental, en cambio, como documento que retrata el auge, caída y renacimiento de un género, basándose en testimonios sin descafeinar de tanto genio suelto, es una verdadera gozada, un viaje recomendable para cualquiera que quiera entender un poco más la naturaleza humana y los dilemas a los que se ha enfrentado durante las últimas décadas.