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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3,333
Críticas ordenadas por utilidad
7
14 de abril de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando apenas contaba dos años, al haber quedado huérfana de madre, “una indígena de gran belleza”, Thérèse Degans fue dejada por su padre -un capitán de la marina- a cargo de una tía, pues él no sabía qué hacer con ella. La tía la recibió encantada… y apenas cumplió los 16 años, la animó a casarse con su hijo Camille, un muchacho achacoso, fastidiado con los excesivos mimos de su madre, poco emprendedor y “sin más ambición que su propio bienestar”. Pero, Thérèse sigue soñando con un hombre guapo y viril con el que pueda encontrar la felicidad… y la complaciente existencia lo pondrá en su camino cuando, un día, a casa llega Camille en compañía de Laurent, un compañero y amigo de colegio a quien no veía desde entonces. La atracción entre Thérèse y Laurent es inmediata… y así comienza la que fuera la cuarta novela de ese gran escritor francés llamado Émile Zola (1840-1902), publicada, con muy buena acogida, en el año 1868 y a la que él mismo definiría, muy ajustadamente, como “un gran estudio psicológico y fisiológico”.

En esta segunda adaptación cinematográfica (la primera la hizo Jacques Feyder en 1928), el director Marcel Carné -quien escribiera el guión junto a Charles Spaak-, se toma las libertades necesarias a la producción, y para dar a la película su personal estilo, presenta diversas variables argumentales, preservando, solo en parte, el hilo argumental de la obra de Zola y prescindiendo de los muchos elementos psicológicos que afectan a la pareja protagonista, dejados casi al margen en detrimento de la profundidad moral que posee la historia original a la que Zola convierte en un valioso estudio sobre las consecuencias del crimen. No obstante, Carné logra una suerte de film noir que atrapa irremediablemente, aunque sin duda se sirvió de situaciones recreadas en “Chantaje” (1929) de Alfred Hitchcock y en “El cartero siempre llama dos veces” (1946) de Tay Garnett.

El agregado del exsoldado oportunista, aunque menos interesante que en la citada película de Hitchcock, fortalece los elementos sorpresa de la nueva historia, con lo que, los muchos lectores que tuvo (y seguirá teniendo) la novela, al ver el filme, de seguro sintieron (y sentirán) que estaban más ante un filme de Carné –lo que no es para nada desdeñable- que ante una recreación de la ya clásica obra de Émile Zola.

Simone Signoret (Thérèse Raquin) consigue una atractiva actuación logrando lucir muy contenida en sus perceptiblemente fuertes sentimientos, y antes que cualquier otra cosa, su personaje despierta una especial consideración. Y como Laurent, el hombre que la ama desde que viera, frente a frente, sus expresivos ojos, Raf Vallone desborda carisma y resulta muy convincente como el camionero que quiere tener al ser que ama, cuéstele lo que le cueste.

Con “TERESA RAQUIN”, no está Carné a la altura de sus grandes clásicos de décadas anteriores, pero es un hecho que ésta es la suerte de filme que vale siempre la pena ver… y claro, no puedo evitar decirlo, la novela de Zola es imprescindible.
Luis Guillermo Cardona
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6
12 de abril de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los hombres que luchó junto a Juana de Arco en la llamada Guerra de los Cien años, era un noble bretón llamado Gilles de Rais. Este personaje, había amasado una enorme fortuna y pronto se descubriría que, sirviéndose de ella, hacía parte de una corte de brujos adoradores del diablo, con quienes había cometido toda suerte de atrocidades contra niños y niñas de la vieja Francia. Curiosamente, de Rais era un profundo admirador de las artes, y era capaz de llegar al éxtasis escuchando cantos gregorianos. También su pasión por la música lo animaba a contratar, por costoso que resultara, a cualquier cantante cuya voz oyera y lo dejara fascinado. Pero, tras haber confesado aberrantes crímenes que superaban los doscientos, fue condenado por asesinato, herejía y sodomía, y luego llevado a la horca.

Este personaje, fue el que el escritor francés, Charles Perrault, admitió como su inspiración para el cuento “Barbe bleu” (Barba azul) que escribiera en 1697… pero, contra esta aseveración, me atrevería a decir que fue la excusa perfecta del autor para eludir que, en realidad, a quien básicamente aludía en su obra, era al deplorable rey Henry VIII de Inglaterra, el cual, de manera non sancta, se deshizo de sus esposas.

Motivo de óperas, obras teatrales, variaciones noveladas… y unas cuantas películas, la historia de Barba Azul fue adaptada de nuevo por el director Edward Dmytryk, con un guion escrito junto a los italianos Ennio de Concini y María Pía Fusco. Contada en un claro tono de humor negro, en el que se alcanzan a adivinar apuntes tan creativos como la manera particular y simbólica con la que Barba Azul se deshace de sus mujeres (La cantante, cercenada la garganta; las lesbianas, clavadas…) o esa sutil manera como Anna -haciendo de Sherezada a la inversa- hace hablar a su marido para evitar que la mate ganando tiempo, pudieron aun ser mucho más eficaces, si Dmytryk no hubiera caído en la trampa del famoso ramillete de estrellas (Raquel Welch, Virna Lisi, Joey Heatherton, Marilú Tolo, Nathalie Delon, Agostina Belli…) a quienes se permitió mostrar un tanto sexys, artificio que de por sí, debe haber atraído a gran parte del público.

El segundo gran error, fue haber puesto como Barba Azul a un actor que, entonces, se hallaba notablemente desgastado y sin ningún sentido del humor como Richard Burton. Después, y aunque era indudablemente preciosa, Joey Heatherton tenía muy pocas dotes de actriz y la prueba es que su belleza no le bastó para forjar una sólida carrera. Tampoco Dmytryk era ningún especializado en la comedia y le faltó pulso para lograr encanto en algunas escenas que daban para mucho más. ¡¿Qué tal, por ejemplo, la manera como desaprovecha el momento en que, la insensible Caroline, observa a la niñera peinando a la madre del barón von Sepper?!

La música de Ennio Morricone, aunque tiene uno o quizás dos temas interesantes, tampoco consiguió aflorar su más alta inspiración y mejor está la ambientación donde cada set ha sido pensado para complementar lo que sucede.

Con todo, la historia no cala de manera suficiente; el director, en su agónico tiempo creativo, no consigue cogerle el pulso a lo que es una verdadera comedia de humor negro… y solo ese puñado de bellezas que circulan por la escena, hace visionable una historia que, en definitiva, no deja mayores huellas… ¡y ojo muchachas, porque aquí se hace una especie de decálogo sobre la clase de mujeres que, a los hombres más impulsivos e intolerantes, les despierta el instinto de matar!
Luis Guillermo Cardona
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7
5 de noviembre de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Recién graduado como ingeniero naval, Hans Castorp, ha decidido emprender un viaje en tren desde Hamburgo hasta los Alpes suizos, para visitar a su primo Joachim Ziemssen, el cual está tratándose una tuberculosis en el Sanatorio Internacional Berghof de Davos. Pero, lo que estaba presupuestado para una visita de tres semanas, va a convertirse en una larga estancia, pues, como advierte Ziemssen, es ese un lugar donde “se vive con un sentido del tiempo muy diferente al habitual”.

Desde el principio -cuando Castorp es instalado en la habitación 34 donde una mujer falleciera recientemente-, sexo, muerte y espiritualidad, van a tener un lugar de gran trascendencia entre los muchos sucesos que veremos transcurrir. Esto quiere decir que por aquí se percibirá el pensamiento de Freud, Schopenhauer, Nietzsche, Goethe… figuras literarias que influyeron sensiblemente en el pensamiento de Thomas Mann (1875-1955), escritor que ya se había hecho a una gran notoriedad con “Los Buddenbrook”, “Tristán” y “Muerte en Venecia”, entre otras obras, y que con “La montaña Mágica” (1924), alcanzaba la cumbre que lo haría merecedor del Premio Nobel de Literatura, en 1929.

Llevar a la pantalla, <<LA MONTAÑA MÁGICA>>, no fue para nada un trabajo simple, sobre todo porque es una novela donde su mayor peso se asienta en los intensos debates de índole moral, filosófica, religiosa y política, que se dan entre sus principales personajes y son, estas elucubraciones, las que dejarán ajustadamente explicados sus posteriores comportamientos. En la adaptación cinematográfica, el director se ve abocado a privilegiar la imagen por encima del discurso y esto limita en forma notable la comprensión de algunas personalidades. Por otra parte, en aras de dar un toque novedoso y dinámico que motive a ver la nueva propuesta, se hacen algunos cambios que, para quienes han tenido el privilegio de leer la novela, no suelen resultar de fácil aceptación.

Hans W. Geissendörfer, es un director y guionista bastante capacitado para emprender la tarea de adaptar a Mann, y además de haber contado con un alto presupuesto que le permitió un diseño de producción admirable, pudo hacerse con un equipo técnico del más alto profesionalismo y con un reparto internacional de primera línea. El resultado fue un filme de, 323 minutos, que se pasó por televisión en tres episodios de poco más de hora y media, con una mediana aceptación por parte de un público que, en su mayoría, no había leído la extensa obra de Thomas Mann y que, quizás, encontró la película demasiado delirante y compleja.

¿Y es esto cierto? En cierta forma sí, porque hay aquí personajes bastante extrovertidos y toda la trama funciona como una metáfora de la decadente burguesía europea de las primeras décadas del siglo XX. La manipulación, el fanatismo, la apariencia, las carencias afectivas y otros rasgos muy característicos de aquella clase social, se van deshilvanando en situaciones de los más variados tonos, dándonos la idea de que es una suerte de hospital medio desquiciado lo que, en definitiva, tenemos como continente y como sociedad.

Para, Hans Castorp (alter ego de Thomas Mann, quien viviera una experiencia semejante cuando visitó a su esposa Katia Pringsheim durante su estadía en un hospital, aunque él se negó a quedarse ante la petición de que lo hiciera), el sanatorio no solo le ofrece una sociedad en micro perfectamente delineada, sino que también pone a su alcance el amor por una bella extranjera… le da la ocasión de experimentar una sólida amistad con su primo Ziemssen… también una atracción prohibida por Pribislav Hippe (recuerdo de la real relación de Mann con Williram Timple) el joven a quien pide en préstamo un lápiz… y hasta le dará la oportunidad de exponer sus progresistas argumentos sobre la relación mente-cuerpo y enfermedad-toma de conciencia, en contraposición a la predominante y estrecha medicina alopática.

El filme adolece de algunos excesos, quizás le sobren unas cuantas situaciones, pero, en general puede sentirse como una atractiva experiencia que motiva, sin duda, necesarias reflexiones; deja bien plasmado un período histórico; y además tiene una impecable banda sonora y unas actuaciones de Marie France Pissier (Clawdia Chauchat), Hans Christian Blech (el director Behrens), Flavio Bucci (Dr. Ludovico Settembrini) y otros tantos, bien, pero bien dignos de recordar.
Luis Guillermo Cardona
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8
29 de julio de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una infancia en la que se ha padecido rechazo, maltrato físico y/o psicológico, ausencia de expresiones afectivas o todo esto junto, conlleva a un estado traumático que puede convertirse en una neurosis obsesiva o en una histeria, si uno de los más fuertes componentes ha sido la represión sexual.

La fotografía que vemos en varias ocasiones en la película de Roman Polanski, “REPULSIÓN”, va adquiriendo diferentes connotaciones a medida que la vemos más cerca y podemos detallarla. En ella, hay dos niñas acompañadas por los mayores de la familia, y mientras una de ellas es acogida afectuosamente en el regazo de una de aquellas personas, la otra permanece detrás de todo ellos ignorada, con su mirada perdida, y quizás llena de rencor. Lo que pasa por su mente, lo iremos comprendiendo a medida que se desenvuelve la historia, y tiene que ver con una aversión al sexo y a los hombres, que la potencia para cometer contra ellos cualquier suerte de agresiones.

Con un magnífico guión, escrito junto a Gérard Brach, Polanski sigue las reglas aprendidas en el psicoanálisis y en una ambientación de absoluta eficacia en la que, además, aplica convincentes efectos especiales, va desgranando detalles tan significativos como: símbolos fálicos (el cepillo entre el vaso, el conejo asado, las cuerdas…), pesadillas (el hombre que la viola en cada nuevo sueño), alucinaciones (las grietas en las paredes, las puertas que se abren…) y todo esto se va dando pausadamente, hasta que comienzan a tener lugar las principales situaciones que servirán como detonante de sus emociones traumáticas.

Los exteriores han sido acompañados de música de fondo o con la presencia de un singular grupo de músicos callejeros, y en cada toma, podemos captar el estado de ensimismamiento y la manera como Carol Ledoux, la protagonista, luce totalmente abstraída de la realidad. En contraste, los interiores se recrean en un gran silencio tan solo alterado por los ruidos incidentales: un tic-tac, el sonido de un teléfono, una llave que gotea, un objeto que cae… y de esta manera, se incrementa el clima de fuerte tensión que padece la linda joven belga, desde el momento en que, su hermana Helen –en plan de viajar con su amante-, la deja completamente sola.

Catherine Deneuve se revela aquí como una actriz con futuro, logrando contrastar perfectamente a la chica ingenua e insegura, con ese volcán que, en cada plano, da cuenta de estar a punto de hacer erupción a causa de su tabú de contacto. Su aislamiento, su temor obsesivo a sentir a un hombre cerca, la predispone a convertirse en un ser altamente peligroso… pero, lo más valioso de todo esto es que, al permitirnos comprenderla, se apaga en nuestro interior cualquier impulso de repugnancia o desprecio, incluso cuando comete el más “repudiable” de sus actos que, sin embargo, es perfectamente explicable.

Roman Polanski tiene, con “REPULSIÓN”, su primer gran momento cinematográfico y su espléndida realización ha dejado huella en el cine psicológico, funciona magníficamente como thriller y cabe con precisión entre las historias de terror.

La sexualidad se asemeja al vapor que se acumula en una olla a presión: si no encuentra orificio de salida, llegará el momento en que haga erupción de cualquier forma y sin medir las consecuencias.
Luis Guillermo Cardona
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7
8 de abril de 2015
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando, Japón, decide entrar en la II Guerra Mundial para apoyar a las fuerzas nazi-fascistas de Alemania e Italia, el primer golpe lo da, el 7 de diciembre de 1941, con un poderoso ataque a la base estadounidense de Pearl Harbor, que dio como resultado la destrucción de numerosos acorazados, cruceros, destructores, un buque escuela y hasta un minador. En el contraataque, murieron 2.403 estadounidenses y 188 aviones fueron destruidos. Los japoneses se sintieron tan fuertes y sus fuerzas siguieron siendo tan efectivas que, para mediados de 1942, ya habían ocupado Malasia, Tailandia, Hong Kong, Singapur, Java, Sumatra, Filipinas y otros territorios orientales.

Tan pronto los norteamericanos recibieron el duro golpe, los generales acudieron al presidente, Franklin D. Roosevelt, para solicitarle una severa respuesta contra los japoneses, y en una reunión con el secretario de guerra, el mandatario diría: “La verdad es que me complacería que nuestros aviones arrojaran algunas bombas sobre Japón”. Se acordó, entonces, usar bombarderos B-25 Mitchell por su aspecto liviano y su capacidad para transportar varias toneladas de explosivos. Se usaría el portaaviones USS Hornet para el despegue de los 16 aviones asignados, y Roosevelt se encargó de llegar a un acuerdo con el generalísimo Chian Kai-Shek, para que sus aviones pudiesen aterrizar en China, luego de asestar el golpe.

El plan recibió la firma de Roosevelt el 17 de enero de 1942 y el teniente, James Doolittle, fue puesto al mando de la operación. Tras un riguroso entrenamiento, el 18 de abril de 1942, la flota estadounidense parte hacia Japón para realizar la cruenta, pero muy efectiva incursión, que la historia conoce ahora como “The Raid Doolittle”, en el que se minaron severamente las estructuras militares, económicas y morales de los japoneses. No por nada, el almirante Isoroku Yamamoto, se vería abocado a decir estas palabras: “No hemos hecho más que despertar a un gigante adormecido y llenarlo de resolución”.

“TREINTA SEGUNDOS SOBRE TOKIO”, se convertiría en el filme más apreciado de los que se hicieran sobre este episodio, porque, el director Mervyn LeRoy, logró con él una verosimilitud tal, que lo deja más cerca del documento histórico que del cine de ficción. Para empezar, se basó en el autobiográfico libro del teniente, Ted W. Lawson, quien hiciera parte de la operación capitaneando el recordado avión “Ruptured Duck”. Esta y otra obra de Robert Considine, fueron puestas en las eficaces manos del celebrado guionista, Dalton Trumbo, el cual, muy sabiamente, privilegiaría los aspectos humanos y de estrecho lazo que se diera entre los soldados y personal de EEUU y China, al tiempo que redujo al mínimo los aspectos del ataque, pues, muy en el fondo, no era nada para enorgullecerse, puesto que dejó en la ruina a varias ciudades y se sacrificó la vida de cientos o quizás miles de civiles (hombres, mujeres y niños), que nada tenían que ver con la sucia guerra.

Se utilizaron algunos fragmentos fílmicos del ataque real; se construyeron complejas maquetas y naves en miniatura para recrear la secuencia del ataque; Dawson y otros protagonistas del hecho histórico, estuvieron presentes y pendientes del rodaje, asegurando rigurosidad; y Mervyn LeRoy, se hizo con un grupo de técnicos y actores que aseguraron una realización de primera línea.

Imprescindible que vean la película con subtítulos, para que comprueben que, Phillys Thaxter (Ellen Dawson) quien aquí hacía un afortunado debut, además de preciosa tenía también una voz maravillosa, y que, el resto de los actores, fueron bastante profesionales en su dicción.
Luis Guillermo Cardona
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