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España España · Madrid
Críticas de elChupao
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Críticas 36
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
19 de octubre de 2015
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para ser justos, hay que reconocer que con la poca información que tenía sobre Mi gran noche, no esperaba encontrarme precisamente con el mejor trabajo de su director. No es que la haya precisamente con prejuicios pero esperaba, como de costumbre, encontrarme algo en su línea habitual gamberra, pese a que sus dos últimos trabajos en esa onda (Balada triste de trompeta y Las brujas de Zugarramurdi) no terminaran de funcionar, en buena parte, por esos terceros actos apoteósicos que tanto le gustan al bilbaíno done suelta toda la carnaza sin medida alguna. Aquí no es que la incontinencia le supere en el tramo final del guión. En esta ocasión, directamente, ha construido un megachiste de 100 minutos al que pocos serán los que le vean la gracia por algún lado. Un sketch permanente que pese a contener algún momento potente (un Jaime Ordóñez ya imprescindible para Älex), se acaban perdiendo entre tanta mediocridad.

Todo se resume a la grabación de un especial televisivo de nochevieja, ocasión que Alex y su habitual co-guionista Jorge Guerricaecheverría no desaprovechan para verter toda su ironía y mirada crítica hacia el postureo televisivo (tema central ya visto en La chispa de la vida), la lucha de egos, las aspiraciones artísticas de ciertos presentadores o la disposición de conseguir fama y dinero fácil por parte de algunas personas sin importar el cómo.

Todo ello regado con el peculiar sentido del humor de Alex, impregnando todo de principio a fin llegando y sobrepasando todos los límites del humor absurdo y, en ciertos momentos, incluso los del humor infantiloide y facilón (a Fuengirola me refiero, por decir uno). Hace tiempo escuché a alguien referirse al humor de los 'chanantes' como una especie de broma privada en la que no conseguía entrar y por tanto disfrutar. Algo parecido ha pasado aquí. Todo el guión parece una broma entre amigos que seguro que a ellos les ha hecho mucha gracia, pero fuera de su círculo pocos van a compartir el entusiasmo. Toda la trama de Pepón Nieto (toda) es absurda y fuera de tono. En su caso es más llamativo porque en Las brujas le tocó jugar la misma parte. La parte de Enrique Villén, demasiado artificiosa. Pero sin duda, donde han echado el resto ha sido con el personaje de Raphael. O Alphonso, como el nombre de su personaje, no vaya a ser que alguien no capte la sutileza de la parodia a pesar de vestirle como una mezcla de Marlon Brando en Superman y el Willy Wonka de Johnny Depp.

El resultado viene a ser una vuelta a los orígenes de su carrera, con sus virtudes y sus defectos. Algo que no tiene necesariamente que ser negativo pero que, al igual que le pasó a Almodóvar con Los amantes pasajeros, el resultado difícilmente puede ser más esperpéntico. Si en Acción mutante recurría a Karina y sus Aires de fiesta como detonante central, en esta ocasión es Escándalo y por extensión Raphael los que marquen el paso. Solo que en esta ocasión podría haberse llamado Acción 'mu tonta'.
elChupao
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8
17 de agosto de 2014
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le ha costado a Dreamworks pero al fin lo ha conseguido. Siempre a la estela de la implacable compañía del flexo y a pesar de haber tenido su momento de gloria con el primer Shrek, su departamento de animación no parecía terminar de encontrar el botón de hacer una película de gran nivel y mucho menos una secuela a la altura. Si bien el primer Shrek significó un arrebato de imaginación y frescura, sus continuaciones fueron desangrando el espíritu de la original hasta llegar a producir cierto hastío tras tanta revisión de la franquicia. Hasta que en 2010 le entregó las llaves de la casa a un Dean DeBlois que traía en su haber una participación como guionista en Mulan y la dirección y escritura de Lilo & Stitch, ambas buscando recordar visualmente a los años en que Disney era la reina indiscutible en lo que venía en llamarse "dibujos animados".

Hace cuatro años demostró que podía modernizar su estilo contando la historia de una comunidad vikinga donde un niño se hacía amigo de un dragón, demostrando un buen manejo narrativo y visual en un soplo de aire fresco para un género que empezaba a mostrarse repetitivo y poco original. No es extraño que la buena acogida que tuvo se tradujera en una secuela para la que se han tomado cuatro años, y eso se nota. Mientras otras franquicias parecen darse prisa en exprimir la taquilla dejando de lado cualquier atisbo de creatividad, DeBlois ha aprovechado el tiempo para hacer una continuación si no a la altura de su predecesora, posiblemente incluso mejor, por aprovechar los avances en el campo de la animación por ordenador en el tiempo que separa ambas entregas, por demostrar cómo se puede hacer una secuela de altura sin descuidar las formas, y por hacer una demostración de energía y dinámica a la altura de las mejores películas de acción. La calidad y lo palomitero no tienen por qué estar reñido.

Está claro que entre los objetivos de la producción no existe obsesión por el marketing. Exceptuando a los protagonistas Hipo y Desdentado, el resto de personajes no pasan precisamente por los cánones de belleza infantil y menos si vienen en forma de peluche. En su lugar, la apuesta es mucho más creativa. El estilo de vida vikingo y valores como la familia, la amistad y la lealtad, sirviendo como vehículos de la historia pero sin usarse como moralinas baratas, unido a la emocionante partitura de John Powell (nominado al oscar por la primera entrega), completan un cuadro que es una gozada para el espectador y una de las mejores ofertas de lo que llevamos de temporada estival.
elChupao
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6
17 de agosto de 2014
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se puede decir que Stallone sea precisamente un gran guionista (aunque tenga en común con Orson Welles y Woody Allen el honor de haber sido nominado al Oscar en un mismo año como actor y guionista), pero dentro de su género, porque nadie puede poner en duda que dentro del cine de acción existe un sub-género que debería llamarse "cine de Stallone", el tío se siente como pez en el agua y cuando agarra la máquina de escribir le saldrá mejor o peor lo que escriba, pero siempre consigue entregar lo que sus incondicionales esperan de él. Con esta tercera entrega de Los mercenarios repite la formula que tan bien le funcionó en las dos cintas anteriores: acción desmadrada cosecha de los 80, un recuerdo/homenaje a los nombres propios que dejaron su impronta por el camino, y ese humor socarrón tan propio de Sly. Y con esos mimbres y un mínimo hilo argumental no hay más que añadir. A estas alturas ya sabemos todos lo que nos vamos a encontrar, y aunque viene a ser más de lo mismo, la cosa sigue funcionando a su manera.

Principalmente, porque no cae en el error de tomarse en serio a sí misma y además se permite reirse de las trastiendas del rodaje, como el tiempo que ha tardado Stallone en "rescatar" a Wesley Snipes (ausente en las primeras entregas por sus problemas con la justicia estadounidense para salir del país para rodar) o la salida del equipo de Bruce Willis tras diferencias económicas. De hecho, el principal escollo de esta cinta que no tiene mayores pretensiones que ser un mero entretenimiento palomitero, se encuentra en lo que supo explotar mejor en la segunda parte y que en esta, a causa de que el reparto coral no para de crecer, no deja tiempo para todo. Y ese escollo no es otro que ese minuto de gloria para que cada miembro luzca palmito. Si anteriormente todos los implicados tuvieron una escena a modo de solo de guitarra, esta vez el honor recae apenas en las flamantes incorporaciones al reparto. Wesley Snipes y Mel Gibson, tras tantos años apartados del género, vuelven a demostrar que quién tuvo retuvo. Harrison Ford, que al igual que Arnie ocupa un lugar menor, dando la sensación de que ambos están ya para pocos alardes, tiene una escena que llega a recordar a cierto momento salvador del mismísimo Han Solo. Y Antonio Banderas... casi es mejor verlo cada uno con sus propios ojos.

Y todavía le da tiempo a Stallone a ponerse un pelín nostálgico y reivindicar a la vieja escuela (más si cabe), reclutando un nuevo equipo con aires modernos, incluyendo a una fémina para rebajar un ápice la sobredosis de testosterona. Eso sí, dejando claro que a la hora de la verdad nada mejor que recurrir a la vieja guardia y así recordar aquello que cantaba Miguel Ríos: Los viejos rockeros nunca mueren.
elChupao
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8
19 de diciembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El principal problema de Peter Jackson es su falta de medida. El neozelandés es implacable en ese aspecto. Si ya la trilogía de El señor de los anillos no escatimaba en metraje, rematando con ediciones extendidas, con El hobbit está batiendo un nuevo record al hacer versiones extendidas directamente del texto a adaptar. Ya con la primera entrega, Un viaje inesperado, probaba la resistencia máxima de estiramiento consiguiendo con apenas 90 páginas de un libro cubrir un metraje de casi tres horas de duración, con los pocos añadidos de un conciso prólogo, inexistente en el libro, para ponernos en situación, algún cameo esporádico como recuerdo u homenaje a la antigua trilogía (los Frodo, Elrond, Galadriel o Saruman), y la introducción del mago Radagast, recién llegado desde la tierra del Silmarilion, como vehículo de entrada para la historia del siniestro nigromante.

Con La desolación de Smaug repite más o menos la jugada, para bien y para mal. Si hay algo con lo que se le ve que disfruta es haciendo sus propios cameos y marcándose unos pequeños prólogos vía flashback para ponernos en situación. En esta ocasión ha aprovechado para matar dos pájaros de un tiro y así pasar rápidamente a la acción pura y dura. Cierto es que es además la parte del libro con más acción física y coincide con el arranque de la película, por lo que la primera hora y media funciona con gran ritmo y un alto sentido del espectáculo visual, apartado que ya desde la primera visita a la comarca dejó claro Jackson que controlaba con solvencia y, quizás tras la masterclass recibida de Spielberg cuando colaboraron codo con codo en la adaptación de Las aventuras de Tintín, se entienda la tremenda escena del descenso del río, brillante en ejecución y excelente en planificación, con la aparición estelar de dos personajes de distinta naturaleza, ambos inéditos en la novela: el honroso regreso de Legolas, más allá del cameo con mucho peso en la película, y Tauriel, personaje interpretado con su mezcla de fuerza y dulzura habitual por Evangeline Lily, totalmente inventado (personaje y la subtrama que genera a continuación) en un intento de Peter Jackson por ser más Tolkienista que Tolkien, y cosa curiosa, tan bien resuelto que pocos ultrafans de la obra literaria del sudafricano se rasgaran las vestiduras ante semejante osadía.

¿Lo peor? Muy entrecomillado, lo denso que se pone Jackson en algunas partes donde da rienda suelta a la oratoria de sus personajes y ese intento desesperado por introducir la trama de Sauron en un sitio donde no se le esperaba de ninguna de las maneras. Y por supuesto, la desmesura narrativa ya explicada en el primer párrafo. Se contarán por miles los fans de la tierra media que se quedarían con ganas de más aunque cada película durara 600 minutos, pero a mí personalmente (me ha pasado con las cinco visitas ya a la comarca), llega un momento en que llega a provocar cierto hastío y más si te están metiendo paja de más.

¿Lo mejor? Todo lo demás. Toda la parte de acción brilla a gran nivel siendo de lo mejorcito del año. Ver como Jackson tiene aún margen de mejora y trata de innovar con las posibilidades que le da la tecnología digital. Toda la arquitectura visual de la producción y el imaginario espectacular de localizaciones como la ciudad del lago o el interior de la montaña. Y por supuesto, la gran estrella de la función que le da a la cinta una dimensión especial. Un genial Martin Freeman, dotado de una expresividad gestual y una capacidad cómica heredera del mejor Buster Keaton que consigue hacer olvidar a todos los medianos ya conocidos hasta la fecha.

¿La gran pregunta? Cómo narices va a llenar el bueno de Peter tres horas más de película con lo poco que le queda por contar de la obra original. Eso y ver que excusa se busca para meter a Aragorn por algún lado (habida cuenta de que la historia sucede 60 años antes que El señor de los anillos), para que no sea el único personaje importante sin recuperar de nuevo. Porque sí, con Gimli también estaba complicado pero ha sabido como introducirlo sutilmente.
elChupao
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5
16 de abril de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que por salirse de los cánones del circuito más comercial, solo consiguen llegar avaladas previo paso exitoso por algún de los cientos de festivales que hay por todo el mundo. Aún así, depende mucho donde las hayan reconocido de cara al espectador. A modo de referencia, no es lo mismo haber triunfado en Valladolid, Málaga, San Sebastián o Sitges, por citar tan solo alguno de los festivales patrios. Ni siquiera los grandes premios internacionales con sus jurados variables pueden llegar a tomarse como algo fidedigno de calidad continuada o un estilo propio de reconocimiento de estilo. Balada triste de trompeta jamás hubiera imaginado que ganaría en Venecia de no haber estado Quentin Tarantino de presidente del jurado aquel año. Con esto quiero decir que porque una cinta llegue premiada por un festival tan particular como el de Locarno no tiene porqué significar automáticamente que nos encontramos ante una película de calidad incuestionable.

De hecho, la ópera prima de la fotógrafa Valérie Massadian (quien no parece haber entendido muy bien la transición que separa la fotografía del cine), se mueve por un camino entre lo experimental, la actitud contemplativa y el cinéma verité que, unido a la inexperiencia en el medio, dejan un acabado más propio de un proyecto de fin de carrera en cualquier escuela de cine que de producto con una calidad mínima para llegar a ser proyectada en cines más allá de los mencionados festivales. A la hora de construir este incompleto y casi insustancial drama rural, resulta insuficiente plantar (literalmente) la cámara en algún sitio nivelado para que no cojee el trípode y lanzar fotos en movimiento sin importar que la dirección suceda a dos o veinte metros del objetivo. Si alguien tenía un reto con esta película es sin duda el técnico de sonido. Si a alguien se lo pusieron fácil fue al encargado de la iluminación. Prácticamente rodada con luz natural, los cambios de luz provocados por las nubes tapando momentáneamente el sol quedan algo extraño.

Si las escenas no lucieran tan improvisadas buscando naturalidad, al menos se podría destacar el trabajo de la pequeña protagonista, pero por mucho que las diferencias sean odiosas, después de haber visto hace pocos meses a la pequeña Hushpuppy de Bestias del sur salvaje, entre ella y Nana queda una diferencia abismal. No llega a resultar entrañable, no llega a inspirar lástima, no llega a provocar preocupación, no llega. Un drama que dura día y medio da para muy poco. De hecho, a la directora le ha dado para poco más de una hora. Largo para ser un corto, corto para ser un largo. Por mucho que trate de plasmar la vida y la muerte como un juego de niños, el cine debe ser algo más serio.
elChupao
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