Peñíscola, año 1956. La dictadura atenta a cualquier conato de crítica, que ataja sin paliativos. Ya no son los arcaicos 40, pero el que se mueve es cazado. Berlanga nos muestra las miserias y realidades de aquella sociedad: el poder de la guardia civil y la iglesia; la pobreza burlada con el contrabando de tabaco y alcohol; las h*st**s que recibía una chiquilla por estar enamorada de parte de su “paere”; los saraos de pólvora y romanos que se montaban; las fachadas desconchadas; etcétera…

Se ha criticado a Berlanga por haber producido bajo el yugo del franquismo, pero… ¿qué podría hacer? Aquí se resalta la vida rural, como un paraíso para el gringo que viene de las urbes científicas. Eso es algo que sigue ocurriendo: todos quieren salir del pueblo, y los urbanitas van al pueblo un domingo con las ubres abiertas… Nada nuevo bajo el sol.

Con todo, es inevitable para quien nació, al menos, en el principio de los 80 del siglo pasado, que no identifique recovecos de esta película con nuestra infancia. Habían pasado 30 años, pero muchas costumbres y tics eran iguales: el dominó, el ajedrez, las campanas, las procesiones… Yo he vivido esa España, que seguramente no era mejor, pero está metida donde guardo mi infancia, y me produce satisfacción recordarla a través del metraje.

La sala de cine, también la hemos visto, quizá algunos ya cerrada (llegamos tarde). La película está llena de pequeños tics que nos hacen disfrutar, donde destaco el del agujero de la pluma. Pepe Isbert sale poco, pero grandioso su partida de ajedrez a través del teléfono.

Tremendo descubrimiento, que te engancha desde el primer momento, con ese respirar asmático del tipo sin rostro. La trama se va encuadrando y desarrollando con las expectativas de “qué pasará”.

Shakespeare hizo lo que pudo. Recientemente, en nuestra visita a Roma, nos dijeron que los romanos no supieron del asesinato de César. ¿Me dijeron lo cierto? Lo que sí sé es que esos sillares que aparecen en la película, y son de cartón piedra, no son como los romanos. Esto te saca profundamente de la historia. Tampoco había libros, sino rollos… Esto, haciendo un barrido superficial por la película.

Es una obra de teatro en el cine, con unos decorados que no debieron ser baratos, claustrofóbicos porque ahorran en decorados más voluminosos, pero no en extras, pues son cientos. La historia tiene un par de actos, una primera hora más teatral, y una segunda hora con exteriores. Las voces del doblaje son las clásicas de aquellos años. La película es aburrida. Marlon Brando está de diez, un dios romano,

Hawks quedó prendado de Casablanca y quiso hacer una especie de remake basado en unas pequeñas notas de Hemingway, pero no, no surtió el efecto mágico de aquel milagro de la naturaleza que fue el idilio Bergman-Bogart, la doble B. Sin embargo, dio pie a un hito: el romance de otra doble B: Bacall-Bogart.

La historia resalta el valor de la amistad entre Eddie y Harry, por encima de cualquier coherencia. Bogart hace su papel de negociante sin estar adscrito a ninguna idea política. Como en Casablanca, lo que hace lo hace por dinero o por amor.

La película parece otra más del montón, hasta que aparece esa casa a lo Gaudí. Buñuel era un tipo hiper culto, que no daba puntada sin hilo. El inicio, así como el final, es eclesiástico. ¿Qué tenía Don Luis en su cabeza, qué rescataba de su infancia turolense? La nostalgia y su profundo estudio del arte y la cultura dan obsequios como este, rarezas.

Aquí trata los celos desde una perspectiva muy real. Tenía, sin duda, conocimiento del asunto. Flechazos que se inician con fuego amigo y acaban en espadas sangrientas. Siempre pasa, ahora y entonces, en Grecia y Roma, hasta me presumo a aventurar que en Altamira y los dólmenes… Lo complicado es retratarlo tan bien…

Ls película, conforme avanza, te va atrapando hasta que te la bebes entera.