¿Cómo puede funcionar una historia de patos que abandonan su pequeño estanque y vuelan miles de kilómetros hasta Jamaica? Podría haber sido un tostón lleno de tópicos y chistes forzados y, sin embargo, es una historia radiante, bien contada y muy divertida. Nunca el 'apto para todos los públicos' tuvo tanto sentido.

Los personajes están perfectamente dibujados, literal y figuradamente: papá pato protector y conservador, mamá pato soñadora y arriesgada, el pato adolescente despeluchado y su hermana pequeña, una tierna bolita llena de sinceridad; el tío alocado pero enternecedor; el amigo exótico cuyo mayor sueño es escapar de su jaula; la paloma chunga jefa de la banda de palomas del parque; las garzas dementes; el chef diabólico al más puro estilo Dabiz Muñoz...

Si alguna vez han soñado con volar del nido, no se la pierdan.

Una joven ardiente, Candela, y un chico que sigue la corriente, Nilo, se encuentran por accidente y descubren algo elemental: aunque sean de mundos diferentes, tienen algo en común.

¿Lo mejor? Irreprochable en lo visual, divertida lección sobre la empatía, el respeto y el amor verdadero.

¿Lo peor? Es una película para niños pero una historia no tan infantil. A los más pequeños les faltará un villano. Los creadores se enfocan en adelantar eventos adolescentes, como la decisión de elegir tu propio camino o aceptar la vida que tus padres han construido para ti.

The end. Cuando aparezca este cartel en la pantalla, pónganse en pie y escuchen el himno de Indiana Jones: no se marchen de la sala y regálense unos minutos de reflexión.

Es la partitura que marca el final de las aventuras de un héroe de carne y hueso, sin capa pero con sombrero, que se tropieza, se cansa, sufre y gana aunque no luzca músculos pero si cerebro, convicción y un gran sentido del humor.

'Indy' ha marcado a generaciones de cinéfilos y a un actor, Harrison Ford, que parece ser consciente de haber puesto punto final a su carrera con un inesperado broche de oro.

Hasta siempre, dr. Jones.

Un matrimonio en horas bajas se dirige a su isla privada para pasar unos días alejados del mundanal ruido. De camino al ferry, socorren a un joven que se encuentra malherido en la cuneta de una carretera, bajo la lluvia. Las circunstancias terminan con el desconocido convertido en un intruso durante la escapada matrimonial, y ya sabemos que tres son multitud.

Casi todos los espectadores coinciden: esta película ha de verse al menos dos veces para sacarle todo el jugo posible.

La cinta es un sándwich cinematográfico: un lento suspense entre un buen principio y un sorprendente final. Pese a la lentitud de la intriga y la simpleza que supone un triángulo amoroso, al final obtenemos la recompensa prometida y la bomba explota a lo grande.

La gran virtud de Dark Harbor, además de las muchas preguntas que plantea su desenlace, es un señor llamado Alan Rickman, cuya generosa interpretación se antoja demasiado sublime para un conjunto nada más que correcto.

Madre mía. No sé qué decir de esta película. Desconcertante al máximo, entretenida por momentos, caótica de principio a fin.

Lo peor: es un batiburrillo de géneros cinematográficos que dejan al espectador confundido como el meme de John Travolta buscando a Uma Thurman en Pulp Fiction.

Lo mejor: Kevin Kline y el personaje de Ed el pintor, al que Alan Rickman otorga un halo de extravagancia que, paradójicamente, es lo más sensato de toda la película.