Con apenas unos apuntes sobre el contexto político, sin adentrarse más allá de lo necesario en el asunto de las ideologías, se desarrolla esta maravillosa película en torno a las peripecias de tres hombres sometidos a las peores torturas imaginables. El film nunca llega a abrumarnos con la descripción de sus penurias, siempre deja una rendija abierta para respirar, introduciendo pasajes surrealistas, haciendo uso del humor en medio del infierno, iluminando con esperanza la oscuridad de las celdas de esos tres héroes, tres gigantes sumidos en la soledad y amenazados por la locura. Se trata de la eterna lucha entre el humanismo y el odio, aquella que confronta la firmeza de las ideas frente a la imposición de la fuerza. En el cine se escuchó más de un sollozo cuando suena la versión de "Sound of Silence", cantada por Silvia Pérez Cruz. Un hermoso relato que nos habla de una historia real que no debería ser olvidada y nadie debería perderse.

Se trata de una pequeña decepción. A pesar del talento de Barry Jenkins, del aliento poético que emana de las imágenes del film, de la aproximación intimista a los personajes, de la suavidad de los movimientos de cámara, a partir de determinado momento la película empieza a resultar reiterativa, se pierde en subtramas que no aportan nada nuevo a una historia quizá demasiado simple. Diría que le sobra media hora. Escenas potentes como la del encuentro con el viejo amigo se mezclan con otras insustanciales (la del enfrentamiento con el policía blanco racista con cara de psicópata, la de la búsqueda del piso). Eso, y algunas reacciones exageradas de ciertos secundarios, así como el abuso de la voz en off explicativa, alejan a la cinta de ser una obra maestra.

Se basa en una novela de James Baldwin, escritor del que recomiendo el documental "I Am Not Your Negro", que versa sobre su vida.

Interesante documental en torno a la figura de Jesús Gil, que rastrea el auge y caída de este empresario metido al negocio de la política y el fútbol. Compuesto por cuatro capítulos, se vale de entrevistas a gente relacionada con su historia y a imágenes de archivo. Sirve principalmente para refrescar la memoria en torno a sus peripecias, se explaya analizando su desprecio por las leyes, y contiene varios detalles jugosos, como la curiosa manera en que él y Enrique Cerezo salvaron al Atlético de Madrid de la quiebra en el noventa y dos.

Lo que hay que reprochar a esta miniserie es que, a pesar de su apariencia impecable, deslice en conjunto cierta frialdad, limitándose en ocasiones a exponer opiniones a favor y en contra del personaje. También cae en el error de sólo insinuar y no denunciar directamente un hecho evidente, esto es, que Jesús Gil fue siempre en el fondo hijo del sistema, tal vez más pintoresco y célebre que la mayoría, pero desde luego no el único ni el más poderoso.

Es admirable que a su avanzada edad Eastwood siga al pie del cañón, entregando una media de película por año, y en este caso también actuando de protagonista. Pero la dirección elegante no basta para justificar que una historia mínima se alargue hasta las casi dos horas, ni para ocultar un argumento endeble: "Soy un anciano sin blanca que apenas se mantiene en pie. Antepuse el trabajo a mi familia, y ahora mi hija ni siquiera me habla. He sido un desastre como padre y como marido. Voy a dedicarme a transportar kilos de coca de un estado a otro, que el tema se paga bien, ahí hay dinero, y así ya de paso consigo redimirme y reconciliarme con los míos".

El viejo no se achanta ante nadie, y escupe brillantes réplicas a los malos -todos latinos, cómo no-. En varias escenas aparece disfrutando de los servicios de señoritas de compañía, demostrando que tampoco le teme a un infarto. Es un abuelo incorregible. Su dilatada experiencia le ha aportado una sabiduría serena y práctica, un conocimiento que le permite salirse con la suya en momentos de peligro. Me alegro mucho, pero uno preferiría ver más de un secundario desaprovechado como Andy García, que apenas tiene minutos en pantalla, y menos de ese anciano charlatán.

Roswell G. Flemington es un individuo peculiar, dueño de una compañía de maquetas de barcos, obsesionado con el mundo marinero, y al que le entusiasman los ruidos. Sin embargo, a partir de cierto día comenzará a sentirse molesto por el sonido más leve.

Esta comedia (o lo que sea) pertenece a la categoría de capítulos que nos hablan de personajes ridículos y desagradables a los que “The Twilight Zone” pone en su sitio. Justicia poética, lo llaman. Los diálogos están preñados de términos náuticos, y el actor principal, John McGiver, gesticula una barbaridad. Y esa es la parte buena. Nada de lo que sucede despierta ningún interés… y gracia, lo que se dice gracia, no tiene. Pero oye, es cuestión de gustos. Una premisa como la de esta entrega no se ve habitualmente. El protagonista, por muy mal que lo pinten, despierta lástima.

Hay episodios peores, pero no demasiados.