Esta película es de las pocas que no pude ver y que estaba entre las nominadas a los últimos Goya. Ahora la veo en Movistar +, con muchas ganas, tanto he oído hablar de ella. Rodada entre el documental y el drama, su mayor baza es retratar un paisaje de la Galicia más profunda, con sus gentes y costumbres, ya en retirada, de forma realista y conmovedora.

Los paisajes, las labores del campo y de la ganadería, todo relacionado con la vuelta de un pirómano a su hogar tras su paso por la cárcel. La inadaptación, las relaciones madre-hijo, la contemplación sin más de la vida rural. Todo está realizado con mucha elegancia y, sobre todo, con mucha autenticidad. A ello contribuyen los actores, aficionados todos. En la parte negativa, claro, ese exceso de amateurismo que hace que el producto que recibe el espectador parezca menos elaborado que un film al uso.

Personalmente, esperaba algo más de la película, volcada sobre todo en la fotografía, los paisajes, el medio, y mucho menos en la historia. Esa historia es la que yo creo que debería desarrollarse más, ahondar un poco en las razones del protagonista y su pulsión pirómana.

Desde luego, merece la pena verse, Oliver Laxe es un realizador excelente y la historia que narra es original e interesa desde el primer momento.

Lumet dirige de forma magistral a un elenco de actores irrepetible. Con un aire teatral que no desluce para nada la película, los rostros de Lee J. Cobb, Jacke Warden, Martin Balsam, Fonda y demás hombres sin piedad son filmados y fotografiados con solemnidad, ferocidad, vulnerabilidad, pasión, rabia y demás estados anímicos que se nos puedan ocurrir.

Con una acción entre cuatro paredes, los diálogos centellean en la pantalla con tal violencia y vehemencia que el espectador parece subido a una montaña rusa de sensaciones encontradas. Lo de menos es quién tenga razón, lo importante es sembrar la duda y alcanzar el momento en que tu razonamiento cale en el otro y cree la duda razonable capaz de salvar la vida a un hombre o bien llevarle al cadalso.

Película de 1957 con un jurado totalmente masculino, todos hombres blancos, capaces de tomarse la decisión que deben de tomar como un trámite, como una experiencia, como un divertimento o como una responsabilidad total y absoluta.

Sin duda, una película muy cerca de la perfección, si es que ésta existe.

Una película que reviso tras muchos años desde su estreno, cuando la puede ver y ya me pareció una muy buena muestra del cine del genio neoyorkino. Sin duda, la película que quizás más retrata su relación con el matrimonio, con la paternidad, con las mujeres, en concreto con las mujeres más jóvenes.

Con un comienzo alocado, cámara en mano, Allen nos vuelve a mostrar un NY en el que sus habitantes son cultos, brillantes y neuróticos, ninguno sabe qué hacer con su vida. El psicoanálisis, las relaciones matrimoniales, la obsesión por la sinceridad. Todo está en esta película, en la que un entrevistador anónimo nos lleva a la vida de dos parejas amigas en un momento clave de sus relaciones matrimoniales.

Ácida, hilarante, mordaz, terriblemente sincera, no alcanzo a entender cómo Mia Farrow, en una muy buena interpretación, no se dio cuenta de que su por entonces marido era quien mejor la dirigiría nunca y que, muy posiblemente, estaba ya harto de ella.

Mención especial para Judy Davis, magnífica, y una jovencísima Juliette Lewis, guapísima y prometedora.

Qué felices éramos en 1992, maestro, y aún no lo sabíamos.

Revisito estos tristes días de confinamiento por el maldito corona virus algunos títulos imprescindibles. Y he aquí que me topo con esta película que, sin ser la mejor de los Python es una de las que más carcajadas me roba.

Estamos ante un disparate tan perfectamente calibrado en su guión que podría pasar para un espectador poco avezado por una sucesión de gags sin conexión. Y no es así. Todo está tan pensado, tan bien improvisado, que la película va fluyendo con ritmo, sin perder de vista la conexión entre los diferentes caminos que la trama toma, con personajes que homenajean a algunos que se muestran en la historia de Arturo y su Camelot y que se mofa de otros, siempre con la medida que solo el talento de estos genios de la comedia pueden proporcionar.

Hay momentos tan hilarantes como desconcertantes, cada espectador tendrá sus escenas preferidas, pero estamos sin duda ante una película difícilmente repetible porque el genio, amigos, no se duplica.

Eso es lo que parece esta película, un ensayo, un proyecto de película. Pese a que Abbott y Wasikowska ponen bastante de su parte, esta película apenas se entiende, no sorprende pero despista: en ningún momento sabemos por dónde va la historia. Entre el cine de arte y ensayo o independiente y el exceso de pretensiones de una ópera prima, no hay prácticamente nada salvable en este film.

Parece que el director pretende hacer una especie de "Henry, retrato de un asesino" pero le falta dar hondura a los personajes, en especial al asesino, tampoco ayuda un guión que no tiene sorpresas y que cuando pretende sorprender lo hace de forma burda. No hay diálogos que se puedan calificar como tales y solo la labor de los actores, incluidos algunos secundarios, sostiene un poco, no mucho, el film. Lo peor es que aburre, y eso ya son palabras mayores.