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España España · Madrid
Críticas de Servadac
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Críticas 359
Críticas ordenadas por utilidad
8
4 de octubre de 2022
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adoro a Robert Walser. Jakob von Gunten es una de sus obras más cumplidas. Si el cine es un ensueño, Institute Benjamenta (This Dream People Call Human Life) es el ensueño de un ensueño.

Expongo, sin filtro ni más estructura que la del onirismo de libre asociación, las notas que he tomado al ver la cinta.

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Reflexión en over de Jakob: “A veces hay más vida escondida en la abertura de una puerta que en una pregunta”.

La película parece una danza de autómatas. Los ritmos de la luz (fantasmagórica, expresionista, emparentada con el cine mudo de otro tiempo, con Vampyr), el movimiento, la música. Todos los elementos crean una atmósfera de extrañeza, de almas atrapadas en un limbo surreal, sin tiempo: “¿Por qué ya no se suceden aquí las estaciones?”, pregunta Lisa Benjamenta.

Primeros planos visuales y sonoros. El uso del desenfoque. El sonido extradiegético, que genera sensación de estar observando desde fuera, a los peces/humanos confinados en una pecera circular. La depuración extrema de los ruidos. El bosque interior, en ese patio, lleno de luces y brillos (¡el agua!), fantástico, enigmático, exuberante. La suciedad, la suciedad, en los dientes de Jakob.

La vara freudiana de Lisa, que acaba en una pezuña de cabra, acariciada con delectación morosa y sensual. Lisa, como Blancanieves, aguarda que la vida la despierte; atrapada en un mundo de espejos y de sombras.

Le dice a Jakob: “Ven conmigo, quiero mostrarte algo.” Y le venda los ojos (¿por qué pienso en Eyes wide shut?). Lo conduce atravesando el círculo pintado en la pizarra; bajan la escalera (art déco, de caracol) que da al patio del árbol/bosque iluminado: ¿es el jardín interior de Fräulein Lisa? Jakob no puede verlo, pero sí tocarlo (el sonido de los grillos), el tacto en la pared.

“¿Estoy viviendo en un cuento de hadas?”, dice Jakob. Ese sueño que las personas llaman existencia.

Lisa le confiesa a Jakob su secreto: “Estoy muriendo por la vaciedad de las personas inteligentes y cautelosas.”

Aquellos que, quizás, no se atreven a soñar. Los intelectuales… Los pacatos…

Un vaivén, como las olas del dormir. La realidad, al despertar, podría ser el encierro en la pecera; la libertad fingida.

Y el chirrido siempre de los grillos.

El desenlace, en palabras de Lisa: “No desear nada nunca más.” Léolo, de Lauzon.

El beso del hermano, Herr Benjamenta, a través del velo y de la flor. Las cornamentas de ciervo por doquier. La escena del apareamiento, el ciervo encima de la cierva. El incesto, insistentemente sugerido.

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Fin. « Je ne rêve plus. »
Servadac
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6
5 de diciembre de 2015
11 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Constato que es difícil escribir sobre ‘The assassin’ (2015, Hou Hsiao-Hsien) sin mencionar el género ‘wuxia’. Como si el uso de ese término le otorgara al texto un aura o brillo intelectual más allá de los argumentos e impresiones expresados.

En los (horripilantes) debates de política y pseudodeporte (ambas temáticas comparten la chabacanería más absoluta en forma y fondo), se repiten una y otra vez y desde uno y otro lado, las mismas infumables coletillas.

Siento que vivimos (todos, yo el primero) en un infierno de Pávlov. Repetimos, salivamos. Sin apenas consciencia. Desatendemos lo que hay de mejor en cada uno de nosotros. En vez de amar, mordemos. Y lo peor de todo es que lo hacemos de un modo visceral casi mecánico. Sin pararnos a pensar que, como advirtiera amargamente Jean Renoir en ‘La regla del juego’ (1939), “todo el mundo tiene sus razones”.

El cine de Arturo Ripstein tampoco escapa a nuestro mundo de reflejos pavlovianos. Al invocar su nombre, surge, de manera automática, el nombre de Buñuel. Las razones –México y el lumpen, entre otras– parecen evidentes. La admiración confesa del propio Ripstein por el director aragonés apoya tal paralelismo. Sin embargo, en ‘La calle de la amargura’ yo veo más a otros autores: por un lado, en la temática y estrechez de los planos y lugares, he creído percibir amargas resonancias de ‘La calle de la vergüenza’ (1956), último film de Kenji Mizoguchi. Por otro lado, en la planificación, puesta en escena y, muy especialmente, en la magnífica fotografía de Alejandro Cantú, observo a Béla Tarr. El fatalismo –y, quizás, la falta de horizonte– es factor común de todos estos grandes cineastas pesimistas.

Arturo Ripstein es, en esta cinta, urbano. Béla Tarr tiende a ser rural. Pero los charcos –internos y exteriores– que retratan son muy similares.

Otro reflejo pavloviano surge cada vez que se menciona a Paz Alicia Garciadiego, guionista/compañera de Ripstein. Verbo florido, personajes marginales, esperpento… Todo ello nos lleva de la mano a Valle-Inclán. Comparar el tejido verbal, estilizado y sublime, del gallego, con los diálogos que urde la guionista para ‘La calle de la amargura’ es, en mi opinión, ir demasiado lejos. En cine, la creación verbal es accesoria –no digo irrelevante, sólo digo que no ha de ser lo principal–. En el entramado de imagen y sonido está la pulpa de la obra. El exceso de reflexiones hondas en boca de los personajes le quita realidad a la ficción. Diálogos que son cargas de profundidad literaria e ideológica tan manifiestamente dirigidos al espectador que apenas incomodan. Esas sesudas reflexiones, en boca de las prostitutas, para mí son innecesarias. Y no porque las prostitutas no sean aptas para hacerlas, sino porque sus cuerpos y sus caras (qué espléndidas están Patricia Reyes Spíndola y Nora Velázquez) hablan por sí mismas.

La película transmite, con gran fuerza y gracias a un preciso y acertado diseño visual, la idea de que los personajes viven encerrados: un ring, camas estrechas, un armario con espejo que devuelve la imagen sucia y fea de quien se asoma a él (ahí está, de nuevo, el esperpento, como en el uso de la vieja madre demenciada), las persianas metálicas, la escalera de forja, las rejas –tanto en la farmacia como en la comisaría–… La cámara bucea por ese laberinto sin salida como en busca de aire, y no lo encuentra. Las máscaras omnipresentes –que me hicieron pensar en el Rorschach de Watchmen– son un acierto incuestionable. Los luchadores en miniatura –sombras o mascotas, les dicen– replican a La Muerte y el AK-47, sus mayores, del mismo modo que la calle de la amargura es símbolo en chiquito de la miseria universal.

Cuando las prostitutas suben con los dos gemelos por las escaleras del Hotel Laredo y pisan la deslumbrante cuadrícula de luz de su recibidor (la secuencia es memorable) quisiéramos creer que el enrejado luminoso lleva al paraíso.

El plano final, con la calle vacía, nos da de bruces con la realidad.
Servadac
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7
18 de diciembre de 2022
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un violín sin dientes y desaliñado, que nos hace sentir un respeto profundo e infinito por los músicos, que, como diría aquel comentarista deportivo, son jornaleros de la gloria; una expresión feliz y desgastada. Esa apariencia de belleza que no llega a ser del todo suciedad. Licor y música como válvula de escape a ningún sitio.

Béla Tarr –algunos años antes de esculpir su propia voz– ofrece planos cortos e invasivos. Claustrofobia. El título original ‘Szabadgyalog’ podría referirse a un sanatorio –no he conseguido averiguarlo navegando por la red–. El azul de las pupilas es casi el único asidero de color. Azul es a menudo la sonrisa desdentada del protagonista, que va perdiendo o extravía su cantar.

La calidez que se desprende de esas notas no afinadas es alimento incomparable. Pocas veces me han llegado de ese modo unos acordes callejeros, tabernarios, tan distintos de la acústica-confort.

Advierto con tristeza tarkovskiana que la apisonadora acabará con el violín.

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Quisiera rescatar un plano extraordinario, quizás mil veces visto –o no del todo.

Al concluir el funeral por el amigo fallecido, mientras se baja el ataúd al agujero, la cámara se abre al horizonte. Pasa un tren cuyo sonido nos lo había anticipado. Se intuye en la locomotora al maquinista. En el resto de vagones no hay un alma. O puede que esa alma que buscamos –tan gris y llena de aberturas– sea el propio tren.

“Yo canto su elegancia con palabras que gimen / y recuerdo una brisa triste por los olivos.”, escribió en su día García Lorca.

“...porque te has muerto para siempre.”
Servadac
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Cars
Estados Unidos2006
6.2
81,318
4
10 de marzo de 2007
22 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película contiene un sutil mensaje cifrado:

Al cocherito, leré,----------------> Los múltiples valores de la sociedad norteamericana
me dijo anoche leré,-------------> también han de incluir la magna grandiosidad
que si quería leré,----------------> de la derrota voluntaria y elegante
montar en coche leré.------------> dejando claro en todo caso quién es el mejor.

[Excelente factura técnica---------> Tediosa sobredosis de empalago y moralina]

La típica historia de coche busca chasis para frotar su pistón con aceitito.
Servadac
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5
9 de junio de 2007
12 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué?

a) Para que pueda hacer turismo subido a la testuz de una jirafa sin dañar las cervicales del animal. O sea, por amor a la fauna.

b) Para poder disfrazarlo de fetiche sin que llame la atención por su tamaño. O sea, por exigencias del guión.

c) Para ahorrar unos eurillos en el vestuario. O sea, por problemas de presupuesto.

d) Para aprovechar el filón del personaje. O sea, por la pasta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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