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7.4
40,326
8
26 de octubre de 2013
26 de octubre de 2013
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kechiche, el director francotunecino no ha hecho muchos amigos durante el rodaje. Las dos actrices principales de la película, la ya consagrada Léa Seydoux, y el relativo descubrimiento de la actriz principal, Adèle Exarchopoulos, se han explayado a gusto contra el director, que les ha sometido a un tercer grado en el rodaje, haciéndoles repetir tomas sin descanso, regodeándose en lo morboso, estirando el rodaje más allá de los cinco meses o grabando las bofetadas y la poca violencia que hay en el argumento de forma real, sin doblajes ni efectos especiales. A tortazo limpio. Léa Seydoux decía que si hubiesen rodado en Estados Unidos habrían acabado en la cárcel.
Por su parte, el director tampoco se ha quedado callado y les ha replicado que quejarse por dedicarse al cine es inmoral, que hay otras profesiones que son realmente duras y sufridas y que el oficio del cine es un privilegio, y que con lo que gana Seydouf podrían vivir 40 familias de trabajadores. El resultado es que Léa no se plantea volver a trabajar con el director y el director ha acabado renegando incluso de haber hecho la película porque, pese a haber ganado en Cannes acusa al cine francés –ahí es nada- de haber practicado con su película una especie de censura institucional, porque les ha resultado dura y difícil de tragar.
Con Julie Maroh, la autora del cómic en el que se basa la película tampoco ha acabado mejor. Primero porque la adaptación es muy libre. En la novela gráfica original, Adele está muerta ya en la primera página y toda la historia es un gran flash back basado en los diarios personales de la protagonista, leídos por su amante de pelo azul, Emma. Aunque el primer capítulo de los dos en los que se divide la película, la vida en el instituto y en la casa familiar es muy literal, sigue fielmente el cómic original, la manera en que acaba esta parte no lo es tanto. En el cómic original, cuando las dos amantes están compartiendo habitación e intimidad bajo el techo de sus muy tradicionales padres, son descubiertas y arrojadas prácticamente a la calle por practicar sexo pecaminoso. Esto en la película se nos ha evitado. Y toda la segunda parte es bastante más libre respecto al cómic. Kechiche ha buscado otra forma menos drástica de contar la historia. Por eso, Julie Maroh, la autora del cómic, dice que no siente como traición la libertad del director con su novela gráfica, pero dice que es otra cosa diferente. Sí que se siente traicionada en la libertad con la que Kechiche graba las escenas sexuales. Las considera demasiado explícitas y morbosas. Considera que un director y dos actrices heterosexuales no pueden transmitir la homosexualidad, por mucho que se esfuercen. Por otra parte, también se queja de que, aunque le invitaron a Cannes, Kechiche acaparó todo el protagonismo y ella no tuvo su momento de gloria.
Todo lo anterior, que no es más que intrahistoria de la película, no tiene demasiada trascendencia, porque la película es memorable. Y eso que la paleta del director tiene muy pocos colores. Planos muy cortos del rostro de Adéle, muy próximos, en los que se ve cada pliegue, cada gesto, cada brillo en la mirada. El director dice que le gusta esa proximidad, esa cercanía, aunque sea en las escenas de comida o, cómo no, en las sexuales. Se capta cada emoción. Uno queda cautivado en una película de primeros planos. Quizá así se entienda que el director francés necesite perfección en cada toma. Porque no hay nada que resalte más que una imperfección en plano corto.
Las tres horas que dura la película no son pesadas. Aunque es lógico que durante 180 minutos, aunque sólo sea porque el cuerpo reacciona al estatismo de la pantalla grande de formas muy variadas, la película tiene altibajos. Para mi gusto la sutura entre la vida adolescente y la vida adulta, marcada con una gran elipsis, me saca ligeramente de la película. Pero, afortunadamente, la historia vuelve a recuperar el pulso rápidamente y nos lleva con su palpitante ritmo hacia un final mucho más abierto que el del cómic original.
Por su parte, el director tampoco se ha quedado callado y les ha replicado que quejarse por dedicarse al cine es inmoral, que hay otras profesiones que son realmente duras y sufridas y que el oficio del cine es un privilegio, y que con lo que gana Seydouf podrían vivir 40 familias de trabajadores. El resultado es que Léa no se plantea volver a trabajar con el director y el director ha acabado renegando incluso de haber hecho la película porque, pese a haber ganado en Cannes acusa al cine francés –ahí es nada- de haber practicado con su película una especie de censura institucional, porque les ha resultado dura y difícil de tragar.
Con Julie Maroh, la autora del cómic en el que se basa la película tampoco ha acabado mejor. Primero porque la adaptación es muy libre. En la novela gráfica original, Adele está muerta ya en la primera página y toda la historia es un gran flash back basado en los diarios personales de la protagonista, leídos por su amante de pelo azul, Emma. Aunque el primer capítulo de los dos en los que se divide la película, la vida en el instituto y en la casa familiar es muy literal, sigue fielmente el cómic original, la manera en que acaba esta parte no lo es tanto. En el cómic original, cuando las dos amantes están compartiendo habitación e intimidad bajo el techo de sus muy tradicionales padres, son descubiertas y arrojadas prácticamente a la calle por practicar sexo pecaminoso. Esto en la película se nos ha evitado. Y toda la segunda parte es bastante más libre respecto al cómic. Kechiche ha buscado otra forma menos drástica de contar la historia. Por eso, Julie Maroh, la autora del cómic, dice que no siente como traición la libertad del director con su novela gráfica, pero dice que es otra cosa diferente. Sí que se siente traicionada en la libertad con la que Kechiche graba las escenas sexuales. Las considera demasiado explícitas y morbosas. Considera que un director y dos actrices heterosexuales no pueden transmitir la homosexualidad, por mucho que se esfuercen. Por otra parte, también se queja de que, aunque le invitaron a Cannes, Kechiche acaparó todo el protagonismo y ella no tuvo su momento de gloria.
Todo lo anterior, que no es más que intrahistoria de la película, no tiene demasiada trascendencia, porque la película es memorable. Y eso que la paleta del director tiene muy pocos colores. Planos muy cortos del rostro de Adéle, muy próximos, en los que se ve cada pliegue, cada gesto, cada brillo en la mirada. El director dice que le gusta esa proximidad, esa cercanía, aunque sea en las escenas de comida o, cómo no, en las sexuales. Se capta cada emoción. Uno queda cautivado en una película de primeros planos. Quizá así se entienda que el director francés necesite perfección en cada toma. Porque no hay nada que resalte más que una imperfección en plano corto.
Las tres horas que dura la película no son pesadas. Aunque es lógico que durante 180 minutos, aunque sólo sea porque el cuerpo reacciona al estatismo de la pantalla grande de formas muy variadas, la película tiene altibajos. Para mi gusto la sutura entre la vida adolescente y la vida adulta, marcada con una gran elipsis, me saca ligeramente de la película. Pero, afortunadamente, la historia vuelve a recuperar el pulso rápidamente y nos lleva con su palpitante ritmo hacia un final mucho más abierto que el del cómic original.

7.6
33,064
7
6 de diciembre de 2012
6 de diciembre de 2012
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El ascetismo de Haneke es frío como un témpano. Más que una película parece una autopsia. Desde la primera secuencia nos dice cómo acaba la película. Y como corresponde a Haneke, no es un final feliz. El resto de la película es un largo flash back que va inexorablemente creando una sensación de desasiego que se filtra hasta la médula. Reconozco al director esa extraordinaria capacidad de crear una película que parece cine del grande aunque sus mimbres sean mínimos: dos personajes principales, un único espacio y una trama descarnada.
Aunque no sea santo de mi devoción. Creo que hace películas extraordinariamente ordenadas. Con una cadencia de planos que encaja primorosamente. Sabe mantener el plano, alargarlo, jugar con el tempo narrativo y, en algún momento, meter un hachazo dramático que te coge desprevenido y entregado. Es un gran director. Lo que sucede es que me gusta ir al cine y salir algo esperanzado. Y Haneke siempre me deja triturado. Desde luego sé a lo que voy, pero no puedo evitar sentir que hay otro cine con una mayor variedad de sensaciones y con algo de luz, aunque sea mínima, al final del camino. Y eso este director no me lo da.
Aunque no sea santo de mi devoción. Creo que hace películas extraordinariamente ordenadas. Con una cadencia de planos que encaja primorosamente. Sabe mantener el plano, alargarlo, jugar con el tempo narrativo y, en algún momento, meter un hachazo dramático que te coge desprevenido y entregado. Es un gran director. Lo que sucede es que me gusta ir al cine y salir algo esperanzado. Y Haneke siempre me deja triturado. Desde luego sé a lo que voy, pero no puedo evitar sentir que hay otro cine con una mayor variedad de sensaciones y con algo de luz, aunque sea mínima, al final del camino. Y eso este director no me lo da.

7.6
2,181
9
23 de noviembre de 2014
23 de noviembre de 2014
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La kermesse es una fiesta parroquial de carácter anual. La palabra proviene del término flamenco Kerkmisse (misa de iglesia) y suele ser una celebración colectiva con festejos, misas y desfiles en honor del patrón de la parroquia. Esta kermesse heroica de Jacques Feyder es una multitudinaria fiesta con la que las mujeres de un pueblo flamenco agasajan a los invasores españoles, ante la cobardía de los hombres, para evitar el saqueo y las violaciones que los mercenarios españoles acostumbran a dejar como huella de su paso.
La acción tiene lugar en 1616, más o menos la misma época en la que se supone que el capitán Alatriste pudo haber combatido como mercenario en los tercios de Flandes, y también vemos al Conde Duque de Olivares, caracterizado como la escapada romántica de la protagonista, su particular puente de Madison. Ahí acaban las similitudes, porque la película que nos ocupa es una comedia histórica coral, llena de personajes, esperpéntica y ácida, cuyo parecido con “Bienvenido mister Marshall” se basa en que ambas películas narran el antes y el después de una visita colectiva que revolucionará la vida de estos dos pueblos alejados en el tiempo y en el espacio.
El "español" llega a la corporación local. Su aspecto es algo menos mítico que el del capitán Alatriste. La vida colectiva, llena de brío y comercio de calle, en ciudades atravesadas por puentes y canales en escenas como las que pintarían los pintores flamencos, que aparecen representados por el pintor Brueghel el joven, está narrada con decenas de personajes e increíbles grúas y travellings notables técnicamente. No cabe duda de que se trataba de una superproducción para los estándares de la época. Tampoco está mal reflejado el mundo de la emergente burguesía mercantil, aunque la película ridiculiza a éste y a todos los estamentos que encuentra a su paso. El burgomaestre del pueblo y los regidores, la elite local, son presentados acicalándose para un retrato burgués pintado por Jan Brueghel. El pintor aspira a casarse con la hija del dirigente local, pero éste le dice: -Nunca daría la mano de mi hija a un artista. No quiero vagos en mi familia.
-¿Acaso una hija es como una mercancía? –le corrige la mujer del burgomaestre, la verdadera líder de la trama y el personaje mejor tratado en el guión.
El destartalado ejército belga, formado por nobles sin verdadera destreza guerrera, no tiene nada que hacer frente a la ferocidad salvaje de los mercenarios españoles (“preferimos al que más paga”). Los españoles entran en la vida del apacible universo galante con una escena de montaje elíptico puntuada con fundidos encadenados, llena de violencia y agresiones carnales. La escena más turbadora es un bebé arrojado por un balcón con las risas de sus pérfidos asesinos españoles como coro. Aunque el retrato inicial de los españoles es cruel, a lo largo de la película van adquiriendo el matiz de arrebatadores amantes latinos, más gallardos que los varones locales. Las mujeres se desfogaran por un día, salvando al pueblo y castigando la cobardía de sus maridos al mismo tiempo. El gag de la mujer belga que cierra la cortina de sus aposentos, entregándose al invasor español, se repite al menos tres veces. Los curas inquisidores, supuestos ascetas, pero corruptos e hipócritas, vendiendo indulgencias con descaro; el burócrata que cree que se acaba el mundo al entregar su libro; las obras de Erasmo que sirven para alzar al enano en su silla; los hombres escondidos en las grandes casas flamencas mientras dura el festín; todos los elementos componen uno de esos retablos corales que podría haber pintado el propio Brueghel que representa en esta película al Romeo de Flandes, el verdadero amor triunfante sobre la dote y el interés. Todas las escenas de este retablo colectivo son enlazados con ritmo y solvencia hasta la partida final de los españoles cuyo regalo final es una exención de impuestos durante un año.
El "español" llega a la corporación local. Su aspecto es algo menos mítico que el del capitán Alatriste. La vida colectiva, llena de brío y comercio de calle, en ciudades atravesadas por puentes y canales en escenas como las que pintarían los pintores flamencos, que aparecen representados por el pintor Brueghel el joven, está narrada con decenas de personajes e increíbles grúas y travellings notables técnicamente. No cabe duda de que se trataba de una superproducción para los estándares de la época. Tampoco está mal reflejado el mundo de la emergente burguesía mercantil, aunque la película ridiculiza a éste y a todos los estamentos que encuentra a su paso. El burgomaestre del pueblo y los regidores, la elite local, son presentados acicalándose para un retrato burgués pintado por Jan Brueghel. El pintor aspira a casarse con la hija del dirigente local, pero éste le dice: -Nunca daría la mano de mi hija a un artista. No quiero vagos en mi familia.
-¿Acaso una hija es como una mercancía? –le corrige la mujer del burgomaestre, la verdadera líder de la trama y el personaje mejor tratado en el guión.
El destartalado ejército belga, formado por nobles sin verdadera destreza guerrera, no tiene nada que hacer frente a la ferocidad salvaje de los mercenarios españoles (“preferimos al que más paga”). Los españoles entran en la vida del apacible universo galante con una escena de montaje elíptico puntuada con fundidos encadenados, llena de violencia y agresiones carnales. La escena más turbadora es un bebé arrojado por un balcón con las risas de sus pérfidos asesinos españoles como coro. Aunque el retrato inicial de los españoles es cruel, a lo largo de la película van adquiriendo el matiz de arrebatadores amantes latinos, más gallardos que los varones locales. Las mujeres se desfogaran por un día, salvando al pueblo y castigando la cobardía de sus maridos al mismo tiempo. El gag de la mujer belga que cierra la cortina de sus aposentos, entregándose al invasor español, se repite al menos tres veces. Los curas inquisidores, supuestos ascetas, pero corruptos e hipócritas, vendiendo indulgencias con descaro; el burócrata que cree que se acaba el mundo al entregar su libro; las obras de Erasmo que sirven para alzar al enano en su silla; los hombres escondidos en las grandes casas flamencas mientras dura el festín; todos los elementos componen uno de esos retablos corales que podría haber pintado el propio Brueghel que representa en esta película al Romeo de Flandes, el verdadero amor triunfante sobre la dote y el interés. Todas las escenas de este retablo colectivo son enlazados con ritmo y solvencia hasta la partida final de los españoles cuyo regalo final es una exención de impuestos durante un año.

6.8
1,801
6
5 de enero de 2013
5 de enero de 2013
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto esta película en Filmin, mi cineclub online favorito. Ahora la industria ya sabe cuál es el camino para acabar con la piratería: películas a buen precio, visionado online y algo de valor añadido como críticas, comentarios y red social. Algo parecido a Filmaffinity pero con películas online.
Filmin tiene un buen catálogo de películas de Fritz Lang. Cuando yo me moceaba, en los ochenta, el cine alemán, presente o pasado, estaba de moda. Así que en el cineclub del Museo de Bellas Artes de Bilbao ponían ciclos de Herzog, Fassbinder y por supuesto, Fritz Lang. En la calidez de la sala de cine que ya no existe he visto tanto cine alemán que pensaba que podía hablar el idioma o, al menos, su fonética de corte militar.
El caso es que Gardenia Azul no la había visto y tenía buena pinta. Ver una película de Lang es siempre agradable y sus movimientos de cámara tan sutiles, su caracterización de los personajes, su uso de los códigos del cine negro y el valor documental de su trama, con una interpretación del tema que da título a la película a cargo del mismísimo Nat King Cole, todo eso está en la película. Incluso tiene gran parte de los temas del artista: la culpabilidad, la hipocresía social y un personaje de moral inmaculada en una trama que pondrá en cuestión todo su pasado. Hasta aquí bien, porque en los últimos quince minutos, la historia que había sido bien llevada, la tensión justamente dosificada, se tuerce para cerrar todos los flecos y conducirnos a un final feliz e inmaculado, como si el mal no dejase huellas ni cicatrices.
Buen comienzo, buen desarrollo y final que no se sostiene, en especial el personaje del periodista que no hay por donde cogerlo.
Filmin tiene un buen catálogo de películas de Fritz Lang. Cuando yo me moceaba, en los ochenta, el cine alemán, presente o pasado, estaba de moda. Así que en el cineclub del Museo de Bellas Artes de Bilbao ponían ciclos de Herzog, Fassbinder y por supuesto, Fritz Lang. En la calidez de la sala de cine que ya no existe he visto tanto cine alemán que pensaba que podía hablar el idioma o, al menos, su fonética de corte militar.
El caso es que Gardenia Azul no la había visto y tenía buena pinta. Ver una película de Lang es siempre agradable y sus movimientos de cámara tan sutiles, su caracterización de los personajes, su uso de los códigos del cine negro y el valor documental de su trama, con una interpretación del tema que da título a la película a cargo del mismísimo Nat King Cole, todo eso está en la película. Incluso tiene gran parte de los temas del artista: la culpabilidad, la hipocresía social y un personaje de moral inmaculada en una trama que pondrá en cuestión todo su pasado. Hasta aquí bien, porque en los últimos quince minutos, la historia que había sido bien llevada, la tensión justamente dosificada, se tuerce para cerrar todos los flecos y conducirnos a un final feliz e inmaculado, como si el mal no dejase huellas ni cicatrices.
Buen comienzo, buen desarrollo y final que no se sostiene, en especial el personaje del periodista que no hay por donde cogerlo.

7.4
2,965
6
14 de diciembre de 2014
14 de diciembre de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Padre, patrón. Gavino Ledda es un niño arrancado del colegio, para convertirse en un pastor, por deseo expreso de su autoritario padre, interpretado por el plomizo –para mi gusto- Omero Antonutti.. Para algunos, la película pone sobre la mesa la necesidad de escolarización, como garantía de igualdad y posibilidad de huida de entornos endogámicos y castrantes. Los niños como esclavos de la empresa familiar, que ninguneando la ley, la enseñanza obligatoria, permiten la explotación y vejación del menor.
Gavino Ledda, es actualmente un escritor y lingüista de éxito, pero en el autárquico mundo insular –Cerdeña- consagrado a sus propias reglas, se ve forzado a un exilio interior. El padre es, cabeza de familia, y dueño, padrone, patrón, de la empresa familiar que sigue el modelo de la explotación agrícola medieval. Su condición de primogénito le fuerza a un exilio hacia su propia soledad, en lo alto de las montañas, en compañía de cabras y de pastores, guiados por reglas sociales autodidactas donde se desfogan con los animales, se repiten las palizas, los ajusticiamientos y el embrutecimiento. El propio Ledda dice al final de la película, hablando a cámara, colándose en la ficción nuevamente, "la península es otra cosa".
No me gustan los hermanos Taviani. Quieren ser de culto, transitar deliberadamente por lo no comercial, reivindicarse como autores. Están constantemente postulando su autoría. Ya en el primer plano de esta película vemos al propio Gavino Ledda afilando la vara que le entregará a Antonutti, el actor que interpreta al padre, al patrón, por que recuerda que su padre llevaba una vara similar. Lo dicho, una puesta en escena pesada, que acusa el paso del tiempo. Aunque toda la película parece cansina, oscura, desgastada, hay una escena particularmente desagradable. Es aquella en la que los protagonistas interpretan un montaje paralelo coral, practicando un ritual de apareamiento sin poesía, en montaje acelerado con sus compañeras, y que acaba en una panorámica sobre el pueblo que jadea colectivamente, hasta que todo se va desvaneciendo. ¿Qué intentan contar los hermanos Taviani?
Gavino Ledda, es actualmente un escritor y lingüista de éxito, pero en el autárquico mundo insular –Cerdeña- consagrado a sus propias reglas, se ve forzado a un exilio interior. El padre es, cabeza de familia, y dueño, padrone, patrón, de la empresa familiar que sigue el modelo de la explotación agrícola medieval. Su condición de primogénito le fuerza a un exilio hacia su propia soledad, en lo alto de las montañas, en compañía de cabras y de pastores, guiados por reglas sociales autodidactas donde se desfogan con los animales, se repiten las palizas, los ajusticiamientos y el embrutecimiento. El propio Ledda dice al final de la película, hablando a cámara, colándose en la ficción nuevamente, "la península es otra cosa".
No me gustan los hermanos Taviani. Quieren ser de culto, transitar deliberadamente por lo no comercial, reivindicarse como autores. Están constantemente postulando su autoría. Ya en el primer plano de esta película vemos al propio Gavino Ledda afilando la vara que le entregará a Antonutti, el actor que interpreta al padre, al patrón, por que recuerda que su padre llevaba una vara similar. Lo dicho, una puesta en escena pesada, que acusa el paso del tiempo. Aunque toda la película parece cansina, oscura, desgastada, hay una escena particularmente desagradable. Es aquella en la que los protagonistas interpretan un montaje paralelo coral, practicando un ritual de apareamiento sin poesía, en montaje acelerado con sus compañeras, y que acaba en una panorámica sobre el pueblo que jadea colectivamente, hasta que todo se va desvaneciendo. ¿Qué intentan contar los hermanos Taviani?
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