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Críticas 157
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
22 de octubre de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una curiosa enfermedad con características de epidemia empieza a afectar a la población. Sin explicación alguna, la gente comienza a perder bruscamente la visión y, al parecer, es contagioso. Para prevenir su expansión, el gobierno decide poner a las víctimas en cuarentena, aislados en un antiguo psiquiátrico y bajo deplorables condiciones de vida por el mismo temor de no querer acercarse mucho a ellos. El miedo y la paranoia comienzan a apoderarse de la población y los enfermos cautivos, quienes deben comenzar su propia lucha a ciegas por subsistir durante este claustro, en donde sobresale un doctor (Mark Ruffalo) –el encargado de tratar a la primera víctima-, su esposa (Julianne Moore) quien es la única capaz de ver pero lo finge para cuidar al grupo de enfermos, y el “líder de la Sala Tres” (Gael García Bernal), quien está dispuesto a someter al resto bajo sus estrictas órdenes.

Adaptación al cine de la novela “Ensayo sobre la Ceguera” del portugués José Saramago, esta cinta dirigida por el exitoso director brasileño Fernando Meirelles (“Ciudad de Dios”, “El Jardinero Fiel”), tal como el libro, recorre los más oscuros rincones de la naturaleza humana, el amor, el egoísmo, la perseverancia, e incluso, la necesidad carnal.

Con tintes de cinta apocalíptica y una poco convencional puesta en escena, el director nos cuenta una historia sobre cómo la falta de conocimiento y realidad por falta de visión, puede llegar a niveles extremos por el simple hecho de sobrevivir. El constante uso de desenfoques y tomas confusas durante el desarrollo de la cinta, nos entrega la inquietante y desoladora atmósfera, como si viéramos de la misma manera que como perciben la realidad los protagonistas. Las interpretaciones sobresalen positivamente, donde Julianne Moore (“Magnolia”, “Las Horas”) nos propone la otra cara de la moneda, a diferencia del resto del elenco. Sólo ella puede ver y, con ello, lidiar con el inhumano comportamiento que comienza a apoderarse de cada uno de los fortuitos no videntes durante el claustrofóbico encierro (es aquí donde se desarrolla la mayor parte de la película). Algo no poco importante es que no conocemos el nombre de ningún personaje ni en qué lugar se encontraban cuando esta epidemia los encegueció. Recurso que obliga a centrar nuestra atención en lo importante y no detenernos en detalles. Sólo conocemos el temor y la repentina inoperancia de la que están siendo víctimas.

La banda sonora es un actor principal durante el desarrollo de la cinta. De la mano de Marco Antonio Guimaraes, miembro de la banda brasileña Uakti, en base a sonidos hechos de madera, metal y PVC, cautiva con un sonido minimalista y acompaña cada dramática y tensional escena.

El director se caracteriza por romper esquemas y deja todo en manos del espectador, cuestionando la moral y las “normas de comportamiento” inherentes en cada uno de los enfermos. La evolución humana retrocede, y junto a ello, somos nosotros quienes aprobamos o no las decisiones que en el claustro deben tomarse, con toda la crudeza y brutalidad que esto signifique. “Ceguera” es la enfermedad, el antídoto lo ponemos nosotros.

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4 de septiembre de 2015 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A tan sólo días de la muerte de Wes Craven, la red y los medios se nutrieron repasando su filmografía y, con ello, el cine de terror, del que fue un digno representante y, para muchos, el heredero del trono en las últimas décadas. Con las sagas de “A Nightmare on Elm Street”, “Scream” o las mismas “The Hills Have Eyes” (1977) y “The Last House on the Left” (1972), el slasher encontró su reencanto tras lo dejado por las franquicias de “Halloween” y “Friday the 13th”. Desde entonces, numerosos títulos, en su mayoría independientes, han repetido la fórmula de este sub género del terror, con más o menos éxito: un asesino, generalmente de identidad desconocida, intentando dar caza a jóvenes inexpertos, promiscuos, vividores, inocentes, o que sólo desean pasarla bien y terminan teniendo una mala noche.

Traer esto a mención no es gratuito, ya que “Girlhouse” recoge todos los elementos del manual del buen slasher y los pone sobre la mesa. Dirigida por el debutante Trevor Matthews, la cinta nos propone esta vez la historia de una casa que aloja a un grupo de chicas que trabajan desnudándose vía webcam para una página de soft porn online, que se ve invadida por Loverboy (Slaine), uno de los usuarios, obsesionado con sus divas y, en especial, con Kylie (Ali Cobrin), la recién integrada al grupo.

Si bien es cierto esta propuesta no está ni cerca de la originalidad, esto es algo esperado, ya que el cine slasher exige ciertos elementos que se terminan repitiendo y del que precisamente lo distinguen del resto, por lo que su éxito pasa más principalmente por la correcta utilización o no de estos recursos y clichés, y con “Girlhouse” nos terminamos llevando una grata y entretenida sorpresa por una serie de logros que esta cinta alcanza.

Pocas veces se consigue sacarle provecho al uso de las cámaras “reales” dentro de una película como en “Girlhouse”. Las webcams de transmisión, tanto la de los computadores como las que abundan en cada rincón de la mansión donde habitan las niñas (y donde se desarrolla gran parte de la película), son un protagonista más, utilizadas con inteligencia en función de la historia y nos permite ser testigos de los acontecimientos con naturalidad y no de manera forzada. Por otro lado, las interpretaciones son muy correctas (más allá de los inequívocos errores que los protagonistas SIEMPRE deben cometer), destacando a la hermosa Ali Cobrin (“American Reunion”), Adam DiMarco (“Words and Pictures”) y principalmente Slaine (“The Town”), quien da vida a Loverboy, un informático pervertido que se convierte en el psycho killer de turno, el que bajo una máscara aterradora se roba la película. Logro también de su director, quien decidió dotar de inteligencia a este psicópata, regalándonos grandes momentos que bañan la pantalla de sangre.

Aunque la cinta tarda en arrancar, el director no cae en obviedades durante su primera mitad, donde se suele perder tiempo o mal explicar los hechos que luego sucederán. Todo sucede con frescura, mucha sencillez e incluso corriendo el riesgo de presentarnos al asesino desde un principio, a tal punto que somos capaces de empatizar con cada uno de los personajes, incluso con el antagonista. Se nos presentan las razones que llevan a Loverboy a ser cómo es, nos adentramos en el mundo de estas chicas webcam y, en particular, en la vida de Kylie, para dar paso a la segunda mitad del film, donde mejora considerablemente, alcanzando momentos de alto suspenso, sangre y, cómo no, sensualidad.

La cinta es capaz incluso de hacernos cuestionar la dudosa reputación de este trabajo, moralmente rechazado por la sociedad, y entender, en este caso, que la decisión de trabajar en este oficio termina siendo absolutamente personal y, en algunos casos, hasta necesaria, sin culpas y de una completa normalidad.

Las malas decisiones de algunos de los personajes, la ineficacia de la policía, lo previsible en la cronología de la historia, la falta de giros importantes en el relato y algunos gags sin mucha razón de existir, no están ajenos en “Girlhouse”. Otro hecho que destaca negativamente es la forzosa necesidad de no mostrar ningún desnudo frontal de la protagonista, no así del resto del elenco que sí lo hacen según la historia lo requiera, algo muy evidente por el perfil de la actriz y que probablemente no estuvo dispuesta a hacer, pero que se hace muy notorio y molesta para la credibilidad dentro de la ficción, junto con ser un topic recurrente en el slasher duro y con reminiscencias del torture porn como este. Sin embargo, y tal como lo mencioné anteriormente, estos elementos forman parte del género y debemos convivir con ellos, debiendo evaluar un slasher por su capacidad de alcanzar su objetivo: regalarnos tensión, sangre, violencia gráfica, desnudos gratuitos y un digno asesino en serie, lo que el filme consigue con soltura y mucha solidez técnica, narrativa e interpretativa.

“Girlhouse” no es el mejor slasher de la década, pero está por sobre la media, entretiene y conforma, sumándose a un gran número de títulos independientes de escasa difusión que vienen a darle un nuevo respiro al género, ante el absoluto abandono del cine comercial para la pantalla grande.

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22 de octubre de 2014 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nunca antes la odiosa frase “la espera valió la pena” había cobrado tanto sentido como ahora. Y esto porque desde que salió a la luz pública, hace más de un año atrás, que Christopher Nolan ya estaba trabajando en la continuación de “Batman Begins” (2005), nos empezamos a frotar las manos y a especular quienes serían los villanos y si lograría superar a su predecesora que tanto éxito logró. Demás está decir que el morbo social que generaba ir a ver la última película filmada por el fallecido Heath Ledger también contribuía al masivo interés… pero qué más da.

“The Dark Knight” se ubica cronológicamente un par de años luego de que Batman pusiera en su sitio a El Espantapájaros y a Ra’s Al Ghul, cuando ya estaba enterado de que un loco psicópata amante de las cartas andaba en malos pasos por Ciudad Gótica. Bruce Wayne continua su lucha contra el crimen organizado junto a su amigo el Teniente Gordon (Gary Oldman), Lucius (Morgan Freeman) y su fiel servidor Alfred (Michael Caine). Esta vez el Guasón (Heath Ledger) es el villano de turno, y el encargado de deshacerse de Batman mientras éste, junto al Fiscal de Distrito Harvey Dent (Aaron Eckhart), intentan desbaratar el tráfico y lavado de dinero con el que las mafias organizadas ensucian la tranquilidad de Ciudad Gótica por las noches.

Probablemente nunca alguien se había tomado tan en serio una cinta de superhéroes y villanos como Nolan, porque el resultado obtenido simplemente bordea la perfección. Con un reparto de lujo, el director mediante un guión fluido, entretenido y por sobre todo dinámico, nos presenta su mejor trabajo hasta la fecha. Si bien la historia corresponde a la misma etapa en la vida de Batman que ya nos mostró Tim Burton en 1989 con la memorable actuación de Jack Nicholson, Kim Basinger, Michael Keaton y la inmortal banda sonora de Danny Elfman, no existe ningún tipo de comparación válida. El genio de Burton nos regaló una película en su estilo y muy apegada al cómic en términos visuales (es más, fue él quien creó al Hombre Murciélago en carne y hueso), mientras que “The Dark Knight” brilla con luces propias, corriendo a la par junto a la saga noventera.

Espectaculares secuencias de acción, interpretaciones notables y un trabajo de fotografía de primer nivel, hacen el equilibrio perfecto sobre la base de una historia justificada, con un argumento social sólido que, incluso, pone en duda la moralidad y la compleja perfección del propio Batman, en donde abundan los diálogos intensos, llenos de venganza y justicia que, finalmente, resultan imprescindibles para comprender la motivación de cada uno de los personajes. Y es Christian Bale quien encabeza este frenético film épico llamado a convertirse en una de las mejores cintas del 2008, que cuenta con la participación de uno de los más grandes actores que ha pisado la Tierra (y lo confirma con su trabajo en este film): el señor Heath Ledger, que a poco menos de seis meses de su lamentable fallecimiento, nos dejó de regalo la mejor personificación de un villano jamás vista en la pantalla grande. Una interpretación monumental para una película que esta a su altura y que, sin duda, dará que hablar por mucho tiempo más y con muchas posibilidades de ser nominado a los Oscar y convertirse en el segundo Premio póstumo que se entregue (el primero y único fue para Peter Finch en 1976 por su trabajo en “Un Mundo Implacable”). Quizás lo más bajo en estos términos es el trabajo de Maggie Gyllenhaal como Rachel Dawes, la ex de Wayne y protagonista directa de los hechos, que no logra convencernos del todo en el papel que interpretara Katie Holmes en “Batman Begins”.

Quizás lo que más llama la atención en esta película, a parte de las destacadas actuaciones, es que bajo la capa del murciélago enmascarado, y detrás del impresionante rostro de “Dos Caras” (revival de otro eterno villano que interpretara Tommy Lee Jones en “Batman Forever” de 1995), se trata con delicadeza temas de fondo, como la necesidad de la existencia de un héroe en una ciudad donde abunda el caos y el símbolo que Batman representa para la sociedad -incluso en el ámbito político-, de un personaje que no sólo busca hacer justicia con sus propias manos por la muerte de sus padres, sino que también pretende hacer cumplir la ley a toda costa, poniendo incluso su propia honra y calidad humana al servicio del bien común.

Como si todo lo mencionado fuera poco, James Newton Howard, compositor de grandes bandas sonoras como la de “Pretty Woman” (1990) y de casi todas las cintas de M. Night Shyamalan, es quien musicaliza de manera brillante cada sarcasmo del Joker y cada uno de los impresionantes vuelos de Batman cruzando Ciudad Gótica.

En definitiva, estamos frente a una de esas cintas que nos obliga a pagar una entrada y verla en la pantalla más grande que podamos conseguir. Y aunque seamos conscientes de que al salir del cine nos durará por bastantes minutos más el stress de querer encontrarnos con un payaso de risa desquiciada al cual sólo queremos eliminar, vale la pena decirlo una vez más: la espera valió la pena. Valió por Nolan y su obra maestra; valió por Bale, Caine, Oldman, Freeman y Eckhart, que tocan el firmamento; y valió por el mejor de los recuerdos que Ledger podría habernos dejado, quien tristemente para nosotros, se llevó junto a él al villano más temido de Ciudad Gótica, y una frase con la que el propio Batman aún sueña por las noches…. Why So Serious?

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22 de octubre de 2014 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría Enero del 2009, cuando nos enterábamos por la prensa que “La Nana”, una cinta chilena de bajo perfil hasta ese momento y de la que muy poco se sabía a nivel comercial, se quedaba con el premio a Mejor Largometraje Dramático Internacional en el Festival de Sundance, EEUU, evento reconocido como el más importante que premia al cine independiente en el orbe. Además, su protagonista, Catalina Saavedra, obtenía también un premio especial por parte del jurado por su rol en la cinta. Desde ese momento, comenzaba una expectativa pocas veces vista en el cine chileno en torno a este film, dirigido por Sebastián Silva, músico y cineasta recordado por su última película de corte experimental “La Vida me Mata” (2007).

“La Nana” cuenta la historia de Raquel (Saavedra), una asesora del hogar puertas adentro quien lleva casi 23 años trabajando en la casa de una familia compuesta por los padres y tres hijos, todos de corta edad, y quienes le dan más trabajo de lo normal. La cinta, a través de un total seguimiento, nos muestra cómo puede llegar a vivir y, en palabras simples, lo que siente una mujer que ha dedicado su vida por satisfacer las necesidades de otros, y que forma parte de una familia, la cual no le pertenece.

El fiel reflejo de innumerables mujeres en este país y en todo latinoamérica es el que nos presenta Sebastián Silva, con un reparto de excepción conformado por Catalina Saavedra, Claudia Celedón, Alejandro Goic, Mariana Loyola, Anita Reeves, Andrea García-Huidobro, Luis Dubó y Delfina Guzmán. Un mundo para muchos distante es el que vemos de manera opuesta. Tal como lo hiciera Amenábar con “Los Otros” (2001) y Clint Eastwood en “Cartas desde Iwo Jima” (2006) -por nombrar ejemplos contemporáneos-, en “La Nana” vemos la otra cara de la moneda, en la que poco nos interiorizamos o en la que simplemente no queremos ver.

Mucho más allá de pretender ser una crítica social o de acabar siendo un trabajo de rápida conmoción, Silva, a través de una cámara omnisciente, a pulso y en constante movimiento, mezclada con planos a distancia para luego volver a primerísimos primeros planos; sigue los pasos de Raquel, la que almuerza sola en la cocina mientras la familia se reúne en comunidad; la que pone en marcha al hogar desde las 6 de la mañana, siendo la primera en levantarse y la última en volver a su habitación; la que conoce cada una de las mañas y requerimientos especiales tanto de sus patrones como los de sus queridos niños; y a la que le intentan alivianar su trabajo poniéndole más de una ayudante para las labores del hogar, ocasionándole un total quiebre estructural. Todo esto abordado con mucho sentido, humor negro y ojo crítico, con personajes de un espontáneo y delirante sarcasmo, pero brillantemente bien definidos.

“No hay culpables”, dice Silva, “la familia no es tiránica ni esclavista, es simplemente un fenómeno que existe en América Latina, una herencia del colonialismo”. Y de esa manera lo comprendemos y he ahí el mérito de esta cinta de bajo perfil, pero que ya se alza como una de las mejores producciones nacionales en los últimos años en Chile.

El trabajo de Catalina Saavedra es sencillamente brillante. No por nada fue comparada con Anna Magnani (actriz italiana ganadora del Oscar en 1955) en su paso por Sundance y fue propuesta su nominación al Oscar para el próximo año por más de algún crítico especializado del país del norte. La actriz nos transporta en emociones, desde la angustia y el total abandono a la esperanza hallada en una rutina desalentadora pero pasional, al fin y al cabo, colgando al espectador en el vacío para luego atar nuevamente el nudo en la garganta. Quizás, la única capaz de interpretar lo que el director quería representar y vaya que lo consiguió con creces.

Destacar el trabajo del resto del elenco. Claudia Celedón demuestra una vez más su gran talento y Alejandro Goic retorna al cine después de varios años ausente. Anita Reeves se roba la pantalla durante su aparición y Mariana Loyola eclipsa la pantalla con un papel sobrio, pero profundamente conmovedor.

Esto es “La Nana”, una película chilena filmada casi íntegramente en el interior de la casa de los Valdés, con una banda sonora casi inexistente y que fue filmada sin ninguna otra intención que provocar. Y que hoy por hoy, se convierte en la cinta más exitosa del presente año y de la que aún quedará mucho más por hablar.

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22 de octubre de 2014 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si se tuviera que definir en una sola palabra la carrera de The Runaways, esta sería: “meteórica”. En tan sólo cinco años, desde su formación en 1975, esta banda norteamericana formada por cinco chicas adolescentes, se conocieron, grabaron cuatro discos de estudio, alcanzaron la fama vertiginosamente, conocieron los embates del alcohol, las drogas, el sexo y el rockandroll, y terminaron sucumbiendo ante los excesos, las acusaciones de abusos entre los miembros y su productor manager, y las desavenencias financieras. En 1979, y tras editar su último álbum, la banda se disolvió.

Muchos seguidores del punk setentero aún conservarán algunos de los discos más emblemáticos de la banda, otros quizás jamás se enteraron que existieron sino hasta leer estas líneas. Lo que es cierto es que una banda de estas características, daba el suficiente material para que Floria Sigismondi, realizadora italo-canadiense de vasta trayectoria dirigiendo video clips de artistas del porte de Bjork, Marilyn Manson y The Cure, realizara su ópera prima sobre la vida y obra de The Runaways.

Estamos en Los Angeles, California. Joan Jett (Kristen Stewart) hacía los intentos por aprender a tocar guitarra eléctrica y su único sueño junto a un par de amigas era convertirse en estrellas de rock. Como en las mejores películas, conocen a Kim Fowley (Michael Shannon), un productor de poca monta que les da su tarjeta, cree en ellas y las ayuda a conseguir la voz faltante para el grupo. Así dieron con Cherie Currie (Dakota Fanning), la rubia introvertida que se dejaba atrapar por el estilo y su propio entorno, cuyo papel dentro de la banda resultaba la antítesis perfecta para Joan, quien tenía las cosas más claras que cualquier adolescente de la época. Juntas, fueron el alma y corazón de The Runaways, quienes pasaron de pequeños bares a grandes escenarios en poco menos de dos años.

Sería un error calificar a la película como un biopic de la banda, ya que –adrede o involuntariamente por un poco conseguido trabajo biográfico- la cinta se inspira en los relatos de la cantante Cherie Currie, el real foco de atención de la prensa y, por lo mismo, retrata desde SU visión la relación de amor-odio que mantuvo con Joan Jett, con su familia, el resto de la banda, el productor, la fama y los excesos. Esto provoca que las demás integrantes pasen a segundo plano dentro de la historia y que desconozcamos el resultado de una suma de versiones. Sin duda, no podemos sacar conclusiones acabadas del real desarrollo de la banda. Por lo mismo, asumamos que la real intención de la cinta nunca fue ser el reflejo de toda una generación, ni retratar el boom del 77, ni mucho menos ser una ventana social-política de las causas y consecuencias que significó el movimiento punk y que replican hasta nuestros días. “The Runaways” (2010) es la historia de una banda de meteórica carrera, compuesta por mujeres y contada omniscientemente por su estrella principal. De hecho, el factor “época” no queda determinado por el contexto social, sino que por la cabeza de estas chicas que algo tenían que gritarle al mundo.

La cinta tiene un gran condimento estético, que pasa por la experiencia de la directora realizando videoclips y trabajos para la TV, otorgándole una atmósfera ideal para mantenernos dentro de los márgenes del entretenimiento. La ambientación setentera, desde los peinados a la vestimenta, son lo más rescatable de la película junto a las actuaciones de Fanning y Stewart. La primera, haciendo su primer papel de adolescente casi mujer y la segunda, demostrando que algo de talento hay detrás de ese plano e inexpresivo rostro chapeado por Bella Swan (que por cierto, se mantiene más plano e inexpresivo que en cualquiera de sus filmes anteriores). Ambas demuestran que están para grandes cosas y, de paso, se mandan un par de escenas que encenderán al más fetichista de los cinéfilos.

Ya se imaginaran el desarrollo de la película y no resulta necesario detallarlo. Ensayos, giras, disputas, vacíos familiares, excesos, largas resacas, mucha fama, dinero, y la posterior caída tras la esperada lucha de egos y orgullos. Punto aparte merece la banda sonora, que por razones obvias son en su mayoría hits de la propia banda (la mayoría interpretados por las propias Fanning y Stewart), además de eternos clásicos de la época como “Pretty Vacant” de Sex Pistols, “Rebel” de Bowie y “I wanna be your dog” de The Stooges.

A pesar de sus deficiencias argumentales o poco referidas, el objetivo lo consigue si este era presentarnos a una de las bandas más influyentes en la escena punk setentera femenina. Y es que The Runaways junto a Patti Smith fueron quienes abrieron la senda para acabar con el machismo reinante en las arcas del rock trashed por esos años, época en que las mujeres rockeras eran lo más rupturista y transgresor que la sociedad tuviera que soportar. Hole, The Bangles y la propia banda futura de Jett, Joan Jett and the Blackhearts son ejemplos de ello. Y de paso, comprendemos que por esos años, el éxito más allá del talento pasaba por un 50% de trabajo duro y otro 50% de actitud. La misma actitud que tuvo la directora al conseguir un film entretenido, medianamente prolijo, y al consagrar a dos jóvenes actrices a nivel mundial (y no hablo de babear por vampiros ni esconderse de un fantasma): Kristen Stewart y Dakota Fanning.

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