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7.0
58,364
9
15 de febrero de 2008
15 de febrero de 2008
194 de 245 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando veo las prom parties que se montan los yankis en las películas no puedo evitar compararlas con las fiestas de fin de curso de los centros educativos de mi barrio...
Para empezar, los adolescentes de por aquí no son tan altos ni tan guapos, y la mayoría están desaparejados; y los bailes, en lugar de hacerse en sitios chulos, se hacen en el gimnasio del instituto, que huele a pies; y en lugar de baladas románticas que permitan a los chavales relajarse y arrimar la cebolleta, ponen una música horrenda que retumba un montón; y los marginados de la clase no tienen poderes mágicos para defenderse de los abusones... Todo lo cual nos lleva a preguntarnos si la verdadera historia de terror no será la que estamos viviendo a este lado de la pantalla.
Pero si nos fijamos en la ficción, que a mí al menos me da menos miedo, el caso es que la premisa argumental de Carrie (las aventuras y desventuras de una rubita con limitadas habilidades sociales pero con la capacidad de lanzar la cubertería por los aires sin tocarla con las manos) es una chorrada (no en vano está basada en una novela del Stephen Burgerking), pero Brian De Palma es un virtuoso y es capaz de convertir un bestseller de terror paranormal (o parasubnormal, cómo dirían Ortega y Pacheco) en un festival de imágenes fascinantes.
Ya empieza la cosa con un largo plano secuencia protagonizado por un equipo de voleibol femenino en un vestuario en el que las chiquillas se cambian de ropa, se duchan, se peinan y se fustigan los traseros con las toallas a cámara lenta... y luego el nivel de voyeurismo decae pero el festival persiste.
Y venga a experimentar con a) escenas aceleradas, b) escenas desaceleradas, c) pantallas que se dividen en dos, d) planos raros y e) travellings alucinantes.
Corría el año 1976 y yo creo que el cine americano estaba llegando a la pubertad y dejaba atrás un montón de tabús y prejuicios y ganaba libertad creativa y empezaba a descubrir el cuerpo humano, y De Palma quería celebrarlo como se celebran las pubertades de las mozuelas: con unas memorables goticas de sangre.
Nota: notable alto.
Para empezar, los adolescentes de por aquí no son tan altos ni tan guapos, y la mayoría están desaparejados; y los bailes, en lugar de hacerse en sitios chulos, se hacen en el gimnasio del instituto, que huele a pies; y en lugar de baladas románticas que permitan a los chavales relajarse y arrimar la cebolleta, ponen una música horrenda que retumba un montón; y los marginados de la clase no tienen poderes mágicos para defenderse de los abusones... Todo lo cual nos lleva a preguntarnos si la verdadera historia de terror no será la que estamos viviendo a este lado de la pantalla.
Pero si nos fijamos en la ficción, que a mí al menos me da menos miedo, el caso es que la premisa argumental de Carrie (las aventuras y desventuras de una rubita con limitadas habilidades sociales pero con la capacidad de lanzar la cubertería por los aires sin tocarla con las manos) es una chorrada (no en vano está basada en una novela del Stephen Burgerking), pero Brian De Palma es un virtuoso y es capaz de convertir un bestseller de terror paranormal (o parasubnormal, cómo dirían Ortega y Pacheco) en un festival de imágenes fascinantes.
Ya empieza la cosa con un largo plano secuencia protagonizado por un equipo de voleibol femenino en un vestuario en el que las chiquillas se cambian de ropa, se duchan, se peinan y se fustigan los traseros con las toallas a cámara lenta... y luego el nivel de voyeurismo decae pero el festival persiste.
Y venga a experimentar con a) escenas aceleradas, b) escenas desaceleradas, c) pantallas que se dividen en dos, d) planos raros y e) travellings alucinantes.
Corría el año 1976 y yo creo que el cine americano estaba llegando a la pubertad y dejaba atrás un montón de tabús y prejuicios y ganaba libertad creativa y empezaba a descubrir el cuerpo humano, y De Palma quería celebrarlo como se celebran las pubertades de las mozuelas: con unas memorables goticas de sangre.
Nota: notable alto.

6.2
19,772
8
28 de octubre de 2007
28 de octubre de 2007
172 de 204 usuarios han encontrado esta crítica útil
El novio celoso le pregunta a su churri: "¿Serías capaz de acostarte con un director para que te diese un papel en una película?" y ella responde "Hombre... depende de qué papel... y depende de qué director... y depende de cuantas copas me hubiese tomado..." El tío confiesa no haber quedado muy contento con la respuesta y ella dice "Pues mira, a mí tampoco es que me haya hecho gracia la pregunta".
Y esto es lo más parecido a un chiste que hay en la última película de Woody Allen.
Pero bueno, al menos no es un dramón berganiano como lo de Septiembre o Interiores, sino que sigue con el rollo a lo Patricia Highsmith que le funcionó tan bien en Match Point. Hay suspense e intriga y hay dilemas morales gordos que recuerdan a Delitos y faltas.
Y el cliché dice que todas la pelis del gafotas judío son parecidas, y, a la que saca algún personaje inseguro todos los listillos lo señalan con el dedo y dicen "¡es él! ¡siempre se retrata a él mismo! ¡son películas autobiográficas!", y quién más quién menos habrá leído sesudos análisis que dictaminan que (como cualquier hijo de vecino) Woody Allen está obsesionado con a) el sexo, b) las ideas religiosas que le inculcaron de pequeñito, c) las relaciones sentimentales, y d) la muerte...
Pero ojo, si no me he descontado ésta ya es su tercera película (de un total de tropocientas) en la que insinúa que el camino del éxito es el camino del mal, y que el camino de la gente honrada es el camino de la gente que se come los mocos; y salen personajes carismáticos justificando crímenes motivados por la simple ambición, racionalizando que la violencia es algo normal entre humanos y que un asesinato ocasional no es nada comparado con una guerra...
¿Y si este fascinante tema también pudiese contarse ya entre la obsesiones del genial neoyorkino?
¿Y si Tío Howard, Judah Rosenthal y Chris Wilton fuesen sólo otros alteregos de Allen Konigsberg?
Porque Woody Allen, digan lo que digan, es un triunfador, muchas de mis películas favoritas las ha filmado él, y ahora empiezo a sospechar que para llegar tan lejos ha tenido que matar a alguien, pero me da igual.
Nota: notable.
Y esto es lo más parecido a un chiste que hay en la última película de Woody Allen.
Pero bueno, al menos no es un dramón berganiano como lo de Septiembre o Interiores, sino que sigue con el rollo a lo Patricia Highsmith que le funcionó tan bien en Match Point. Hay suspense e intriga y hay dilemas morales gordos que recuerdan a Delitos y faltas.
Y el cliché dice que todas la pelis del gafotas judío son parecidas, y, a la que saca algún personaje inseguro todos los listillos lo señalan con el dedo y dicen "¡es él! ¡siempre se retrata a él mismo! ¡son películas autobiográficas!", y quién más quién menos habrá leído sesudos análisis que dictaminan que (como cualquier hijo de vecino) Woody Allen está obsesionado con a) el sexo, b) las ideas religiosas que le inculcaron de pequeñito, c) las relaciones sentimentales, y d) la muerte...
Pero ojo, si no me he descontado ésta ya es su tercera película (de un total de tropocientas) en la que insinúa que el camino del éxito es el camino del mal, y que el camino de la gente honrada es el camino de la gente que se come los mocos; y salen personajes carismáticos justificando crímenes motivados por la simple ambición, racionalizando que la violencia es algo normal entre humanos y que un asesinato ocasional no es nada comparado con una guerra...
¿Y si este fascinante tema también pudiese contarse ya entre la obsesiones del genial neoyorkino?
¿Y si Tío Howard, Judah Rosenthal y Chris Wilton fuesen sólo otros alteregos de Allen Konigsberg?
Porque Woody Allen, digan lo que digan, es un triunfador, muchas de mis películas favoritas las ha filmado él, y ahora empiezo a sospechar que para llegar tan lejos ha tenido que matar a alguien, pero me da igual.
Nota: notable.

7.3
52,763
9
25 de noviembre de 2005
25 de noviembre de 2005
175 de 214 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uf, hacía tiempo que no pasaba tanto miedo en un cine.
Resulta que ni más ni menos que John Le Carré y Fernando Meirelles (el director de Ciudad de Diós) han unido sus superpoderes para pegarnos una buena patada cinematográfica en los huevecillos y de paso denunciar un poco los chanchullos de las empresas farmacéuticas.
Pero a parte del suspense y la denuncia social, también se nos cuenta una hermosa historia de amor, o sea que si creen que su pareja es una cursi etnocentrista y merece una reprimenda, pueden llevarla a ver esta joya diciéndole que van a ver un romance, y les aseguro que se van a cagar los dos por la pata baja.
A mí al menos me ha revuelto las tripas.
Hay un momento en que un diplomático británico muy malo dice (más o menos):
"Sí, vale, una empresa ha matado unos cuantos africanos, mujeres y niños inclusive, pero ¿qué más da? ¿acaso los africanos no se están muriendo todo el rato?"
Y la frase duele como un mazazo en toda la conciencia.
El 20% por ciento de la población mundial nos estamos zampando el 80% de los recursos del planeta. Las estadísticas parecen indicar que todo va a ir a peor. Yo ya a no se si animarles a que vayan corriendo a ver esta gran película o calcular para ustedes la cantidad de kenianos que podrían vacunarse por el precio de una entrada de cine y dejar que hagan ustedes lo que les salga de las narices.
Nota: excelente.
Resulta que ni más ni menos que John Le Carré y Fernando Meirelles (el director de Ciudad de Diós) han unido sus superpoderes para pegarnos una buena patada cinematográfica en los huevecillos y de paso denunciar un poco los chanchullos de las empresas farmacéuticas.
Pero a parte del suspense y la denuncia social, también se nos cuenta una hermosa historia de amor, o sea que si creen que su pareja es una cursi etnocentrista y merece una reprimenda, pueden llevarla a ver esta joya diciéndole que van a ver un romance, y les aseguro que se van a cagar los dos por la pata baja.
A mí al menos me ha revuelto las tripas.
Hay un momento en que un diplomático británico muy malo dice (más o menos):
"Sí, vale, una empresa ha matado unos cuantos africanos, mujeres y niños inclusive, pero ¿qué más da? ¿acaso los africanos no se están muriendo todo el rato?"
Y la frase duele como un mazazo en toda la conciencia.
El 20% por ciento de la población mundial nos estamos zampando el 80% de los recursos del planeta. Las estadísticas parecen indicar que todo va a ir a peor. Yo ya a no se si animarles a que vayan corriendo a ver esta gran película o calcular para ustedes la cantidad de kenianos que podrían vacunarse por el precio de una entrada de cine y dejar que hagan ustedes lo que les salga de las narices.
Nota: excelente.
5
25 de mayo de 2007
25 de mayo de 2007
223 de 311 usuarios han encontrado esta crítica útil
Queridas amigas: los reyes no son los padres, dios no se preocupa de nosotras y las teleséries de mujeres están hechas por hombres.
En serio, no quiero ser aguafiestas pero se rumorea que Darren Star y Allen Couter tienen polla.
Y no sólo son los padres de Sex in the city sino también de Beverly Hills 9000 y pico: Sensación de vivir.
Y me imagino que se reunen con los colegas, se ponen hasta el culo de cerveza y hablan de obcenidades mientras juegan a hacer concursos de eructos. Los hombres siempre serán hombres y se piensan que en este mundo hay pocas cosas más agradables que beber cerveza, eructar y hablar de sexo con los amigotes... El problema es que Darren y Allen reciclan sus conversaciones sobre coitos, las recortan todo lo necesario para que puedan ser emitidas por las puritanas cadenas de televisión estadounidenses, las ponen en boca de cuatro tías buenas y las venden como si se tratase de feminismo postmoderno. Hay que tener jeta. Y para rematar la faena, le ponen un título de película porno que despierta la curiosidad y luego defrauda a cualquier pajillero.
¡Después se quejarán de que las mujeres son comadrejas rebuscadas!
Un título más adecuado sería quizá Parloteo en Villaconejos, porque las protas hablan más que follan y porque nadie se cree que la acción transcurra en una urbe inmensa y cada vez que una sale a la calle a comprar zapatos se encuentra con sus exs, sus ligues de la semana pasada, sus amigas de la infancia, su suegra, el cirujano que le arregló los gluteos y el profe de gimnasia que abusaba de ella en el instituto.
Y, bueno, las chicas protagonistas hablan de penes y vaginas sin dejar de ser frívolas, cursis y estereotipadas... Mientras que los secundarios masculinos no es que sean planos, es que tienen una bidimensionalidad chunga: durante 15 minutos son el hombre ideal, y luego en los últimos 5 minutos son una mierda andante.
Por ejemplo, puede suceder que la periodista se enamore de un cinéfilo y vaya con él al cineclub y le de mucho morbo y sea todo muy bonito hasta que el chico le pida que se disfrace de Dersu Uzala y se pinte un bigote a lo Groucho Marx y se arrodille frente al sofá y le fele el ciruelo mientras disfruta de El Acorazado Potenkim en el home cinema con el volumen a todo trapo. Entonces ella se da cuenta de que este hombre es tan capullo como todos y se va a contarlo a sus amigas.
Además aprovecha sus experiencias vitales (y a veces incluso consulta a tres amigas) para realizar una inducción global y escribir artículos de opinión con abundantes preguntas retóricas que a suele leernos con su elegante voz en off y que suenan más o menos así:
"¿Puede ser que la cinefilia sea el nuevo paradigma sexual de la juventud treintañera del siglo XXI en la isla de Manhattan?"
En serio, no quiero ser aguafiestas pero se rumorea que Darren Star y Allen Couter tienen polla.
Y no sólo son los padres de Sex in the city sino también de Beverly Hills 9000 y pico: Sensación de vivir.
Y me imagino que se reunen con los colegas, se ponen hasta el culo de cerveza y hablan de obcenidades mientras juegan a hacer concursos de eructos. Los hombres siempre serán hombres y se piensan que en este mundo hay pocas cosas más agradables que beber cerveza, eructar y hablar de sexo con los amigotes... El problema es que Darren y Allen reciclan sus conversaciones sobre coitos, las recortan todo lo necesario para que puedan ser emitidas por las puritanas cadenas de televisión estadounidenses, las ponen en boca de cuatro tías buenas y las venden como si se tratase de feminismo postmoderno. Hay que tener jeta. Y para rematar la faena, le ponen un título de película porno que despierta la curiosidad y luego defrauda a cualquier pajillero.
¡Después se quejarán de que las mujeres son comadrejas rebuscadas!
Un título más adecuado sería quizá Parloteo en Villaconejos, porque las protas hablan más que follan y porque nadie se cree que la acción transcurra en una urbe inmensa y cada vez que una sale a la calle a comprar zapatos se encuentra con sus exs, sus ligues de la semana pasada, sus amigas de la infancia, su suegra, el cirujano que le arregló los gluteos y el profe de gimnasia que abusaba de ella en el instituto.
Y, bueno, las chicas protagonistas hablan de penes y vaginas sin dejar de ser frívolas, cursis y estereotipadas... Mientras que los secundarios masculinos no es que sean planos, es que tienen una bidimensionalidad chunga: durante 15 minutos son el hombre ideal, y luego en los últimos 5 minutos son una mierda andante.
Por ejemplo, puede suceder que la periodista se enamore de un cinéfilo y vaya con él al cineclub y le de mucho morbo y sea todo muy bonito hasta que el chico le pida que se disfrace de Dersu Uzala y se pinte un bigote a lo Groucho Marx y se arrodille frente al sofá y le fele el ciruelo mientras disfruta de El Acorazado Potenkim en el home cinema con el volumen a todo trapo. Entonces ella se da cuenta de que este hombre es tan capullo como todos y se va a contarlo a sus amigas.
Además aprovecha sus experiencias vitales (y a veces incluso consulta a tres amigas) para realizar una inducción global y escribir artículos de opinión con abundantes preguntas retóricas que a suele leernos con su elegante voz en off y que suenan más o menos así:
"¿Puede ser que la cinefilia sea el nuevo paradigma sexual de la juventud treintañera del siglo XXI en la isla de Manhattan?"
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y por supuesto que ellas son jóvenes y treintañeras y liberadas y sueñan con casarse con hombres de verdad que se depilen y no fumen y sean guapos y ricos.
Pero, dependiendo de la fase lunar, a veces se encontrarán con hombres ideales que no querrán comprometerse, y a veces se encontrarán com hombres ideales que querrán comprometerse antes de que ellas estén preparadas. Un desastre, vamos.
Y yo me pregunto: "¿Puede que los sentimientos ambivalentes hacia el compromiso a largo plazo constituyan un motor fundamental en el paradigma televisivo del siglo XXI?" o incluso "¿Puede ser que el nuevo paradigma de la evasión de una generación eternamente postadolescente que no gana lo suficiente para emanciparse pero le sobra pasta para coleccionar DVDs sea ver a cuatro pijas parloteando sobre novios y zapatos?"
Etcétera.
Nota: Un cate.
Pero, dependiendo de la fase lunar, a veces se encontrarán con hombres ideales que no querrán comprometerse, y a veces se encontrarán com hombres ideales que querrán comprometerse antes de que ellas estén preparadas. Un desastre, vamos.
Y yo me pregunto: "¿Puede que los sentimientos ambivalentes hacia el compromiso a largo plazo constituyan un motor fundamental en el paradigma televisivo del siglo XXI?" o incluso "¿Puede ser que el nuevo paradigma de la evasión de una generación eternamente postadolescente que no gana lo suficiente para emanciparse pero le sobra pasta para coleccionar DVDs sea ver a cuatro pijas parloteando sobre novios y zapatos?"
Etcétera.
Nota: Un cate.
7
25 de noviembre de 2005
25 de noviembre de 2005
153 de 177 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando yo era pequeñajo todavía no existía el Harry Potter (y el Señor de los Anillos sí que existía, pero nos daba igual), de manera que los jovenes empollones de entonces leíamos libros más delgaditos firmados por genios como Gianni Rodari, René Goscinny y Roal Dahl.
Y por supuesto que Dahl era el mejor de todos, más que nada por dos motivos: a) por su greatest hit Las Brujas y b) por ser el padre de Willy Wonka.
¡Pues nadie me negará que Willy Wonka es uno de los villanos más fascinantes y difíciles de olvidar de la literatura infantil!
El muy hijodeputa y neoliberal no sólo hace una restructuración salvaje de su fábrica de gominolas para contratar exclusivamente a immigrantes tercermundistas (que para más inri son enanos, feos e indistinguibles entre ellos) sinó que encima publicita sus productos invitando a sólo cinco niños a visitar su dulce cadena de producción... aunque en realidad lo que les hace es someterlos a personalizados tormentos para vengarse de sus repelentes niñerías y caprichos: el gordito glotón se ve forzado a tragar chocolate hasta casi explotar, la pija consentida es lanzada a la trituradora de basura, etcétera.
Vamos, que Wonka es un cabronazo de cuidado, pero es de esos cabronazos que se ganan la simpatía del público, como Anibal Lecter, el Capitán Nemo o el Marqués de Sade.
¡Y no me digan que no apetece siempre el revivir viejos sueños de la infancia en pantalla grande!
(Aunque habiendo visto ya la entrañable versión cinematográfica de los 70 y habiendo visto el también entrañable aunque innecesario remake de Tim Burton que ahora está en los cines... pues no hay ninguna duda: la mejor adaptación sigue siendo, y con diferencia, el capítulo de Futurama titulado "Fry y la Fábrica de Slurm").
En todo caso, lo más sorprendente del film es la idea de que Burton siga teniendo un prestigio como artista original y creativo, pues básicamente lo que hace es sacar un poco de brillo a los lisérgicos decorados de los 70 (que más que la Fábrica de Chocolate parece la Fábrica de LSD) y actualizar las canciones con un ritmillo más funky.
Y, bueno, al final de la peli el tío también añade un pegote en plan reencuentro familiar entre Wonka y su padre (que quizá es un homenaje a Spielberg y sus famosos pegotes familiares), pero a esas alturas ya me daba todo igual, pues lo único a que aspiraba era a) ver una vez más cómo torturaban a los niños repelentes y b) dejar que la nostalgia llenase de dulzura y colorines mi triste corazón reseco por el paso del tiempo.
Nota: notable.
Y por supuesto que Dahl era el mejor de todos, más que nada por dos motivos: a) por su greatest hit Las Brujas y b) por ser el padre de Willy Wonka.
¡Pues nadie me negará que Willy Wonka es uno de los villanos más fascinantes y difíciles de olvidar de la literatura infantil!
El muy hijodeputa y neoliberal no sólo hace una restructuración salvaje de su fábrica de gominolas para contratar exclusivamente a immigrantes tercermundistas (que para más inri son enanos, feos e indistinguibles entre ellos) sinó que encima publicita sus productos invitando a sólo cinco niños a visitar su dulce cadena de producción... aunque en realidad lo que les hace es someterlos a personalizados tormentos para vengarse de sus repelentes niñerías y caprichos: el gordito glotón se ve forzado a tragar chocolate hasta casi explotar, la pija consentida es lanzada a la trituradora de basura, etcétera.
Vamos, que Wonka es un cabronazo de cuidado, pero es de esos cabronazos que se ganan la simpatía del público, como Anibal Lecter, el Capitán Nemo o el Marqués de Sade.
¡Y no me digan que no apetece siempre el revivir viejos sueños de la infancia en pantalla grande!
(Aunque habiendo visto ya la entrañable versión cinematográfica de los 70 y habiendo visto el también entrañable aunque innecesario remake de Tim Burton que ahora está en los cines... pues no hay ninguna duda: la mejor adaptación sigue siendo, y con diferencia, el capítulo de Futurama titulado "Fry y la Fábrica de Slurm").
En todo caso, lo más sorprendente del film es la idea de que Burton siga teniendo un prestigio como artista original y creativo, pues básicamente lo que hace es sacar un poco de brillo a los lisérgicos decorados de los 70 (que más que la Fábrica de Chocolate parece la Fábrica de LSD) y actualizar las canciones con un ritmillo más funky.
Y, bueno, al final de la peli el tío también añade un pegote en plan reencuentro familiar entre Wonka y su padre (que quizá es un homenaje a Spielberg y sus famosos pegotes familiares), pero a esas alturas ya me daba todo igual, pues lo único a que aspiraba era a) ver una vez más cómo torturaban a los niños repelentes y b) dejar que la nostalgia llenase de dulzura y colorines mi triste corazón reseco por el paso del tiempo.
Nota: notable.
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