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8
29 de septiembre de 2017
29 de septiembre de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un tema tan atractivo como la permanente amenaza de esquizofrenia que se cierne sobre determinados actores, capaces de apoderarse de su personaje tan obsesivamente como para no diferenciar la realidad de la ficción, no ha sido muy retratado por las cámaras. Hace casi siete décadas, George Cukor nos contó cómo el moro Otelo fagocitaba la voluntad del actor interpretado por Ronald Colman en el drama Doble vida (1947), un film inolvidable para Cuenca porque constituyó la tarjeta de presentación de la entonces desconocida actriz de reparto Betsy Blair. Cuando Juan Antonio Bardem la descubrió frente al espejo, supo que había encontrado a su señorita de Trevélez, allí tenía a la desvalida Isabel de su Calle Mayor. Todo esto a cuento, o no, de Birdman, una película que, de alguna manera, reflexiona inteligentemente sobre la condición humana utilizando una metáfora teatral.
El mexicano Alejandro González Iñárritu, autor de intensos dramas como Amores perros (2000), 21 gramos (2003) o Babel (2006), decide dar un giro de ciento ochenta grados a las tendencias actuales del negocio del cine y dinamitar las adocenadas estructuras narrativas que infectan cada fotograma con historias y personajes tan recurrentes como anodinos. Los cimientos de su Birdman se apoyan en un trepidante diálogo sin cambiar de plano, una combinación cada vez más inverosímil para las nuevas hornadas de espectadores. Tras el virtuosismo de su puesta en escena, que otorga a la cámara el valor de un personaje constante y omnisciente, se esconde el teatro de la vida, más allá de la superficie del limitado escenario.
La peripecia de un actor en horas bajas, que tuvo su mejor momento profesional en una serie de tres películas sobre un superhéroe vestido con licra de rebajas llamado Birdman, y al que muy oportunamente da vida Michael Keaton mirándose en el reflejo de su propia esencia, permite al director adentrarse en los recovecos emocionales de un personaje que quiere renacer entre las cenizas del poderoso hombre-pájaro que fue (¿o era hombre-murciélago?), una inseparable sombra que se ha convertido en el pepito grillo de su ego personal. Ni siquiera los super-poderes que aún conserva pueden remediar su actual situación, solo le permiten proezas insignificantes. El resto de magníficos actores, entre los que se cuentan Edward Norton o la omnipresente Naomi Watts, se transforman en perfectos comparsas del protagonista de la función, ya imbuido del agradable aroma del óscar por interpretar gran parte de sí mismo.
La película llega avalada por la avalancha de nominaciones que supone un reconocimiento y un cambio, aparentemente, de la Academia americana hacia apuestas más arriesgadas, tanto desde un punto de vista temático como de la estructura narrativa, elementos que se integran entre las cadencias rítmicas de una música a base de percusiones jazzísticas que en ocasiones llega a importunar el oído del espectador, lo que parece una argucia para concentrar la atención en una historia cargada de referencias fílmicas, la puerta de acceso más asequible para empatizar con el Broadway aquí retratado.
El mexicano Alejandro González Iñárritu, autor de intensos dramas como Amores perros (2000), 21 gramos (2003) o Babel (2006), decide dar un giro de ciento ochenta grados a las tendencias actuales del negocio del cine y dinamitar las adocenadas estructuras narrativas que infectan cada fotograma con historias y personajes tan recurrentes como anodinos. Los cimientos de su Birdman se apoyan en un trepidante diálogo sin cambiar de plano, una combinación cada vez más inverosímil para las nuevas hornadas de espectadores. Tras el virtuosismo de su puesta en escena, que otorga a la cámara el valor de un personaje constante y omnisciente, se esconde el teatro de la vida, más allá de la superficie del limitado escenario.
La peripecia de un actor en horas bajas, que tuvo su mejor momento profesional en una serie de tres películas sobre un superhéroe vestido con licra de rebajas llamado Birdman, y al que muy oportunamente da vida Michael Keaton mirándose en el reflejo de su propia esencia, permite al director adentrarse en los recovecos emocionales de un personaje que quiere renacer entre las cenizas del poderoso hombre-pájaro que fue (¿o era hombre-murciélago?), una inseparable sombra que se ha convertido en el pepito grillo de su ego personal. Ni siquiera los super-poderes que aún conserva pueden remediar su actual situación, solo le permiten proezas insignificantes. El resto de magníficos actores, entre los que se cuentan Edward Norton o la omnipresente Naomi Watts, se transforman en perfectos comparsas del protagonista de la función, ya imbuido del agradable aroma del óscar por interpretar gran parte de sí mismo.
La película llega avalada por la avalancha de nominaciones que supone un reconocimiento y un cambio, aparentemente, de la Academia americana hacia apuestas más arriesgadas, tanto desde un punto de vista temático como de la estructura narrativa, elementos que se integran entre las cadencias rítmicas de una música a base de percusiones jazzísticas que en ocasiones llega a importunar el oído del espectador, lo que parece una argucia para concentrar la atención en una historia cargada de referencias fílmicas, la puerta de acceso más asequible para empatizar con el Broadway aquí retratado.

7.3
32,399
7
3 de octubre de 2018
3 de octubre de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curiosamente, coinciden en la cartelera dos producciones cinematográficas que estructuran su construcción narrativa sobre unos personajes que, transitando por una cuerda floja al borde de un abismo, ven amenazadas sus carreras políticas y su aferramiento a las ubres del poder. Tanto "El escándalo Ted Kennedy" como "El reino" se mueven por terrenos propios del thriller de suspense para adentrar al espectador en los espacios reservados a quienes mueven los hilos de la gobernación, pero mientras la primera intenta testimoniar en tono (hiper)realista unos hechos relevantes de la historia reciente de Estados Unidos, la película de Rodrigo Sorogoyen prioriza la forma sobre el contenido, adecuando la cámara y sus movimientos a las compulsiones del personaje principal, ese político corrompido sobre el que el inagotable Antonio de la Torre cimienta gran parte del poderío de la película en su expresivo rostro.
Aunque por razones evidentes "El reino" no haga mención explícita a ningún partido político ni comunidad autónoma (incluso al principio resulta algo farragoso situar las implicaciones de los personajes en la trama), al espectador le resulta fácil asociar las imágenes a determinadas investigaciones destapadas por la guardia civil en las cloacas de la política nacional, y la Gürtel debería figurar en los créditos de los guionistas. Las mariscadas, los viajes de lujo, los yates con señoritas y las reuniones en la médula de mando del partido pronto dejan paso al infierno de Manuel Sánchez-Vidal (De la Torre) en pos de una venganza imposible, intentando arrastrar en la caída a sus compañeros de fiesta, hasta los últimos flecos del poder huelen a corrompido. Cuando la película se aparta de la política para adentrarse en los confines del género de acción y suspense acaba arrastrando, casi sin respiro, al espectador hacia una espiral de tensión (que culmina en la tan agobiante como excesiva escena en la casa de Andorra) que el director maneja con la suficiente solvencia, aunque progresivamente se vaya alejando de los límites de esa realidad más plausible. Se podría decir que la película se desvía del testimonio social (lo que desde mi punto de vista le pone fecha de caducidad al producto final) para acercarse a los manuales representativos del cine actual; y la cosa funciona, hasta el postrero regreso a los cauces de la credibilidad, cuando tras la modulada crítica al poder económico por parte del político acosado, la soflama articulada por la periodista, un remedo indisimulado de la televisiva Ana Pastor, interpretada por la reconocida Bárbara Lennie, expresa toda la indignación y repulsión colectiva contra la amplia clase política representada y concentrada en el personaje principal; apreciable borrón en la escritura de un film notable, que se compensa con la comprensible empatía que el momento consigue establecer con el público español. Lo que no es poco.
Aunque por razones evidentes "El reino" no haga mención explícita a ningún partido político ni comunidad autónoma (incluso al principio resulta algo farragoso situar las implicaciones de los personajes en la trama), al espectador le resulta fácil asociar las imágenes a determinadas investigaciones destapadas por la guardia civil en las cloacas de la política nacional, y la Gürtel debería figurar en los créditos de los guionistas. Las mariscadas, los viajes de lujo, los yates con señoritas y las reuniones en la médula de mando del partido pronto dejan paso al infierno de Manuel Sánchez-Vidal (De la Torre) en pos de una venganza imposible, intentando arrastrar en la caída a sus compañeros de fiesta, hasta los últimos flecos del poder huelen a corrompido. Cuando la película se aparta de la política para adentrarse en los confines del género de acción y suspense acaba arrastrando, casi sin respiro, al espectador hacia una espiral de tensión (que culmina en la tan agobiante como excesiva escena en la casa de Andorra) que el director maneja con la suficiente solvencia, aunque progresivamente se vaya alejando de los límites de esa realidad más plausible. Se podría decir que la película se desvía del testimonio social (lo que desde mi punto de vista le pone fecha de caducidad al producto final) para acercarse a los manuales representativos del cine actual; y la cosa funciona, hasta el postrero regreso a los cauces de la credibilidad, cuando tras la modulada crítica al poder económico por parte del político acosado, la soflama articulada por la periodista, un remedo indisimulado de la televisiva Ana Pastor, interpretada por la reconocida Bárbara Lennie, expresa toda la indignación y repulsión colectiva contra la amplia clase política representada y concentrada en el personaje principal; apreciable borrón en la escritura de un film notable, que se compensa con la comprensible empatía que el momento consigue establecer con el público español. Lo que no es poco.

6.1
3,137
5
19 de diciembre de 2017
19 de diciembre de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la programación de este título por el Cineclub Chaplin el día 29 de noviembre se puede decir, después de un breve intercambio de impresiones, que casi hubo unanimidad entre los socios, les había parecido una obra extraordinaria, redondeada por un guion bien construido a partir de la voluminosa novela firmada por Joan Sales, que no conozco. Sin embargo, en algunos espectadores (entre los que me incluyo) había dejado una sensación de indiferencia, sin conseguir traspasar la frontera del interés respecto a los personajes y la historia, puro artificio sin alma.
"Incierta gloria" es un drama con el trasfondo de la guerra civil, ambientado en un momento que el frente de Aragón parece dormido, y salvo la primera escena de violencia a cargo de una partida de milicianos, la guerra se desarrolla fuera de campo; en este sentido guarda cierto paralelismo temático, y sobre todo estilístico, con el anterior film de Villaronga, "Pa negre" (2010), el mayor éxito hasta la fecha del director mallorquín.
Por otra parte, y a pesar del esfuerzo de ambientación por aprovechar ruinas nonagenarias originales para recrear habitáculos y calles recién habitadas, todavía humeantes, se produce un distanciamiento con la ubicación de los personajes, que aparecen impostados en los escenarios, dificultando la verosimilitud de sus papeles y sus desventuras personales, y eso a pesar del atractivo triángulo emocional representado por los tres protagonistas, además bien interpretados. El otro pilar que soporta el trasunto amargo del drama, la viuda Carlana, a la que la actriz Nuria Prims dota del impulso trágico necesario, carece, sin embargo, de la morbosidad física para provocar la pulsión sexual que disfraza el ambiente de fatalidad. El final coquetea con el folletín, al introducir elementos como el niño enfermo, el medicamento imposible de conseguir y la venganza fría y sinsentido, al objeto de incidir en el absurdo de la guerra y de los bandos contendientes intercambiables; en la guerra hay que matar al amigo, al hermano. Como se puede ver, sutileza e innovación en el mensaje antibelicista.
Parafraseando uno de los mejores diálogos de la película, cuando Carlana justifica su partida a dos bandos diciendo que “el sol sale todos los días por el mismo lugar, y cada uno debe preocuparse por estar donde más calienta”, podemos razonar que todos hemos visto la misma película, pero a unos les ha calentado más que a otros, dependiendo de su disposición personal.
"Incierta gloria" es un drama con el trasfondo de la guerra civil, ambientado en un momento que el frente de Aragón parece dormido, y salvo la primera escena de violencia a cargo de una partida de milicianos, la guerra se desarrolla fuera de campo; en este sentido guarda cierto paralelismo temático, y sobre todo estilístico, con el anterior film de Villaronga, "Pa negre" (2010), el mayor éxito hasta la fecha del director mallorquín.
Por otra parte, y a pesar del esfuerzo de ambientación por aprovechar ruinas nonagenarias originales para recrear habitáculos y calles recién habitadas, todavía humeantes, se produce un distanciamiento con la ubicación de los personajes, que aparecen impostados en los escenarios, dificultando la verosimilitud de sus papeles y sus desventuras personales, y eso a pesar del atractivo triángulo emocional representado por los tres protagonistas, además bien interpretados. El otro pilar que soporta el trasunto amargo del drama, la viuda Carlana, a la que la actriz Nuria Prims dota del impulso trágico necesario, carece, sin embargo, de la morbosidad física para provocar la pulsión sexual que disfraza el ambiente de fatalidad. El final coquetea con el folletín, al introducir elementos como el niño enfermo, el medicamento imposible de conseguir y la venganza fría y sinsentido, al objeto de incidir en el absurdo de la guerra y de los bandos contendientes intercambiables; en la guerra hay que matar al amigo, al hermano. Como se puede ver, sutileza e innovación en el mensaje antibelicista.
Parafraseando uno de los mejores diálogos de la película, cuando Carlana justifica su partida a dos bandos diciendo que “el sol sale todos los días por el mismo lugar, y cada uno debe preocuparse por estar donde más calienta”, podemos razonar que todos hemos visto la misma película, pero a unos les ha calentado más que a otros, dependiendo de su disposición personal.

5.4
5,651
5
10 de octubre de 2017
10 de octubre de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como no esperaba mucho de esta historia trillada y previsible, a mayor gloria de la pareja protagonista, tampoco puedo decir que me defraudase especialmente. Relativamente bien contada, e interpretada por dos actores que acaban teniendo química, resulta hasta agradable de ver, mayormente cuando la cámara se pasea por la inconmensurable blancura de unas montañas inacabables cubiertas de nieve; cuando las escenas se recrean en estudio con nieve de pega pegada a los bigotes y cejas la cosa resulta bastante menos efectiva. El gran problema de la película es que todo el argumento se desarrolla según las previsiones y por este lado carece de cualquier atisbo de sorpresa. Pasa cuanto el espectador espera que pase, y los dos personajes protagonistas consiguen sobrevivir a la montaña invernal gracias al ... (perdón, aquí no se puede hacer spoiler).

5.5
2,749
7
10 de octubre de 2017
10 de octubre de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El realizador más febril de la industria francesa, capaz de presentar cada año una nueva obra sin conexiones temáticas, técnicas ni artísticas con las anteriores. El Cineclub Chaplin cerraba temporada con su penúltima película ("Frantz") y empezamos la nueva con esta titulada "El amante doble", interesante propuesta con múltiples lecturas respecto a temas como la esquizofrenia, la maternidad, la frigidez, el desdoble de personalidad (especialmente en hermanos gemelos)... todo tratado con un una exquisita puesta en escena. Historia con dos personajes llenos de recovecos emocionales, al menos el doble de lo normal, bien tratada y culminada en un final sugerido de una forma tan sencilla como sobrecogedora. Es cierto que bebe en muchas películas que han tratado anteriormente el tema de los gemelos intercambiables, especialmente "Inseparables" (David Cronenberg, 1988).
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