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7.6
118,640
6
25 de febrero de 2011
25 de febrero de 2011
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La lucha interna en un humano no es entre su parte buena y su parte mala. La Naturaleza no puede dar un producto que carezca de encaje. Eso es una construcción jungiana que vende mucho (sobre todo en norteamérica), pero que no es cierta.
El problema de Cisne Negro es que no consigue quitarse de encima totalmente esa ilusión. Aunque en la película el blanco y el negro no tienen intención de representar el bien y el mal, a veces se cruza la línea.
El problema de Cisne Negro es que no consigue quitarse de encima totalmente esa ilusión. Aunque en la película el blanco y el negro no tienen intención de representar el bien y el mal, a veces se cruza la línea.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si se mira bien, salvo la madre, en la película no hay ningún villano, nadie que se salte la ley, nadie que busque el mal ajeno por placer o frustración.
Y esos colores, blanco y negro, no tocan a la madre. Quieren ser símbolos de otras cosas que tienen que ver con la transformación del personaje de Nina, gracias en este caso al tránsito por zonas negras de una personalidad blanca (pero que muy bien podría darse a la inversa). Una transformación por otro lado positiva y no exenta de altibajos, dificultades y paranoias. ¡A ver quien piensa que cambiar es gratis! Yo, si la película continuara, me imagino la llegada de una ambulancia diligente. Y también tomo la frase de Nina sobre la perfección como un lapsus perdonable (está desangrándose la pobre).
Lo que no me explico es el interés que tiene el personaje del director en Nina. ¿Por qué apuesta tanto por ella? No estaba muy claro que fuera a conseguir esa conversión. O al menos que la fuera a conseguir a tiempo. Demasiado arriesgado ¿Qué es el? ¿Una especie de Ángel? ¿Un Ángel Negro? Es aquí donde se ve cómo se mezclan los conceptos. No me lo creo.
Y esos colores, blanco y negro, no tocan a la madre. Quieren ser símbolos de otras cosas que tienen que ver con la transformación del personaje de Nina, gracias en este caso al tránsito por zonas negras de una personalidad blanca (pero que muy bien podría darse a la inversa). Una transformación por otro lado positiva y no exenta de altibajos, dificultades y paranoias. ¡A ver quien piensa que cambiar es gratis! Yo, si la película continuara, me imagino la llegada de una ambulancia diligente. Y también tomo la frase de Nina sobre la perfección como un lapsus perdonable (está desangrándose la pobre).
Lo que no me explico es el interés que tiene el personaje del director en Nina. ¿Por qué apuesta tanto por ella? No estaba muy claro que fuera a conseguir esa conversión. O al menos que la fuera a conseguir a tiempo. Demasiado arriesgado ¿Qué es el? ¿Una especie de Ángel? ¿Un Ángel Negro? Es aquí donde se ve cómo se mezclan los conceptos. No me lo creo.

6.4
4,283
6
1 de abril de 2024
1 de abril de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como un hijo condicionado por un profundo respeto hacia su padre, El cielo protector termina sometiéndose a la novela de la que parte y a la figura de su autor, Paul Bowles, y ello a pesar de que en cierto momento pudiera parecer que intenta construir su propia independencia (en línea con una estética que humaniza la sordidez, la visceralidad, la soledad y la oscuridad profundas de la novela); intento que a mi entender finalmente queda abortado.
Debido a ello, la película no llega a funcionar por sí misma.
Sin embargo, esa represión o culpa que personalmente veo en el film de Bertolucci me ha ayudado a entender y apreciar una novela que tampoco me encantó, con lo cual el binomio que forman película y libro sí me ha resultado sugerente e interesante.
También he comprendido que, quizás, la represión de Bertolucci tenía un motivo.
Para empezar, tengo que decir que en mi caso decidí leer la novela de Bowles antes de ver la película. Quería, además de respetar yo mismo la que pasa por ser una de las obras destacadas de la literatura del XX, estudiar la interpretación cinematográfica hecha después por otro gran artista. Es un ejercicio que me parece apasionante.
Pero, ya lo he avanzado, no encontré tal interpretación. O al menos de forma directa.
De entrada, como también decía, el libro de Bowles no me gustó. Terminarlo me supuso un esfuerzo. El texto se me hacía largo y pesado; las descripciones sobre los sentimientos y conductas de los personajes, así como sobre el ámbito humano y físico (desértico, lejano) donde tiene lugar la historia, me resultaban opacas, excesivas en unos detalles que en vez de acercarlos a mí, los alejaba. Por no entender, no entendía ni el título, “El cielo protector”.
Después, continuando con la película, seguía esta de forma tan fidedigna (casi reverencial) la historia que cuenta el libro (recortando unas partes y edulcorando otras, pero sin alterar el producto) que todo lo que veía no hacía sino remitirme a la novela y a la perplejidad que me había causado. Y, según creo, la inercia, la contaminación anticipatoria en la que por ello había caído, así como las palabras, para mí disonantes, que Bowles dice en sus cameos, no me dejaron apreciar el sutil giro final de guión que introduce Bertolucci, giro que, al analizarlo después, me explicaría indirectamente la novela de Bowles (mientras veía la película, no podía tomarlo sino como un error de reproducción, o como un desliz moralista -sobre, precisamente, la parte que, por plenamente incomprendida, más estaba esperando-. O quizás esté yo equivocado y solo era eso).
El viraje al que me refiero es la actitud diferente del personaje femenino, de Kit, en esa última parte del film. No lo que hace, sino cómo lo hace. Lo explicaré después.
Antes, decir que dentro de la, por otro lado, lealtad generalizada de Bertolucci hacia Bowles, quizás la otra diferencia importante (a la par que chocante) entre libro y película lo constituyen esas leves apariciones en pantalla del propio Paul Bowles. Le vemos en tres pequeños momentos, en una vejez ya muy avanzada, sentado solo en un bar como un olvidado patriarca. Inicialmente, su inesperada presencia me pareció un simple gesto amable por parte de Bertolucci, una concesión fruto del llano afecto. Sin más. Aunque, dado lo anterior, me extrañó enterarme de las críticas posteriores del escritor hacia la película. Pero, tanto la curiosa aparición del novelista como su inusitada reacción desaprobatoria (que ahora imagino gruñona) me terminaron resultando también congruentes en un plano más profundo.
Debido a ello, la película no llega a funcionar por sí misma.
Sin embargo, esa represión o culpa que personalmente veo en el film de Bertolucci me ha ayudado a entender y apreciar una novela que tampoco me encantó, con lo cual el binomio que forman película y libro sí me ha resultado sugerente e interesante.
También he comprendido que, quizás, la represión de Bertolucci tenía un motivo.
Para empezar, tengo que decir que en mi caso decidí leer la novela de Bowles antes de ver la película. Quería, además de respetar yo mismo la que pasa por ser una de las obras destacadas de la literatura del XX, estudiar la interpretación cinematográfica hecha después por otro gran artista. Es un ejercicio que me parece apasionante.
Pero, ya lo he avanzado, no encontré tal interpretación. O al menos de forma directa.
De entrada, como también decía, el libro de Bowles no me gustó. Terminarlo me supuso un esfuerzo. El texto se me hacía largo y pesado; las descripciones sobre los sentimientos y conductas de los personajes, así como sobre el ámbito humano y físico (desértico, lejano) donde tiene lugar la historia, me resultaban opacas, excesivas en unos detalles que en vez de acercarlos a mí, los alejaba. Por no entender, no entendía ni el título, “El cielo protector”.
Después, continuando con la película, seguía esta de forma tan fidedigna (casi reverencial) la historia que cuenta el libro (recortando unas partes y edulcorando otras, pero sin alterar el producto) que todo lo que veía no hacía sino remitirme a la novela y a la perplejidad que me había causado. Y, según creo, la inercia, la contaminación anticipatoria en la que por ello había caído, así como las palabras, para mí disonantes, que Bowles dice en sus cameos, no me dejaron apreciar el sutil giro final de guión que introduce Bertolucci, giro que, al analizarlo después, me explicaría indirectamente la novela de Bowles (mientras veía la película, no podía tomarlo sino como un error de reproducción, o como un desliz moralista -sobre, precisamente, la parte que, por plenamente incomprendida, más estaba esperando-. O quizás esté yo equivocado y solo era eso).
El viraje al que me refiero es la actitud diferente del personaje femenino, de Kit, en esa última parte del film. No lo que hace, sino cómo lo hace. Lo explicaré después.
Antes, decir que dentro de la, por otro lado, lealtad generalizada de Bertolucci hacia Bowles, quizás la otra diferencia importante (a la par que chocante) entre libro y película lo constituyen esas leves apariciones en pantalla del propio Paul Bowles. Le vemos en tres pequeños momentos, en una vejez ya muy avanzada, sentado solo en un bar como un olvidado patriarca. Inicialmente, su inesperada presencia me pareció un simple gesto amable por parte de Bertolucci, una concesión fruto del llano afecto. Sin más. Aunque, dado lo anterior, me extrañó enterarme de las críticas posteriores del escritor hacia la película. Pero, tanto la curiosa aparición del novelista como su inusitada reacción desaprobatoria (que ahora imagino gruñona) me terminaron resultando también congruentes en un plano más profundo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
(Spoiler también del libro).
Concretando ya el asunto principal, es decir, el sorpresivo y, a la postre, esclarecedor (para mí) cambio final de guión por parte de Bertolucci, diré que me refería a la actitud sexual del personaje de Kit cuando este se queda solo. En el libro, tras la traumática muerte de su marido Port, Kit entra en una inexplicable espiral o vorágine ninfomaníaca. Sin embargo, la destructora adicción sexual de Kit que Bowles arroja al lector, Bertolucci la traduce por un “simple” disfrute del sexo dentro de una entrega confiada a la vida.
Pero, sumergirse en la vida. ¿no era justo la utopía que Port había ansiado ambiguamente para ambos? Ser viajeros y no turistas. En cierto momento de la novela, Port le dice a Kit:
“Creo que los dos tenemos miedo de lo mismo [...] Nunca hemos conseguido entrar en la vida. Estamos colgando del lado de afuera [...] convencidos de que nos vamos a caer en el próximo tumbo”.
Y Port, que inicialmente se hubiera quejado (porque él era así), no podría haber dejado de estar íntimamente orgulloso de Kit si hubiera llegado a verla realmente inmersa en la existencia (sin, al mismo tiempo, precipitarse en ella). Pienso que, como a mí, le hubiera enamorado descubrir su mirada tras la estrecha franja de un turbante tuareg entre unos rasgos curtidos por el sol y el viento del desierto; rasgos ya dorados del uso, andróginos, bellos, con raza. En realidad, la Kit de Bertolucci (no sé si inconscientemente para el propio realizador italiano) sí logró volar y llenarse de vida. Confiar en ella.
Mientras que en el libro Kit es el vagante y desorbitado espectro de Port, a mi entender, en la película quería ser su resurrección (su honra). Por amor a él. Esta es mi teoría. O quizás como yo quiero verlo.
De igual manera, este cambio introducido en la historia por Bertolucci no lo veo concebible como una infidelidad a la memoria de Bowles, sino como todo lo contrario: como un homenaje. Un homenaje similar al que habría hecho Kit por Port en su película: enmendando y culminando lo que su amado, atormentado y siempre insatisfecho marido no supo conseguir, pero sin cuyo inicio a través de una sufrida y desorientada búsqueda no hubiera sido posible lograr.
Quizás por ello, Bertolucci habría querido que Bowles apareciera en su película y permitido sus, en mi opinión, contravenientes palabras finales, palabras que, según la novela, Port le había dicho a Kit: “Al no saber cuándo moriremos, pensamos que la vida es inagotable. Pero todo ocurre sólo un cierto número de veces. Y son muy pocas. ¿Cuántas veces más recordarás una tarde de la niñez, una tarde que se volvió una parte tan profunda de tu ser, que no concibes la vida sin ella? Tal vez 4 o 5 veces más. Tal vez ni siquiera eso. [...] Sin embargo, todo parece ilimitado".
Por último, ahora creo saber también por qué no entendí a Bowles en su novela: porque Bowles hablaba de la Nada: del vacío, de la locura, del precipicio, del caos, de diluirse en la naturaleza, de tirar la toalla. Por el contrario, en el film de Bertolucci, y pese a las terribles circunstancias (o mejor, gracias a ellas) sí se busca una transformación hacia adelante. En la película, y para la película (o al menos fuera de las palabras que Bertolucci le concede a Bowles, donde este reincide en su visión funesta), el Cielo sí quería ser protector.
P.d.: La canción "To France" de Mike Olfield parece estar escrita para Port (https://www.youtube.com/watch?v=WLMw9SPcFBI), con Francia sustituyendo al Sáhara como ese vago destino de libertad al que escapar.
Caminando por tierras extranjeras como una sombra / Estás buscando un santuario /¿No es extraño cómo los sueños brillan y se desvanecen? / Nunca llegarás a Francia / María Reina de la Oportunidad...
María Reina de la Oportunidad haría referencia a la mártir María Estuardo, Mary Queen of Scots, figura histórica ejemplo de tragedia e imposibilidad vital. Aquí está la idea desarrollada: https://www.songtell.com/es/leaves-eyes/to-france
Concretando ya el asunto principal, es decir, el sorpresivo y, a la postre, esclarecedor (para mí) cambio final de guión por parte de Bertolucci, diré que me refería a la actitud sexual del personaje de Kit cuando este se queda solo. En el libro, tras la traumática muerte de su marido Port, Kit entra en una inexplicable espiral o vorágine ninfomaníaca. Sin embargo, la destructora adicción sexual de Kit que Bowles arroja al lector, Bertolucci la traduce por un “simple” disfrute del sexo dentro de una entrega confiada a la vida.
Pero, sumergirse en la vida. ¿no era justo la utopía que Port había ansiado ambiguamente para ambos? Ser viajeros y no turistas. En cierto momento de la novela, Port le dice a Kit:
“Creo que los dos tenemos miedo de lo mismo [...] Nunca hemos conseguido entrar en la vida. Estamos colgando del lado de afuera [...] convencidos de que nos vamos a caer en el próximo tumbo”.
Y Port, que inicialmente se hubiera quejado (porque él era así), no podría haber dejado de estar íntimamente orgulloso de Kit si hubiera llegado a verla realmente inmersa en la existencia (sin, al mismo tiempo, precipitarse en ella). Pienso que, como a mí, le hubiera enamorado descubrir su mirada tras la estrecha franja de un turbante tuareg entre unos rasgos curtidos por el sol y el viento del desierto; rasgos ya dorados del uso, andróginos, bellos, con raza. En realidad, la Kit de Bertolucci (no sé si inconscientemente para el propio realizador italiano) sí logró volar y llenarse de vida. Confiar en ella.
Mientras que en el libro Kit es el vagante y desorbitado espectro de Port, a mi entender, en la película quería ser su resurrección (su honra). Por amor a él. Esta es mi teoría. O quizás como yo quiero verlo.
De igual manera, este cambio introducido en la historia por Bertolucci no lo veo concebible como una infidelidad a la memoria de Bowles, sino como todo lo contrario: como un homenaje. Un homenaje similar al que habría hecho Kit por Port en su película: enmendando y culminando lo que su amado, atormentado y siempre insatisfecho marido no supo conseguir, pero sin cuyo inicio a través de una sufrida y desorientada búsqueda no hubiera sido posible lograr.
Quizás por ello, Bertolucci habría querido que Bowles apareciera en su película y permitido sus, en mi opinión, contravenientes palabras finales, palabras que, según la novela, Port le había dicho a Kit: “Al no saber cuándo moriremos, pensamos que la vida es inagotable. Pero todo ocurre sólo un cierto número de veces. Y son muy pocas. ¿Cuántas veces más recordarás una tarde de la niñez, una tarde que se volvió una parte tan profunda de tu ser, que no concibes la vida sin ella? Tal vez 4 o 5 veces más. Tal vez ni siquiera eso. [...] Sin embargo, todo parece ilimitado".
Por último, ahora creo saber también por qué no entendí a Bowles en su novela: porque Bowles hablaba de la Nada: del vacío, de la locura, del precipicio, del caos, de diluirse en la naturaleza, de tirar la toalla. Por el contrario, en el film de Bertolucci, y pese a las terribles circunstancias (o mejor, gracias a ellas) sí se busca una transformación hacia adelante. En la película, y para la película (o al menos fuera de las palabras que Bertolucci le concede a Bowles, donde este reincide en su visión funesta), el Cielo sí quería ser protector.
P.d.: La canción "To France" de Mike Olfield parece estar escrita para Port (https://www.youtube.com/watch?v=WLMw9SPcFBI), con Francia sustituyendo al Sáhara como ese vago destino de libertad al que escapar.
Caminando por tierras extranjeras como una sombra / Estás buscando un santuario /¿No es extraño cómo los sueños brillan y se desvanecen? / Nunca llegarás a Francia / María Reina de la Oportunidad...
María Reina de la Oportunidad haría referencia a la mártir María Estuardo, Mary Queen of Scots, figura histórica ejemplo de tragedia e imposibilidad vital. Aquí está la idea desarrollada: https://www.songtell.com/es/leaves-eyes/to-france

6.8
41,243
8
16 de septiembre de 2014
16 de septiembre de 2014
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos tenemos nuestras máscaras, pero levantar la de Jasmine es mucho más morboso, porque ella es Barbie. Eso es lo que intenta Woody Allen con su Blue Jasmine, la comedia más drámatica que jamás he visto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Woody Allen pone el foco en Jasmine, un tipo de mujer que para los estadounidenses (y puede que para el mundo occidental por extensión) representa la mayor de las cimas, el no va más de lo deseable. Insisto en la importancia de lo prototípico de este personaje. Por supuesto que acabaremos conociendo su interior, pero lo interesante de la película no será tanto bucear dentro de un humano en particular como hacerlo en el que habita tras la fachada de un estereotipo tan especial.
Todo, absolutamente todo en la apariencia de Jasmine es atractivo. Tanto que costaría destacar un solo rasgo personal que distraiga la armonía del conjunto. El encanto de Jasmine no descansa en ningún detalle concreto; nada en ella es excesivo, salvo el global.
Pues bien, con Blue Jasmine Woody Allen parece querer decirnos que todo puede ser un síntoma, incluso la perfección.
En la incursión que realiza Allen vemos que sí hay algo de inalcanzable en el intento que Jasmine hace con su vida, y por tanto fuente de frustración. Bajo mi punto de vista el momento más revelador ocurre cuando ella, celosa y fuera de sí, le dice a su marido: “tú eres mío” (“I have you”).
Por cierto, yo creo que Woody Allen es el dentista.
Todo, absolutamente todo en la apariencia de Jasmine es atractivo. Tanto que costaría destacar un solo rasgo personal que distraiga la armonía del conjunto. El encanto de Jasmine no descansa en ningún detalle concreto; nada en ella es excesivo, salvo el global.
Pues bien, con Blue Jasmine Woody Allen parece querer decirnos que todo puede ser un síntoma, incluso la perfección.
En la incursión que realiza Allen vemos que sí hay algo de inalcanzable en el intento que Jasmine hace con su vida, y por tanto fuente de frustración. Bajo mi punto de vista el momento más revelador ocurre cuando ella, celosa y fuera de sí, le dice a su marido: “tú eres mío” (“I have you”).
Por cierto, yo creo que Woody Allen es el dentista.

6.8
66,082
10
21 de septiembre de 2010
21 de septiembre de 2010
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mirada de ella se escapa mientras él la besa. En sus ojos hay una fuga. La pareja hace aguas; se hunde.
El aburguesamiento los ha corroído: lo conseguido no era lo deseado. O más bien: lo conseguido ha ocultado lo deseado. Y es entonces cuando el deseo se rebela con esa mirada azul hacia el exterior.
En el exterior está "el otro", "ese que todo lo consigue". Miedo. Persecución. Locura. ¿Muerte?
No, indulto.
Caída.
Vuelta.
El aburguesamiento los ha corroído: lo conseguido no era lo deseado. O más bien: lo conseguido ha ocultado lo deseado. Y es entonces cuando el deseo se rebela con esa mirada azul hacia el exterior.
En el exterior está "el otro", "ese que todo lo consigue". Miedo. Persecución. Locura. ¿Muerte?
No, indulto.
Caída.
Vuelta.

7.8
57,837
8
24 de agosto de 2024
24 de agosto de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por lo visto, y yo lo suscribo, lo que más choca de la pelicula "Los pájaros" es el estar compuesta por dos ingredientes o temas principales aparentemente inconexos: por una parte, una historia de pareja, y, por otra, el ataque de unos animales a las personas de un pueblo (incluida la pareja).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Esta mixtura poco avenida (aunque seguramente consciente) no es sin embargo lo único que, por forzado, incongruente o inusual, llama la atención en el film. Asimismo, sorprende (al menos a mí) la arrogancia presuntuosa que Mitch se permite con Melanie en su primer encuentro. También, el atrevimiento de esta para, después de ello, casi perseguirlo. Y, en la parte del terror, no se entenderían las temerarias decisiones que toman Melanie o Annie -las amantes- de abandonar los lugares de cobijo cuando los pájaros atacan, o lo aislada que queda la población de la civilización durante dichos ataques.
Pero, volviendo a la principal "distorsión", la de la disonancia o impermeabilidad aparente entre aquellas dos temáticas básicas (la historia de amor y los ataques de las aves), habría que añadir que en las películas de terror es muy común que, junto al elemento aterrador, se presenten historias personales paralelas e independientes, historias que normalmente permiten al espectador identificarse con los personajes, con su angustia y con su indefensión. Pero en el caso de Los pajaros, la parte personal parece quedar especialmente separada del resto, como si estuviéramos ante una película truncada por otra. ¿Por qué esta impresión?
En primer lugar, quizás se deba al alto nivel de detalle y de atención que venía teniendo la historia de pareja que inicialmente se nos presentaba, y que, como se decía, queda como cortada en su evolución cuando las aves toman el protagonismo.
Pero, por otro lado, pienso que la llamativa desunión resulta marcada por algo más profundo y paradójico, y que empieza precisamente en los indicios que se nos presentan para pensar que la historia de amor está relacionada de alguna manera con la "decisión" de los pájaros de atacar. Así, el primer encuentro de los amantes se produce en una pajarería; también, Melanie trasporta al pueblo dos periquitos; finalmente, los ataques comienzan con su llegada, y, asimismo, ella es su primera víctima. No en vano, cuando los ataques se desatan de forma abierta, los lugareños la acusan de haber traído la desgracia al pueblo (opinión que tampoco sorprende al espectador).
Pero, ¿cómo pueden indicios de conexión dar la impresión contraria, es decir, de desconexión entre temáticas?
Mi hipótesis es que Hitchcock utiliza el género de terror para esconder algo. En el terror clásico siempre se presenta un mal que supera a protagonistas y espectadores, pero también a cualquier intento de racionalización del mismo. ¿Por qué ataca un tiburón, o los extraterrestres, o un psicópata? Pues porque son así, malos. Y punto. Como mucho (y al hacerlo se corre el riesgo de salirse del género), quizás la película termine presentándonos además una injusticia previa a la que se vio sometido el malvado (y de la que de alguna manera somos responsables), pero nada más. No hay mayor vínculo. Pero, en este caso, con los sugeridos, Hitchcock nos plantearía un imposible: buscar la racionalidad de lo irracional (y las aves, claramente, lo son). Esto es lo que a mi entender redundaría en la sensación de una mezcla de agua y aceite...
A no ser que diéramos con la metáfora sobre la que, en realidad, cabalga presumiblemente el autor, y que nosotros desconocemos de partida (aquí Hitchcock imitaría a Mitch como lanzador de órdagos). Y ello, a partir de suponer que los pájaros no son pájaros en toda su extensión.
¿Qué serían, pues, los pájaros?
A mi entender, para Hitchcock representarían algo más: supondrían nuestra cultura conservadora, tradicional o natural, más allá incluso de la de Bodega Bahía (que quedaría como límite máximo); lo contrario a la civilización moderna extrema, que dicha ideología vería desviada: enjaulada, insolente y promiscua.
Así, en el final de la pelicula, los pájaros permitirían a los personajes escapar a la ciudad, a San Francisco, y a lo que esta representa. Allí pueden hacer lo que quieran, pero no en su ámbito o reducto, garante de los valores básicos.
Pero, volviendo a la principal "distorsión", la de la disonancia o impermeabilidad aparente entre aquellas dos temáticas básicas (la historia de amor y los ataques de las aves), habría que añadir que en las películas de terror es muy común que, junto al elemento aterrador, se presenten historias personales paralelas e independientes, historias que normalmente permiten al espectador identificarse con los personajes, con su angustia y con su indefensión. Pero en el caso de Los pajaros, la parte personal parece quedar especialmente separada del resto, como si estuviéramos ante una película truncada por otra. ¿Por qué esta impresión?
En primer lugar, quizás se deba al alto nivel de detalle y de atención que venía teniendo la historia de pareja que inicialmente se nos presentaba, y que, como se decía, queda como cortada en su evolución cuando las aves toman el protagonismo.
Pero, por otro lado, pienso que la llamativa desunión resulta marcada por algo más profundo y paradójico, y que empieza precisamente en los indicios que se nos presentan para pensar que la historia de amor está relacionada de alguna manera con la "decisión" de los pájaros de atacar. Así, el primer encuentro de los amantes se produce en una pajarería; también, Melanie trasporta al pueblo dos periquitos; finalmente, los ataques comienzan con su llegada, y, asimismo, ella es su primera víctima. No en vano, cuando los ataques se desatan de forma abierta, los lugareños la acusan de haber traído la desgracia al pueblo (opinión que tampoco sorprende al espectador).
Pero, ¿cómo pueden indicios de conexión dar la impresión contraria, es decir, de desconexión entre temáticas?
Mi hipótesis es que Hitchcock utiliza el género de terror para esconder algo. En el terror clásico siempre se presenta un mal que supera a protagonistas y espectadores, pero también a cualquier intento de racionalización del mismo. ¿Por qué ataca un tiburón, o los extraterrestres, o un psicópata? Pues porque son así, malos. Y punto. Como mucho (y al hacerlo se corre el riesgo de salirse del género), quizás la película termine presentándonos además una injusticia previa a la que se vio sometido el malvado (y de la que de alguna manera somos responsables), pero nada más. No hay mayor vínculo. Pero, en este caso, con los sugeridos, Hitchcock nos plantearía un imposible: buscar la racionalidad de lo irracional (y las aves, claramente, lo son). Esto es lo que a mi entender redundaría en la sensación de una mezcla de agua y aceite...
A no ser que diéramos con la metáfora sobre la que, en realidad, cabalga presumiblemente el autor, y que nosotros desconocemos de partida (aquí Hitchcock imitaría a Mitch como lanzador de órdagos). Y ello, a partir de suponer que los pájaros no son pájaros en toda su extensión.
¿Qué serían, pues, los pájaros?
A mi entender, para Hitchcock representarían algo más: supondrían nuestra cultura conservadora, tradicional o natural, más allá incluso de la de Bodega Bahía (que quedaría como límite máximo); lo contrario a la civilización moderna extrema, que dicha ideología vería desviada: enjaulada, insolente y promiscua.
Así, en el final de la pelicula, los pájaros permitirían a los personajes escapar a la ciudad, a San Francisco, y a lo que esta representa. Allí pueden hacer lo que quieran, pero no en su ámbito o reducto, garante de los valores básicos.
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