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Críticas ordenadas por utilidad
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7.4
50,282
9
3 de febrero de 2024
3 de febrero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vi en su momento, cuando se estrenó, en pantalla grande. Han pasado treinta años, que se dice pronto, y como la ponían en el canal Indie por M +, pues decidí verla, como un acontecimiento. Y es que, tenía muchas ganas de volver a verla, después de tantos años. Para saber si el entusiasmo que me provocó entonces, ahora persistía, o ya no tanto. Bueno, pues ya sé la respuesta, la respuesta está en el viento, quiero decir, en la selva intrincada, todo verde, y a lo lejos el mar salvaje, primitivo. Un piano en la playa, quién lo quiere, quién se lo lleva. Y la música de Michael Nyman empieza a sonar. El problema es que apenas se oía, la escucha fue deficiente, porque la pusieron en inglés dolby, y no ajusté bien mi televisor, para sacar el sonido Dolby, como tiene que ser. Así, los diálogos (escasos) sonaban bajitos (eso es problema de mi Deco UHD / 4K, que tengo que ajustarlo también, para que tenga más volumen), y la música más bajita todavía, porque estaba en estéreo, cuando la emisión era en Dolby 5.1. Y lo mejor de la peli, precisamente, es la música. Porque como ya han dicho todos (menos los espectadores fanáticos del cine esteticista y las mujeres locas por una historia femenina-feminista), el guión cuenta una historia bastante inverosímil, poco creíble.
No pude evitar dar algunas cabezadas, en su segunda mitad. Así, me perdí algunas cosillas, secuencias o parte de, cuando el clímax, o el drama principal. Vamos a dejar a un lado, pues, la historia tan enrevesada, que echó para atrás a mucha gente (sobre todo hombres, que no entienden de estas historias hiper románticas), y vamos a centrarnos en lo demás. Las interpretaciones, soberbias, de los cuatro personajes principales: Ada McGrath, su hija Flora, Alisdair Stewart (su nuevo marido) y George Baines, el nativo-amante. Holly Hunter, que hasta entonces pasaba por ser una actriz del montón, consiguió aquí el papel de su vida. La jovencita Anna Paquin, pues qué quieres que te diga. Sam Neill, pues otro papel de los suyos, pero aquí rodeado de “glamour”. Y Harvey Keitel, pues vio el cielo abierto, después de tantos años de secundario. Junto a esto, a destacar una hermosísima fotografía de Stuart Dryburgh, en donde destacan los colores y toda la magia de la sublime naturaleza neozelandesa; capaz de mostrarnos esos sentimientos a flor de piel, con una técnica impecable.
Por último, la cinta se remata con una música omnipresente, del gran Nyman, en su mejor momento. Ya lo seguía, pero aquí demostró que era capaz de componer una partitura excelente, para el gran público, no sólo para las “obras de arte” de su amigo Greenaway. Esa música envuelve al espectador desde el primer momento. Lo bueno es que, al contrario que en otras cintas, aquí es la propia Holly Hunter la que toca, en la mayoría de las secuencias, lo que es un valor añadido. El piano, ese piano desvencijado que viaja desde Escocia hasta la remota tierra de Nueva Gales del Sur. Un piano que se convierte en su voz, ya que ella no la tiene, la perdió a eso de los seis años, y ahora depende de su hija, que le sirve de intérprete, en el lenguaje de signos. Si el arranque ya es bueno, la llegada al nuevo continente, a la remota isla, en el confín del mundo, es de una belleza sobrecogedora. Cada plano está construido primorosamente, al igual que cada mirada, cada paso. Jane Campion, que venía de realizar una obra maestra absoluta como es Un ángel en mi mesa, continuaba aquí su peculiar travesía por las emociones más encendidas, a través de los elementos mínimos. Poco a poco Ada se va enredando en una pasión, que sabe que puede costarle la vida, que sabe que la hará sufrir; pero ella sigue adelante, porque el piano es todo para ella, y de ahí también surgirá la pasión (ya que el amor es imposible, el amor es para los otros). La historia es densa y a la vez simple como un anillo. Y todo lo que viene después es maravilloso, y tiene que ser así, no de otra manera. Como la música que nos baña por entero, una música queda que, por momentos, se muestra también apasionada.
Es una pena que no pudiera escuchar el audio como se merece (trataré de verla de nuevo, dentro de unos meses, a ver qué tal), porque la música de Nyman, ya digo, es el alma de una cinta que no se parece a ninguna otra. Pero no por la ambientación, no por el argumento, sino precisamente por la conexión, la imbricación mejor dicho, música-imágenes, que no he visto en ninguna otra película. Esto es cine poético, señores, de la mayor calidad, y eso es desde que arranca hasta que se acaba, con esos versos maravillosos, que hablan de algo que los pobres mortales, nosotros los vulgares habitantes de tierra, nunca sabremos.
Tras El piano, empezaba en el canal Un ángel en mi mesa, ahí es nada…
No pude evitar dar algunas cabezadas, en su segunda mitad. Así, me perdí algunas cosillas, secuencias o parte de, cuando el clímax, o el drama principal. Vamos a dejar a un lado, pues, la historia tan enrevesada, que echó para atrás a mucha gente (sobre todo hombres, que no entienden de estas historias hiper románticas), y vamos a centrarnos en lo demás. Las interpretaciones, soberbias, de los cuatro personajes principales: Ada McGrath, su hija Flora, Alisdair Stewart (su nuevo marido) y George Baines, el nativo-amante. Holly Hunter, que hasta entonces pasaba por ser una actriz del montón, consiguió aquí el papel de su vida. La jovencita Anna Paquin, pues qué quieres que te diga. Sam Neill, pues otro papel de los suyos, pero aquí rodeado de “glamour”. Y Harvey Keitel, pues vio el cielo abierto, después de tantos años de secundario. Junto a esto, a destacar una hermosísima fotografía de Stuart Dryburgh, en donde destacan los colores y toda la magia de la sublime naturaleza neozelandesa; capaz de mostrarnos esos sentimientos a flor de piel, con una técnica impecable.
Por último, la cinta se remata con una música omnipresente, del gran Nyman, en su mejor momento. Ya lo seguía, pero aquí demostró que era capaz de componer una partitura excelente, para el gran público, no sólo para las “obras de arte” de su amigo Greenaway. Esa música envuelve al espectador desde el primer momento. Lo bueno es que, al contrario que en otras cintas, aquí es la propia Holly Hunter la que toca, en la mayoría de las secuencias, lo que es un valor añadido. El piano, ese piano desvencijado que viaja desde Escocia hasta la remota tierra de Nueva Gales del Sur. Un piano que se convierte en su voz, ya que ella no la tiene, la perdió a eso de los seis años, y ahora depende de su hija, que le sirve de intérprete, en el lenguaje de signos. Si el arranque ya es bueno, la llegada al nuevo continente, a la remota isla, en el confín del mundo, es de una belleza sobrecogedora. Cada plano está construido primorosamente, al igual que cada mirada, cada paso. Jane Campion, que venía de realizar una obra maestra absoluta como es Un ángel en mi mesa, continuaba aquí su peculiar travesía por las emociones más encendidas, a través de los elementos mínimos. Poco a poco Ada se va enredando en una pasión, que sabe que puede costarle la vida, que sabe que la hará sufrir; pero ella sigue adelante, porque el piano es todo para ella, y de ahí también surgirá la pasión (ya que el amor es imposible, el amor es para los otros). La historia es densa y a la vez simple como un anillo. Y todo lo que viene después es maravilloso, y tiene que ser así, no de otra manera. Como la música que nos baña por entero, una música queda que, por momentos, se muestra también apasionada.
Es una pena que no pudiera escuchar el audio como se merece (trataré de verla de nuevo, dentro de unos meses, a ver qué tal), porque la música de Nyman, ya digo, es el alma de una cinta que no se parece a ninguna otra. Pero no por la ambientación, no por el argumento, sino precisamente por la conexión, la imbricación mejor dicho, música-imágenes, que no he visto en ninguna otra película. Esto es cine poético, señores, de la mayor calidad, y eso es desde que arranca hasta que se acaba, con esos versos maravillosos, que hablan de algo que los pobres mortales, nosotros los vulgares habitantes de tierra, nunca sabremos.
Tras El piano, empezaba en el canal Un ángel en mi mesa, ahí es nada…

4.7
19,641
6
22 de enero de 2024
22 de enero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película empieza justo donde acabó la cuarta entrega de la saga, es decir, que tras recordarnos (con imágenes del combate contra Iván Drago) la pelea anterior, pasamos a ver a Rocky Balboa en los vestuarios, en una secuencia realmente dramática, cuando advierte que algo malo le puede pasar, o le está pasando ya. Es decir, que se puede quedar con daños cerebrales, consecuencia de los golpes recibidos, ahora y antes. Es decir, que no ha pasado el tiempo, la cinta retoma justo desde donde la otra termina. Se marchan a casa en un avión ruso, y ahí comienza el drama de ésta. El problema, como otros han señalado acertadamente, es que el guión (un poco desastroso), no tiene en cuenta esta línea temporal, y hace que los personajes hayan envejecido cinco años, que es el tiempo entre una peli y la otra, del rodaje quiero decir. El peor ejemplo es el hijo de Rocky, pero también se nota en Adrian, su mujer, y un poco en el cuñado.
Si obviamos esto, que es un error básico, la película no está mal. Es una vuelta a los orígenes, tanto del personaje como de la saga en general, y es por eso que se decidió traer de vuelta al director de la primera, sin duda la mejor. En la peli hay una constante vuelta al pasado, y eso me gusta mucho, porque no hay dramatismo sin esa nostalgia, literalmente: dolor por el regreso. Vuelta a las malas calles de Filadelfia, en donde empezó todo. Como bien han señalado otros, no se podía mantener ese clima efervescente y falso de Rocky III y Rocky IV. Tanto que se critica el guión, pues yo no lo encuentro tan malo. Es más, alguien tiene razón (Cineycine) cuando dice que, sin esta peli, no habrían sido posibles las otras que vinieron después, Rocky Balboa y Creed. Este cambio de rumbo es creíble, y se agradece que Stallone, por muy zumbado que estuviera ya, lo tuviera en cuenta, durante el rodaje de Rambo III, al parecer… Cuántos deportistas de nivel no se han venido abajo, han caído en lo peor…, es algo muy de todos los días. Lo que resulta un poco chocante es que eso se produzca tan pronto, justo tras el combate en Rusia. Pero es una peli, qué quieres…
La música de Bill Conti también está muy bien. La fotografía, no es gran cosa, pero para lo que había que retratar… El contrincante de Rocky, en esta ocasión, es un tipo con todos los demonios dentro, desde luego, y mucho más realista que los otros, Ivan Drago o Clubber Lang, por cierto. Parece un niñato, sí, vale, pero al final resulta de lo más efectivo, y todo respira verdad, desde el primer momento en que aparece. Rocky hace caso de su mujer y se retira, porque los daños cerebrales son irreversibles, dicen los médicos. Pero claro, siempre tiene que haber un malo malísimo, y en esta ocasión es el personaje del promotor, George Washington Duke (Richard Gant), que azuzará a Tommy Gunn contra Rocky. Hasta el conflicto entre Rocky y su hijo es creíble, y añade mayor dramatismo a la historia. Hasta el cambio radical que hay aquí se agradece, me refiero a la forma, al escenario de la pelea decisiva. Todo eso añade dramatismo, y hace que esta historia sea realmente algo, no la historia manida de Rocky contra el gañán de turno. Esa relación entre Rocky y su alumno Tommy está muy conseguida, y el final es realmente brillante.
Por no hablar de otros momentos igualmente emotivos, más relajados, como cuando Rocky entra de nuevo en el gimnasio en donde empezó todo, y recuerda al viejo Mickey, que le dice unas cuantas verdades. O bien, cuando Rocky es consciente de que esos golpes pueden ser definitivos, que su cerebro ya no aguantará más. Esta lucha consigo mismo es algo. Tal vez él tenía razón, Sylvester Stallone, al criticar la cinta como mala malísima, pero lo cierto es que se equivocaba, y que en ella hay algo que, no sólo la salva de la quema, sino que la encumbra como una de las mejores de la saga, la segunda mejor, después de la excelente primera entrega. No en vano, con los créditos finales, casi todas las imágenes (en blanco y negro) son de la primera parte.
Si obviamos esto, que es un error básico, la película no está mal. Es una vuelta a los orígenes, tanto del personaje como de la saga en general, y es por eso que se decidió traer de vuelta al director de la primera, sin duda la mejor. En la peli hay una constante vuelta al pasado, y eso me gusta mucho, porque no hay dramatismo sin esa nostalgia, literalmente: dolor por el regreso. Vuelta a las malas calles de Filadelfia, en donde empezó todo. Como bien han señalado otros, no se podía mantener ese clima efervescente y falso de Rocky III y Rocky IV. Tanto que se critica el guión, pues yo no lo encuentro tan malo. Es más, alguien tiene razón (Cineycine) cuando dice que, sin esta peli, no habrían sido posibles las otras que vinieron después, Rocky Balboa y Creed. Este cambio de rumbo es creíble, y se agradece que Stallone, por muy zumbado que estuviera ya, lo tuviera en cuenta, durante el rodaje de Rambo III, al parecer… Cuántos deportistas de nivel no se han venido abajo, han caído en lo peor…, es algo muy de todos los días. Lo que resulta un poco chocante es que eso se produzca tan pronto, justo tras el combate en Rusia. Pero es una peli, qué quieres…
La música de Bill Conti también está muy bien. La fotografía, no es gran cosa, pero para lo que había que retratar… El contrincante de Rocky, en esta ocasión, es un tipo con todos los demonios dentro, desde luego, y mucho más realista que los otros, Ivan Drago o Clubber Lang, por cierto. Parece un niñato, sí, vale, pero al final resulta de lo más efectivo, y todo respira verdad, desde el primer momento en que aparece. Rocky hace caso de su mujer y se retira, porque los daños cerebrales son irreversibles, dicen los médicos. Pero claro, siempre tiene que haber un malo malísimo, y en esta ocasión es el personaje del promotor, George Washington Duke (Richard Gant), que azuzará a Tommy Gunn contra Rocky. Hasta el conflicto entre Rocky y su hijo es creíble, y añade mayor dramatismo a la historia. Hasta el cambio radical que hay aquí se agradece, me refiero a la forma, al escenario de la pelea decisiva. Todo eso añade dramatismo, y hace que esta historia sea realmente algo, no la historia manida de Rocky contra el gañán de turno. Esa relación entre Rocky y su alumno Tommy está muy conseguida, y el final es realmente brillante.
Por no hablar de otros momentos igualmente emotivos, más relajados, como cuando Rocky entra de nuevo en el gimnasio en donde empezó todo, y recuerda al viejo Mickey, que le dice unas cuantas verdades. O bien, cuando Rocky es consciente de que esos golpes pueden ser definitivos, que su cerebro ya no aguantará más. Esta lucha consigo mismo es algo. Tal vez él tenía razón, Sylvester Stallone, al criticar la cinta como mala malísima, pero lo cierto es que se equivocaba, y que en ella hay algo que, no sólo la salva de la quema, sino que la encumbra como una de las mejores de la saga, la segunda mejor, después de la excelente primera entrega. No en vano, con los créditos finales, casi todas las imágenes (en blanco y negro) son de la primera parte.

6.7
1,685
6
18 de enero de 2024
18 de enero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pude ver en su momento, en pantalla grande, Un amour de jeunesse (Primer amor), de esta directora de la que no sabía nada. Eso fue en 2011, una cosa así. Luego ha hecho más cosas, entre ellas El porvenir (que me perdí) y La isla de Bergman, que es un tostonazo de cuidado. No podía creer que, después de esa maravilla que es Un amour…, hiciera ese petardazo que es La isla… Estamos ante una directora de mediana edad (ahora en febrero cumplirá 43 años) y, para mí, de otra generación. Es decir, que ya no tiene mucho que ver conmigo, con mi mundo. El mundo rebelde y algo bestia de los que nacimos a comienzos de los 70, que nada tiene que ver con los que nacieron ya en los 80, como ella.Esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de juzgar una película, porque parece que el cine es intemporal, y no. La comparo, a nuestra señorita, con Sofia Coppola (que es de mi generación, nació en mayo de 1971): ambas hacen pelis que son caramelitos, tartas de zanahoria, o peor, esos cupcakes tan americanos, vaya por Dios… Tienen ambas un aspecto frágil, aniñado, y son las dos pijas insoportables. Pero vamos a la película…
Que conste que no me ha disgustado, que la he visto hasta el final sin dormirme (salvo alguna que otra cabezada, en la parte central), en VOSE, como tiene que ser. La peli exhibe una preciosa fotografía (obra de Denis Lenoir, que es ya habitual en sus cintas, pues se encargó de la fotografía en El porvenir y en La isla de Bergman). Rodada en 35 mm. y con película Kodak, realmente me ha sorprendido la luminosidad de esa fotografía, que se despliega de principio a fin. Luego, el uso de la música es muy sutil, pues no se nota apenas, y la música suele ser diegética, es decir, que pertenece, que está dentro de la narración. Un ejemplo es cuando el padre de Sandra (maravillosa Léa Seydoux) escucha a Schubert, que le molesta, en las actuales circunstancias de su mente. O ese “momento musical” en la residencia en donde se encuentra Georg, el padre de nuestra protagonista. Otro elemento a destacar es el montaje de Marion Monnier. Mia Hansen-Løve tiene una gramática especial, consistente en secuencias breves, de pocos minutos, en donde trata de representar la vida según fluye, de la forma más natural posible. No se lía con diálogos, va al grano, y enseguida salta a otra secuencia, y así todo el tiempo, de forma casi vertiginosa, pero con la sensación, para el espectador, que es la vida misma la que pasa ante sus ojos. Es un mérito suyo, y no menor.
Me gusta lo que dice Àngel Quintana : Caimán Cuadernos de Cine
“Un relato emotivo sobre las dependencias afectivas y filiales. Una película sencilla marcada por la búsqueda de un tono justo que otorgue al relato una cierta verdad interior”
Es esto lo que han señalado otros críticos, precisamente, ese tono que exhibe la cinta, a medio camino entre lo emotivo y la contención, sin caer nunca en el melodrama, en el sensacionalismo. La directora lo consigue, y esto la salva un poco de la quema. Porque la historia, en realidad, no es gran cosa, y se vuelve repetitiva, y un poco tediosa. Está basada en sus propias vivencias, en este caso con el padre, al que vio deteriorarse y morir. Decir, antes que nada, que todos los actores están muy bien, sobre todo estos cuatro principales: la ya mencionada Seydoux como Sandra; Pascal Greggory como el padre; Melvil Poupaud como Clément; y Linn, la hija de Sandra, interpretada por Camille Leban Martins. Por momentos, muchos, pareciera que estamos viendo un documental, que la vida misma pasara por delante de nuestros ojos, que fuéramos testigos de unas vidas, cotidianas, rutinarias, con sus cuitas y sus pequeños placeres. Pero es justo esto lo que se hace pesado de ver. Un hombre con una enfermedad neurodegenerativa, es el pan de cada día, en nuestras ciudades envejecidas. Una mujer de mediana edad, viuda, con una hija de ocho años, que de repente salta a los brazos de un viejo amigo, a la sazón casado. Vamos, algo que puede suceder todos los días, ¿verdad? Es esto justamente, el saber que Sandra utiliza esta relación sexual (porque no es amor, no nos engañemos) como vía de escape para sobrellevar lo de su padre, lo que nos cabrea, porque así es la vida, así son las cosas en la realidad. Pero si vamos al cine, si vemos una peli, se supone que es para escapar de este tedio y sufrimiento cotidiano, ¿no?
Así, una vez más, paseamos por París, y por otros escenarios dulces, verdes, agradables, todo muy civilizado, todo demasiado perfecto para ser real. Claro que hay varias realidades, y la que nos muestra Hansen-Løve es sólo una realidad, la suya, no puede pretender que el espectador medio se sienta identificado. Es cierto que Léa Seydoux hace una interpretación fantástica, se mete en el papel y lo hace suyo…, pero no hemos de olvidar que Sandra es una mujer de clase media, y sobre todo, es una pijita del montón, con muchos aires, que no se conforma con ser la amante, ella quiere más. Que 90 minutos no puede durar el amor, viene a decirnos. La peli dura algo más, y se deja ver.
Que conste que no me ha disgustado, que la he visto hasta el final sin dormirme (salvo alguna que otra cabezada, en la parte central), en VOSE, como tiene que ser. La peli exhibe una preciosa fotografía (obra de Denis Lenoir, que es ya habitual en sus cintas, pues se encargó de la fotografía en El porvenir y en La isla de Bergman). Rodada en 35 mm. y con película Kodak, realmente me ha sorprendido la luminosidad de esa fotografía, que se despliega de principio a fin. Luego, el uso de la música es muy sutil, pues no se nota apenas, y la música suele ser diegética, es decir, que pertenece, que está dentro de la narración. Un ejemplo es cuando el padre de Sandra (maravillosa Léa Seydoux) escucha a Schubert, que le molesta, en las actuales circunstancias de su mente. O ese “momento musical” en la residencia en donde se encuentra Georg, el padre de nuestra protagonista. Otro elemento a destacar es el montaje de Marion Monnier. Mia Hansen-Løve tiene una gramática especial, consistente en secuencias breves, de pocos minutos, en donde trata de representar la vida según fluye, de la forma más natural posible. No se lía con diálogos, va al grano, y enseguida salta a otra secuencia, y así todo el tiempo, de forma casi vertiginosa, pero con la sensación, para el espectador, que es la vida misma la que pasa ante sus ojos. Es un mérito suyo, y no menor.
Me gusta lo que dice Àngel Quintana : Caimán Cuadernos de Cine
“Un relato emotivo sobre las dependencias afectivas y filiales. Una película sencilla marcada por la búsqueda de un tono justo que otorgue al relato una cierta verdad interior”
Es esto lo que han señalado otros críticos, precisamente, ese tono que exhibe la cinta, a medio camino entre lo emotivo y la contención, sin caer nunca en el melodrama, en el sensacionalismo. La directora lo consigue, y esto la salva un poco de la quema. Porque la historia, en realidad, no es gran cosa, y se vuelve repetitiva, y un poco tediosa. Está basada en sus propias vivencias, en este caso con el padre, al que vio deteriorarse y morir. Decir, antes que nada, que todos los actores están muy bien, sobre todo estos cuatro principales: la ya mencionada Seydoux como Sandra; Pascal Greggory como el padre; Melvil Poupaud como Clément; y Linn, la hija de Sandra, interpretada por Camille Leban Martins. Por momentos, muchos, pareciera que estamos viendo un documental, que la vida misma pasara por delante de nuestros ojos, que fuéramos testigos de unas vidas, cotidianas, rutinarias, con sus cuitas y sus pequeños placeres. Pero es justo esto lo que se hace pesado de ver. Un hombre con una enfermedad neurodegenerativa, es el pan de cada día, en nuestras ciudades envejecidas. Una mujer de mediana edad, viuda, con una hija de ocho años, que de repente salta a los brazos de un viejo amigo, a la sazón casado. Vamos, algo que puede suceder todos los días, ¿verdad? Es esto justamente, el saber que Sandra utiliza esta relación sexual (porque no es amor, no nos engañemos) como vía de escape para sobrellevar lo de su padre, lo que nos cabrea, porque así es la vida, así son las cosas en la realidad. Pero si vamos al cine, si vemos una peli, se supone que es para escapar de este tedio y sufrimiento cotidiano, ¿no?
Así, una vez más, paseamos por París, y por otros escenarios dulces, verdes, agradables, todo muy civilizado, todo demasiado perfecto para ser real. Claro que hay varias realidades, y la que nos muestra Hansen-Løve es sólo una realidad, la suya, no puede pretender que el espectador medio se sienta identificado. Es cierto que Léa Seydoux hace una interpretación fantástica, se mete en el papel y lo hace suyo…, pero no hemos de olvidar que Sandra es una mujer de clase media, y sobre todo, es una pijita del montón, con muchos aires, que no se conforma con ser la amante, ella quiere más. Que 90 minutos no puede durar el amor, viene a decirnos. La peli dura algo más, y se deja ver.

7.4
73,142
7
14 de enero de 2024
14 de enero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No la vi en su momento, la verdad es que el año 2000 fue bastante malo para mí y no estaba yo para películas, menuda película me monté yo mismo… Tal vez por eso dejé pasar esta pequeña joya, que ahora por fin pude ver, en uno de los canales de Movistar +. Como bien han señalado otros en sus reseñas, la peli es una mezcla de comedia y drama, casi a partes iguales, con la que te ríes a veces, y con la que te conmueves, en muchos otros momentos. Tiene más de drama que de comedia, pero sobre todo, y esto es lo importante, tiene la fuerza, el ritmo, el brío de un musical, porque en el fondo lo es. Director y guionista han querido jugar con las canciones de la época, mientras aparece Billy tratando de salirse con la suya, y son estos momentos musicales los que dan frescura y vigor a una cinta, ya de por sí animada, con mucha acción. Es una peli, ni que decir tiene, que hay que ver en versión original, para captar esas voces, esos diálogos, ese ambiente tan inglés.
Ante todo, hay que decir que el guión es de 10, y por lo tanto ya hay una buena base sobre la que trabajar. Luego, la recreación de la época, 1984, está muy conseguida. Ese lugar minero, Durham, es bastante deprimente, y es justo esa contraposición, entre un lugar tan deprimente y unas aspiraciones tan artísticas, del pequeño Billy, lo que hace que la cinta llegue a la cumbre de las emociones básicas. Todo el ambiente familiar está muy bien retratado: un padre viudo, el típico bestia, un minero que es muy macho; el hermano mayor, Tony, que es un vivo sucesor del padre; la abuela, tan entrañable como diferente al resto; y luego, nuestro protagonista, un Billy Elliot que parece la oveja negra, el colgao de turno que hay en toda familia, pero que no lo es… Todo el discurrir de la historia es una lenta pero eficaz demostración de que ese talento que hay en Billy hay que explotarlo, hay que dejarlo salir, a pesar de las negativas y el ambiente en contra. En esta historia, al final, Billy se sale con la suya, pero, ¡en cuántas casas el joven talento, la chica brillante, se tienen que joder, porque el papa o la mama dicen que NO!
Toda esta cinta se sostiene sobre las interpretaciones brillantes de Jamie Bell, como Billy, y Julie Walters, como la señorita Wilkinson, esa profesora de ballet, amargada, que en Billy encuentra por fin una especie de destino, o al menos, de motivación para seguir adelante. Y bueno, qué decir del padre, interpretado muy bien también por Gary Lewis; e incluso los secundarios están muy bien: Nicola Blackwell como Debbie, esa niña con más peligro que un guiri en Magaluf; Stuart Wells, como Michael Caffrey, su mejor amigo, que resulta ser gay, etc. Y lo mejor de todo es que, aparte el ritmo, la magnífica fotografía, la música excelente, no hay momentos muertos, no falta ni sobra nada. ¡Ni siquiera el final, como dice algún que otro crítico! Ese final está muy bien, también me encantó. Luego, hay secuencias maravillosas, que quedan en el recuerdo, y que otros ya han comentado. Me gustaron esos momentos también: cuando Billy y la maestra de ballet leen la carta que dejó la madre del chico (ésta es otra, ese sentimientos de orfandad que tiene nuestro héroe); cuando Billy baila delante del padre; cuando llega la carta de Londres, esa expectación tan conseguida; o antes, cuando el padre decide incorporarse a la mina, va en el autobús, y el hijo (Tony) lo ve, y la que se lía después. Todo muy emotivo, pero nada sensiblero, para nada. Estamos ante una película auténtica, brillante, casi genial.
Ante todo, hay que decir que el guión es de 10, y por lo tanto ya hay una buena base sobre la que trabajar. Luego, la recreación de la época, 1984, está muy conseguida. Ese lugar minero, Durham, es bastante deprimente, y es justo esa contraposición, entre un lugar tan deprimente y unas aspiraciones tan artísticas, del pequeño Billy, lo que hace que la cinta llegue a la cumbre de las emociones básicas. Todo el ambiente familiar está muy bien retratado: un padre viudo, el típico bestia, un minero que es muy macho; el hermano mayor, Tony, que es un vivo sucesor del padre; la abuela, tan entrañable como diferente al resto; y luego, nuestro protagonista, un Billy Elliot que parece la oveja negra, el colgao de turno que hay en toda familia, pero que no lo es… Todo el discurrir de la historia es una lenta pero eficaz demostración de que ese talento que hay en Billy hay que explotarlo, hay que dejarlo salir, a pesar de las negativas y el ambiente en contra. En esta historia, al final, Billy se sale con la suya, pero, ¡en cuántas casas el joven talento, la chica brillante, se tienen que joder, porque el papa o la mama dicen que NO!
Toda esta cinta se sostiene sobre las interpretaciones brillantes de Jamie Bell, como Billy, y Julie Walters, como la señorita Wilkinson, esa profesora de ballet, amargada, que en Billy encuentra por fin una especie de destino, o al menos, de motivación para seguir adelante. Y bueno, qué decir del padre, interpretado muy bien también por Gary Lewis; e incluso los secundarios están muy bien: Nicola Blackwell como Debbie, esa niña con más peligro que un guiri en Magaluf; Stuart Wells, como Michael Caffrey, su mejor amigo, que resulta ser gay, etc. Y lo mejor de todo es que, aparte el ritmo, la magnífica fotografía, la música excelente, no hay momentos muertos, no falta ni sobra nada. ¡Ni siquiera el final, como dice algún que otro crítico! Ese final está muy bien, también me encantó. Luego, hay secuencias maravillosas, que quedan en el recuerdo, y que otros ya han comentado. Me gustaron esos momentos también: cuando Billy y la maestra de ballet leen la carta que dejó la madre del chico (ésta es otra, ese sentimientos de orfandad que tiene nuestro héroe); cuando Billy baila delante del padre; cuando llega la carta de Londres, esa expectación tan conseguida; o antes, cuando el padre decide incorporarse a la mina, va en el autobús, y el hijo (Tony) lo ve, y la que se lía después. Todo muy emotivo, pero nada sensiblero, para nada. Estamos ante una película auténtica, brillante, casi genial.
7
9 de enero de 2024
9 de enero de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ampliación del Dekalog 6, esta breve película sobre el amor, como se tituló en algunos países, va justo de lo contrario. Quien piense que versa sobre el amor, se equivoca de pleno. El amor es justo lo que no hay, el fantasma que recorre los 84 minutos de metraje. Se divide claramente en dos partes, y como ya sucediera en No matarás, la otra cinta que se extrajo del famoso Decálogo, esa primera parte es mucho mejor que la segunda. Y es una pena, porque podría haber sido una obra maestra. Y no lo es. Para que una película sea considerada obra maestra, todo tiene que encajar a la perfección, no puede haber desequilibrios estructurales. Sucede que esta es una historia sobre un voyeur, Tomek (excelente Olaf Lubaszenko), que se dedica a espiar a una vecina que vive en el bloque de enfrente. Ella es Magda (el nombre, muy bien elegido: Maria Magdalena, una pecadora, una mujer que se acuesta con cualquiera, una buscadora de placeres pasajeros). La actriz que le da vida, Grazyna Szapolowska, es de una belleza deslumbrante, y sólo por verla ya merece la pena esta sombría cinta. Pocas veces se han visto actrices más guapas, yo al menos no lo recuerdo. Normal que este babieca se enamore de ella. Pero que no es amor, ya digo, es simplemente una obsesión. La cinta discurre de forma fluida y fatal, hasta que se desencadena la tragedia. Ahí acaba la primera parte.
Es como en Psicosis, de Alfred Hitchcock (sí, sí, el fantasma de La ventana indiscreta está por aquí), tras la famosa secuencia de la bañera, que empieza otra película. Pues aquí también, tras el desplante de Magda, que le hace ver al chaval que el amor no existe, sólo el sexo. Y es que, no lo olvidemos, ella es la típica ciudadana socialista, vive en la Polonia antes de la caída del Muro de Berlín. Que sí, que sí, que Kieslowski es muy poético y todas esas chorradas, pero antes de nada, es un autor político, todavía. Ya cuando se volvió francés e hizo aquellas pelis tan cursis, la cosa cambió bastante. En fin, en esta segunda parte, el punto de vista se desplaza a Magda, y aquí la cosa ya no gusta tanto. ¿Por qué? Porque la magia residía en la mirada de él, que somos todos nosotros, los babosos espectadores. Cuando él desaparece, y es ella la que mira, la cosa flojea bastante. ¿No era ella la puta, y él el mirón? Ahora resulta que esto da un giro de casi 180º, si no más, y resulta que el amor es posible, es decir, que se acabó la magia del cine. La magia dice: verás sin ser visto, podrás fantasear a placer, como en el porno. ¿Y el amor? El amor en su lugar. Es decir, en los cuentos de hadas, en los relatos infantiles y en las novelas del siglo XIX. El siglo XX pertenece al porno, a la miseria sentimental, a la explotación y al vampirismo más necio.
No es una mala película, al contrario. Está a la altura de No matarás, incluso es mejor. Hay una extraña química entre los personajes, y hasta la viejecita que le sirve de madre hace muy bien su papel, como la típica bruja socialista. Es un mundo triste, ya lo sabemos. En el viejo mundo comunista, el amor era así, un puro desatino. Sexo de mierda y amor que salta por la ventana. Pobreza, viejas que luchan por tirar el reciclaje, carreras como loco con el carrillo lechero, y la leche volcada. Esos bloques de viviendas, como colmenas. La magia del cine, viene a meter un poco de ilusión en esas vidas secas, casi muertas. Amor, o cine, sólo cine, nada más.
Es como en Psicosis, de Alfred Hitchcock (sí, sí, el fantasma de La ventana indiscreta está por aquí), tras la famosa secuencia de la bañera, que empieza otra película. Pues aquí también, tras el desplante de Magda, que le hace ver al chaval que el amor no existe, sólo el sexo. Y es que, no lo olvidemos, ella es la típica ciudadana socialista, vive en la Polonia antes de la caída del Muro de Berlín. Que sí, que sí, que Kieslowski es muy poético y todas esas chorradas, pero antes de nada, es un autor político, todavía. Ya cuando se volvió francés e hizo aquellas pelis tan cursis, la cosa cambió bastante. En fin, en esta segunda parte, el punto de vista se desplaza a Magda, y aquí la cosa ya no gusta tanto. ¿Por qué? Porque la magia residía en la mirada de él, que somos todos nosotros, los babosos espectadores. Cuando él desaparece, y es ella la que mira, la cosa flojea bastante. ¿No era ella la puta, y él el mirón? Ahora resulta que esto da un giro de casi 180º, si no más, y resulta que el amor es posible, es decir, que se acabó la magia del cine. La magia dice: verás sin ser visto, podrás fantasear a placer, como en el porno. ¿Y el amor? El amor en su lugar. Es decir, en los cuentos de hadas, en los relatos infantiles y en las novelas del siglo XIX. El siglo XX pertenece al porno, a la miseria sentimental, a la explotación y al vampirismo más necio.
No es una mala película, al contrario. Está a la altura de No matarás, incluso es mejor. Hay una extraña química entre los personajes, y hasta la viejecita que le sirve de madre hace muy bien su papel, como la típica bruja socialista. Es un mundo triste, ya lo sabemos. En el viejo mundo comunista, el amor era así, un puro desatino. Sexo de mierda y amor que salta por la ventana. Pobreza, viejas que luchan por tirar el reciclaje, carreras como loco con el carrillo lechero, y la leche volcada. Esos bloques de viviendas, como colmenas. La magia del cine, viene a meter un poco de ilusión en esas vidas secas, casi muertas. Amor, o cine, sólo cine, nada más.
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