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Críticas 123
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
6
1 de abril de 2016
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo peor que se le puede achacar a una película que adapta un libro cuyo título —Orgullo y prejuicio y zombis— es un riesgo en sí mismo para el gran público, es no ser más ambiciosa o más valiente. No tan osado por añadir la palabra ‘zombis’ (Zombies en la versión cinematográfica) como por convertir un clásico de la literatura en una historia de terror con tintes cómicos (después de todo, en lo que a zombies se refiere, estos hace ya tiempo que se han puesto de moda entre la masa, se les ha sacado casi todo el jugo y se les ha buscado cada ángulo en cada nuevo argumento, según el género, el medio de difusión e incluso la fecha de estreno). El autor de esta obra, Seth Grahame-Smith, es el mismo que escribió el libro Abraham Lincoln: Cazador de vampiros y que colaboró en su guion, pero en este caso ha dejado todo el jaleo en manos de Burr Steers, el realizador y artífice de films como Siempre a mi lado, 17 otra vez o Zac Efron es un chico muy guapo y sensible (espera: no, esta última no existe), y el tipo que aparece tumbado en un sofá en Pulp Fiction. Con estos datos, uno podría esperar un producto final de gran nivel o de una calidad ínfima, sin matices, y sin embargo nos encontramos con una cinta que parece tomarse demasiado en serio su fuente —la de Jane Austen— y apenas da protagonismo al tercer personaje del título: los muertos vivientes.

En serio, se echan de menos más zombies. No zombies que corran o que se alimenten de seres humanos frágiles y asustadizos, de esos no (salvo que se coman a los protagonistas y te hagan sentir impotente como espectador). La gracia de Orgullo + Prejuicio + Zombis está en redecorar un universo ya existente dándole algo que este no tenía (ya una vez lo hagas, que los crees a través de una enfermedad o como seres del inframundo me da lo mismo). A esto me refiero cuando digo que Burr Steers podría haber desarrollado un trabajo mucho más completo si se hubiera soltado la melena, que es lo que le piden sus personajes, tan encorsetados por sus trajes como por sus afiladas armas. Haber hecho un mejor y mayor uso de los zombies y sus adquiridas cualidades (uno de los puntos más interesantes y desaprovechados de Orgullo + Prejuicio + Zombis), tanto desde una perspectiva seria y terrorífica como desde una óptica cómica. Tiene aciertos, en este sentido, como alguna escena que, de tan corta, puede pasar desapercibida, pero en general la hora y media se pasa tan rápida como intrascendente y diáfana en la mente. No te exige nada, como espectador, salvo que aguantes en la butaca lo que dura sin aburrirte, así que no deberías pedirle nada como película, salvo que te entretenga hasta que salgas por la puerta de la sala del cine, que te llevará al final del mundo de verdad.

A pesar de todo, de la falta de riesgos, de los aciertos que tiene o de lo insignificante o trivial que pueda resultar a cada uno, el mayor defecto de Orgullo + Prejuicio + Zombis es haber convertido el cine maldito en cine convencional. Así sólo te da la sensación de no ir a ninguna parte, aunque el destino sea claro desde el principio y no sea más que eso, una historia que se basa en otra que ya muchos conocen.

Lo mejor: los títulos de crédito iniciales, que resumen lo mejor de la historia con la voz del gran Charles Dance, y Lena Heady (por ser Lena Headey).

Lo peor: el final (o la escena final con estampida de zombies entre humanos con cerebro), que no tiene sentido lo mires por donde lo mires, y cuya sorpresa, además de predecible, habría estado mucho mejor llevada si el personaje en cuestión se hubiese convertido en lugar de ser ya de antes.

Un consejo: si no veis la escena de los créditos finales saldréis con un mejor sabor de boca del cine.

Una pregunta: ¿Y qué pasa con el caballo?
4 de octubre de 2015
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá una vida menos saludable, pero también más plena y como cine una experiencia bastante más enriquecedora:

- Beber para desahogarse, para fraternizar, para olvidar, para recordar o para exaltar las emociones.

- Fumar para calmarse, para meditar, para ralentizar el tiempo, para confraternizar o para iniciar conversación y conocerse.

- Amar para potenciar la vida, para sacarle más partido o encontrarle algún sentido, para ser felices o infelices con excusas más trascendentales (aunque lo sean sólo para nosotros mismos). Y el sexo como parte del proceso, para enamorarse también a veces y en momentos más pequeños y vacíos rebosantes de placer. Llenos.

En el fondo Hill of Freedom no es más que un pedazo de vida, trivial y reflexiva. Narrada con ligereza y libertad creativa, la naturalidad de las actuaciones y las situaciones tan corrientes que se dan (a pesar de lo inusuales que son como cine más allá de Hong Sang-soo), meten al espectador en este juego divertido y entrañable de tan sólo una hora de duración.

Además, si dicho espectador ha viajado solo al extranjero, o ha tratado con varios foráneos y ha mantenido más de una conversación en un idioma que no es el suyo ni el de su interlocutor, encontrará varias de las escenas y conversaciones especialmente graciosas. Y si ha tratado con asiáticos capitalistas, ni le cuento ya.

En fin, nada realmente nuevo dentro de la carrera del director surcoreano, un autor recomendable siempre, aunque, lógicamente, su filmografía se debe consumir con moderación y con responsabilidad, como el alcohol, el humo, las endorfinas y otros tipos de adicciones.
16 de noviembre de 2014
19 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una canción de la banda estadounidense Bright Eyes, de título We Are Nowhere, And It’s Now, en la que Conor Oberst (vocalista del grupo) nos pregunta en la primera estrofa «¿Por qué tienes miedo a soñar con Dios, cuando es la salvación que deseas? Ves estrellas tan claras que han estado muertas durante años, pero la idea simplemente vive». Segundos antes él mismo decía «Y si juras que no hay una verdad absoluta ni a quién le importe, ¿cómo es que lo dices como si tuvieses razón?». Bien, sabias palabras, también para la gente que no encuentra en Dios la salvación que necesita, ni en ninguna otra Religión, ni en la Nada más absoluta. Su única salvación está en la vida, vivir y, mientras le dejen, negarse a morir. Esta opinión es sobre Orígenes, pero está llena de dudas y ejemplos.

Porque Orígenes, la considerada mejor película en el último Festival de Sitges de 2014, reflexiona sobre la Muerte, la Ciencia, la Espiritualidad, la Reencarnación, las Señales, Etcétera, y lo hace todo en mayúsculas (hasta el etc.), bajo un halo de cine New Age indie, tan pseudo-intelectual como pseudo-romántico y perfecto para todo aquel que nunca haya meditado mucho sobre nada de lo que aquí el director y guionista Mike Cahill pretende plantear. El actor Michael Pitt es Ian Gray, nuestro protagonista, un doctorando de biología molecular que está obsesionado con fotografiar ojos humanos, porque, según afirma, cada persona tiene los suyos propios (y además no es lo mismo hacer fotos a las huellas dactilares. Se liga menos). En una aburrida fiesta de Halloween, Ian conoce a una chica de singulares ojos (lo único que vemos tras su disfraz) que, desde el momento en que desaparece furtiva e inesperadamente, le deja con la pequeña obsesión de encontrarla.

Gray, que es científico hasta las últimas consecuencias (por eso lleva gafas, de hecho las mismas que mi padre), se ha enamorado de Sofi, como averiguaremos que se llama más adelante, el personaje interpretado por la actriz Astrid Bergès-Frisbey, y es por ello que, siguiendo las señales de las 11:11, acaba por encontrarla y volver a verla. Ella huye de él, no sin antes darle un chicle; él le pone los cascos de su reproductor MP3, para que escuche al grupo musical The Dø, antes de que pueda escapar. Desde entonces, se vuelven inseparables. No sigo para no estropear algo que ya estropean los trailers —la trama—, pero si en un momento de Orígenes Michael Pitt comenta un pensamiento que le surgió en el último momento de su pasada relación, recordad que minutos antes él ya le había puesto hasta el anillo de boda en la mano… En fin, muy científico, pero ahí estabas pensando con tu pequeño Constantino Romero.

Más allá de sus escenas a cámara lenta, de su explícita pedantería o de sus no-tópicos típicos del cine independiente americano (como por ejemplo, el abuso de relaciones románticas que surgen de forma única, de conversaciones surrealistas, de un humor muy personal, pero siempre compenetrado y divertido, en el que no tienen cabida los amoríos normales), debo reconocer, a la hora de abordar mi opinión sobre esta cinta, que lo que más me interesa es el fondo de la misma. Con Orígenes he tenido la misma nauseabunda sensación que me causa la llamada a la puerta de mi casa de unos evangelistas, mormones o movimentarios, que vienen a mi hogar sin que yo los haya invitado y quieren mostrarme la luz sin que yo se la haya pedido y asumiendo que no disfruto con mi oscuridad. Es una cuestión de educación: yo no me meto con las creencias de la gente que sólo se acuerda de Dios para lo bueno (por ejemplo, darle gracias por haber salido con vida de una grave enfermedad) y no para lo malo (¿nos la contagió el demonio?), no se metan en las mías.

En cualquier caso, como en este mundo hay que posicionarse siempre para todo, diré que soy agnóstico (¡toma posicionamiento!) y que, a pesar de o gracias a ello, tengo un poco de los otros dos pensamientos. Por ejemplo, creo en el alma si, como dice Lisa Simpson parafraseando a Neruda, la risa es el lenguaje de ésta, pero pienso, ¿es el Alzheimer la muerte del alma, entonces? Es sólo un ejemplo, pero es que podría poner varios más. ¿Los animales no humanos no tienen alma? Cuando muera, ¿me reencontraré con todos mis seres queridos? Varios animales lo son ¿Incluye eso a mis exparejas? ¿Y cómo le sentará eso a mi actual pareja, una vez llegue al Cielo, o incluso antes de llegar si es muy celosa? Además, dependemos de según la creencia en la que nos basemos. ¿Nos ha confirmado ya Juan el Bautista que es la reencarnación de Elías? ¿Y si en realidad al morir nos reencarnamos, de qué me sirve a mí?, si yo lo que no quiero es olvidar esta vida actual, no tener otras de las que también me olvidaré, pero de las que, supuestamente, guardaré una memoria residual, aunque para mí inútil, ya que sólo tendrá valor para quien tenga la inmensa suerte de conocerme más de una vez. ¿Qué sentido tiene que de esta vida sí me esté acordando? Además, qué Cielo, si se supone que hasta el día del Apocalipsis todos estaremos muertos y entonces será cuando revivamos, y para hacer una buena limpia. Por último, por no extenderme más de lo aconsejable, ¿cuando Jesucristo dijo “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”, hacía referencia a la creencia de que sí, existió y fue el primer hippie de la humanidad, o hay que creer en un sentido más espiritual? Nada me convence, así que, agradezco el interés, pero no me convenzan, que si no lo he conseguido yo mismo, no lo harán ustedes, se llamen Mike Cahill o Antonio María Rouco Varela.

(Spoiler sin spoilers)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
¿Y por qué tengo la amarga sensación de que en Orígenes me están intentando convencer de algo? Sencillo, porque el director, en el contexto de un mundo real y actual, en el que la ciencia investiga y encuentra o no encuentra respuestas, y donde la religión llena esos vacíos o no con sus interpretaciones, emplea una táctica muy tramposa con la que intenta que ambas se den la mano: convertir algo imposible en algo empíricamente probable. Llega un momento en el que, o desarrolla el nuevo e interesante (por qué no decirlo, ¿verdad, Iker?) argumento, o la cosa se queda en una simple broma, y finalmente no lo desarrolla. Por poner un ejemplo, en Enter the Void (Gaspar Noé, 2009), todo tiene una lógica interna que no infecta negativamente al espectador (salvo que la película no le guste); vemos al protagonista, o mejor dicho, vemos su punto de vista, su desarrollo y desenlace. Enter the Void es coherente y honesta consigo misma y con el espectador, Orígenes no.

Por otra parte, el protagonista no es un hombre inteligente, es un hombre con estudios que encima nos hace creer durante la primera mitad de la película que es una persona llena de sentimientos, para de repente mostrarnos que no, que con un abrazo es todo pasado. Su novia no sabemos qué es, pero, aunque infantil e incapacitada para hablar abiertamente de cuestiones personales del pasado, tiene una obsesión con discutir con su pareja sobre si Dios existe o no, sobre temas espirituales y sobre todo lo relacionado con esto. Un ejemplo ficcionado de una de las muchas conversaciones que mantienen respecto al mismo tema durante la película:

-Ian: Soy científico, creo en las evidencias.

-Sofi: Pero a ver, que yo creo en Dios y soy muy espiritual. Hazte tú también, en Internet hay mazo de info al respecto.

-Ian: ¡Pero es que soy científico! Enséñame las tet…digo los ojos, que te haga unas fotos.

-Sofi: A ver si me vas a robar el alma, ladrón.

¡Pues mira qué evidencia! Espabilado. En suma, y ya más en serio, Orígenes está bien dirigida, a pesar de los ademanes ya comentados y de pecar de ser un poco previsible, pero la última revelación al final de la película es lo suficientemente emocional e inesperada como para elevarla al casi aprobado, pero porque mi alma está llena de bondad y aprecia las ideas y las buenas intenciones por encima de las malas, que de esas me encargo yo, el yo de ahora, el envase perecedero y caduco de mi inmortal alma.
4 de agosto de 2015
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Definitivamente: Caminar por París es la clave para ser feliz. Me lo preguntaba a propósito de Una dama en París y Mi casa en París me lo ha confirmado. Un día de estos cogeré un avión con destino a la ciudad del amor y empezaré a abordar a viejecitas. Y si veo otra película más con París en el título y adorables ancianas de protagonistas esto hasta se puede convertir en algún tipo de parafilia.

Está claro: París, París, París. Como el chotis. Lástima que en Madrid no tengamos un río como Dios manda, sólo un aprendiz sin potencial. Iríamos por la calle dando saltos de alegría y hasta nos crecería más el ombligo.

Mi casa en París no divaga tanto como yo, pero hay un momento en el que te preguntas qué ha pasado de repente. La película parecía una comedia amable, con bajas dosis de drama, muy escasas en realidad, hasta que de repente todo se vuelve del revés. En un principio resulta entrañable como Maggie Smith y tiene carisma como Kevin Kline, pero entonces vemos la cara de Kristin Scott Thomas por primera vez y todo es trágico de golpe. Y en general esta distribución se mantiene, los géneros se van sucediendo casi siempre en función de cada presencia. Kline es el protagonista, claro, por lo que es partícipe de cada cambio. Él les da soltura y naturalidad. La verdad es que cae bien, el hombre, y eso es un extra para el film, un poco de aire fresco.

Lo interesante, en cualquier caso, de su argumento y desarrollo, es que, aun dándole importancia a las hostilidades y golpes que plantea la vida a sus protagonistas, siempre se muestra como una cinta vitalista y que en cierto modo lo que pretende es rebajar el tono dramático de la misma y lanzar el mensaje de que es mejor vivir por haber vivido. Lo insulso, como contrapartida, es que tenga siempre tanta importancia el amor en el cine, aunque es cierto que en Mi casa en París es clave para la toma de decisiones. Hay que jorobarse con el amor, señor Horovitz (director, guionista, autor de la obra de teatro y padre de la principal productora de My Old Lady, título original de Mi casa en París).

Israel Horovitz, el director, se toma su tiempo, como buen anciano. Se nota que sabe a quién tiene en sus manos, y aquí les ha dejado explayarse entre largas tomas, a sabiendas del buen hacer de sus actores, a los que se acerca siempre en sus momentos más dramáticos. Pero también hay momentos para otros rostros conocidos de la cinematografía francesa en Mi casa en París, que rellenan la cinta con esporádicas intervenciones que pretenden dar a conocer mejor las personalidades de los protagonistas. Destaca en este sentido Dominique Pinon como el agente inmobiliario que informará al personaje de Kline sobre los precios de las propiedades y sobre cómo funcionan las herencias en nuestro vecino país; también el belga Stéphane De Groodt, a quien vimos hace poco en la comedia No molestar, de Patrice Leconte. Considerando el hecho de que estamos ante una película de bajo presupuesto, no está nada mal el casting, la verdad.

En resumidas cuentas, Mi casa en París es un producto más sobre París, ese lugar tan caro, sí, pero encantador hasta cuando te roban (al parecer). Un conciso largometraje de agradables pretensiones y con unos actores que invitan al espectador a dejarse llevar por sus paseos, sus diálogos y sus revelaciones.
Taxi Teherán
Documental
Irán2015
6.6
4,015
Documental, Intervenciones de: Jafar Panahi, Hana Saeidi, Nasrin Sotudé
8
5 de octubre de 2015
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el documental Crónica de un verano (1961), de Edgar Morin y Jean Rouch, uno de los hechos más curiosos que se constataban era que casi ninguno de los protagonistas de la cinta creía que los demás personajes presentados en la misma se mostraran tal y como eran. Opinaban que, aunque no fueran actores, en todo momento estaban teniendo en cuenta la cámara que les grababa y nunca eran ajenos a ella al mostrar su día a día. Lo interesante de Crónica de un verano (entre otras cosas), era que esos mismos personajes que no creían en la imagen de los demás también aparecían en dicha película mostrando su particular estío y sí creerían en lo que ellos hacían y decían.

Realidad frente a ficción basada en la pura percepción.

En Taxi Teherán vemos algo de esto, tanto desde dentro de la cinta como desde fuera, como espectadores. El primer hombre que se monta en el coche conducido por el director Jafar Panahi ya averigua la presencia de la cámara, sabemos entonces que no está oculta y eso nos hace más partícipes de esta realidad como no ficticia. A pesar de esol, el hombre asume que está ahí por cuestiones de seguridad. Con él compartirán más tarde asiento otras dos personas, en concreto una mujer y un hombre. El primer hombre y la mujer mantendrán una conversación interesante mientras el tercero, una vez a solas, cree que son actores contratados por el conductor.

El juego de la verdad y la mentira vuelve a estar presente. A partir de este momento vamos a conocer la idiosincrasia de una ciudad y de un espectro de sus habitantes. Desde cuestiones de seguridad hasta de religión, pasando también por el cine, la censura y la confianza en el otro.

Todo lo que ocurre en Taxi Teherán, a pesar de encontrarse sujeto a la perspectiva del propio taxi, resulta muy interesante, porque es humano y también porque hace un recorrido por la sociedad iraní en un momento concreto del día. Apenas 80 minutos, de hecho, lo que dura la película sin cortes. Desde el principio, cuando Panahi procura mantenerse ajeno a la escena y hablar lo menos posible, no iniciando nunca la conversación con sus clientes, hasta el final, cuando acaba por ser partícipe principal de su propia trama no argumental.

Momentos memorables: Todos los que tienen que ver con las mujeres que aparecen. La gran mayoría salen bien paradas, con una sabiduría más cercana a la comprensión, aunque también por situaciones en que bordean el absurdo aunque ellas le encuentren un sentido, claro. Su sobrina es la gran estrella aquí, y, no cabe duda, el reencuentro entre el realizador y un amigo de la infancia, también la parte dedicada al matrimonio de la bicicleta. Todos estos momentos convierten a Taxi Teherán en una pieza de máximo interés y visibilidad necesaria.

Desde la más clara sencillez la película aborda varios temas y todos son del día a día. De todos modos, cualquier espectador disfrutará de este rato, más allá de sus pretensiones sociales, porque puede sentirse representado, no ya siendo visible en esas otras personas de la pantalla, sino sobre todo en sus argumentos, espontaneidad y palabras, también en las discusiones y en las circunstancias que constatan.

Porque todo es falso y representación. Todo funciona sobre el guion escrito por Panahi, un hombre iraní al que han prohibido hacer cine en su país pero no puede dejar de hacerlo, apoyado aquí por actores no profesionales a los que el propio conductor de este mockumentary mantiene en el anonimato por su propia seguridad.

¿Cambiaría nuestra percepción de una película saber que lo que hemos visto no es verdad del todo? ¿Asimilaríamos la verdad que hay detrás de unos personajes inventados si supiéramos que lo son? A eso juega el iraní en su nueva obra, y a mí el juego me ha gustado, como les debió gustar a todos esos hombres y mujeres que se vieron a sí mismos en su Crónica de un verano, aunque nunca confiaran en los demás.

Realismo sórdido y autoconsciente, en efecto, como sórdido y autoconsciente debe ser ahora verlo precedido de un mensaje en la pantalla en negro en el que se puede leer «el Parlamento Europeo defiende los derechos humanos». Nada es cierto, salvo alguna cosa.
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