Haz click aquí para copiar la URL
Críticas de Nacho Ambigú García
<< 1 3 4 5 6 7 >>
Críticas 34
Críticas ordenadas por utilidad
10
3 de septiembre de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Guerra de Vietnam inauguró una nueva forma de interpretar el cine bélico. Películas como “El cazador” (Michael Cimino, 1978), “Apocalypse Now” (Francis Ford Coppola, 1979), “Platoon” (Oliver Stone, 1986), “La chaqueta metálica” (Stanley Kubrick, 1987) o “Corazones de hierro” (Brian De Palma, 1989), establecieron un patrón visual y dramático más acorde a unos tiempos ya conquistados por la violencia explícita y la hemoglobina a granel.

Más allá de lo estético y superficial, esta nueva manera de mostrar la guerra en pantalla añadía una diferencia crucial respecto a la tradición: el predominio de la conciencia sobre la épica, lo que terminó dando lugar en muchos casos a un cine bélico paradójicamente pacifista (o casi).

Años después llegaron Spielberg (“Salvar al soldado Ryan”, 1998) y Malick (“La delgada línea roja”, 1998) para aplicar la fórmula a la Segunda Guerra Mundial, cada cual en su estilo, pero marcando una tendencia que otros han seguido (el mismísimo Ridley Scott calcó el desembarco de Normandía spielbergiano nada menos que en “Robin Hood”), y de la que su última manifestación es la notable “Hasta el último hombre” (Mel Gibson, 2016).

No parecía este, en principio, un tema próximo a las inquietudes de Christopher Nolan, director tan sobrado de talento como de pretensiones, pero, mire usted por dónde, parece que el británico ha accedido a rebajar una pizca su ambición metafísica (toma nota, Paul Thomas Anderson) y se ha despachado con una peli de guerra canónica en lo narrativo y al mismo tiempo moderna en sus rasgos de estilo.

Para entendernos, como una mezcla perfecta entre Spielberg y Kubrick: espectacular, pero sin truculencias; atractiva a los ojos, pero también coqueta con las neuronas; centrada sobre todo en narrar el drama bélico desde la perspectiva del individuo, dejando a un lado la heroicidad grandilocuente. Porque la épica, que la hay, es minimalista, humana, doméstica, con un matiz crítico integrado de forma sutil, sin soflamas ni panfletos, jugando muy hábilmente al equilibrio entre la inteligencia y la inocencia, una de las virtudes del cine clásico que por desgracia se está perdiendo.

La relatividad del tiempo —que juraría que es el tema favorito de Nolan; si no, véanse “Memento”, “Origen”, “Interestellar”…— aparece aquí en la construcción de un guion dividido en tres puntos de vista separados por una semana, un día y una hora, que terminan convergiendo y dando sentido global a esta trama de ficción inspirada en un hecho real que —supongo que no por casualidad— nutre otra de las películas estrenadas estos días, la también recomendable “Su mejor historia” (Lone Scherfig, 2016).

Los primeros minutos pueden despistar un poco y amenazar con una indefinición argumental que enseguida se disipa y, bien ayudada por la enérgica fanfarria de Hans Zimmer, avanza en un crescendo de sensaciones y emociones (miedo, angustia, supervivencia, claustrofobia, sentido del deber, cobardía, temeridad, decepción, horror, esperanza, justicia…) hasta un desenlace como los de antes de la guerra.
Más información en http://ambigugarcia.blogspot.com.es/
Nacho Ambigú García
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
9 de enero de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La creatividad es la inteligencia divirtiéndose”, escribe Enrique Vila-Matas en su última novela, una cita que viene bastante bien para explicar lo que le pasa (más bien con lo que le falta) a la última generación de películas dirigidas por Woody Allen.

Si por algo este pequeño cerebro neoyorquino se hizo famoso en su momento fue, creo yo, por compaginar como nadie dos conceptos —la seriedad y la comedia (o la profundidad y el entretenimiento) — que muchos se negaban a conciliar, y eso dio como fruto las que casi todo el mundo reconoce como sus mejores obras: “Annie Hall”, “Manhattan”, “Delitos y faltas”, “Hannah y sus hermanas”, “Maridos y mujeres”, “Misterioso asesinato en Manhattan”…

Pero como el prejuicio intelectual por excelencia sigue aferrado a la amarga idea de que reírse es de tontos, y que más vale un ceño fruncido que un chiste ingenioso, se ha impuesto también la tendencia a considerar que, en la inabarcable producción de Woody Allen, lucen más los títulos exclusivamente dramáticos que los descaradamente cómicos, opinión que no comparto, o no del todo.

Creo que “Poderosa Afrodita”, “Todos dicen I love you”, “Un final made in Hollywood”, “Balas sobre Broadway”, “Desmontando a Harry”, “Si la cosa funciona” y “Granujas de medio pelo” (una de mis favoritas, aunque no lo sea de casi nadie) son lo mejor del Woody Allen reciente, el más irregular y denostado, de cuya nómina dramática me quedo con “Match point” e “Irrational man”, pero de quien sigo prefiriendo su vertiente más cínica y sarcástica (y a quien, dicho sea de paso, echo de menos delante de la cámara; no es el mejor actor del mundo, pero podría aspirar al premio al mejor personaje del mundo).

También es verdad que con una película al año es fácil confundirse y mezclar sin darse cuenta, incluso olvidarse de algunos títulos que, aunque se hayan disfrutado razonablemente en la sala de cine, han quedado de inmediato sepultados bajo el peso del siguiente. En el caso concreto de “Wonder Wheel”, reaparece el Woody Allen netamente dramático, el intelectual que venera a sus clásicos, el chejoviano enamorado de Nueva York y el escéptico sentimental en su versión trágica.

Hombres sudorosos en camiseta que discuten a gritos con mujeres en bata en cuchitriles del extrarradio. Esto puede ser lo mismo Tennessee Williams que Esperanza Sur, y en este caso gana el primero, el teatro a la sitcom, el melodrama a la comedia, con la única excepción de ese niño pirómano, que sirve además para introducir la imprescindible dosis freudiana.

No me aburre ni me exaspera, pero tampoco me entusiasma, y además creo que la subtrama gansteril está desaprovechada, sobre todo en sus posibilidades cómicas. Eso sí, diría que es su película más brillante en lo estético desde “Balas sobre Broadway”.
Más información en http://ambigugarcia.blogspot.com.es/
Nacho Ambigú García
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
16 de octubre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno oye “Blade Runner” y enseguida piensa en la oscuridad perpetua y la constante lluvia, en el test enrevesado para pillar replicantes, en un Chinatown futuro y decadente, en el saxo y la música de Informe Semanal (bueno, de Vangelis, en realidad), en el detective Deckard y su insidiosa sombra con bigote, en las lágrimas en la lluvia y el “he visto cosas que vosotros no creeríais”, en la papiroflexia y los frikis de J F Sebastian, en el luminoso gigante de Coca-Cola…

Algo de todo ello hay en esta continuación, aunque se ha perdido la atmósfera inconfundible, o, como mínimo, ya no permanece como clima exclusivo. Donde la original era claustrofóbica y orgánica, esta es más desangelada y apocalíptica. Ya no es género negro, sino distopía pura; ciencia ficción filosófica, muy de ahora, muy bien hecha también.

Repito lo dicho aquí mismo hace unos meses: siempre he sostenido que, cuando Ridley Scott filmó “Blade Runner” en 1982, su máxima intención era regalarle al público un gran entretenimiento, cine de género de primera calidad. Ocurrió, sin embargo, que la película pasó a ser “de culto”, y entonces la cinefilia ceñuda y pretenciosa se vio en la obligación de reivindicarla como cine de autor profundo y selecto.

Esto, que debería ser una virtud, puede haber sido en parte una carga a la hora de acometer la temeraria empresa de rodar una segunda parte, secuela, continuación, o como prefiramos llamarla. A Denis Villenueve y sus guionistas Fancher y Green todo el mundo les va a pedir estar a la altura “intelectual” de la obra maestra de origen, mientras que lo principal de un proyecto así, tal como yo lo veo, es precisamente hacer que el espectador se olvide de cualquier otra película (ya sea por comparación, por añoranza o por aburrimiento) que no sea la que está viendo.

Así pues, “Blade Runner 2049” ofrece lo que debe: equilibrio entre el disfrute y la reflexión, tensión y drama, acción y sentimiento, un buen puñado de imágenes potentes y una renovación estética y sonora acorde a los tiempos.

La hondura filosófica, además, sigue ahí. La crisis existencialista de los replicantes, las preguntas esenciales sobre la creación y el alma, el dilema cada vez menos futurista de hasta qué punto la tecnología es capaz de curar la soledad...

Ryan Gosling está bien como sucesor del cazapellejudos inmortalizado por Harrison Ford hace treinta y tantos años. Quizá el punto más flojo son los secundarios; en este caso, todos quedan ensombrecidos por sus predecesores.

Resumiendo: si “Blade Runner” es una criatura original, “Blade Runner 2049” es un replicante. Un chiste fácil, sí, pero no un mal chiste. Dicho de otra manera: la de Ridley Scott era un thriller futurista sobre seres gélidos y sintéticos, y la de Denis Villeneuve es una película gélida y sintética sobre esos mismos seres, pero alejada ya de los cánones del cine negro tradicional. Uno no es mejor o peor hijo porque se parezca más o menos a sus padres, así que mi consejo es que os dejéis de comparaciones y mitomanías, y tratéis de disfrutarla, porque merece la pena.
Más información en: http://ambigugarcia.blogspot.com.es/
Nacho Ambigú García
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9
6 de marzo de 2018
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Piensa en la madrastra de Cenicienta, en la bruja del cuento que prefieras, en la señorita Rottenmeier, en la vieja momificada de la mecedora de Psicosis, en la madre de "Carrie" o en la de "Cisne negro", en Carmina Barrios atascada de rebujitos, en Angela Channing un año de mala cosecha o en Belén Esteban comiendo un limón; piensa en todas ellas a la vez y seguro que la imagen que se te representa está aún lejos de la de ese personajazo con el que Allison Janney se ha ganado un Oscar tan cantado como merecido, y que valdría una película por sí solo.

Janney interpreta a la madre de Tonya Harding (Matgot Robbie, también fabulosa), patinadora estadounidense que se hizo famosa primero por sus méritos deportivos y poco después por su implicación en la agresión a una de sus compañeras y rivales.

Tonya es una choni en un deporte de princesas, una víctima de todo aquel que debería quererla, alguien que ha aprendido a sobrevivir a base de trompazos y venablos, y que, a pesar de todo ello, posee una habilidad que la convierte en la número uno.
Con estas credenciales, la muchacha iba camino de repetir el modelo de John Turturro en "Quiz show" (Robert Redford, 1996), es decir, un héroe para las masas que se parezca más a los fans que a los ídolos; un tipo corriente, del pueblo. Pero así como en la tele la estrategia es acercar los personajes al nivel que se le presupone al espectador medio, en un deporte elitista como el patinaje sobre hielo se ve que no interesaba tener a una tronista de Mujeres, hombres y viceversa como abanderada olímpica.

Gracias a un ritmo inagotable y a unos diálogos afilados como las cuchillas de los patines, "Yo, Tonya" funciona como una comedia negra, ácida y certera en el retrato costumbrista; una de esas obras que, de nuevo, reivindican aquello de que para crear una gran historia de ficción no hace falta un gran personaje histórico.

Eso que llamamos globalización no se limita a las franquicias de comida rápida y teléfonos móviles; también está en nuestra forma heredada de entender conceptos como el éxito o la felicidad, o en nuestra manera caprichosa y fratricida de nombrar héroes y villanos. Los mastuerzos y chapuceros aspirantes a delincuentes que protagonizan esta película son parte de esa sociedad enferma global. Parecen personajes huidos de un borrador de los hermanos Coen, pero lo sorprendente y a la vez espeluznante es que son reales, que existen (en los créditos finales podemos apreciar el buen trabajo de caracterización), y que, además, seguro que se parecen a alguien que conocemos.

Un horror para descojonarse, o un disparate para acojonarse. Elegid vosotros.

Más información en ambigugarcia.blogspot.com.es/
Nacho Ambigú García
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
16 de octubre de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera vez que vi “Zodiac” (David Fincher, 2007) me quedó la sensación de haberme pegado un banquete pantagruélico y, al mismo tiempo, de que me habían dejado sin postre. Vista una segunda vez, me gustó todavía más, quizá porque entendí que ese desenlace no del todo satisfactorio y esa estructura narrativa que parecía discurrir en dirección contraria a lo que entendemos por un clímax, no solo eran justificados, sino también necesarios.

Basar la película en un hecho real que no culminó con un triunfo palmario de la justicia implica dicho riesgo. Fincher decidió no manipular ese aspecto del relato verídico para complacer al espectador perezoso, y algo así ha hecho Kathryn Bigelow en “Detroit”, un drama sobre la injusticia y los prejuicios raciales que te recibe de mala hostia y te despide sin indemnización.

La película cuenta un enésimo episodio de disturbios raciales, ocurridos durante el verano de 1967 en la ciudad del título, y que al parecer se iniciaron con una redada policial en un bar ilegal que terminó derivando en una batalla mucho más truculenta, como si a alguien se le hubiera antojado montar en Michigan una sucursal de la guerra del Vietnam, de la que algunos implicados en este conflicto habían vuelto pensado que con ello se habían acabado los tiros y los traumas.

Aunque hay una evidente intención de retratar la realidad histórica, creo que la película mejora cuando se centra en lo anecdótico (entiéndase “anecdótico” en términos narrativos, no dramáticos), en las horas de angustia dentro de una casa en la que la policía busca a un presunto francotirador, y donde convergen los tres puntos de vista principales de la historia: el policía racista y de gatillo flojo al que es mejor darle una hostia que darle la espalda; el músico que ve truncado su sueño de grabar para la Motown por culpa de los altercados, y el guardia de seguridad pluriempleado y atrapado entre el deber del uniforme y la justicia para sus semejantes.

Bigelow es una directora que domina la acción y la tensión en pantalla. Sus primeras películas eran efectivas y algo más convencionales (“Días extraños”, “Le llaman Bodhi”, “K-19 The widowaker”…), hasta que llegó “En tierra hostil” (2008), donde adoptó el estilo nervioso y documental de Paul Greengrass y consiguió que el tío Oscar aflojara la mosca. Tan bien le fue la fórmula, que repitió con “La noche más oscura” (2012), obra que despertó la admiración cinéfila generalizada, pero que a mí, he de confesar, se me hico bastante pesada.

Por suerte, aunque en “Detroit” mantiene las mismas claves —cámara hiperactiva que a ratos se coloca a un palmo de los personajes para apabullar al espectador como si participara directamente del embrollo—, la voluntad de crónica no eclipsa el carisma de los personajes y la progresión de los hechos te mantiene alerta todo el rato. Porque de eso se trata: de que entretenga o apasione como la ficción, aunque sea realidad.

Sus defectos, principalmente dos: un maniqueísmo demasiado subrayado (no hacía falta señalarnos con tanta enjundia quiénes son los buenos y los malos en esta historia, porque ya lo sabemos antes de entrar al cine), y esa parte final, la del proceso judicial, que parece un epílogo metido a última hora y con prisas.

Una buena película que provoca emociones pero no da soluciones. Y en este caso, era la decisión adecuada, porque en este río revuelto la sensación es la de que todos pierden.

Más información en: http://ambigugarcia.blogspot.com.es/
Nacho Ambigú García
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 3 4 5 6 7 >>
Más sobre Nacho Ambigú García
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow