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Críticas ordenadas por utilidad
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6
29 de abril de 2014
29 de abril de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ejemplo emblemático del cinéma de calité francés contra el que despotricaban los jóvenes airados de Cahier de Cinéma quienes tomaron, entre otros, como foco de sus invectivas a este clasista y clasicista Autant-Lara, realizador no obstante más que recuperable gracias a encomiables trabajos como son La Travesía de París (1956) o En caso de desgracia (1958). Desde luego merecía más la obra del malogrado Raimond Radiguet cuya fuerza narrativa literaria se pierde en este trasvase cinematográfico, fiel pero mal contada, pues, en efecto la cinta concita todos los males de la calité: plúmbea adaptación literaria, dominio del guión sobre la realización, resalte de la actuación sobre la acción y, subsecuentemente, rodaje convencional. Este estilo se acusa sobre todo durante una primera hora tediosa que, no obstante, remonta en la segunda gracias a un ritmo más vivaz (allegro ma non troppo) con un par de escenas fluviales dignas de Renoir, pero el conjunto es desequilibrado a la vez que monótono. La historia que quiere ser pasional y escandalosa, hubiera requerido quizá otra pareja distinta a Philipe-Presle que, a mi entender, no funciona (no al menos como la Bardot-Gabin en la citada “En caso de desgracia”) y que me perdone el “príncipe de los actores” pero Gerard Philipe desgracia el personaje, revejudo para encarnar a un adolescente encelado que él tergiversa en un impertinente dudosamente seductor. No obstante, el film cuenta con el dudoso mérito de ser muy superior al bodrio que replicó Marco Bellocchio en los ochenta. En ambos casos, como amante del cine, recomiendo acercarse antes a la literatura.
29 de junio de 2022
29 de junio de 2022
15 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obesidad de Depardieu alcanza tal morbidez que ya solo puede interpretarse a sí mismo.
Depardieu no es Maigret, ni en cuerpo ni en alma.
Mala elección. El otrora definido muchacho de “Rompepelotas” o “Novecento” encarna aquí un remedo del singular detective francés, congestionado entre la disnea y el reuma y con la movilidad grácil de un paquidermo torpón.
La historia es algo plana y desde luego previsible, así que la película es poco más que Depardieu, pero todo el film se contamina de la lerdez del protagonista. Cualquiera de las cuatro versiones telefílmicas que se han rodado del argumento de “La joven muerta” posee más alma que la de la Leconte quien ha trasvasado las esencias de Maigret en sucesivas mudanzas: de la cachaza a lo lacónico, de la impasibilidad al desengaño, incluso de la misoginia a cierta insinuación de lascivia senil.
Film técnicamente correcto, correcto en el plano formal, narrativamente aburrido, algo estragado por la narración en off (me gusta que me cuenten la película en imágenes, no en palabras).
O mantenemos la pureza de lo clásico o lo reinventamos (véase esa inventiva en la serie Sherlock, 2010), pero no medianías adulteradas.
Depardieu no es Maigret, ni en cuerpo ni en alma.
Mala elección. El otrora definido muchacho de “Rompepelotas” o “Novecento” encarna aquí un remedo del singular detective francés, congestionado entre la disnea y el reuma y con la movilidad grácil de un paquidermo torpón.
La historia es algo plana y desde luego previsible, así que la película es poco más que Depardieu, pero todo el film se contamina de la lerdez del protagonista. Cualquiera de las cuatro versiones telefílmicas que se han rodado del argumento de “La joven muerta” posee más alma que la de la Leconte quien ha trasvasado las esencias de Maigret en sucesivas mudanzas: de la cachaza a lo lacónico, de la impasibilidad al desengaño, incluso de la misoginia a cierta insinuación de lascivia senil.
Film técnicamente correcto, correcto en el plano formal, narrativamente aburrido, algo estragado por la narración en off (me gusta que me cuenten la película en imágenes, no en palabras).
O mantenemos la pureza de lo clásico o lo reinventamos (véase esa inventiva en la serie Sherlock, 2010), pero no medianías adulteradas.

7.5
396
6
20 de enero de 2014
20 de enero de 2014
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Descabalada historia a resultas de un rodaje que debió interrumpirse en varias ocasiones por los avatares de la ocupación y de la guerra y que fue terminado años después de su inicio, adulterando un guión que parece responder más a las medianías de Cayette que a las excelencias de Prevert. Esta discontinuidad está presente en el ritmo, en los personajes –incluidos, los actores- e incluso en el escenario, dejándose sentir a lo largo de todo el metraje en el que el ritmo y la continuidad fílmicos que quedan gravemente afectados, por ejemplo en un inicio en exceso remansado en la descripción de los abnegados valores marineros que, luego, precipita, por falta de tiempo, una densa trama dramática de marineros en tierra en la que se nos esquilma la interesante historia triangular de conyugues y amantes donde se insinúan personajes ambiguos que buscan mediante el egoísmo redimir su frustración, bastante lejos de la primera abnegación marinera. Desenlace con un mutis precipitado a tres bandas que remata la incertidumbre de la trama. Como elementos destacables, la superación de las limitaciones presupuestarias de la producción paliadas con un maquetismo naval aceptable y los diálogos poéticos entre los amantes, cosecha de Prevert.
Documental

7.1
419
6
15 de marzo de 2020
15 de marzo de 2020
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque el primero debió ser para Joanne Woodward, la Fonda ganó dos óscar meritorios, aunque no tanto como el tercero que debieron concederle por el papel bifronte que ha interpretado durante toda su vida, llevando alternativamente las máscaras de Talia y Melpomene, según corriera la conveniencia de los vientos; no en vano, su último compromiso es el cambio climático. Y en esta película-reportaje lo borda.
No era una bipolar, era actriz. Excelente, camaleónica y serpentina.
Pero como el Zelig de W. Allen, dramáticamente rentabilizó todos los personajes en que se encarnó partiendo de un ejercicio de proyección que haría las delicias de un freudiano: triunfar al lado de otro escenificando un sentimiento de culpabilidad que finalmente termina endilgado a ese otro. Su madre, su padre, uno a uno sus tres maridos y todo el que pusiese a tiro.
El espectáculo oportuno y oportunista de cada década fue su escenario: musa parisina de la Nouvelle Vague en los sesenta (con el mediocre de Vadim); militante anti-sistema de los setenta al lado del progre Tom Hydem, hasta descubrir que ser feminista aeróbica era más rentable que ser Hanoi Jane, así que cambió al Vietnam y a los Black Panthers por los black pantys; en los ochenta resolvió ser millonaria y, tras un vaticinio, se casó con el magnate Ted Turner al que, después de una revelación, dejó por Jesucristo. Ninguno de los tres (o cuatro) fue capaz de resolver el conflicto edípico que le suscitó su padre, origen de su camaleonismo. Traspasados los sesenta descubrió que no necesitaba a ningún hombre (al parecer era recíproco) y actualmente se dedica a ser arrestada los viernes por la mañana.
Cinco actos son pocos para tanto mutis y medio mutis, para tanta trapisonda que entretiene y que uno no se acaba de creer, pero se le perdona todo quizá porque es buena cómica, porque ha pagado sus peajes y porque de adolescentes nos enamoramos de ella cuando, infatigable, subía las escaleras del quinto piso de 111 Waverly Place.
No era una bipolar, era actriz. Excelente, camaleónica y serpentina.
Pero como el Zelig de W. Allen, dramáticamente rentabilizó todos los personajes en que se encarnó partiendo de un ejercicio de proyección que haría las delicias de un freudiano: triunfar al lado de otro escenificando un sentimiento de culpabilidad que finalmente termina endilgado a ese otro. Su madre, su padre, uno a uno sus tres maridos y todo el que pusiese a tiro.
El espectáculo oportuno y oportunista de cada década fue su escenario: musa parisina de la Nouvelle Vague en los sesenta (con el mediocre de Vadim); militante anti-sistema de los setenta al lado del progre Tom Hydem, hasta descubrir que ser feminista aeróbica era más rentable que ser Hanoi Jane, así que cambió al Vietnam y a los Black Panthers por los black pantys; en los ochenta resolvió ser millonaria y, tras un vaticinio, se casó con el magnate Ted Turner al que, después de una revelación, dejó por Jesucristo. Ninguno de los tres (o cuatro) fue capaz de resolver el conflicto edípico que le suscitó su padre, origen de su camaleonismo. Traspasados los sesenta descubrió que no necesitaba a ningún hombre (al parecer era recíproco) y actualmente se dedica a ser arrestada los viernes por la mañana.
Cinco actos son pocos para tanto mutis y medio mutis, para tanta trapisonda que entretiene y que uno no se acaba de creer, pero se le perdona todo quizá porque es buena cómica, porque ha pagado sus peajes y porque de adolescentes nos enamoramos de ella cuando, infatigable, subía las escaleras del quinto piso de 111 Waverly Place.
5
4 de mayo de 2014
4 de mayo de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vehículo para el lucimiento (de las piernas) de Joan Crawford y poco más, pero el que de verdad se luce es Joseph Pevney quien a una floja historia impone una estructura más teatral que cinematográfica lo que acaba por ralentizar la poca intriga que suscita la cinta, por previsible. Jeff Chandler que ha hecho unas cuantas veces de sioux repite aquí el registro ante una Crawford cincuentona retocada pero más en forma. Loas para la fotografía de Walter Lang que consigue, y no es nada fácil, iluminar perfectas noches naturales, lo cual no basta para convertir la película en un “noir” ya que se situaría mejor en el melodrama con suspense.
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