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España España · Santander
Críticas de Simsolo
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Críticas 53
Críticas ordenadas por utilidad
10
22 de enero de 2022
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas tan hermosas que duelen. “Duelo en la alta sierra” milita en esta categoría. Más allá del género y sus servidumbres, de las convenciones que forman su gramática, la hondura de su narración trasciende. Sencillamente, conmueve. La dirigió un casi bisoño Peckinpah con un pie en el oeste que fue y otro en el venidero. El indomable director de la cinta en la frente ya estaba llamando a la puerta de lo que sucedería después: la exhibición de las entrañas del western en consonancia con etapas menos diáfanas, la reescritura de sus mitos. “Duelo en la alta sierra” es una epopeya íntima por la edad de sus protagonistas –ineludible lo que para el cine del oeste significaban sendos actores- y por el emotivo tratamiento de su relación con un mundo que ya ha cambiado.

Trata de la dignidad y la amistad, referentes de un cine muy alejado de la sobrecarga tecnológica del cine actual. Pero en esta obra de cámara rodada en exteriores también hay cabida para el amor, lo grotesco y la usura de una nueva época. Para el fanatismo como credo y la violencia como ritual de existencia. Rodándola, Peckinpah ya estaba conformando su propio grupo salvaje de actores y técnicos, sin que eso la convierta en un ensayo. Es un largometraje redondo, clínico en su análisis de la vejez y turbador hasta las lágrimas en su desenlace, cuando los destinos se aprietan hasta dejarnos sin aire. Su conclusión es una conjunción perfecta de ternura y lenguaje cinematográfico: los ángulos y enfoques de la cámara, los travellings, tienen esa carga moral de la que alardeaba el amigo Godard. Un duelo que es una epifanía para el espectador.

Es curioso como el Peckinpah pleno y crepuscular hasta la elegía de “Pat Garrett & Billy the kid” ya estaba en este título. La presencia de L. Q. Jones es un ejemplo. En ambas historias agoniza con perplejidad y pena, lamentando que su corazón deje de latir y su devenir por praderas y montañas concluya. Él, como los hermanos Hammond, también tiene su decoro y su forajida grandeza. El uso de la música, el picoteo de las gallinas, el extrañamiento de los códigos del género en su pureza, la chifladura de Warren Oates, anuncian el vuelco total del western tal como lo habíamos conocido hasta entonces. “Duelo en la alta sierra” se merece el honor de transgredir y homenajear.
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Simsolo
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8
9 de mayo de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin ser una película excelente, “Only the brave” consigue ser un título ejemplar. Un film íntegro, dueño de su propia moral. Esa honradez tiene que ver con la falta de trampas dirigidas al espectador complaciente y, sobre todo, una renuncia general a muchos condicionantes del cine actual. Vista con simpatía, es una aproximación casi modélica al limpio universo de Howard Hawks. Estamos ante una obra coral, la representación doméstica de una forma de vida que no elude la tragedia. Lo consigue esquivando la épica de baratillo y el romanticismo a contraluz. La profesionalidad ante todo, como si el gran maestro americano se hubiese dado una vuelta por los salvajes escenarios del rodaje dictando el tono en sordina, intermedio, que configura su esencia. Hombres y mujeres ríen y sufren en un día a día conformado por su dignidad. No estamos lejos de “Solo los ángeles tienen alas”, “Río Bravo” o “Hatari”.

Resulta irreprochable, sobre todo, la combinación de intimidad y acción. Cómo los conflictos se engarzan enriqueciendo a sus protagonistas. Las escenas se suceden apoyadas en unos actores dedicados al alma de sus personajes, no a sí mismos. Como si no hubiese estrellas en el celuloide. El amor y la amistad ocupan su espacio sin forzar el guion: sentimientos y emociones se imbrican sin redundancias. Incluso en la triste escena de la lotería de la vida, una vez consumado el drama, se impone una mesura elíptica. El azar es tan inapelable como la deslealtad del propio fuego. El director corteja un humanismo basado en lo cotidiano y se esfuerza porque los efectos especiales, tras devorar el bosque, no destruyan lo que quiere contar. La epopeya tiene más que ver con logros menores –el devenir administrativo de la calificación de la brigada-, que con el desenlace. Este es inmediato, casi apresurado. Acontece en un incendio como tantos otros. La coacción de los hechos reales sin adornos ni fanfarrias. Una única concesión a lo simbólico –ese oso en llamas que huye- sustituye a los últimos momentos del grupo. No hay más cámaras lentas ni excesos digitales. La grandeza del bosque y su aniquilación contemplada en planos cenitales. Los individuos reducidos a una nada insignificante. Las mantas ignífugas como mortajas. El grupo en formación sobre la madre tierra por última vez.
Simsolo
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10
23 de marzo de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El oro de los Oscar puede convertirse en lastre para algunas películas. Son esos títulos circunstanciales, con el lustre de lo obvio, que año tras año destacan durante la ceremonia para luego terminar convirtiéndose en recuerdos mortecinos, filmes muertos, zombificados por las estadísticas. En el caso de “Parásitos”, los Oscar apenas son una capa, valga la redundancia, de polvo dorado. Puede incluso permitirse el lujo de sacudírselo de encima como quien se quita una pelusilla del hombro. Su compacta belleza y sus logros ya estaban allí antes de que una industria habitualmente necia se fijara en ella. No nació con los galardones en mente, sino como cine en estado puro. Una “rara avis” que permanecerá incólume y certera incluso en la memoria del espectador más despistado.

No se puede negar interés a la filmografía previa de nuestro amigo coreano, pero los logros de su última película cortan el aliento. Disfrutándola, uno piensa en armonía, arquitectura, contenido delirio. Todo ello trazado con un tiralíneas cinematográfico de una precisión astronómica. Cada plano, cada movimiento de cámara, cada gesto de unos actores encuadrados sabiamente, tienen una razón de ser que suma y nunca resta. Bebe de varios géneros en su anécdota –un guion elaborado capa a capa, como un hojaldre de sensaciones y acontecimientos encadenados-, pero siempre los trasciende en pos de un ideal fílmico. Pertenece a esa clase de películas excepcionales en las que sus elementos se ensamblan como la delicada maquinaria de un reloj. Todo funciona. No vemos siquiera la rugosidad de una soldadura perfecta, sino un total. Un filme metálico, inexpugnable en su triste belleza. Es imposible soslayar, al respecto, que todas esas virtudes están al servicio de una historia, un contenido humano: esa lucha de clases que empieza cómica, maliciosa, deviene enseguida en texturas más misteriosas y policiales y termina por convertirse en parte de un mito común a todos los mortales. Miseria contra hedonismo. Mugre contra lujo. La imposibilidad de dejar de ser lo que somos. La traición final e inapelable de nuestras propias fantasías.

Bong Joon-ho afina sus armas con inteligencia, perseverancia y trabajo. Quizás el carácter de su país de origen haya hecho de él un alumno tan aplicado. Scorsese, Lang o el Chabrol más caustico conforman parte de su ideario. No estamos ante una película bendecida por los dioses, sino ante el esfuerzo fílmico, musical, literario, poético y humanista de un artista absoluto. Un objeto precioso, macizo, que nos hace cavilar, que traspasa hábilmente la decadencia geográfica de las fronteras para universalizar nuestra mirada y hacernos ver lo que realmente somos: seres humanos con nuestras desdichas y anhelos esparcidos por un mundo que no siempre nos comprende.
Simsolo
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8
6 de abril de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un filme circular en el sentido más noble del término: nuestro cazador, el jefe de esa otra manada que vive del dinero de las petroleras, termina su gris odisea en el mismo lugar del que trata de escapar a lo largo de todo el metraje: una madriguera de lobos trocada en el corazón primitivo de nuestro mundo. Allí, de igual a igual, en una escena sostenida por una música acertadamente ajena, con los copos de nieve marcando el ritmo y sin más épica que la de la aceptación, arma sus manos con unas toscas garras que le sitúan a la altura de su enemigo: ese lobo jefe que es su reflejo. No hay escapatoria para ninguno de los dos. El destino puede parecernos manipulable a través de la entereza y el sacrificio, pero llegar al punto de partida sólo es cuestión de tiempo.

Juzgar “The Grey” a partir de precedentes más o menos interesantes, ya sean meros films de supervivencia sobre ficciones o hechos documentales (no voy a citar títulos porque eso sería entrar en el juego de los parecidos), empobrece las reflexiones y es disparar hacia otra parte. “The Grey”, en realidad, tiene más que ver con la reciente “All is lost” que con otros títulos sobre grupos de humanos acusados por la naturaleza y el espécimen de turno. Me da igual la tundra que el fondo del mar o el espacio. Curiosamente, su raíz es más literaria que cinematográfica. Viéndola se me han venido a la cabeza algunos relatos del Klondike de London, sobre todo “Hacer un fuego”. Su tosquedad, el hecho reflexivo en sí y el peso determinante del paisaje y sus circunstancias, encuentran en esta película una trasposición cuando menos interesante. Ayuda, como no, la presencia de Neeson, un actor “moral”, al estilo clásico, dotado para la fisicidad más extrema, alguien capaz de hablar con unas manos sucias y castigadas.

Puede que haya momentos rutinarios u obviedades en los flashbacks, pero contiene momento de cruda belleza (la muerte frente al paisaje nevado del superviviente camorrista, elíptica, integrándose en el mundo que va a matarle) o detalles como el cabello de una de las azafatas retratando la muerte. También todo lo referente a la agonía, esas respiraciones de humanos y animales que nos transfieren una sensación de abandono, de resignación, que conmueve y se repite, tras los créditos finales. El viento helado de un paisaje, en suma, inmisericorde con sus criaturas.
Simsolo
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8
30 de diciembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A priori, “Definitivamente, quizás” reúne papeletas de sobra para resultar, cuando menos, blanda. Por no decir ñoña. Una de esas películas producto de la repostería más elaborada. Incluso hay una niña que hace de puente entre lo narrado y el frágil presente. La guinda del pastel. No falta el encadenado de novias, forzando el itinerario de un protagonista masculino eternamente enamorado. Alguien que sufre los altibajos del corazón sin rechistar, a la espera de un desenlace feliz. Su sufrimiento podría parecernos tan pegajoso como el almíbar. Sin embargo, “Definitivamente, quizás” acaba siendo un filme sincero. Es más, interesa. Nos cautiva porque parte de materiales de desecho para iluminar, sin solemnidad ni trucos, los recovecos del amor. Narra con enjundia lo que son las relaciones, la turbiedad de las promesas. Disfrutándola, deja de importar esa improbable confesión de un padre a su hija acerca de una madre atascada en los recuerdos.

Su tono es, a pesar de la juventud de sus protagonistas, otoñal. Surge de un fracaso, un divorcio que se consuma con la naturalidad de un cambio de estación. Puede que el orden de la vida esté equivocado y exista una primavera después de los cuarenta. El humor nunca ofende y predominan los diálogos inteligentes que van puntuando la decepción sentimental y laboral de nuestro protagonista. No es un perdedor, pero ese amor mayúsculo que busca le resulta esquivo. A veces, engañándose, se conforma con la amistad porque la realidad es tozuda y se llama Kevin, como en la escena de la fallida entrega del libro. Ese recurso a la cita escrita por un padre en un ejemplar perdido de Jane Eyre es muy hermoso. Añade valor a un film que sin dejar de buscar un público amplio, descansa sobre los tropiezos que conducen al marasmo del mundo adulto.

Para conseguir este equilibrio, su director reivindica las herramientas más básicas. Unos actores naturales y comprometidos, una dirección que no se nota y un guión amable que nunca disimula la fastidiosa verdad de la vida: nos equivocamos, erramos de continuo y solo descubrimos el origen del desliz cuando el tiempo ha pasado y las heridas no sangran. La felicidad siempre va a ser pasajera. Comprenderlo aparca el sufrimiento. Se puede vivir con las reliquias del pasado y desenvolver los viejos regalos como si fuesen nuevos. “Definitivamente, quizás”, descifra el amor y sus consecuencias. No es efímera, sino que busca perdurar. Lo merece. La recordaremos con media sonrisa. De películas pretenciosas y perecederas, para qué vamos a engañarnos, están llenas las salas.
Simsolo
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