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Críticas ordenadas por utilidad
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9
29 de diciembre de 2010
29 de diciembre de 2010
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando ya había sido reconocido a lo largo y ancho del planeta por medio de su anterior película, MASH, Robert Altman toma el riesgo de elegir a Brewster McCloud como su proyecto subsecuente -¿cuándo no hizo Altman algo similar?-, y, sí, desde el inicio te das cuenta de que en este film ocurren situaciones que no habías visto previamente y a las que no te acostumbrarás, menos encontrarás sentido, en sus poco más de 100 minutos de duración y, sin embargo, no te parecerán deleznables porque habrás entendido que esta película forma parte del movimiento surrealista en el cine que, para entonces, se hallaba en las postrimerías de su auge -salvo honrosas excepciones que nunca dejaron de lado al surrealismo como los maestros Buñuel, Fellini y Jodorowsky-. La obra de Robert Altman hay que entenderla como la de alguien que abogó siempre por la disidencia y aquí queda más que clara su original manera de pensar y de lo que a él podía causarle gracia porque, aunque se escuche extraño, las desgracias tarde o temprano suelen hacerlo y aquí queda ejemplificado:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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en algún momento te sacarán una sonrisa la referencia a El Mago de Oz cuando muere la bruja o el mentado excremento de pájaro que trae la desgracia, las ocasiones en que aparece la chica fetichista que se excita mientras se ejercita Bud Cort, la actitud de los oficiales de policía, la persecución de carros, lo bien librados que salen Sally Kellerman y Bud Cort tras cometer sus fechorías, etc. Cabe destacar que si por algo se han distinguido las películas de Robert Altman es por sus desconcertantes finales y el de Brewster McCloud no es la excepción, es uno de los mejores en su filmografía, quizá solamente superado por el de Nashville.

5.2
2,129
8
9 de agosto de 2013
9 de agosto de 2013
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
En ocasiones es bueno no hacerle tanto caso a la crítica especializada y más cuando la obra a la que masacran es de un director como Brian De Palma quien jamás ha temido correr riesgos en sus películas más personales con afán de serle fiel a la línea temática que ha manejado desde el principio de su oficio detrás de las cámaras. En Passion (remake de Crime d’amour, el canto del cisne del francés Alain Corneau) De Palma retoma, de una manera muy relajada y hasta casi con puerilidad, el subgénero que más le ha apasionado desde siempre: el thriller hitchcockiano. Desde aquella Hi, Mom (rinde homenaje a Rear Window) a De Palma más que atraerle, le obsesiona la imaginería creada por el maestro del suspenso, por lo cual resulta molesto y hasta penoso leer a estas alturas críticas donde a Brian De Palma aún se le siga reprochando esto, bueno si desde 1970 su estilo es ése, ¿no creen que ya es hora de que lo asimilen? Es verdad que al propio Hitchcock poca gracia le hizo enterarse que Obsession era considerada una nueva Vértigo (contaba con partitura original de Bernard Herrmann y muchas escenas eran obvias calcas a esa película), pero es muy obstinado que críticos le hagan todavía este reclamo cuando Hitchcock lo aprobó a fin de cuentas. La trama macabra de Passion se mueve en el frío y despiadado mundo empresarial, frío sólo en el cascarón porque quienes lo habitan llevan en secreto un fuego incandescente, Christine (Rachel McAdams más bitch que en Mean Girls) va de una encantadora ejecutiva doble cara que maneja a los empleados de una empresa de publicidad como si fueran sus marionetas, Isabelle (Noomi Rapace, sorprendente) es su mano derecha, pero alguien a quien Christine no le permitirá que la sobrepase manipulándola por distintos medios, entre ambas hay una extraña relación de amor-odio y un contraste en personalidad, que se suma a la rivalidad profesional, que desde la primera escena se advierte por el tono de la ropa que portan. El meollo del asunto es que a ambas mujeres se les ha encargado desarrollar la campaña publicitaria para un nuevo smartphone, a Isabelle le viene la idea que las llevará al éxito pero es Christine quien se lleva el crédito, este suceso es el detonante para que se desenvuelva una historia que involucra sexo con máscaras y antifaces, lesbianismo, distintos triángulos amorosos, engaño, una bufanda, un folder rojo con información, venganza, chantaje, un frasco con sedantes, un crimen, el ballet Preludio a la siesta de un Fauno de Debussy, cámaras que hacen las veces de voyeurs y todo lo registran y mucha locura, casi todo en este orden pero claro con mucha destreza y astucia para mantenernos siempre en vilo y deseando respuestas. Ah, cuenta además, por si fuera poco, con una hermosa banda sonora y de lo más atinada compuesta por Pino Donaggio. Es verdad también que en la primera hora todo transcurre de manera muy pausada, pero así tiene que ser para que en esa última media hora de la película nos llegue un maremoto de imágenes hitchcockianas* que son el más bello homenaje que alguien ha podido hacerle en los últimos años al maestro del suspenso sin caer en el ridículo o quedarse en un buen intento como fue el caso de Do You Like Hitchcock? de Dario Argento. Passion es eso, una obra emparentada con Sisters, Obsession, Dressed To Kill, Body Double y Femme Fatale, obras posmodernas pero marcadas, en las que la rotunda efigie de Alfred Hitchcock tiene más peso que el propio nombre de Brian De Palma, su verdadero creador.
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*Es en el último tramo de Passion, que inicia con ese sello de De Palma que es la pantalla partida en 2, donde se hace un despliegue por parte del director de una serie de alegorías a Hitchcock: cuando se nos muestra la ejecución del ballet y al mismo tiempo la ejecución del crimen, es sin duda un guiño a Torn Curtain cuando la bailarina rusa mira fijamente en el público al personaje de Paul Newman; hay otro momento que remite a la famosa escena de Torn Curtain del asesinato silencioso en la cocina, y sus múltiples cortes de edición, mientras afuera los pueden escuchar en cualquier momento si hacen algún ruido fuerte, en Passion ocurre en una habitación y quien está tras la puerta y no escucha nada es el jefe de la policía. De Vértigo, claro está, la referencia directa es la aparición de la muerta que extrañamente viene vestida como el personaje de la secuestradora que hacía Karen Black en Family Plot con gabardina, lentes y sombrero negro, en este caso las botas no son negras sino que calza unos zapatos de tacón verde, ese color verde que tanto apasionaba a Hitchcock y que muchos le han atribuido distintos significados, para unos simbolizaba el miedo, la maldad, aquí queda muy claro que es algo así como una señal de peligro. De Frenzy retoma un recurso visual, cuando una persona está detrás de la otra, pero el ojo no lo capta, entonces al agacharse el de adelante queda al descubierto el asesino causando un sobresalto.
17 de abril de 2013
17 de abril de 2013
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
En To The Wonder Terrence Malick se dedica a filmar la silenciosa y aburrida, casi en forma de documental, dinámica de una pareja desde el inicio hasta el final de su amor (forzándose a no dejar fuera ningún momento en la distintas etapas del progreso de su relación, por trivial que este parezca: sin destacar los buenos por encima de los malos) pero lo que pretende hacer es contar La historia de amor jamás contada (y que incluya todos los tipos de amor: de pareja, entre padres e hijos, el amor a Dios también, al prójimo y hasta a la madre tierra -incluye un drama ambientalista a la Erin Brokovich que en realidad no desarrolla por completo-). Una vez más el director se empeña en hacer poesía de lo prosaico, de la cotidianidad, y se nota el esfuerzo pero no consigue más que un ejercicio de estilo sustentado en la nada, con movimientos de cámara atípicos e imágenes preciosistas que resultan vacuos y se perciben prefabricados, falsos inclusive, escenas de voz en off que son monólogos interiores sin sentido y retóricos que intentan parecer profundos sólo porque sí y lo único que consiguen es ralentizar el avance de esa trama casi ausente de la película. Una mujer de espíritu libre es sacada por el amor de su vida (un Ben Affleck que por enésima vez deja ver que un semáforo tiene mayor capacidad interpretativa que él), de su hábitat europeo y trasladada a la América horizontal malickiana junto a su hija, de los supermercados y los picnics donde todo le resulta extraño pero sin embargo "vivo" en palabras dichas por ella, luego surgen conflictos por los que pasan casi todas las parejas (desencanto, engaños, dejarse, darse una segunda oportunidad, etc.) sólo que aquí todo es capturado en tomas contemplativas antoninianas para hacernos entender el estado anímico de los personajes que siempre parecieran tener gesto de estar viendo hacia lontananza. Ah, también en paralelo plantea un torpe dilema religioso de un sacerdote apático, infeliz, taciturno y que ha perdido la fe en Dios. Por momentos To The Wonder se vuelve irritante: por esa forma de hablar de los personajes como si contaran el misterio del origen del universo en susurros cuando lo que hacen es contar banalidades y ese argumento que parece que no se dirige hacia ningún lado, y sin lugar a dudas el pero más grande es que Malick se repite demasiado luego de haber hecho The Tree of life. No obstante, todo lo que sí excedía The Tree Of Life hace falta en To The wonder: significado. Y al final, luego de 2 horas de haber estado concentrados en la pantalla viendo los vaivenes en una relación de pareja -así como los de la cámara-, que intenta representarlas todas, queda la sensación de no haber visto nada más que postales muy bien fotografiadas.

6.0
13,076
7
13 de enero de 2013
13 de enero de 2013
15 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelentes la dirección de arte, el vestuario, la fotografía y la banda sonora de Dario Marianelli, la "innovación" y el mayor pero que le han puesto a esta reinterpretación de Anna Karenina hecha por Wright es el emplear el recurso de la puesta teatral que obviamente es para darnos a entender que la sociedad rusa de entonces era falsa, una representación que no permitía a los individuos ser reales sino actores en función de los parámetros de lo que se consideraba correcto, se me hace un buen detalle de Wright incorporarlo y es justificable. En cuanto a las actuaciones todas se ven fuera de tono, exageradas (quizás la menos sea la de Jude Law como el abnegado Karenin) igual y así son a propósito por lo mismo de la teatralidad, pero pues son too much a mi parecer. La historia pues ya todos la conocemos, o al menos yo sí y aquí no hay una real indagación psicológica de personajes que nos convenza de que tengan vida propia sino que a todo momento parecen títeres manejados por la línea argumental, todo se quiere dar a entender de manera muy sintética a través de los escenarios claustrofóbicos o por cambios bruscos, rápidos de edición: el trastorno por celotipia de Anna Karenina pasa casi desapercibido y ni se entiende muy bien sino hasta ya muy avanzada la trama. No obstante, la escena del baile así como la de la carrera de caballos son muy originales, hipnóticas, la vuelven casi notable a esta versión, que debido a una coreografía claramente perceptible por ratos tiene la apariencia de un musical, de Anna Karenina pero... ah, que feas caras pone Keira Knightley cuando ríe o llora y el Vronsky de Aaron Johnson es por momentos feminoide y se parece a Miley Cyrus con bigote jajaja. Pero con todo y esto, además de su duración, es una buena película, preciosista, sobre todo. En un año en el que se han estrenado varias películas en las que se nos intenta recrear-romantizar el pasado para entender el presente ya sea en adaptaciones libres de obras literarias (Les Misérables) o de hechos auténticos (Lincoln, por ejemplo) es posible que esta sea la que lo haya conseguido de la manera menos aburrida. No hay porqué desdeñarla tanto.

6.8
253
8
2 de diciembre de 2012
2 de diciembre de 2012
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de niños produce música con una tapa de aluminio, pedazos de madera y tubos de plástico a mitad de un terreno baldío en el que se construirán casas. Realizan un baile anárquico siguiendo el ritmo de su propia música. Cantan exigiendo video, rock and roll y que los lleven al centro comercial, una cabra los acompaña. Vuelven a cantar y claman ser el rey del mundo, el jefe de niños y niñas, cantan que llegaremos a los 110 años si escuchamos lo que dicen…
Luego de que Jonathan Demme filmara varias presentaciones de los Talking Heads para dar lugar a Stop Making Sense, (considerado por muchos el concierto mejor filmado de la historia) filme que fue recibido con gran éxito, a David Byrne, su líder, se le dio libertad total para que realizara True Stories, que no es el capricho de una figura de la música encumbrada que decide explotar su momento de éxito como sí lo fue la ególatra Moonwalker de Michael Jackson, y, aunque contiene incontables elementos musicales y surrealistas como esta, True Stories es más una pieza de arte que un film que se pueda encasillar en algún género cinematográfico: es, primero que todo, la oportunidad de adentrarnos durante una hora y media en la mente de David Byrne (músico, artista al que se le ha tachado tanto de genio como de esquizofrénico, a partes iguales) para asimilarlo durante el resto de la vida. Él, como la voz narradora, hace un repaso introductorio en el que cuenta el proceso evolutivo que va de la etapa del deshielo pasando por los dinosaurios y guerras territoriales hasta la invención de los microprocesadores, entonces aparece en pantalla y se dirige a nosotros directamente mientras conduce un convertible Chrysler LeBaron rojo y vistiendo a la usanza texana. Byrne, como un hombre sin nombre, nos va mostrando su recorrido por carretera hasta llegar al ficticio pueblo de Virgil, Texas, un típico pueblo americano y a la vez un lugar en el que lo diferente, lo extraño, es lo común. El pretexto de David Byrne en True Stories para hacer el recuento de distintas historias verdaderas que recolectó de diversas fuentes impresas, que clasificaríamos como material insólito o sensacionalista, es la celebración de los 150 años de la fundación del pueblo a la que se ha dado por llamar “la celebración de lo especial” que se conmemorará con un desfile así como con un show de talentos amateurs. La mayoría de los personajes, y sus historias verdaderas (con los que Byrne interactúa), que aquí se considera “normales” –entre otros una mitómana, un hombre que dice tener poderes psíquicos, otro que está en búsqueda de la esposa ideal y acude a un brujo para conseguirlo– trabajan en Varicorp una empresa en forma de caja (que alberga sorpresas en su interior) y es la encargada de patrocinar todos los eventos del festejo.
Luego de que Jonathan Demme filmara varias presentaciones de los Talking Heads para dar lugar a Stop Making Sense, (considerado por muchos el concierto mejor filmado de la historia) filme que fue recibido con gran éxito, a David Byrne, su líder, se le dio libertad total para que realizara True Stories, que no es el capricho de una figura de la música encumbrada que decide explotar su momento de éxito como sí lo fue la ególatra Moonwalker de Michael Jackson, y, aunque contiene incontables elementos musicales y surrealistas como esta, True Stories es más una pieza de arte que un film que se pueda encasillar en algún género cinematográfico: es, primero que todo, la oportunidad de adentrarnos durante una hora y media en la mente de David Byrne (músico, artista al que se le ha tachado tanto de genio como de esquizofrénico, a partes iguales) para asimilarlo durante el resto de la vida. Él, como la voz narradora, hace un repaso introductorio en el que cuenta el proceso evolutivo que va de la etapa del deshielo pasando por los dinosaurios y guerras territoriales hasta la invención de los microprocesadores, entonces aparece en pantalla y se dirige a nosotros directamente mientras conduce un convertible Chrysler LeBaron rojo y vistiendo a la usanza texana. Byrne, como un hombre sin nombre, nos va mostrando su recorrido por carretera hasta llegar al ficticio pueblo de Virgil, Texas, un típico pueblo americano y a la vez un lugar en el que lo diferente, lo extraño, es lo común. El pretexto de David Byrne en True Stories para hacer el recuento de distintas historias verdaderas que recolectó de diversas fuentes impresas, que clasificaríamos como material insólito o sensacionalista, es la celebración de los 150 años de la fundación del pueblo a la que se ha dado por llamar “la celebración de lo especial” que se conmemorará con un desfile así como con un show de talentos amateurs. La mayoría de los personajes, y sus historias verdaderas (con los que Byrne interactúa), que aquí se considera “normales” –entre otros una mitómana, un hombre que dice tener poderes psíquicos, otro que está en búsqueda de la esposa ideal y acude a un brujo para conseguirlo– trabajan en Varicorp una empresa en forma de caja (que alberga sorpresas en su interior) y es la encargada de patrocinar todos los eventos del festejo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Pero Byrne no se estanca sólo en la superficie al describir situaciones y personajes extravagantes por el mero hecho de hacerlo sino que en lo profundo realiza una sátira en la que revisa la forma de vida americana: su consumismo y adicción a la televisón (la mujer que se pasa todo el día en su cama con el control remoto en la mano), su incapacidad para diferenciar entre el vivir para trabajar y el trabajar para vivir, la incomunicación (el matrimonio que no conversa si no es a través de intermediarios) así como su idiosincrasia y sus creencias religiosas que han sobrevenido en culto a la tecnología y a los medios de comunicación masiva, pero, sobre todo, al poder representado por el dinero. True Stories hace una reflexión en torno al hecho de que en Estados Unidos todo parece estar prefabricado, preconcebido, procesado y digerido, en el que no hay espacio para la imaginación ni la inventiva, mucho menos a la originalidad en todos los aspectos, esto se manifiesta en los terrenos áridos y en las zonas habitacionales asépticas que aparecen en pantalla en el recorrido en auto que realiza Byrne. La inclusión de 50 pares de gemelos que se consiguen identificar en pantalla a lo largo de la película, es quizás un guiño que hace Byrne para darnos a entender la falta de identidad propia, una individualidad en la forma de ser de los americanos. True Stories de igual manera funciona como una comedia musical en la que los números nos son presentados de una manera surrealista que no difiere casi en nada con la visión acostumbrada en los videos musicales de los Talking Heads, sobresalen temas que ya se han vuelto clásicos como Wild Wild Life y otros como Radio Head que, para la trivia, es debido al título de este tema por el cual existe ahora el grupo homónimo.
Y tal como llegó, desde ninguna parte, David Byrne deja el pueblo de Virgil en su LeBaron rojo, mientras nos canta sobre dinosaurios que bailaban y preguntándose a sí mismo dónde estamos situados sólo para responderse segundos después que vivimos en la ciudad de los sueños y conducimos por una carretera de fuego. Pero el viaje no ha sido en vano, en True Stories nos ha dejado ver a través de sus ojos la forma en que percibe el funcionamiento de esa sociedad americana que muchas veces se nos quiere hacer creer que no tiene ninguna imperfección.
Y tal como llegó, desde ninguna parte, David Byrne deja el pueblo de Virgil en su LeBaron rojo, mientras nos canta sobre dinosaurios que bailaban y preguntándose a sí mismo dónde estamos situados sólo para responderse segundos después que vivimos en la ciudad de los sueños y conducimos por una carretera de fuego. Pero el viaje no ha sido en vano, en True Stories nos ha dejado ver a través de sus ojos la forma en que percibe el funcionamiento de esa sociedad americana que muchas veces se nos quiere hacer creer que no tiene ninguna imperfección.
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