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7.4
44,968
4
20 de febrero de 2024
20 de febrero de 2024
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ay, Nolan.
Curioso caso el de este hiperbolico director.
La pregunta: ¿sabe dirigir una película? Sin dudas que sí.
Pero.
¿Sabe Nolan hacer cine?
Está respuesta escuece: De ninguna manera.
¿Y cuál es la diferencia? La misma que existe entre un abundante plato de arroz sin sal y una fabulosa comida preparada con mimo. La primera, sólo sacia la ingente necesidad básica del momento mientras que la otra te llena el alma, ocupando un lugar indeleble en la memoria. La magia culinaria se asocia a momentos allende el mero refrigerio, que crecen más allá del estímulo inicial. Igual con el cine. Las películas exquisitas dejan un remanente. Una inolvidable experiencia residual que crece positivamente.
Pero, ¿qué sucede entonces con el cine de Nolan?
Es indudable que Nolan entiende las partes fundamentales de la mecánica filimica, pero no sabe cómo integrarlas en un todo superador. Sabe sumar pero no multiplicar. Su película es acumulación, saturación de datos, fría lectura analítica y desapasionada. Su método narrativo es pedagógico, cansino, deslavazado. (Spielberg hacía pedagogía pero jamás olvidaba la magia, el pulso emotivo de sus historias. Sabía oprimir los botones adecuados).
Nolan es como un autista del gran cine. Sus personajes no dejan poso, parece un director robot o lo que podemos esperar en un futuro de una inteligencia artificial dedicada a hacer Blockbusters.
Ninguna de sus películas transmite emoción. Sí, quizá, "Batman el caballero de la noche". Pero, en efecto, Batman se hace grande por la interpretación tridimensional de su potente villano, no por la sensibilidad de Nolan como director.
"Oppenheimer" ganará el Oscar, su protagonista también lo hará.
Es una lamentable perogrullada.
Una más para engrosar la lista de reaccionarías películas norteamericanas dedicadas a lavar la imagen de sus inquietantes y ambiguos personajes históricos.
Los alemanes y los japoneses siempre fueron más severos al retratar sin tapujos su propia crueldad y el saldo de infortunio que dejaron en esta tierra.
Los norteamericanos siguen realizando películas reivindicativas, muy visibles y espectaculares, con la intención de mejorar la reputación y adornar las historias de sus "destructores de mundos".
En fin.
Curioso caso el de este hiperbolico director.
La pregunta: ¿sabe dirigir una película? Sin dudas que sí.
Pero.
¿Sabe Nolan hacer cine?
Está respuesta escuece: De ninguna manera.
¿Y cuál es la diferencia? La misma que existe entre un abundante plato de arroz sin sal y una fabulosa comida preparada con mimo. La primera, sólo sacia la ingente necesidad básica del momento mientras que la otra te llena el alma, ocupando un lugar indeleble en la memoria. La magia culinaria se asocia a momentos allende el mero refrigerio, que crecen más allá del estímulo inicial. Igual con el cine. Las películas exquisitas dejan un remanente. Una inolvidable experiencia residual que crece positivamente.
Pero, ¿qué sucede entonces con el cine de Nolan?
Es indudable que Nolan entiende las partes fundamentales de la mecánica filimica, pero no sabe cómo integrarlas en un todo superador. Sabe sumar pero no multiplicar. Su película es acumulación, saturación de datos, fría lectura analítica y desapasionada. Su método narrativo es pedagógico, cansino, deslavazado. (Spielberg hacía pedagogía pero jamás olvidaba la magia, el pulso emotivo de sus historias. Sabía oprimir los botones adecuados).
Nolan es como un autista del gran cine. Sus personajes no dejan poso, parece un director robot o lo que podemos esperar en un futuro de una inteligencia artificial dedicada a hacer Blockbusters.
Ninguna de sus películas transmite emoción. Sí, quizá, "Batman el caballero de la noche". Pero, en efecto, Batman se hace grande por la interpretación tridimensional de su potente villano, no por la sensibilidad de Nolan como director.
"Oppenheimer" ganará el Oscar, su protagonista también lo hará.
Es una lamentable perogrullada.
Una más para engrosar la lista de reaccionarías películas norteamericanas dedicadas a lavar la imagen de sus inquietantes y ambiguos personajes históricos.
Los alemanes y los japoneses siempre fueron más severos al retratar sin tapujos su propia crueldad y el saldo de infortunio que dejaron en esta tierra.
Los norteamericanos siguen realizando películas reivindicativas, muy visibles y espectaculares, con la intención de mejorar la reputación y adornar las historias de sus "destructores de mundos".
En fin.
29 de octubre de 2016
29 de octubre de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean y Catherine se aman, se odian, se clavan hirientes dagas por la espalda:
"Catherine.
Hoy me dispongo a atravesar lo nuestro, y a dejar de erigir monumentos en tu nombre.
(También a revolcarme sobre lo sucio y a no suplicarte).
Detesto las cansadas letanías de tu sexo, ese animal asfixiado que, sin vigor, se te va muriendo.
(Desafortunados dedos de insecto, que han ido arañando lo que alguna vez fue tierno).
¡Que fatigoso nuestro aniquilamiento!
Desesperadas y absurdas, no se consideran ni se respetan las pupilas cenicientas, que van ganando nada de nada con el amor con perecer y con quedarse a quererse.
(Para lastimarte, no me hace falta más que estar vivo)."
Gran película.
"Catherine.
Hoy me dispongo a atravesar lo nuestro, y a dejar de erigir monumentos en tu nombre.
(También a revolcarme sobre lo sucio y a no suplicarte).
Detesto las cansadas letanías de tu sexo, ese animal asfixiado que, sin vigor, se te va muriendo.
(Desafortunados dedos de insecto, que han ido arañando lo que alguna vez fue tierno).
¡Que fatigoso nuestro aniquilamiento!
Desesperadas y absurdas, no se consideran ni se respetan las pupilas cenicientas, que van ganando nada de nada con el amor con perecer y con quedarse a quererse.
(Para lastimarte, no me hace falta más que estar vivo)."
Gran película.

8.1
10,682
10
5 de noviembre de 2018
5 de noviembre de 2018
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer a las 22.30 hs. ocurrió el asombro, como siempre sucede, de improviso y casi sin notificación. Vi la mejor película que he visto en años. Tan buena que me asombra no haberme puesto a disposición de ella antes. Ya la conocía igualmente, pero opté por postergarla. Craso error. No solo es una de las mejores películas que he visto en años. Creo que es una de las mejores que se han hecho. Obviamente, que un obsesivo cinéfilo diga esto puede atribuirse a un desborde excesivo de emotividad y pasado el oleaje subjetivo, debería asumir y moderar su desmedido entusiasmo. Pero no, es una maravilla absoluta y ha sido imitada hasta el hartazgo: De ahí se parieron incontables gemas: Inspiró a Sam Peckinpah y a su "Pandilla Salvaje", sin dudas. Le dio a Spielberg la idea medular de su primera película: "Duel" y hasta "Mad Max, Fury Road" es un prolongado y hermoso homenaje.
Se llama "El salario del miedo", la hizo en 1953 H.G. Clouzot, un genio no reconocido del cine, y en Torrent se consigue la versión sin censura de 147 minutos. Los yanquis le cortaron 43 minutos en su fecha de estreno. Si, 43. La mutilaron. Así de peligrosa era. Ahora la volvieron a ensamblar y está en Blu Ray. Es una obra tan maravillosa, tan vasta, profunda, nihilista, potente, desoladora, divertida, emotiva, tan rodada con maestría. Tiene, probablemente, algunas de las secuencias de suspenso más memorables que yo recuerde. No es exageración, es júbilo, revelación, visión profunda. La peregrina manifestación de un sentimiento que levita a pocos centímetros de mi cotidiano tedio y que creía haber perdido: el entusiasmo, la algarabía, la dicha pasajera, pero no por eso menos rotunda, no por eso menos célebre.
Ocurrió el asombro, pero barnizado con nostalgia, ese sentimiento anhelante de urgente recuperación. La nostalgia por el CINE. Así. Con mayúsculas.
Que no, Netflix. Que no, cine actual. Que no.
Se llama "El salario del miedo", la hizo en 1953 H.G. Clouzot, un genio no reconocido del cine, y en Torrent se consigue la versión sin censura de 147 minutos. Los yanquis le cortaron 43 minutos en su fecha de estreno. Si, 43. La mutilaron. Así de peligrosa era. Ahora la volvieron a ensamblar y está en Blu Ray. Es una obra tan maravillosa, tan vasta, profunda, nihilista, potente, desoladora, divertida, emotiva, tan rodada con maestría. Tiene, probablemente, algunas de las secuencias de suspenso más memorables que yo recuerde. No es exageración, es júbilo, revelación, visión profunda. La peregrina manifestación de un sentimiento que levita a pocos centímetros de mi cotidiano tedio y que creía haber perdido: el entusiasmo, la algarabía, la dicha pasajera, pero no por eso menos rotunda, no por eso menos célebre.
Ocurrió el asombro, pero barnizado con nostalgia, ese sentimiento anhelante de urgente recuperación. La nostalgia por el CINE. Así. Con mayúsculas.
Que no, Netflix. Que no, cine actual. Que no.

7.1
34,711
9
8 de agosto de 2016
8 de agosto de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La crítica es la parte ajena a la obra de arte, la impresión subjetiva que desprecia y que demanda. La burla consciente que nace de la parálisis creativa y de la frustración.
Por eso.
Esto no es una crítica, es una reacción, un primer impulso no meditado, una respuesta interna plagada de emoción, pero contenida en palabras y gestos gramaticales.
No había tenido la oportunidad de asomarme, como si sucedió hace días atrás, a la obra de Lewis Carroll. Tal vez sería más sincero decir que a una porción de su obra, tal vez la porción más sabrosa de todas. No tengo idea de sus otros aportes literarios, y solo conozco minúsculas reseñas sobre sus fuentes de inspiración. Sé que ha escrito otros libros y que es una personalidad literata admirada y venerada en muchos rincones del globo. Pero no es mi intención hacer una reseña de sus publicaciones ni elaborar un árbol genealógico absurdo de las incontables adaptaciones que tiene su obra. Acá, solo hablaré de las impresiones subjetivas que despertó sobre mí la imaginería de su mundo interno plasmado. Por otra parte, también sería infame decir que he leído algo de sus libros, de hecho no leí ninguno, ni siquiera el libro de la obra acá analizada. Lo que si conozco es una pequeña, pero fiel, adaptación hecha por esa inmensa fábrica de sueños animados que es Walt Disney, estrenada en el año 1951.
Este ensayo intenta consignar una serie de cualidades excepcionales, que a mi manera de ver, están contenidas en la obra “Alicia en el país de las maravillas”.
Alicia es una niña consentida, posiblemente la hija de algún aristócrata de turno. Es caprichosa si, pero repleta de vida y curiosidad. Ella no quiere aprender historia, le parece algo aburrido y soso. Su institutriz la reprende y la increpa diciéndole que los mejores libros son aquellos que no tienen dibujos. Alicia no está de acuerdo, ella llenaría el mundo de dibujos.
Creo que Lewis Carroll conocía muy bien la dinámica de la vida interior que comienza a desplegarse en todo niño, y que se pierde sistemáticamente en todo adulto. Ese mundo, que finalmente se cierra para Alicia, es una dimensión olvidada por todos, grandes y chicos, los primeros por conveniencia y rutina y los segundos porque son constreñidos para hacerse ajenos a el. Ese país de maravillas no es exclusivo de los niños, solo que estos tienen menos filtros y su percepción todavía no ha sido atrofiada por la cultura. Ese “otro lado”, oscuro, intangible, en gran parte desconocido, ese pliegue oculto tras los velos de la conformidad cotidiana, ese universo encantado que todos llevamos dentro, vacío de cartógrafos que lo definan y de fronteras que lo limiten, esa porción de nuestra humanidad que nos esforzamos constantemente por dejar de lado, es el territorio al que decide acceder Alicia.
Al precipitarse en el túnel, un viaje increíble y atemorizante la lleva hasta el cáliz de su intimidad más profunda. Esa porción infinita que se hace real y posible en tal descenso, es su rica vida interior, el alma rezagada que comienza ahora a desplegarse. Alicia descubre con asombro que este universo salvaje y excitante late a un ritmo diferente. El problema es que esta parte suya es desconocida. De esta manera no encuentra reposo ni solaz allí, no hay guías confiables, ni caminos trazados, todo es nuevo y sospechoso, sus habitantes son hostiles y hablan un lenguaje extraño, nadie la comprende ni intenta comprenderla. La mesa está servida para ella, pero nadie la invitó a sentarse. Pagará cara su osadía, y su anhelo por ese otro mundo se transformará en su perdición.
Todos somos Alicia. En ese país sin mapas todos somos peregrinos.
A medida que crecemos, somos paulatinamente arrojados a un mundo hecho a medida que nos despoja de nuestra vitalidad más íntima. Nuestras inclinaciones naturales se subordinan a la mediocridad social y a las formas pusilánimes de la ética. Nunca escuché a nadie que me dijera que las flores están vivas y que pueden oírnos, o que la noche y el día pueden coexistir en nuestro interior, o que los caminos inciertos valen la pena y que la locura puede ser reconfortante. Nadie nos dijo nunca jamás que nuestras entrañas esconden razones y que la maravilla es una experiencia posible en el hombre. Para la Liebre de Marzo siempre es primavera y para el Sombrerero Loco el banquete no se ajusta al calendario. Para ellos la fiesta es hoy. Ellos celebran la vida a cada instante.
Pero nosotros no sabemos permanecer en nuestro propio asombro, nos somos ajenos, queremos salir pronto, buscamos lo conocido. Estas tierras inciertas y sus extraños habitantes nos invitan a perder la cabeza, a reír, a gozar, a no calcular, a perder el control y a dejarnos llevar, confiando en el misterio, que es la primera forma de lo nuevo.
Nunca aprendimos a caminar nuestro propio suelo, no nos educaron para habitarnos.
Abraham Maslow dice:
Las escuelas deberían ayudar a los niños a mirar dentro de si (…) Es con respecto a los impulsos mas profundos en la especie humana, allí donde los instintos casi han desaparecido, donde son sumamente débiles, sutiles y delicados, donde es necesario adentrarse para descubrirlos, (…) empezar a oír en nuestro interior esas voces impulsivas tenues y delicadas, las señales de nuestra naturaleza.
Estoy seguro que Lewis Carroll sabía que el hombre está desesperado por encontrar las señales de su naturaleza perdida, que “espíritu” es mucho mas que una forma de hablar, que el caos es una manifestación necesaria del diario vivir, que la naturaleza misma habita en nosotros, que la lógica es la parte mas aburrida de todas las respuestas, y que ser ajeno a nuestra propia interioridad es la razón fundante de nuestra desconfianza ontológica con la vida.
Alicia fue juzgada y exiliada de si misma.
Nosotros elijamos ser soberanos y habitantes legítimos.
Por eso.
Esto no es una crítica, es una reacción, un primer impulso no meditado, una respuesta interna plagada de emoción, pero contenida en palabras y gestos gramaticales.
No había tenido la oportunidad de asomarme, como si sucedió hace días atrás, a la obra de Lewis Carroll. Tal vez sería más sincero decir que a una porción de su obra, tal vez la porción más sabrosa de todas. No tengo idea de sus otros aportes literarios, y solo conozco minúsculas reseñas sobre sus fuentes de inspiración. Sé que ha escrito otros libros y que es una personalidad literata admirada y venerada en muchos rincones del globo. Pero no es mi intención hacer una reseña de sus publicaciones ni elaborar un árbol genealógico absurdo de las incontables adaptaciones que tiene su obra. Acá, solo hablaré de las impresiones subjetivas que despertó sobre mí la imaginería de su mundo interno plasmado. Por otra parte, también sería infame decir que he leído algo de sus libros, de hecho no leí ninguno, ni siquiera el libro de la obra acá analizada. Lo que si conozco es una pequeña, pero fiel, adaptación hecha por esa inmensa fábrica de sueños animados que es Walt Disney, estrenada en el año 1951.
Este ensayo intenta consignar una serie de cualidades excepcionales, que a mi manera de ver, están contenidas en la obra “Alicia en el país de las maravillas”.
Alicia es una niña consentida, posiblemente la hija de algún aristócrata de turno. Es caprichosa si, pero repleta de vida y curiosidad. Ella no quiere aprender historia, le parece algo aburrido y soso. Su institutriz la reprende y la increpa diciéndole que los mejores libros son aquellos que no tienen dibujos. Alicia no está de acuerdo, ella llenaría el mundo de dibujos.
Creo que Lewis Carroll conocía muy bien la dinámica de la vida interior que comienza a desplegarse en todo niño, y que se pierde sistemáticamente en todo adulto. Ese mundo, que finalmente se cierra para Alicia, es una dimensión olvidada por todos, grandes y chicos, los primeros por conveniencia y rutina y los segundos porque son constreñidos para hacerse ajenos a el. Ese país de maravillas no es exclusivo de los niños, solo que estos tienen menos filtros y su percepción todavía no ha sido atrofiada por la cultura. Ese “otro lado”, oscuro, intangible, en gran parte desconocido, ese pliegue oculto tras los velos de la conformidad cotidiana, ese universo encantado que todos llevamos dentro, vacío de cartógrafos que lo definan y de fronteras que lo limiten, esa porción de nuestra humanidad que nos esforzamos constantemente por dejar de lado, es el territorio al que decide acceder Alicia.
Al precipitarse en el túnel, un viaje increíble y atemorizante la lleva hasta el cáliz de su intimidad más profunda. Esa porción infinita que se hace real y posible en tal descenso, es su rica vida interior, el alma rezagada que comienza ahora a desplegarse. Alicia descubre con asombro que este universo salvaje y excitante late a un ritmo diferente. El problema es que esta parte suya es desconocida. De esta manera no encuentra reposo ni solaz allí, no hay guías confiables, ni caminos trazados, todo es nuevo y sospechoso, sus habitantes son hostiles y hablan un lenguaje extraño, nadie la comprende ni intenta comprenderla. La mesa está servida para ella, pero nadie la invitó a sentarse. Pagará cara su osadía, y su anhelo por ese otro mundo se transformará en su perdición.
Todos somos Alicia. En ese país sin mapas todos somos peregrinos.
A medida que crecemos, somos paulatinamente arrojados a un mundo hecho a medida que nos despoja de nuestra vitalidad más íntima. Nuestras inclinaciones naturales se subordinan a la mediocridad social y a las formas pusilánimes de la ética. Nunca escuché a nadie que me dijera que las flores están vivas y que pueden oírnos, o que la noche y el día pueden coexistir en nuestro interior, o que los caminos inciertos valen la pena y que la locura puede ser reconfortante. Nadie nos dijo nunca jamás que nuestras entrañas esconden razones y que la maravilla es una experiencia posible en el hombre. Para la Liebre de Marzo siempre es primavera y para el Sombrerero Loco el banquete no se ajusta al calendario. Para ellos la fiesta es hoy. Ellos celebran la vida a cada instante.
Pero nosotros no sabemos permanecer en nuestro propio asombro, nos somos ajenos, queremos salir pronto, buscamos lo conocido. Estas tierras inciertas y sus extraños habitantes nos invitan a perder la cabeza, a reír, a gozar, a no calcular, a perder el control y a dejarnos llevar, confiando en el misterio, que es la primera forma de lo nuevo.
Nunca aprendimos a caminar nuestro propio suelo, no nos educaron para habitarnos.
Abraham Maslow dice:
Las escuelas deberían ayudar a los niños a mirar dentro de si (…) Es con respecto a los impulsos mas profundos en la especie humana, allí donde los instintos casi han desaparecido, donde son sumamente débiles, sutiles y delicados, donde es necesario adentrarse para descubrirlos, (…) empezar a oír en nuestro interior esas voces impulsivas tenues y delicadas, las señales de nuestra naturaleza.
Estoy seguro que Lewis Carroll sabía que el hombre está desesperado por encontrar las señales de su naturaleza perdida, que “espíritu” es mucho mas que una forma de hablar, que el caos es una manifestación necesaria del diario vivir, que la naturaleza misma habita en nosotros, que la lógica es la parte mas aburrida de todas las respuestas, y que ser ajeno a nuestra propia interioridad es la razón fundante de nuestra desconfianza ontológica con la vida.
Alicia fue juzgada y exiliada de si misma.
Nosotros elijamos ser soberanos y habitantes legítimos.

7.7
6,921
10
8 de agosto de 2016
8 de agosto de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine soviético y más adelante el ruso, ha sabido explorar con mano maestra ese paisaje imposible que es la infancia, esa instancia primordial de la humanidad toda, que a modo de estremecimiento súbito nos arroja hacia la vida nueva y arremete furibunda sobre nuestro ser, dejándonos a merced de personas, sensaciones y emociones que aún no comprendemos. La niñez es un primer movimiento, un estallido de plenitud que no ha sido catalogado, la totalidad de nosotros mismos que no ha estrechado sus confines por la conformidad social. Un niño es el filósofo del asombro, el mejor amigo de los locos y los moribundos y el testigo perpetuo de la maravilla que supone estar vivo.
Ver El espejo de Andrei Tarkovsky fue la confirmación de lo que hace tiempo intuía: La representación artística de la mirada del niño como testigo del mundo, es una las mayores hazañas que tiene el cine de Rusia. Aunque, la capacidad de imbuir al espectador en los pliegues de la infancia no es privativa de este cine, creo asegurar, sin temor a equivocarme, que no hay geografía que haya sabido plasmar la imaginería del niño con mayor penetración psicológica y agudeza visual que la cinematografía rusa. “Masacre: ven y mira” de Elem Klimov, “La infancia de Ivan” de Andrei Tarkovsky , “Quieto, muere, resucita” de Vitali Kanevsky, “Quemado por el sol” de Nikita Mikhalkov , “El regreso” de Andrei Zvyagintsev, “El ladrón” de Pavel Chukhrai ,“Lecciones al final de la primavera” de Oleg Kavun y la ya comentada “El espejo” son un muestrario elocuente de la posibilidad (aun no explotada en toda su magnitud) que anida en el seno del cine para introducirse en los confines de la psique del hombre.
Las películas que remiten a la infancia en la filmografía rusa, están casi siempre tamizadas por el dolor de la guerra, la miseria y la orfandad, siendo todos estos, incuestionables atajos hacia la desesperanza. Pero, Andrei Tarkovsky buceó más profundo y colocó la cámara en el centro mismo del niño demostrando la infinita capacidad expresiva que tiene el cine. Con El espejo nos trajo reflejos vivos, retazos de humanidad encendidos de golpe por la chispa caprichosa de los genios, que se nos rompieron cuando intentábamos volver a casa, cuando nos dimos cuenta que para poder regresar teníamos que volver a pisar descalzos la tierra, deleitándonos silvestres entre lluvias torrenciales, caminando al alba, entre la hierba, de la mano de una mujer.
Obra maestra.
Ver El espejo de Andrei Tarkovsky fue la confirmación de lo que hace tiempo intuía: La representación artística de la mirada del niño como testigo del mundo, es una las mayores hazañas que tiene el cine de Rusia. Aunque, la capacidad de imbuir al espectador en los pliegues de la infancia no es privativa de este cine, creo asegurar, sin temor a equivocarme, que no hay geografía que haya sabido plasmar la imaginería del niño con mayor penetración psicológica y agudeza visual que la cinematografía rusa. “Masacre: ven y mira” de Elem Klimov, “La infancia de Ivan” de Andrei Tarkovsky , “Quieto, muere, resucita” de Vitali Kanevsky, “Quemado por el sol” de Nikita Mikhalkov , “El regreso” de Andrei Zvyagintsev, “El ladrón” de Pavel Chukhrai ,“Lecciones al final de la primavera” de Oleg Kavun y la ya comentada “El espejo” son un muestrario elocuente de la posibilidad (aun no explotada en toda su magnitud) que anida en el seno del cine para introducirse en los confines de la psique del hombre.
Las películas que remiten a la infancia en la filmografía rusa, están casi siempre tamizadas por el dolor de la guerra, la miseria y la orfandad, siendo todos estos, incuestionables atajos hacia la desesperanza. Pero, Andrei Tarkovsky buceó más profundo y colocó la cámara en el centro mismo del niño demostrando la infinita capacidad expresiva que tiene el cine. Con El espejo nos trajo reflejos vivos, retazos de humanidad encendidos de golpe por la chispa caprichosa de los genios, que se nos rompieron cuando intentábamos volver a casa, cuando nos dimos cuenta que para poder regresar teníamos que volver a pisar descalzos la tierra, deleitándonos silvestres entre lluvias torrenciales, caminando al alba, entre la hierba, de la mano de una mujer.
Obra maestra.
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