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2
6 de marzo de 2025
6 de marzo de 2025
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué se esperan de Cuerda, un personaje incapaz de salir del binomio zafiedad-ñoñería?
La película sublima, sobre todo, el segundo término. Allende importantes cuestiones históricas (abordadas con un maniqueísmo tendencioso hegemónico y llorón), la película es un absoluto desastre artístico. La música de Amenábar se corresponde muy bien con la película: simplona, pueril, pretendidamente catártica, monocorde, artificiosa, pseudopoética.
Si uno se ha empapado con los grandes, desde Murnau hasta Dreyer, desde Shimizu hasta Yoshida, desde Renoir hasta Hitchcock, y los ha comprendido con toda la hondura que merecen, más allá del fetichismo por el mundo-imagen y la especialización disciplinar, más allá del nefasto frikismo y los géneros de culto hipostasiados, más allá, en definitiva, de todas las ablaciones del espíritu, advertirá, sin género de dudas el desastre pueril de este bodrio, canon de la infamia posterior y paradigma de la negligencia, de la muerte artística.
Definitivamente, estamos ante otra dimensión (el pozo negro chabacano allende las excelentes coordenadas revolucionarias de Lorentz-Einstein-Minkowski). Esto no es ya cine, sino paracine. Empieza a dejar de ser mal cine para convertirse en una apariencia de cine, apariencia nauseabunda por exceso de glutamato monosódico y ciclamato de sodio.
Todo es un meme, una apariencia cutre relamida, estandarizada, osificada, aletargada por propofol y fentanilo. No hay unidad ni densidad espiritual, solo acumulación bastarda de fenómenos descompuestos e ideología light demagógica. No hay complejidad dramática, sino antesalas ad infinitum de tragedias de centro comercial. No hay afecto, sino NPC y bots por doquier. No hay elocuencia en la sintaxis (la forma poética en tanto forma expresiva que conceptualiza los fenómenos y las ideas etc) sino algoritmo y base de datos.
Todo obvio, todo relamido, todo impostado y afectado, todo pretencioso y malamente didáctico, todo amanerado y malamente manierista. Un todo de todos bastardos.
El final es digno de mención. La cara del niño rata, cara del póster, desvela la totalidad de esta acumulación de descomposiciones pueriles, burdas y patéticas ppsoe1978. Forzando la imagen, la música, las caras, los ralentís, como parte que corrobora el todo monstruosamente didáctico para ajustar al público a la estupidización progresiva de las masas y las élites.
Infamias propias de épocas infames. En las grandes épocas, tenías a grandes poetas dando cera a su sociedad (otros, comiendo la tostada, pero ambos con rigor polifónico salvo algún mequetrefe). En las épocas ridículas, farsantes como decía Marx ("La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa"), tienes a llorones elitistas subvencionados esgrimiendo las peores artes posibles, creando los bodrios más infumables para que tanto acólitos como artífices se refocilen en chabacano espectáculo legitimado por los autoatribuidos premios, los ídolos de barro para culto de los necios y usureros, sátrapas y mercachifles de tercera.
Un 2 por algún acierto atómico. Pero no más.
7,5... Lo que hay que ver.
La película sublima, sobre todo, el segundo término. Allende importantes cuestiones históricas (abordadas con un maniqueísmo tendencioso hegemónico y llorón), la película es un absoluto desastre artístico. La música de Amenábar se corresponde muy bien con la película: simplona, pueril, pretendidamente catártica, monocorde, artificiosa, pseudopoética.
Si uno se ha empapado con los grandes, desde Murnau hasta Dreyer, desde Shimizu hasta Yoshida, desde Renoir hasta Hitchcock, y los ha comprendido con toda la hondura que merecen, más allá del fetichismo por el mundo-imagen y la especialización disciplinar, más allá del nefasto frikismo y los géneros de culto hipostasiados, más allá, en definitiva, de todas las ablaciones del espíritu, advertirá, sin género de dudas el desastre pueril de este bodrio, canon de la infamia posterior y paradigma de la negligencia, de la muerte artística.
Definitivamente, estamos ante otra dimensión (el pozo negro chabacano allende las excelentes coordenadas revolucionarias de Lorentz-Einstein-Minkowski). Esto no es ya cine, sino paracine. Empieza a dejar de ser mal cine para convertirse en una apariencia de cine, apariencia nauseabunda por exceso de glutamato monosódico y ciclamato de sodio.
Todo es un meme, una apariencia cutre relamida, estandarizada, osificada, aletargada por propofol y fentanilo. No hay unidad ni densidad espiritual, solo acumulación bastarda de fenómenos descompuestos e ideología light demagógica. No hay complejidad dramática, sino antesalas ad infinitum de tragedias de centro comercial. No hay afecto, sino NPC y bots por doquier. No hay elocuencia en la sintaxis (la forma poética en tanto forma expresiva que conceptualiza los fenómenos y las ideas etc) sino algoritmo y base de datos.
Todo obvio, todo relamido, todo impostado y afectado, todo pretencioso y malamente didáctico, todo amanerado y malamente manierista. Un todo de todos bastardos.
El final es digno de mención. La cara del niño rata, cara del póster, desvela la totalidad de esta acumulación de descomposiciones pueriles, burdas y patéticas ppsoe1978. Forzando la imagen, la música, las caras, los ralentís, como parte que corrobora el todo monstruosamente didáctico para ajustar al público a la estupidización progresiva de las masas y las élites.
Infamias propias de épocas infames. En las grandes épocas, tenías a grandes poetas dando cera a su sociedad (otros, comiendo la tostada, pero ambos con rigor polifónico salvo algún mequetrefe). En las épocas ridículas, farsantes como decía Marx ("La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa"), tienes a llorones elitistas subvencionados esgrimiendo las peores artes posibles, creando los bodrios más infumables para que tanto acólitos como artífices se refocilen en chabacano espectáculo legitimado por los autoatribuidos premios, los ídolos de barro para culto de los necios y usureros, sátrapas y mercachifles de tercera.
Un 2 por algún acierto atómico. Pero no más.
7,5... Lo que hay que ver.
14 de agosto de 2024
14 de agosto de 2024
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al fin, maldita sea. Al fin, reitero. En plena posmodernidad noventera, saciada de bodrios ridículos, el poeta finlandés realiza una película sobresaliente. La depuración del diálogo al límite, la depuración de la diégesis de añadidos típicos irrelevantes, la composición fantástica del cuadro y su dialectización anatómica, todo ello para envolver una historia sencillísima (de la que se desprende, precisamente, toda su hondura)... Cabalgando entre Hitchcock y Antonioni, entre Pabst y Werner Hochbaum, ensalza un estilo propio hondísimo, opuesto a la pirólisis pesudopoética del momento (y no hablemos del pastiche hodierno pseudocinematográfico, el cual cree que todo lo audiovisual es cine, y que su terrible concepción ontológica y metafísica es la buena, y así le va, reductible a mera superestructura del capitalismo postfordista pandemonium).
Kaurismäki expone densamente las esencias ordenando la arquitectura, depurada al límite desde su integridad estilísitica legítima, y graba, rueda, filma una película excepcional, que enamora y desarma precisamente por la síntesis entre sencillez, honda arquitectura (de la que se pueden desprender numerosas analogías y correspondencias) y desgarradora tragedia humana (que no escapa de la atomización moderna y clásica; que no rehúye de la soledad sempiterna y concretada históricamente, realizando el tuétano semántico de la antropología e historia).
Objetivamente, toma, verbigracia, el cine de los años 30 (Pabst, Hochbaum, Naruse, Trotz, Siodmak) , lo coge a palo seco, y lo corresponde desde su estilo a los años 90.
Minimalismo, depuración, sentido poético del cromatismo y de la exposición escénica y de cuadro, dialectización anatómica, elipsis, quiebre y cierre.
Magnífica.
Kaurismäki expone densamente las esencias ordenando la arquitectura, depurada al límite desde su integridad estilísitica legítima, y graba, rueda, filma una película excepcional, que enamora y desarma precisamente por la síntesis entre sencillez, honda arquitectura (de la que se pueden desprender numerosas analogías y correspondencias) y desgarradora tragedia humana (que no escapa de la atomización moderna y clásica; que no rehúye de la soledad sempiterna y concretada históricamente, realizando el tuétano semántico de la antropología e historia).
Objetivamente, toma, verbigracia, el cine de los años 30 (Pabst, Hochbaum, Naruse, Trotz, Siodmak) , lo coge a palo seco, y lo corresponde desde su estilo a los años 90.
Minimalismo, depuración, sentido poético del cromatismo y de la exposición escénica y de cuadro, dialectización anatómica, elipsis, quiebre y cierre.
Magnífica.

7.2
5,462
2
12 de agosto de 2024
12 de agosto de 2024
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ente que demuestra la condición misma de la posmodernidad: pastiche lúdico reductible a sincretismo bastardo descompuesto que se fundamenta en una logorrea videoclipera artificiosa insuflada con vacua retórica para justificarse ad hoc. Mal anuncio publicitario de Dolce & Gabbana que, mediante unas pretendidas osadías formales (acaso parodia burda de lo que antaño fue en la sólida vanguardia) pretende erigir la sublimación del todo rapsódico posmoderno: irónico, tierno, romántico, desengañado, frívolo, serio, crítico, crítico de la crítica crítica, liberado, esclavizado, empoderado, determinista, fatalista, romántico (el todo relativo del todo absolutamente relativo). Galimatías posmoderno vacuo que fundamenta, a la postre, su ser en la parodia de su propia descomposición negligente asimismo parodiada. Chusco fétido que se refocila en su infantilismo pseudoromántico y en su osadía adolescente enarbolada.
Una chapuza (otra más) degenerada que no se distingue de los peores bodrios hollywoodienses del momento. Tan rompedora y fresca es que acaso supera su condición de putrescencia estandarizada, espejo mismo de la sociedad posmoderna del espectáculo hodierna, mera superestructura de la estupidez depravada como falsa conciencia pretendidamente sublime.
En definitiva, una memez degenerada y necia firmada por un Leconte nauseabundo (ya hizo el ridículo con El marido de la peluquera y aquí se supera), radicalmente opuesta (por estupidez) a las grandes sinfonías que, tanto clásicos como vanguardistas (usando una distinción al uso y sencilla, sin menoscabo de sus limitaciones y potencialidades heurísticas) nos ofrecieron con pulso firme, sentido del gusto, complejidad estructural y densidad semántica.
Pésima; 1 o 2.
Una chapuza (otra más) degenerada que no se distingue de los peores bodrios hollywoodienses del momento. Tan rompedora y fresca es que acaso supera su condición de putrescencia estandarizada, espejo mismo de la sociedad posmoderna del espectáculo hodierna, mera superestructura de la estupidez depravada como falsa conciencia pretendidamente sublime.
En definitiva, una memez degenerada y necia firmada por un Leconte nauseabundo (ya hizo el ridículo con El marido de la peluquera y aquí se supera), radicalmente opuesta (por estupidez) a las grandes sinfonías que, tanto clásicos como vanguardistas (usando una distinción al uso y sencilla, sin menoscabo de sus limitaciones y potencialidades heurísticas) nos ofrecieron con pulso firme, sentido del gusto, complejidad estructural y densidad semántica.
Pésima; 1 o 2.

8.2
24,133
6
6 de marzo de 2025
6 de marzo de 2025
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El pelotazo urbanístico de Browning no es casual: su ideología cristalizada artísticamente entroniza con el sentir hodierno, fase última y degenerada del judeocristianismo. Fácil absorción mitómana de un igualitarismo idólatra que rinde culto a lo monstruoso, deforme e infame. Sí, son monstruos, pues no cumplen con el canon del hombre, asentado en una biología normal (quien no sepa qué es eso, mal vamos) como base para el desarrollo del espíritu. Browning juega sofísticamente con la corrupción moral de los hombres bien formados para invertir los valores, principios y normas mínimas sobre las que se asienta el hombre: los monstruos son los bien formados en razón de su miseria moral, opuestos a los malformados objetivos, pues carecen de maldad; además, estos son puras “criaturas de Dios” (y no desgracias teratológicas. Asimismo, Browning hace el ridículo mezclando y metiendo en el mismo saco distintos grados y formas patológicas; usando a su conveniencia a estos seres desgraciados para su pelotazo cinematográfico). Inversión, por tanto, depravada y filistea de los mínimos principios sobre los que se asienta el hombre mediante una poética normalita, con el esmero justito, dotada con un final nauseabundo, trivial y miserable. El final, el remate de la obra cierra las pretensiones del autor: corruptas, desvengorzadas, banales, infantiles. Final pueril y canalla para un conjunto no tan pueril y canalla, salvado por ciertos hallazgos expresivos y corrección formal de casi todo el conjunto (por tanto, corrección que desvela ciertas sutilezas de interés escueto).
Obra muy bien valorada por quienes se sumen al carro del autosuicidio hodierno de acomplejados cristianos (en su forma invertida de ateazos abortólatras democráticamente convencidos), de consumidores satisfechos enajenados (involucrados, aunque les jorobe, en el nauseabundo ocaso de la civilización cristiana y grecorromana para beneficio de la tecnocracia liberal). Lo cual, obviamente, no implica que todos los que la valoren bien respondan a este modelo, a esta especificidad paradigmática, faltaría más. Pero sí se debe señalar en razón de la pertinencia dado el estándar que se cristaliza en la película en función tanto de sí misma como en relación con el intérprete.
El film supone la efectiva realización del culto filisteo igualitarista, radicalmente opuesto a los valores superiores, aristocráticos, refinados y polifónicos. El culto de la demagogia por y para el vulgo frente a lo superior (es esa la verdad de esta película más allá de especificidades).
Demagogia barata y nefasta para una película que parecía prometer pero que, salvando el fetiche pueril por los monstruos, se anega en una criminal ideología (culto a lo feo, a lo débil, a lo horrendo) sostenida por una naturaleza dramática bastante pobre y simplona.
Semántica corrupta que salva un sentido formal (escalas del cine mínimamente articuladas y “dialectizadas” con solvencia) y una organicidad analógica que se atontan con un ramplón dramatismo maniqueo, autocomplaciente y afectado hasta la náusea. Como es de tal naturaleza la inversión, la película posee una forma que la corresponde: ridícula, afectada, enajenada, superflua, vergonzante. Por suerte, a diferencia de las posmoderneces, la forma no se regodea constantemente en las peores técnicas y resoluciones (no hay chabacano melodramatismo, ni encuadres relamidos, ni afectación llorona artificiosa), sino que descabalga en el final que la remata, que la desvela tal y como es.
Filme de culto para el vulgo de culto: en los reflejos especulares y esenciales de la película, su película, se halla la verdad de su detritus intelectual, ajustado por analogía con la monstruosidad a la que rinden pleitesía llorona e histérica.
Por eso la fama de muchas obras: el espejo que se ríe del consumidor satisfecho (y del autor también) autocomplaciente que anhela deleitarse con el discurso (hegemónico o antaño underground que pasa a ser bandera sistémica) para autojustificarse.
Películas débiles para morales hipócritas, canallas y banales.
"El más furibundo alegato a favor de la diferencia de la historia del cine" dice Palomo. Bueno, pues con esta hipérbole sonrojante, de afectación y sentir posmoderno (en su indefinición no cae, se ve. ¿Qué quiere decir con esa banalidad hipostasiada de "diferencia"? Barata filosofía espontánea muy propia de "críticos" que anegan la especie en el género y viceversa, así como mil falacias más de todo tipo, fruto de la ausencia de una filosofía competente que les permita, por ejemplo, distinguir el pastiche de la sinfonía genuina) se desvela el abrumador nivel de corrupción ideológica y moral habida y por haber. Lo de furibundo será por ser un alegato miserable y banal fruto de histeria llorona.
Coda: si fuese solo un mero registro de tal ideología la nota sería un 1; si la uniésemos con su solvencia, rigor y densidad dramáticas sería un 3. Pero como su formalización (salvo el final) es medianamente competente, posee hallazgos expresivos de interés (pocos, pero haberlos, los hay) y la exposición de los monstruos en el conjunto poético no cae en ninguna afectación deleznable…
5,5
Obra muy bien valorada por quienes se sumen al carro del autosuicidio hodierno de acomplejados cristianos (en su forma invertida de ateazos abortólatras democráticamente convencidos), de consumidores satisfechos enajenados (involucrados, aunque les jorobe, en el nauseabundo ocaso de la civilización cristiana y grecorromana para beneficio de la tecnocracia liberal). Lo cual, obviamente, no implica que todos los que la valoren bien respondan a este modelo, a esta especificidad paradigmática, faltaría más. Pero sí se debe señalar en razón de la pertinencia dado el estándar que se cristaliza en la película en función tanto de sí misma como en relación con el intérprete.
El film supone la efectiva realización del culto filisteo igualitarista, radicalmente opuesto a los valores superiores, aristocráticos, refinados y polifónicos. El culto de la demagogia por y para el vulgo frente a lo superior (es esa la verdad de esta película más allá de especificidades).
Demagogia barata y nefasta para una película que parecía prometer pero que, salvando el fetiche pueril por los monstruos, se anega en una criminal ideología (culto a lo feo, a lo débil, a lo horrendo) sostenida por una naturaleza dramática bastante pobre y simplona.
Semántica corrupta que salva un sentido formal (escalas del cine mínimamente articuladas y “dialectizadas” con solvencia) y una organicidad analógica que se atontan con un ramplón dramatismo maniqueo, autocomplaciente y afectado hasta la náusea. Como es de tal naturaleza la inversión, la película posee una forma que la corresponde: ridícula, afectada, enajenada, superflua, vergonzante. Por suerte, a diferencia de las posmoderneces, la forma no se regodea constantemente en las peores técnicas y resoluciones (no hay chabacano melodramatismo, ni encuadres relamidos, ni afectación llorona artificiosa), sino que descabalga en el final que la remata, que la desvela tal y como es.
Filme de culto para el vulgo de culto: en los reflejos especulares y esenciales de la película, su película, se halla la verdad de su detritus intelectual, ajustado por analogía con la monstruosidad a la que rinden pleitesía llorona e histérica.
Por eso la fama de muchas obras: el espejo que se ríe del consumidor satisfecho (y del autor también) autocomplaciente que anhela deleitarse con el discurso (hegemónico o antaño underground que pasa a ser bandera sistémica) para autojustificarse.
Películas débiles para morales hipócritas, canallas y banales.
"El más furibundo alegato a favor de la diferencia de la historia del cine" dice Palomo. Bueno, pues con esta hipérbole sonrojante, de afectación y sentir posmoderno (en su indefinición no cae, se ve. ¿Qué quiere decir con esa banalidad hipostasiada de "diferencia"? Barata filosofía espontánea muy propia de "críticos" que anegan la especie en el género y viceversa, así como mil falacias más de todo tipo, fruto de la ausencia de una filosofía competente que les permita, por ejemplo, distinguir el pastiche de la sinfonía genuina) se desvela el abrumador nivel de corrupción ideológica y moral habida y por haber. Lo de furibundo será por ser un alegato miserable y banal fruto de histeria llorona.
Coda: si fuese solo un mero registro de tal ideología la nota sería un 1; si la uniésemos con su solvencia, rigor y densidad dramáticas sería un 3. Pero como su formalización (salvo el final) es medianamente competente, posee hallazgos expresivos de interés (pocos, pero haberlos, los hay) y la exposición de los monstruos en el conjunto poético no cae en ninguna afectación deleznable…
5,5

8.6
205,104
3
4 de abril de 2022
4 de abril de 2022
7 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imbecilidad pop posmoderna fruto de una sociedad degenerada que se constata sin parpadeos tras la caída de la U.R.S.S, sumida en el espejismo libinal-totalitario de los felices (en su sentido huxleyano premonitorio) años 90.
Patochada logorreica hueca y pretenciosa concebida por un ego narcisista intelectualmente malformado. Tarantino encierra con este film sus constantes y, de un modo extrapolable y extrapolado, las constantes y derivas de las sociedades de la modernidad degeneradas: inconsecuencia, infantilismo, metafísica del sentimiento, cultura basura y mito de la cultura, logorrea dialógica y pretensión estecista.
Cine concebido ya como anuncio lúdico-pornográfico dosificados en episodios posteriormente hilvanados como patético intento narrativo de justificar la totalidad de esta auténtica oda posmoderna chabacana.
Oquedad al servicio de la nada, siempre custodiada en sus múltiples formas libidinales por la industria cultural -en tanto forma de producción del mundo y no como habitual e indoctamente se entiende, presos incoscientes del mito de la cultura- capaz de tutelar en su imperativo incólume las formas de vida acorde a sus propias necesidades.
Un 4 como mucho.
Patochada logorreica hueca y pretenciosa concebida por un ego narcisista intelectualmente malformado. Tarantino encierra con este film sus constantes y, de un modo extrapolable y extrapolado, las constantes y derivas de las sociedades de la modernidad degeneradas: inconsecuencia, infantilismo, metafísica del sentimiento, cultura basura y mito de la cultura, logorrea dialógica y pretensión estecista.
Cine concebido ya como anuncio lúdico-pornográfico dosificados en episodios posteriormente hilvanados como patético intento narrativo de justificar la totalidad de esta auténtica oda posmoderna chabacana.
Oquedad al servicio de la nada, siempre custodiada en sus múltiples formas libidinales por la industria cultural -en tanto forma de producción del mundo y no como habitual e indoctamente se entiende, presos incoscientes del mito de la cultura- capaz de tutelar en su imperativo incólume las formas de vida acorde a sus propias necesidades.
Un 4 como mucho.
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