You must be a loged user to know your affinity with Of The Assumption
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred

5.8
1,696
7
26 de abril de 2013
26 de abril de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las comedias de situación no suelen defraudar a nadie: No son tramposas ni enrevesadas, no se pierden en matices ni palabras no dichas. Hay películas comerciales, destinadas a obtener la carcajada del público masivo. Es lo que ocurre en la nueva película de Diego Kaplan, Dos más dos, una comedia construida a base de guión y buenas interpretaciones, que entretiene sin llegar a deslumbrar.
Desde luego, probablemente no sea una de esas películas que se quedan en la memoria del espectador, pero cumple su propósito: Es divertida, es provocativa y aborda el tema de la comedia romántica desde una perspectiva bastante curiosa, pues en la cinta vemos el fenómeno “swinger” (Intercambio de parejas) en todo su apogeo: Personas asentadas y materialmente satisfechas que aprovechan esta veta del amor libre para tratar de experimentar nuevas aventuras. Por supuesto no son inmunes a las complicaciones que acarrea este modo de ver la vida.
Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson) son una pareja de unos 40 años, que una noche les confiesan a sus amigos Diego (Adrián Suar) y Emilia (Julieta Díaz), también pareja, que ellos son “swingers”. Pronto plantearán a sus amigos que compartan esta práctica con ellos, algo a lo que Emilia se presta entusiasmada, aunque a Diego, más conservador, le costará más aceptar esta idea.
De este modo, son los actoresquienes van desarrollando una historia plana, pero que nos transmite matices a través de sus personajes. Tanto en los prejuicios contra una práctica socialmente vista con reticencia de Diego como la serenidad vital de Richard, o lo desinhibido de Bettina contra la timidez aventurera de Emilia nos muestran actitudes, no ya ante el sexo, sino ante la vida que pueden ser dignas de elogio. La química entre los cuatro juega un papel esencial, pues la relación entre ambas parejas es el núcleo de lo que vemos.
La interpretación de todos ellos es correcta, sin llegar a ser nada destacable tampoco, salvo quizá un histriónico Adrián Suar, cuyo maniático y conservador personaje será el encargado de sacarnos una sonrisa durante la primera parte del film. También se nota la ausencia de algunos secundarios que aligeren un poco la historia principal (salvo la honrosa excepción de Alfredo Casero como gurú del sexo, cuyas pocas apariciones son siempre estelares)
Técnicamente, además de que alguien debería decirle al montador de la película que existen recursos más allá del fundido en negro para cambiar escenas, pese a tratar todo el asunto con el erotismo que corresponde al intercambio de parejas, el largometraje no llega a ser explícito, se queda en sugerente. Se habla de sexo mucho más de lo que luego se ve, no vemos absolutamente nada más de lo permitido.
Y es que, al final del todo, la sensación que tiene uno al salir de ver esta cinta es que son sus pretensiones comerciales las que la alejan de convertirse en un producto mucho mejor. Pese al buen planteamiento inicial, las correctas interpretaciones, y el punto de vista novedoso sobre un tema clásico, sus pretensiones de llegar a un público masivo hacen que caiga en tópicos manidos que ya hemos visto mil veces en pantalla, restándole calidad. El final feliz, las pretensiones moralizantes y el cambio de ritmo y estructura narrativa entre la primera y segunda parte del metraje nos hacen preguntarnos más por lo que podría haber sido con un poco de más de valentía por parte de sus creadores.
Crítica realizada para cinemaldito.com
Desde luego, probablemente no sea una de esas películas que se quedan en la memoria del espectador, pero cumple su propósito: Es divertida, es provocativa y aborda el tema de la comedia romántica desde una perspectiva bastante curiosa, pues en la cinta vemos el fenómeno “swinger” (Intercambio de parejas) en todo su apogeo: Personas asentadas y materialmente satisfechas que aprovechan esta veta del amor libre para tratar de experimentar nuevas aventuras. Por supuesto no son inmunes a las complicaciones que acarrea este modo de ver la vida.
Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson) son una pareja de unos 40 años, que una noche les confiesan a sus amigos Diego (Adrián Suar) y Emilia (Julieta Díaz), también pareja, que ellos son “swingers”. Pronto plantearán a sus amigos que compartan esta práctica con ellos, algo a lo que Emilia se presta entusiasmada, aunque a Diego, más conservador, le costará más aceptar esta idea.
De este modo, son los actoresquienes van desarrollando una historia plana, pero que nos transmite matices a través de sus personajes. Tanto en los prejuicios contra una práctica socialmente vista con reticencia de Diego como la serenidad vital de Richard, o lo desinhibido de Bettina contra la timidez aventurera de Emilia nos muestran actitudes, no ya ante el sexo, sino ante la vida que pueden ser dignas de elogio. La química entre los cuatro juega un papel esencial, pues la relación entre ambas parejas es el núcleo de lo que vemos.
La interpretación de todos ellos es correcta, sin llegar a ser nada destacable tampoco, salvo quizá un histriónico Adrián Suar, cuyo maniático y conservador personaje será el encargado de sacarnos una sonrisa durante la primera parte del film. También se nota la ausencia de algunos secundarios que aligeren un poco la historia principal (salvo la honrosa excepción de Alfredo Casero como gurú del sexo, cuyas pocas apariciones son siempre estelares)
Técnicamente, además de que alguien debería decirle al montador de la película que existen recursos más allá del fundido en negro para cambiar escenas, pese a tratar todo el asunto con el erotismo que corresponde al intercambio de parejas, el largometraje no llega a ser explícito, se queda en sugerente. Se habla de sexo mucho más de lo que luego se ve, no vemos absolutamente nada más de lo permitido.
Y es que, al final del todo, la sensación que tiene uno al salir de ver esta cinta es que son sus pretensiones comerciales las que la alejan de convertirse en un producto mucho mejor. Pese al buen planteamiento inicial, las correctas interpretaciones, y el punto de vista novedoso sobre un tema clásico, sus pretensiones de llegar a un público masivo hacen que caiga en tópicos manidos que ya hemos visto mil veces en pantalla, restándole calidad. El final feliz, las pretensiones moralizantes y el cambio de ritmo y estructura narrativa entre la primera y segunda parte del metraje nos hacen preguntarnos más por lo que podría haber sido con un poco de más de valentía por parte de sus creadores.
Crítica realizada para cinemaldito.com

6.0
2,363
7
8 de noviembre de 2012
8 de noviembre de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchos autores clásicos han reflexionado sobre la guerra tal y como la conocemos hasta ahora. A mi me gusta mucho esa frase de Albert Camus que dice “Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad. Para mí es la soledad infinita” Podríamos decir que esta película, un fantástico trabajo de Nicolás Goldbart, explora esta sentencia, con una crítica muy velada a todo el mundo moderno.
Para ello, se nos pone en la piel de Coco (Daniel Hendler) y Pipi (Jazmín Stuart) una pareja de despreocupados treintañeros recién mudados a su nueva casa. Un día, al volver de hacer la compra, descubren que se ha detectado una pandemia. La OMS está aplicando cuarentenas para controlar la expansión, con toda la parafernalia (Plástico para proteger los hogares, trajes protectores de cuerpo entero, ya imaginan) y su edificio resulta aislado. Coco y Pipí quedan, pues, hasta nuevo aviso, con lo que tienen atrapados junto a sus vecinos: el misterioso Horacio (Yayo Gurdi) el solitario Zanutto (Federico Luppi) y un par de familias, de las que solo conocemos a los patriarcas (Carlos Bermejo y Abian Vanstein)
A medida que pasa el tiempo, escasean los viveres, aumentan los nervios y comienza a surgir la faceta oscura del hombre por su supervivencia. Alianzas, planes conspiratorios, traiciones y sorpresas están a la orden del día. Cada uno debe proteger el contenido de su despensa y tratar de mantener vivos a los suyos. Coco tendrá que aprender sobre la marcha a tomar responsabilidades, y a saber en quien puede confiar. Los acontecimientos le llevaran a aliarse con el paranoico Horacio, un vecino que esconde muchos ases en la manga. Pero no es el único.
Con todo este cóctel de elementos, Goldbart nos ofrece un film que mezcla la comedia negra con el cine de acción, que contiene una gran cantidad de guiños a películas más clásicas del género como La Comunidad, de Alex de la Iglesia. Su fuerza radica en sus personajes, especialmente en el trío protagonista (Daniel Hendler, Yayo Gurdi y un Federico Luppi en un registro inesperado, mezcla de El Castigador y el cazador Van Pelt, pero realizado de forma sublime) que tiene una química en pantalla que mantendrá al espectador en vilo en todo momento.
Y ahí destaca su otra gran virtud; sin ser una película excesivamente creíble, pues encuentra su ritmo en la exageración y la irracionalidad, mantiene un tono realista y cotidiano que, por decirlo así, es como si el realismo mágico se tomara a coña y se llevase al cine. Resulta altamente entretenido. No en vano ganó el premio al mejor guión en el Festival de Sitges en 2010.
Como contrapunto negativo, podemos hablar especialmente del final, pues en una cinta que tiene la reinvención como virtud, finaliza con la solución más fácil, más esperada y que ya hemos visto tantas veces que nos parece tan parte de la película como los títulos de crédito. Sin embargo, esos últimos cinco minutos, aunque la empañan un poco, no llegan a desmerecer los 90 restantes de un largometraje diferente, bien realizado y con voz propia.
Para ello, se nos pone en la piel de Coco (Daniel Hendler) y Pipi (Jazmín Stuart) una pareja de despreocupados treintañeros recién mudados a su nueva casa. Un día, al volver de hacer la compra, descubren que se ha detectado una pandemia. La OMS está aplicando cuarentenas para controlar la expansión, con toda la parafernalia (Plástico para proteger los hogares, trajes protectores de cuerpo entero, ya imaginan) y su edificio resulta aislado. Coco y Pipí quedan, pues, hasta nuevo aviso, con lo que tienen atrapados junto a sus vecinos: el misterioso Horacio (Yayo Gurdi) el solitario Zanutto (Federico Luppi) y un par de familias, de las que solo conocemos a los patriarcas (Carlos Bermejo y Abian Vanstein)
A medida que pasa el tiempo, escasean los viveres, aumentan los nervios y comienza a surgir la faceta oscura del hombre por su supervivencia. Alianzas, planes conspiratorios, traiciones y sorpresas están a la orden del día. Cada uno debe proteger el contenido de su despensa y tratar de mantener vivos a los suyos. Coco tendrá que aprender sobre la marcha a tomar responsabilidades, y a saber en quien puede confiar. Los acontecimientos le llevaran a aliarse con el paranoico Horacio, un vecino que esconde muchos ases en la manga. Pero no es el único.
Con todo este cóctel de elementos, Goldbart nos ofrece un film que mezcla la comedia negra con el cine de acción, que contiene una gran cantidad de guiños a películas más clásicas del género como La Comunidad, de Alex de la Iglesia. Su fuerza radica en sus personajes, especialmente en el trío protagonista (Daniel Hendler, Yayo Gurdi y un Federico Luppi en un registro inesperado, mezcla de El Castigador y el cazador Van Pelt, pero realizado de forma sublime) que tiene una química en pantalla que mantendrá al espectador en vilo en todo momento.
Y ahí destaca su otra gran virtud; sin ser una película excesivamente creíble, pues encuentra su ritmo en la exageración y la irracionalidad, mantiene un tono realista y cotidiano que, por decirlo así, es como si el realismo mágico se tomara a coña y se llevase al cine. Resulta altamente entretenido. No en vano ganó el premio al mejor guión en el Festival de Sitges en 2010.
Como contrapunto negativo, podemos hablar especialmente del final, pues en una cinta que tiene la reinvención como virtud, finaliza con la solución más fácil, más esperada y que ya hemos visto tantas veces que nos parece tan parte de la película como los títulos de crédito. Sin embargo, esos últimos cinco minutos, aunque la empañan un poco, no llegan a desmerecer los 90 restantes de un largometraje diferente, bien realizado y con voz propia.

5.4
1,474
8
21 de enero de 2015
21 de enero de 2015
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nieve resplandeciente y un frío sobrecogedor. Así empieza, se mantiene y termina No llores, vuela, tercera película de Claudia Llosa, una intensa cinta en la que todos los personajes cargan con su propia tragedia y buscan recomponerse de la misma.
No llores, vuela no es estrictamente una historia de catarsis, de redención, no es una historia de culpabilidad y perdón, no es una historia sobre la desesperación y los clavos ardiendo ni sobre los misterios insondables del universo. Ni, ante todo, es una historia sobre las elecciones que hacemos y lo que se gana por lo que se pierde. Pero es todo eso, y mucho más. A fin de cuentas, somos más que las partes que nos conforman.
A través de dos interpretaciones inmensas de sus dos protagonistas, ambos soberbios. Jennifer Connelly ejerce la desesperación como una fuerza de naturaleza, realiza un trabajo absolutamente magnético. Su belleza invernal la asumen perfectamente los escenarios canadienses donde se rueda este film para hacerla brillar aun más. Por su parte, Cillian Murphy sigue demostrando película tras película que es, probablemente, uno de los actores más versátiles que han dado los tiempos recientes. Lo mismo es un niño rico, que un adolescente transexual, que, como en esta ocasión, un hombre tan roto que perturba los sentidos en un rol que nunca es fácil de hacer y que convierte en algo electrizante. Entre ellos, aunque como hilo conductor, Mèlanie Laurent se queda un poco a la sombra de estos dos colosos.
El film no para en ningún momento de jugar con una dicotomía centrada en el tiempo, en los lugares y en sus personajes. La estructura interna puede hacer que el espectador tarde un poco en entrar en el juego propuesto por la directora peruana. No obstante, cuando por fin accede al fascinante mundo ofrecido, con esos matices de realismo mágico típicos de los creadores sudamericanos, no hay más que dejarse llevar por una historia que atrapa y conmueve a partes iguales.
Además, para redondear lo que se cuenta, la película cuenta con una dirección de fotografía maravillosa, espectacular. La belleza helada y esas cosas. Las localizaciones, cercanas al Círculo Polar Ártico, aparte de ser parte importante de la trama, consiguen añadir una potencia visual devastadora.
El principal problema que tiene es que no sabe rematar. Cuando por fin hemos entrado en el mundo de No llores, vuela, esta se acaba de forma repentina y poco elocuente. Al estilo onírico que propone, pero para mal en este caso. No es como dejar atrás el sueño entre la bruma del pensamiento lúcido, sino más bien como ese despertar repentino que deja el alma encogida por salir de un mundo tan bello como inexistente. La brusquedad final empaña de algún modo una cinta que podría haber resultado magistral.
En el fondo, la gran fuerza del film radica en su capacidad para sugerir y para no abandonar nunca esa dicotomía tan bien trabajada que ya se ha comentado y de la que hace gala. No hay buenos ni malos, no hay avería y redención, no hay catarsis ni desesperaciones. Hay decisiones que toman los personajes, cada uno acorde a sus circunstancias y su modo de ser o de pensar, y no se emite ningún juicio de valor sobre las mismas. Es el público el que debe sacar sus propias conclusiones.
Por eso, pese a su abrupto termino, No llores, vuela se convierte en una película que se debe ver, pero con el corazón en la mano y acudiendo a ella sin prejuicios. Si uno se deja atrapar por el gélido viento del norte quizá pase algo de frío, pero algún resquicio encontrará éste en el espíritu para colarse hasta el fondo. Al fin y al cabo, ¿Qué es la verdad, sino una esquirla de hielo?
Miguel de la Asunción
Crítica realizada para www.cinemaldito.com
No llores, vuela no es estrictamente una historia de catarsis, de redención, no es una historia de culpabilidad y perdón, no es una historia sobre la desesperación y los clavos ardiendo ni sobre los misterios insondables del universo. Ni, ante todo, es una historia sobre las elecciones que hacemos y lo que se gana por lo que se pierde. Pero es todo eso, y mucho más. A fin de cuentas, somos más que las partes que nos conforman.
A través de dos interpretaciones inmensas de sus dos protagonistas, ambos soberbios. Jennifer Connelly ejerce la desesperación como una fuerza de naturaleza, realiza un trabajo absolutamente magnético. Su belleza invernal la asumen perfectamente los escenarios canadienses donde se rueda este film para hacerla brillar aun más. Por su parte, Cillian Murphy sigue demostrando película tras película que es, probablemente, uno de los actores más versátiles que han dado los tiempos recientes. Lo mismo es un niño rico, que un adolescente transexual, que, como en esta ocasión, un hombre tan roto que perturba los sentidos en un rol que nunca es fácil de hacer y que convierte en algo electrizante. Entre ellos, aunque como hilo conductor, Mèlanie Laurent se queda un poco a la sombra de estos dos colosos.
El film no para en ningún momento de jugar con una dicotomía centrada en el tiempo, en los lugares y en sus personajes. La estructura interna puede hacer que el espectador tarde un poco en entrar en el juego propuesto por la directora peruana. No obstante, cuando por fin accede al fascinante mundo ofrecido, con esos matices de realismo mágico típicos de los creadores sudamericanos, no hay más que dejarse llevar por una historia que atrapa y conmueve a partes iguales.
Además, para redondear lo que se cuenta, la película cuenta con una dirección de fotografía maravillosa, espectacular. La belleza helada y esas cosas. Las localizaciones, cercanas al Círculo Polar Ártico, aparte de ser parte importante de la trama, consiguen añadir una potencia visual devastadora.
El principal problema que tiene es que no sabe rematar. Cuando por fin hemos entrado en el mundo de No llores, vuela, esta se acaba de forma repentina y poco elocuente. Al estilo onírico que propone, pero para mal en este caso. No es como dejar atrás el sueño entre la bruma del pensamiento lúcido, sino más bien como ese despertar repentino que deja el alma encogida por salir de un mundo tan bello como inexistente. La brusquedad final empaña de algún modo una cinta que podría haber resultado magistral.
En el fondo, la gran fuerza del film radica en su capacidad para sugerir y para no abandonar nunca esa dicotomía tan bien trabajada que ya se ha comentado y de la que hace gala. No hay buenos ni malos, no hay avería y redención, no hay catarsis ni desesperaciones. Hay decisiones que toman los personajes, cada uno acorde a sus circunstancias y su modo de ser o de pensar, y no se emite ningún juicio de valor sobre las mismas. Es el público el que debe sacar sus propias conclusiones.
Por eso, pese a su abrupto termino, No llores, vuela se convierte en una película que se debe ver, pero con el corazón en la mano y acudiendo a ella sin prejuicios. Si uno se deja atrapar por el gélido viento del norte quizá pase algo de frío, pero algún resquicio encontrará éste en el espíritu para colarse hasta el fondo. Al fin y al cabo, ¿Qué es la verdad, sino una esquirla de hielo?
Miguel de la Asunción
Crítica realizada para www.cinemaldito.com
17 de enero de 2022
17 de enero de 2022
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Occidente tenemos a Horacio con el tempus fugit; en Oriente el mono no aware, la sensibilidad de lo efímero. Como en aquel famoso haiku de Bashō (Mi mente evoca/multitud de recuerdos/¡estos cerezos!) el tiempo no espera a nada y a nadie. Y a veces se tarda toda una vida en comprender esto. No todos pudimos madurar de Yoshishiro Mori es un ejemplo sublime sobre esta idea. Una cinta construida a ritmo lento, como la propia vida, como la propia historia.
Los fans del cine asiático verán en la parte técnica un homenaje muy claro a Peppermint Candy: una película que avanza constantemente mediante saltos en el tiempo hacia atrás. No un flashback hasta llegar al momento presente, sino que pide un esfuerzo del espectador, que tendrá que recordar los símbolos del presente para ver cómo llegan hasta ahí desde el pasado. Pero a diferencia del largometraje coreano, esta película no pretende tener tintes políticos ni una crítica social: es simplemente una historia de amor y madurez que presenta a su protagonista, el señor Sato, obsesionado con la idea de los adultos comunes, de convertirse o no en la persona que uno quiere ser. Una idea que, en mayor o menor grado, todo el mundo puede compartir.
A partir de ahí, hay un trabajo magnífico para ver cómo ha llegado el personaje a ese punto. Una vida marcada por las ilusiones juveniles que se resisten a escurrirse entre los dedos. Por el primer amor, lo que deja dentro y no consigue escapar. Por las batallas perdidas y las batallas que uno aún no sabe que va a perder: en cualquier caso siempre la misma guerra. Las elecciones vitales de Sato le llevan adónde está, pero ¿le llevan dónde querría estar? ¿en qué punto se tuerce todo? ¿Qué hacer cuando descubres que el tiempo te ha adelantado por la derecha? Es fantástica, de verdad. Con los personajes bien construidos y los trabajos de amor perdidos.
Los fans del cine asiático verán en la parte técnica un homenaje muy claro a Peppermint Candy: una película que avanza constantemente mediante saltos en el tiempo hacia atrás. No un flashback hasta llegar al momento presente, sino que pide un esfuerzo del espectador, que tendrá que recordar los símbolos del presente para ver cómo llegan hasta ahí desde el pasado. Pero a diferencia del largometraje coreano, esta película no pretende tener tintes políticos ni una crítica social: es simplemente una historia de amor y madurez que presenta a su protagonista, el señor Sato, obsesionado con la idea de los adultos comunes, de convertirse o no en la persona que uno quiere ser. Una idea que, en mayor o menor grado, todo el mundo puede compartir.
A partir de ahí, hay un trabajo magnífico para ver cómo ha llegado el personaje a ese punto. Una vida marcada por las ilusiones juveniles que se resisten a escurrirse entre los dedos. Por el primer amor, lo que deja dentro y no consigue escapar. Por las batallas perdidas y las batallas que uno aún no sabe que va a perder: en cualquier caso siempre la misma guerra. Las elecciones vitales de Sato le llevan adónde está, pero ¿le llevan dónde querría estar? ¿en qué punto se tuerce todo? ¿Qué hacer cuando descubres que el tiempo te ha adelantado por la derecha? Es fantástica, de verdad. Con los personajes bien construidos y los trabajos de amor perdidos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me detengo en la admiración de la escena final, ese paseo nocturno solitario por el Tokio confinado, primero al ritmo de Kenji Ozawa y luego con el eco de los pasos por las calles, el eslalon entre recuerdos y personas del pasado. Los que fueron efímeros pero importantes. Los que fueron importantes pero no volverán. Los amores imposibles, los amigos olvidados, los lugares eternos. Es precioso, de verdad. Merece la pena verlo.
7
19 de febrero de 2024
19 de febrero de 2024
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que el día a día de miles y millones de usuarios de Internet gira en torno a las redes sociales es un hecho. Pese a los movimientos que han ido surgiendo alertando de los peligros de las mismas y los intentos, incluso de sus mismos creadores, de sustituirlos por otras alternativas no basadas en la dopamina, la continua vorágine de feeds, reels y likes: Internet no para y no espera a nadie. Con un título como 'Señora influencer' uno puede esperar algo sobre esta cinta de Carlos Santos, una historia centrada en aquellas personas cuya labor surge de estas mismas redes, que engrasan la maquinaria, que hacen girar todo el entramado que ha ido creándose en pocos años.
Ya en los primeros compases todo parece indicar que estamos ante una comedia inocente, naif, común. Una mujer de mediana edad con algún tipo de problema mental descubre gracias a los reels de Instagram cómo ser y sentirse mejor y decide hacerse influencer. Aunque al principio la gente se ríe de ella, su mensaje positivista va calando y logra cumplir su objetivo. Y sí, de acuerdo, se podría decir que esa es la línea principal. Un resumen que se deja mucho en el tintero. Porque bajo esa pretensión de inocencia, la película avanza por lugares mucho más oscuros y profundos.
No es solo la agudeza del retrato de su director de lo insustancial de este mundillo (parafraseando a Antonio Machado, esas "redes que el mar escupe, enjutas y vacías") encarnado en las figuras de Sofi y Cami, fantásticas Macarena García y Diana Carreiro, y su realidad medida en vídeos, colores brillantes y números de seguidores. Ni tampoco el reflejo de la dicotomía del coaching entre sus postulados y la realidad contante y sonante. Es esa manera de realizar giros oscuros, dramáticos, y sacar a la luz una gran cantidad de problemáticas - salud mental, exposición, maltrato, arte o relaciones afectivas - dejando que cada cuál saque sus conclusiones.
Algo que consigue con una mezcla entre guion y actriz. Como si siguiese la línea de la columnista de Ivo von Aart o de Bella en 'Pleasure', la trama va convirtiéndose en algo más negro gracias a la capacidad de su propia actriz protagonista, una inconmensurable Mónica Huarte, en reinventarse a sí misma secuencia tras secuencia, en avanzar junto a su personaje para dejar entrar en la pantalla todos sus claroscuros.
En definitiva, una grata sorpresa capaz de hacer honor a su título yendo más allá de las apariencias.
Ya en los primeros compases todo parece indicar que estamos ante una comedia inocente, naif, común. Una mujer de mediana edad con algún tipo de problema mental descubre gracias a los reels de Instagram cómo ser y sentirse mejor y decide hacerse influencer. Aunque al principio la gente se ríe de ella, su mensaje positivista va calando y logra cumplir su objetivo. Y sí, de acuerdo, se podría decir que esa es la línea principal. Un resumen que se deja mucho en el tintero. Porque bajo esa pretensión de inocencia, la película avanza por lugares mucho más oscuros y profundos.
No es solo la agudeza del retrato de su director de lo insustancial de este mundillo (parafraseando a Antonio Machado, esas "redes que el mar escupe, enjutas y vacías") encarnado en las figuras de Sofi y Cami, fantásticas Macarena García y Diana Carreiro, y su realidad medida en vídeos, colores brillantes y números de seguidores. Ni tampoco el reflejo de la dicotomía del coaching entre sus postulados y la realidad contante y sonante. Es esa manera de realizar giros oscuros, dramáticos, y sacar a la luz una gran cantidad de problemáticas - salud mental, exposición, maltrato, arte o relaciones afectivas - dejando que cada cuál saque sus conclusiones.
Algo que consigue con una mezcla entre guion y actriz. Como si siguiese la línea de la columnista de Ivo von Aart o de Bella en 'Pleasure', la trama va convirtiéndose en algo más negro gracias a la capacidad de su propia actriz protagonista, una inconmensurable Mónica Huarte, en reinventarse a sí misma secuencia tras secuencia, en avanzar junto a su personaje para dejar entrar en la pantalla todos sus claroscuros.
En definitiva, una grata sorpresa capaz de hacer honor a su título yendo más allá de las apariencias.
Más sobre Of The Assumption
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here