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España España · madrid
Críticas de martin
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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
8
8 de febrero de 2016
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En septiembre de 1943, mientras Ana Frank escribía su diario en el escondite de Amsterdam, las palabras de otra joven judía se apagaban en Auschwitz. Etty Hillesum tenía entonces 27 años y su diario también se hizo famoso tiempo después. Una de las cosas más notables en sus escritos es la evolución espiritual y religiosa, llegando a establecer un diálogo íntimo con Dios en sus oraciones.

El Holocausto fue un hito que hizo temblar las concepciones teológicas y filosóficas tradicionales. Como analiza el sociólogo Ulrich Beck en El Dios personal, la modernidad implica un proceso de secularización y de individualización en la experiencia divina, que lejos de debilitarla radicaliza su personalización y amplía sus horizontes.

El profesor alemán utiliza el ejemplo de Hillesum para mostrar una nueva relación del individuo con su Fe, más íntima y alejada del dogma, condicionada por las circunstancias. En otro escenario de la Shoa, esta vez en la ficción, sucede la historia de un hombre en parecidas circunstancias, que afronta la certidumbre de la muerte desde sus más íntimas creencias. La película húngara viene avalada por el Gran Premio del Jurado en Cannes y el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa.

El hijo de Saúl narra con enorme crudeza el día a día de un prisionero judío integrado en un sonderkommando de un campo de exterminio. Estas unidades de trabajo esclavo estaban destinadas a las cámaras de gas y los crematorios, encargándose de las peores tareas imaginables. En cierto momento, Saúl descubre a un niño entre los asesinados y decide que lo enterrará conforme al rito religioso, le cueste lo que le cueste.

László Nemes, debutante en el largometraje, demuestra haber sido un alumno notable del célebre Béla Tarr, siendo su asistente durante algunos años. Lo refleja su estilo tras la cámara, deudor del Cinema Verité de los neorrealistas italianos y la vanguardia francesa. Una reacción del cine europeo al clasicismo holywoodense, que a través del método documental presenta un tipo de realismo subjetivo. Otros que bebieron y beben de esta corriente artística fueron Cassavetes, Van Sant o Haneke.

En el Hijo de Saúl el joven director húngaro sigue a su protagonista a muy corta distancia. El actor Géza Röhrig llena la pantalla, literalmente. El horror a su alrededor aparece desenfocado, pero la intuición del espectador completa el paisaje de desolación con un efecto acaso más profundo. El punto de vista permite observar la íntima vivencia en primer plano y de fondo la cadena de desmontaje humano. Saúl, como Etty Hillesum, se recluye en sí mismo para sobrevivir. Expuesto en todo momento a la muerte, encuentra en el enterramiento apropiado del muchacho su único propósito vital, tal vez como una forma de salvación de su alma.

Desde un punto de vista profano y descarnado, sin apenas artificios ni banda sonora, la película muestra el esfuerzo religioso de Saúl en mitad del horror, como el intento por dar sentido a su existencia más allá de lo puramente biológico. A su alrededor, el engranaje homicida se presenta con detalle pese a la pátina de pudor que lo hace aparecer casi siempre fuera de foco. Desde el lavado de las cámaras de gas al vertido de cenizas al río; incluyendo una escena de exacerbado automatismo en el exterminio, cuando se acelera el proceso y los nazis comienzan a aniquilar a sus prisioneros a tiros al borde de una fosa. Imágenes que recuerdan a la masacre final en Katyn, de Wajda.

A partir de este momento los acontecimientos se precipitan hacia un desenlace que es como un día de tormenta en el que por un momento parece que va a salir el sol. Nemes aporta y arriesga con un punto de vista original en la manera de narrar el Holocausto, que sitúa al espectador en un lugar a la intemperie, indefenso. Un ejercicio cinematográfico excelente, tratándose de una ópera prima. Sin embargo, más allá de una puesta en escena innovadora y algunas escenas muy contundentes, la película no hace más que constatar un horror ya retratado en películas de mayor calado.

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martin
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6
1 de marzo de 2017
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“La esclavitud no es una mancha en la historia de Estados Unidos, es la historia de Estados Unidos” proclamó en rueda de prensa una de las actrices del reparto de El nacimiento de una nación. Efectivamente, el desarrollo económico de EE.UU., como el de las potencias de la vieja Europa previamente, no se entiende sin la explotación y la esclavitud. He aquí el origen del capitalismo y la globalización. Lo explicó muy bien el uruguayo Eduardo Galeano en aquella necesaria lección de Historia llamada Las venas abiertas de América Latina. El debutante Nate Parker no llega a tal categoría, pero sí suma a la denuncia universal de la barbarie con su terrible retrato de la esclavitud.

El nacimiento de una nación está basada en la historia real de la rebelión de Nate Turner, un esclavo instruido y convertido en predicador, que fue utilizado como antídoto contra las ansias de insurrección hasta que él mismo estalló contra sus amos, liderando la revuelta.

La película golpea inmisericorde la sensibilidad del espectador, expuesta a todas las violencias que imagina perfectamente, sin más filtro que sus propios párpados cerrados. Y está bien que así sea porque, a pesar de que pueda incurrir en cierta estetización, sólo la exposición directa a la cruda verdad de la tortura puede evitar el riesgo de que se banalice. Recordamos aquí los didácticos y espeluznantes pasajes de la novela de Isaac Rosa El vano ayer, en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol madrileña.

Viendo el film de Parker es inevitable acordarse de 12 años de esclavitud de Steve McQueen, aunque pueda parecer injusto, ya que cuentan historias diferentes. Sale perdiendo en la comparación. Allá donde McQueen elaboró una narración elegante, visualmente poderosa y una lectura política profunda; Parker incursiona con vehemencia – quizá con la ambición poco disimulada de la trascendencia -, repitiendo un esquema efectista y melodramático puede que incluso conveniente en la intención de dejar al espectador en estado de shock.

Lo mejor de The birth of a nation ocurre en su primera mitad: la ambientación y puesta en escena de los personajes principales; la historia de amor como salvación del alma; la educación y la Biblia como herramientas revolucionarias. Después se va desinflando con un último tercio estilo Braveheart, que no colma los deseos de revancha, y que tampoco acierta con el tono épico. Se trata pues de una película destinada a agitar conciencias, pero que abusa de grandilocuencia sin demostrar recursos originales.

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martin
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7
8 de febrero de 2016
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En 2006 la policía detuvo en el centro de Londres a un señor que portaba una pancarta con el mensaje: “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”. Se lo acusó de transgredir la reciente ley que prohíbe llevar a cabo protestas políticas a menos de 500 metros del parlamento sin autorización. La Ley Mordaza silenciando a Orwell. Sobrecoge la ironía de los tiempos que nos ha tocado vivir.

El eslogan orwelliano también podría ser el de La gran apuesta, película dirigida por Adam McKay, adaptación del libro homónimo de Michael Lewis. Se trata de la historia real de algunas de las personas que lograron prever el colapso inmobiliario de 2007 en EEUU, dando lugar a la crisis económica mundial, y que decidieron apostar contra el sistema, ganando mucho dinero. Los personajes en la ficción parten de diversos lugares dentro del sistema, sus motivaciones son diferentes, y atravesando el lodazal de corrupción y necedad que es el sistema financiero llegarán a conclusiones dispares.

Pero antes, un aperitivo de lo que es la especulación financiera.

¿Alguien se acuerda de Alessio Rastani? Probablemente no. En 2011, durante una entrevista en la BBC, este agente de bolsa – trader – independiente, expresó una verdad que rara vez alguien de su sector admite en público. Lo hizo, no como un acto revolucionario o una confesión, sino jactándose del negocio que se trae entre manos: “Soy un trader (…) si veo una oportunidad de ganar dinero, voy a por ella. A los traders no nos preocupa que la economía se arregle. Nuestro trabajo es ganar dinero con eso”.

Esta es la clase de tipos que se topa Mark Baum, personaje interpretado con gran talento por Steve Carell, en La gran apuesta. El propio Baum pertenece al gremio, en un fondo de inversiones, pero desde el inicio es la voz descreída con el sistema que va guiando al espectador por el itinerario de la crisis desde su gestación, un par de años antes. La otra voz, a veces en off, que narra los hechos es la de Ryan Goslin, en el papel del antihéroe entre los antihéroes. Un empleado del Deutsche Bank que apuesta contra sus patronos. Una especie de Jordan Beltfore (El lobo de Wall Street y la vida real) sin los excesos derivados de las drogas. Christian Bale hace del agente semi-autista de otro fondo de inversiones que descubre en primer lugar la burbuja inmobiliaria que se está formando. Su excentricidad más notable es escuchar a todo volumen Pantera y Metallica para concentrarse en el trabajo. Brad Pitt, también productor ejecutivo de la película, se reserva un rol de experto retirado, completamente outsider, que vuelve como mentor de dos pipiolos que buscan “jugar” con los grandes. Es la voz de la conciencia, como ya lo fue en 12 años de esclavitud, y tiene una de las mejores alocuciones de la peli, cortando en seco el festejo de sus discípulos: “Estamos apostando contra la economía de EEUU. Si tenemos razón, la gente perderá sus casas, sus trabajos. La gente perderá sus pensiones. ¿Sabes lo que odio de la jodida banca? Que reduce a la gente a números. Aquí va un número: cada 1% que sube el paro 40.000 personas mueren, ¿lo sabías?”

Excelente guión, diálogos agudos, actuaciones solventes e incluso notables (actrices no hay, esta es una historia de machos). Un drama contado en un acertado tono de comedia negra, con un montaje quizá demasiado agitado, pero resolutivo e inteligente en su tratamiento de un tema complejo como es la macroeconomía. Se vale de múltiples acotaciones explícitas para facilitar la comprensión al espectador, un poco al estilo Michael Moore en sus documentales; la más divertida, los cameos de famosos explicando metafóricamente conceptos económicos. La ocurrencia ya viene en el libro, aunque cambian las celebrities. Aquí son la actriz Margot Robbie (la mujer de Beltfore en El lobo de Wall Street), el chef Tony Bourdain y la cantante Selena Gómez.

La gran apuesta cumple con lo que promete. Es didáctica y entretenida, hablando de un tema complejo y que podría resultar tedioso. Habrá quien atribuya más culpa del desastre a la estupidez y otros a la vileza de mercados e instituciones. La película apuesta por una fórmula mixta bastante verosímil. Seguramente no sea revolucionaria, pero lo que sin duda contiene es mucha verdad.

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martin
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8
8 de febrero de 2016
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Un dato interesante y paradójico: con el dinero que ha costado producir Gravity, Interestellar y The Martian se podrían enviar cinco misiones orbitales reales a Marte. A esto se refieren los especialistas cuando dicen que ese gran paso para la humanidad, que es poner pie en el planeta rojo, no es ciencia-ficción sino cuestión de tiempo y sobre todo de voluntad política (traducido: dinero). Lo cierto es que el presupuesto de la NASA se ha ido reduciendo año tras año. Ha sido un golpe de efecto mediático muy oportuno encontrar agua en Marte apenas unas semanas antes del estreno mundial de The Martian. No es ningún secreto el apoyo que brinda la institución espacial a la película, y desde luego la mayoría de los expertos que la han visto alaban su verosimilitud, con pocas objeciones.

The Martian primero fue el libro de Andy Weir, un ingeniero apasionado del espacio, que narró con desparpajo, y convirtió en éxito, la historia de un astronauta náufrago que debe ingeniárselas para sobrevivir cuatro años en uno de los entornos naturales más difíciles conocidos, hasta que pueda llegar una misión de rescate.

La adaptación es obra del guionista Drew Goddard, conocido entre otras cosas por dirigir la sorprendente Cabin in the woods (2012). Ridley Scott se vale de este as en la manga para hacer una de sus mejores películas en bastante tiempo, en el género en que más destaca, la ciencia-ficción. También Matt Damon se está haciendo al traje espacial, repite tras Interestellar, y ofrece una interpretación sólida como protagonista, con más registros de lo que tiene acostumbrado. El personaje de Mark Watney así lo requiere. Un botánico socarrón, pero metódico e inteligente, con muchas ganas de vivir. Y lo que es mejor, no hay y no hace falta una familia angustiada que tiña de melodrama la cinta. En cambio, las pasiones se ven reflejadas en un abanico de personajes – desde sus compañeros de misión a los técnicos en tierra y la gente común congregada en las plazas -, que comparten el parentesco más esencial, la humanidad. De ahí el lema promocional de la película, “Bring him home”.

Hace unas semanas se estrenó Everest en España. La historia real de unos montañeros atrapados fuera del alcance de cualquier ayuda. The Martian participa de la misma premisa: un lugar realmente hostil, frío, sin oxígeno incluso, donde el rescate es casi imposible. No obstante, el film de Scott resuelve con mayor acierto, gracias a un sentido equilibrado del ritmo narrativo, la tensión, las emociones y porqué no, del humor. Elementos, todos ellos, indispensables para una buena película de aventuras. Sin la profundidad trascendental de Interestellar y menos trepidante que Gravity, se podría decir que The Martian apuesta por el realismo de un futuro cercano donde la ciencia es la verdadera protagonista y te salva el culo. O como dice Watney cuando se ve en problemas: “I’m gonna have to science the shit out of this”.

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5
8 de febrero de 2016
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“Para cuando volví al campamento base, nueve alpinistas de cuatro expediciones distintas habían muerto ya, y aún habría otras tres víctimas antes de que terminara el mes”. Es parte del testimonio del periodista y montañero Jon Krakauer, contenido en su libro Mal de altura, que relata la tragedia ocurrida el 10 de mayo de 1996 en la cumbre más alta del planeta.

Aquel día una fuerte tormenta sorprendió a varios alpinistas cuando descendían de la cima del Everest, dejándolos atrapados a más de 8.000 metros. La crónica de Krakauer sirve de inspiración al guión de esta superproducción de 65 millones de dólares, llena de caras conocidas. Anteriormente, otro de sus exitosos libros, Hacia rutas salvajes, ya había sido llevado al cine por Sean Penn.

Uno de los aciertos de Everest es la cuidada ambientación y las impresionantes tomas aéreas. Apoyadas en el 3D imprimen una dosis de espectacularidad a la cinta que hace lucir la montaña entre majestuosa y amenazante. Sin duda este apartado agradará tanto al gran público como al ojo del escalador.

En cambio, el principal defecto de la cinta dirigida por Baltasar Kormákur se encuentra en una estructura del relato demasiado lineal y previsible, plagada de personajes estereotipados: el héroe, el débil, el chulo, el tipo duro… y mejor no entrar a valorar los papeles femeninos, plañideras en una historia eminentemente masculina.

Junto a la historia de supervivencia, se trata otro tema interesante en la película, aunque sea de soslayo. La masificación causada por la comercialización de expediciones a la cima del Everest, que ha proliferado desde los años 90. Más de 6.000 personas han subido la montaña hasta la fecha. Se sacan 500 kgs de basura cada año. El legendario alpinista vasco Juanito Oiarzabal, que ha hecho cumbre en dos ocasiones, comentó hace dos años a este respecto: “Ha perdido toda la identidad, el prestigio y la ética (…) las agencias no piden ningún requisito ni experiencia en alpinismo para subir. Se ha convertido en una montaña vulnerable, masificada”. Y al interés de la empresa privada se suma el del gobierno nepalí, que cobra 10.000 euros por cada permiso de ascensión. Las dificultades asociadas a esta superpoblación de turistas de altura se dejan notar en la película, siendo un factor más en la tragedia que está por desencadenarse. Aunque finalmente se adjudica la responsabilidad última del desastre al mal tiempo, como no.

Lamentablemente, Everest pierde el rumbo en mitad de la ventisca, sin alcanzar las cotas de tensión ni la épica que merecen un escenario natural y una historia como estos. Muchas estrellas holywoodienses ocultas tras un cielo lleno de nubarrones. Un jefe de expedición, Kormákur, congelado ante las circunstancias. Y lo más importante, alguien olvidó enviar sherpas por delante que salven la papeleta.

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