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Críticas 157
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
13 de mayo de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace más de un año nos enterábamos que Emma Watson se encontraba en el sur de Chile y nadie tenía claro el por qué. Finalmente se supo que protagonizaría un film alemán sobre Colonia Dignidad, secta religiosa que sirvió como centro de detención y tortura durante la Dictadura Militar de Chile en 1973.

Antes que todo, hay que comenzar diciendo que la cinta tiene muchas inexactitudes y escaso detalle histórico a la realidad de lo vivido durante la Dictadura en Chile, sin embargo, esto es relativamente aceptable considerando su condición de cinta extranjera y su apuesta por una visión externa. Es omisible, por ejemplo, el tema del idioma, ya que se entiende que presenten a los chilenos hablando en inglés, más allá de que no sea el idioma nativo del mismo país. Finalmente es sólo un recurso que, si bien pase por alto la realidad, esto es “ficción basada en hechos reales”. No es la primera película que lo haga y no será la última, aunque para algunos sea considerado como un error y de los graves.

Otros detalles que podrían confirmar diferencias con la realidad, como la facilidad para ingresar a Colonia Dignidad, o el actuar de las fuerzas policiales que resulta mucho más compasivo en algunos casos a cómo se llevó a cabo el genocidio, tampoco alcanzan para apuntar negativamente a la cinta, ya que ‘Colonia’ es derechamente un thriller dramático ambientado en el Chile de la Dictadura con una historia de amor como eje principal y NO un documental sobre Villa Baviera ni el Régimen Militar encabezado por A. Pinochet. Dicho esto y centrándonos en la cinta como lo que es, continuamos.

Florian Gallenberger dirige ‘Colonia’, una producción alemana que nos cuenta la historia de Daniel (Daniel Brühl), un fotógrafo alemán simpatizante del gobierno socialista de Salvador Allende que reside en Chile, quien se reencuentra con Lena (Emma Watson), su novia azafata que recién llega al país. Juntos, son detenidos el mismo día del Golpe Militar y Daniel es trasladado a Colonia Dignidad, una secta religiosa que operaba secretamente como centro de detención y tortura. Lena, liberada, decide infiltrarse en la secta para rescatar a Daniel.

Filmada en Alemania y Argentina, ‘Colonia’ nos sitúa un 10 de septiembre de 1973, un día antes que la Junta Militar decidiera derrocar al Presidente Allende e iniciar una de las matanzas más cruentas que la historia contemporánea recuerde en Latinoamérica. De aquí en adelante se aprecia un interesante trabajo de dirección y decisiones en la edición, ya que abundan las locaciones cerradas y planos que evitan la aglomeración masiva de gente en pantalla o grandes manifestaciones públicas, así como imágenes reales de archivo que podría haberle dado más contexto histórico a la trama. Esto es finalmente un acierto ya que se nos invita a centrarnos en la relación de Daniel y Lena, aunque sin dejar de darle peso al clima de urgencia y persecución que ya se respiraba en Santiago de Chile.

Tras la detención, la historia nos conduce por un thriller bien llevado, de construcción sencilla, sin grandes giros ni sorpresas y con esperadas situaciones predecibles, con un campo de concentración en Chile en pleno régimen militar como excusa para darle sustento a este amor capaz de traspasar cualquier barrera. Otro acierto (en función del objetivo del filme aunque alejado de la realidad) resulta el no plasmar en pantalla el morbo e imágenes de abuso y violencia excesiva de manera explícita, excepto cuando la historia lo requería. Otra vez, para poner énfasis en las relaciones; esta vez, las construidas al interior de la secta con secundarios, tanto por Daniel como por Lena, elementos claves para forjar el plan de escape y retratar el horror del claustro, el maltrato y las violaciones a los derechos humanos.

Sin ser sobresalientes, el trabajo interpretativo tanto de Daniel Brühl (‘Good Bye Lenin’) como de Michael Nyqvist (‘Mission Impossible: Ghost Protocol’) cumplen a cabalidad, donde este último, de un parecido físico muy similar al propio Paul Schäfer, líder de la secta, define al monstruo, brazo aliado de Pinochet que escondido bajo el manto de la caridad, operaba como líder de una secta con bases católicas en donde se torturaba, se fabricaban armas letales y se establecía una relación directa con el Gobierno Alemán, de estricto apoyo a la Dictadura Militar en Chile durante ese período. Emma Watson, por su parte, no consigue dibujar completamente su personaje y su falta de carisma y expresividad dramática vuelve a quedar al descubierto, tal como en ‘Regression’ (2015) de Alejandro Amenábar, su también más reciente trabajo.

Como producción europea independiente y con un presupuesto que apenas superó los 10 millones de dólares, ‘Colonia’ aprueba por la correcta conducción de su hilo argumental, el ascendente grado de tensión que alcanza gracias a -en parte- una banda sonora cautivante, la simpleza de un relato de amor con tintes de suspenso y violencia, sus correctas interpretaciones y el arrojo de un director que plasmó soterradamente la realidad sobre el apoyo fundamental que recibió el Gobierno Militar en Chile por parte de EEUU y la propia Alemania.

Como contraparte, la falta de rigor histórico es evidente. La cinta opera brillantemente como un thriller de suspenso con una estrella de Hollywood entre sus filas, pero resulta hasta insensible con las reales víctimas de uno de los asentamientos más brutales que hayan existido en Sudamérica y que, si se pretendía ser utilizado como un facilitador para plasmar una historia de amor, funciona, aunque resulta frívolo e injusto si consideramos que Colonia Dignidad fue mucho peor a como se retrata en la película. No es un documental, no es un drama político, no es un proyecto de investigación ni de denuncia. Es una historia de amor, y funciona como tal, sin dejar de ser interesante para quienes desconocen algunas de las aristas del período más oscuro en la Historia de Chile.


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17 de noviembre de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría el año 2003 en Chile cuando, tras tres instancias judiciales, Karen Atala, una destacada abogada y jueza chilena perdía la tuición de sus hijas a causa de una demanda del padre, ya que la madre convivía junto a su nueva pareja. ¿La demanda? “No se encuentra capacitada para cuidar de las tres niñas, dado que su nueva opción de vida sexual sumada a una convivencia lésbica, estaban produciendo consecuencias dañinas al desarrollo de estas menores”. El caso fue llevado por la abogada a la Comisión Interamericana de DDHH, obligando al Estado de Chile siete años después a corregir la decisión, en un hecho emblemático para el continente.

Inspirada en el caso mencionado, Pepa San Martín dirige su primer largometraje, ‘Rara’, que coronó con el Premio Horizontes Latinos en el último Festival de San Sebastián. La cinta, lejos de biografiar el hecho, cuenta la historia de Sara (Julia Lübbert), una niña de 13 años que vive junto a su hermana menor Cata (Emilia Ossandón), a su madre (Mariana Loyola) y su pareja, Lia (Agustina Muñoz). Pero el siempre complicado inicio de su pre adolescencia se ve afectado por su padre (Daniel Muñoz), el que no aprueba que sus hijas convivan bajo el mismo techo con su mamá y su novia.

Junto con Sara, el espectador recorre sus días en el colegio, sus tardes en su casa de Viña del Mar junto a su familia, su interés por el niño que le gusta, sus conversaciones cotidianas y certeras con su mejor amiga y compañera en el pasillo y baños del colegio, y sus discusiones con la Cata. Sin embargo, es consciente de su situación: está en la mira de una sociedad que la apunta, que murmura tras las paredes, que la mantienen al filo de la normalidad, la aceptación o el cuestionamiento. San Martín consigue, desde la primera escena, hacernos parte de una familia encantadora, espontánea y natural. Bastan diez minutos para comprender años de historia. Así mismo, la posición del padre, sin ser ausente, también es explícita con las escenas siguientes. Con gran parte de las bases narrativas logradas, lo que queda no es más que una hora intensa de emociones que nos trasladan desde la alegría a la impotencia, del amor al odio, de la inocencia a la madurez.

La relación homoparental nunca es puesta en juicio por el relato ni expuesta de manera soterrada. La sensibilidad de la cámara de San Martín junto con el acabado guión -a cargo de la misma directora junto a Alicia Scherson (‘Play’, ‘Turistas’)- que no deja espacios para dudas o inconsistencias, naturalizan cualquier posibilidad de evaluación; nos convertimos rápidamente en un integrante más de la familia y no podemos hacer otra cosa sino empatizar con lo que significa para Sara, su hermana y su madre, dejar su casa para irse a vivir junto a su padre, demanda mediante. Llena de grandes momentos, en ‘Rara’ todo conspira para crear un relato mágico donde, paradójicamente, la realidad abunda y la palabra “injusticia” no hace más que removernos el piso y ver con otro cristal una verdad mucho más latente que la que podamos llegar a pensar. Escenarios acotados a interiores y locaciones mayormente cerradas también constituyen un trabajo de diseño intimista y totalmente necesario.

La otra mitad del éxito de la cinta la consigue su reparto de excepción. Tanto Julia Lübbert como la pequeña Emilia Ossandón se roban todas las miradas con un trabajo de interpretación superlativo, quienes resultan un deleite para la cámara a pesar de sus cortas edades, lejos de cualquier sobreactuación y con una facilidad de diálogo y trabajo físico envidiable para cualquier experimentado actor nacional. Por otra parte, tanto Mariana Loyola (‘La Nana’, ‘Génesis Nirvana’) como Agustina Muñoz (‘Viola’, ‘La Princesa de Francia’) sostienen una cinta desde la psicología femenina, donde todo el tiempo se respira inteligencia y mucho sentido común.

‘Rara’ es una película necesaria que, tras los créditos, provoca querer seguir conviviendo con ellas, verlas crecer, madurar, evolucionar, y que sin permiso, nos viene a educar; nos toma del brazo y nos abre los ojos. Desde la inocencia de una niña hasta el dolor de una madre y la malentendida preocupación de un padre, Pepa San Martín debuta en el cine con un filme sensible, potente y obligatoriamente pedagógico.


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14 de enero de 2017 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que todo, recomendar a quien desee ver esta película, ojalá evitar su trailer e incluso leer alguna sinopsis, las que inexplicablemente revelan parte importante de la trama, cuyo descubrimiento debiera correr por parte del espectador, ya que responden a uno de los giros de la cinta.

‘Allied’ es el título de la nueva película de Robert Zemeckis, director de obras cumbres como ‘Back to the Future’ (1985), ‘Forrest Gump’ (1994) o ‘Contact’ (1997), el que en esta ocasión se interna en plena Segunda Guerra Mundial, con un thriller de espionaje y romance que sigue la historia de Max (Brad Pitt), un agente secreto norteamericano que llega a la ciudad de Casablanca en Marruecos a cumplir una misión: acabar con el Cónsul alemán. Para ello debe unirse a Marianne (Marion Cotillard), espía francesa del bando aliado, de la que inevitablemente termina enamorándose.

Con actores del peso de Pitt y Cotillard, ‘Allied’ nos asegura un doble protagonismo compartido y la mitad del trabajo hecho, y es que ambos son capaces de levantar la película desde la escena inicial, momento en el que se conocen y con lo que comenzamos a disfrutar de una primera mitad muy entretenida: como interpretando los papeles de una obra muy bien ensayada, ambos espías aparentan ante su grupo social ser marido y mujer y llevar una vida perfecta de confianza y pasión, sin embargo, cuando se baja el telón, en la intimidad, deben repasar sus personalidades prefabricadas, él mejorar su francés, ella instruirlo en los siguientes pasos de la misión. La tensión aumenta en la medida que son sometidos a situaciones de la que no podrían fingir, y con ello juega Zemeckis.

Siguiendo un relato simple y certero, en medio de un ambiente bélico, la cinta explora con facilidad las redes de espionaje solapadas en medio de una alta sociedad misteriosa y corrompida, donde todo es mirado con lupa y el peligro acecha cualquier calle, cualquier bar, cualquier evento social, en una ciudad en medio del desierto africano que operaba como puerto estratégico francés. Ambos ocultan habilidades militares, la sangre fría y un corazón dispuesto a todo con tal de servir a la causa, aunque mimetizados como una pareja francesa en medio de los grandes salones, copas y risas, y el gran mérito es de Pitt y Cotillard, quienes con poco esfuerzo construyen dos potentísimos personajes. La dualidad de Marianne conquista: seductora, misteriosa y calculadora; mientras que Max opera desde el militarismo y el deber, aunque ambos sensibles al momento, la causa y las convicciones.

La segunda mitad da paso a una historia de amor más convencional, y es aquí donde lo que parecía ser puede no serlo, y la tensión aumenta en la medida que el misterio y los secretos se nos van develando.

Zemeckis evita los artilugios y llena de vida sus imágenes con la efectividad de uno de los mejores directores contadores de historias que existe. Su relato es inequívoco y carece de vacíos, no nos abruma con gran cantidad de personajes ni se esfuerza por darle contexto más allá de lo necesario al momento histórico; de esto último se encargan sus diálogos, su puesta en escena, sus decorados y sus delicadas y bien filmadas escenas bélicas. Si bien la cinta tampoco exuda originalidad, bien funciona como un correcto homenaje a ese cine pasado, donde el amor en tiempos de guerra era argumento codiciado por la industria.

Quizás el gran problema de la cinta es la relación entre ambos personajes que no termina por cuajar, y es que a pesar de la calidad interpretativa de ambos actores principales, la química entre ellos nunca se deja ver, opacando así grandes momentos que la película desperdicia. Sin embargo, ‘Allied’ cumple con creces como un thriller de espionaje con tintes de romance épico, el que trae de regreso a uno de los directores más veteranos de Hollywood.


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12 de noviembre de 2014
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Caminando entre las Tumbas” (A Walk Among the Tombstones) es el título de la segunda película como director de Scott Frank, tras lo que fue un buen primer intento con “The Lookout” en el año 2007. En esta ocasión, vuelve al terreno del thriller y el suspenso con Liam Neeson a la cabeza, actor que, a estas alturas, es un “género por sí mismo” con una seguidilla de películas de similar contenido y un papel que nos remite necesariamente al anterior y, así, sucesivamente. Hablo de “Taken” (2008), “Unknown” (2011), “Taken 2” (2012), “Non Stop” (2014) y ahora “A Walk Among the Tombstones”.

Neeson es Matt Scudder, un investigador privado, ex policía, con mucha experiencia, pero con el maltrato de una vida que le ha dejado muy poco que perder. Hasta que se ve envuelto en la investigación del secuestro y muerte de la esposa de un traficante, viéndose atrapado en un laberinto lleno de pistas, misterios y disparos.

Resulta impresionante ver cómo, en la industria del cine –y principalmente en el norteamericano-, hay fórmulas que nunca se agotarán. Cintas de estas mismas características son estrenadas, al menos, dos o tres por semana en los EEUU. Y más impresionante es darnos cuenta que siempre habrá un público cautivo dispuesto a disfrutar de este tipo de películas. Pero contextualicemos: Hablo de ese thriller moderno que, bebiendo del mejor noir, nos presenta a un protagonista (hombre), que se desenvuelve en la mayoría de las veces en New York, tras los pasos de un misterio, atando cabos y resolviendo un misterio, pero, a diferencia del mejor cine negro, haciendo uso de los más efectivos recursos cinematográficos (cámara en mano, golpes de sonido, efectos visuales), harta droga y mucho actor de reparto. Y por supuesto, un final bajo la lluvia.

Es en parte el caso de “Caminando entre las Tumbas”, película que parte presentándonos de manera correcta a los personajes principales, a un antihéroe que nos lleva por un camino de pistas y señuelos como el mejor y más clásico de los suspense, pero que va perdiendo fuerza y credibilidad cada vez que el director opta por insertar gags y situaciones poco lógicas para la tensión, que nos sacan violentamente del momento; un recurso necesario para mantener al espectador lo suficientemente contento, pero una evidencia de la falta de herramientas para mantener la atmósfera a costa de una buena narración.

El guion, a cargo del propio Scott Frank y basado en la novela de Lawrence Block, no cae en situaciones obvias. El director se muestra convencido de lo que hace detrás de la pluma, sin profundizar demasiado en lo innecesario (lo que siempre se agradece) y las secuencias están correctamente armadas. Gran parte es gracias a Liam Neeson, actor de carácter, capaz de arreglar la peor de las escenas con tan sólo una mirada. El montaje es elegante y la violencia, si bien se desata por momentos, se mantiene al ritmo de la historia. La música también hace su trabajo. El cubano guatemalteco Carlos Rafael Rivera, quien ya musicalizó filmes como “Crash” (2005) de Paul Haggis y “Dragonfly” (2002) de Tom Shadyac, interpreta la atmósfera perfecta para un filme que lo requería con urgencia y el resultado es sencillamente impecable.

Pero al término de los créditos finales no nos quedamos con nada, y eso es lo que vale. Casi dos horas de interés por una buena -y archi repetida- historia manchada por gags inútiles, con personajes que no recordaremos y un desenlace demasiado previsible.

La película funciona como una partitura, muy bien en su forma, pero igual que las innumerables partituras convertidas en thriller que nos llegan semana a semana. Y es acá cuando cobra valor el párrafo sobre “este tipo de películas”. Y es que ante tan grande que es la oferta, la excelencia es mucho más competitiva, por lo que debemos siempre exigirle más a “este tipo de películas”.

“Caminando entre las Tumbas” no es más que un buen momento para comer pop corn, reírse cuando no deberíamos hacerlo y no sorprendernos cuando deberíamos. Sin embargo, aprueba sólo por cerrar el círculo que empieza y como aliciente para un director que hace sus primera armas en un género que pide a gritos más David Fincher, Michael Mann o Alfred Hitchcock.

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29 de octubre de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gonzalo Justiniano, uno de los más importantes directores de Chile (“Caluga o Menta”, “B-Happy”), vuelve después de cinco años a dirigir una película. Esta vez se juntó con Rodrigo Bastidas para producir y escribir “Lokas”, una cinta de temática homosexual y en donde el principal gancho comercial era el debut del comediante Coco Legrand en la pantalla grande. Finalmente, por el bien del cine chileno y del propio director, lo mejor hubiese sido pasar por alto este trabajo que, tristemente, bordea la mediocridad.

Protagonizada por el propio Bastidas, “Lokas” cuenta la historia de Charly, un chileno que vive junto a su hijo en México, que tras problemas con la justicia, debe volver a Chile, tras la invitación de Mario, su padre (Legrand), al cual no ve hace más de 30 años. Al llegar, se encuentra con la sorpresa de que su padre es gay, y vive junto a su pareja hace casi 10 años. Homofóbico y patriarcal, Charly debe aprender a lidiar con ello y manejar el tema con su hijo, que creció bajo la conservadora formación de su padre.

Desde un comienzo, la cinta nos intenta ubicar en alguna posición con respecto al tema, pero no lo consigue debido a un sinnúmero de escenas sin contenido, pésimamente actuadas a lo largo de todo el filme, y casi coreográficas, como la situación vivida por Charly en una cárcel de México. Las distintas situaciones resultan demasiado inverosímiles debido al pobre trabajo actoral de Bastidas y su hijo (hijo también en la vida real), que se desenvuelven sobre un guion que, si bien plantea conflictos importantes, se rebalsa en vacíos argumentales, provocando situaciones incomprensibles -hasta vergonzosas para el espectador- , restando cualquier tipo de veracidad a la historia.

Cuesta creer que Justiniano está detrás del lente debido al escaso pulso para plasmar la historia en pantalla. Con personajes exageradamente mal caracterizados y situaciones ridículas como la casa del abuelo atestada de elementos fálicos, “Lokas” termina siendo un cúmulo de imágenes ordenadas de cierta forma que armen una historia, sobre un tema tomado a la ligera utilizando el complicado género de la comedia. Porque sí, el filme es genéricamente una comedia, aunque risas no es mucho lo que logra conseguir.

Destaca por su histrionismo el propio Legrand junto a Rodrigo Murray, su pareja en la película. Ambos logran tocar escasamente el tema con cierto grado de tino, al intentar entregar atisbos de buena crianza al niño que fue puesto justamente para eso, además de ser el encargado de hacer las preguntas “tipo” respecto al mundo homosexual y las rarezas que para él resultan ser.

En la publicidad del filme se menciona que su mensaje es de tolerancia y respeto a las minorías. Pero sin duda, lo que más destaca en el film es que muestra todo lo contrario, ya que sólo se encarga de mal exacerbar el perfil homosexual, utilizando la excusa de la comedia (podrán decir “para qué tan grave, el film fue hecho para reírse y punto”, pero el punto es justamente ese, que no provoca ni risas ni lo contrario, obligándonos a exigirle aún más), y termina siendo una película tan homofóbica como el propio protagonista, exhibiendo una realidad que ni siquiera se acerca a la que viven los miles de homosexuales, que podemos ver que luchan día a día para no verse reflejados, justamente, en este tipo de películas caricaturizadas.

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