De regreso a la URSS, dejando en los USA el inconcluso material de "Qué viva México", Eisenstein se vuelca en el apasionado rodaje de "El prado de Bezhin". Cuando ya lleva filmada buena parte del metraje, directrices gubernativas le obligan a introducir profundas modificaciones en el guión previsto que incluyen la desaparición y /o transformación de algunos de los personajes y secuencias que ya había filmado.

Cuando, pese a todos los inconvenientes censores, Eisenstein está a punto de terminar el rodaje, nuevos problemas fuerzan al realizador a abandonar el proyecto. Buena parte del material original filmado será destruído en la II Guerra Mundial, durante el bombardeo de los estudios "Mosfilm".

Con algunos restos hallados con posterioridad , y siguiendo los apuntes y el guión dejados por Eisenstein, Sergei Yutkévich llevó a término el montaje del film ensamblando los fotogramas y secuencias recuperados. El resultado es algo así como el fantasma errático de lo que pudo ser un gran film. Queda un encadenamiento de fotografías estáticas ya que, el producto que finalmente nos llega, carece de la "movilidad" y el montaje que constituían el alma de los films de Eisenstein.

Claro que más vale ésto que nada ..., ¿o no?.

Una trama arquetípica del cine negro más clásico. La mujer fatal que, como indicaba Raymond Chandler, sólo debe irrumpir en la trama para poner en peligro cuanto le rodea. Sólo que aquí Asia Argento da cuerpo a una mujer fatal que es más víctima que verdugo. Que arde en los peligros que crea. Que cae víctima, abnegada mantis religiosa, de aquellos de los que, seduciendo, se enamora.

Y sin embargo, un guión enrevesado, que siempre se complica de más innecesariamente, que nunca se explica, da al traste con un film que acaba siendo anodino, que nos despega de la suerte de su protagonista, que decepciona al venir firmado por un realizador del que tantas referencias de interés (más que obras, por cierto) nos llegan...

Un rapto, inexplicable e inexplicado, abre un film que no sabe nunca hacia dónde va. Con una protagonista tan ingenua tan ingenua que, a ratos, parece lela. Espías. Un puerto exótico que huele a tramoya de estudio. Aventurillas que se querrían aventuras. Canciones deshilachadas que se sueñan parte de un musical con olor a trópico. Una peli a la deriva que se ve entre la indiferencia, el sopor y, en ocasiones, con algo de simpatía originada por la mala costura de sus múltiples remiendos.

En la obra del sobrevalorado Mackendrick, "Huída hacia el sur" me parece uno de sus escasos títulos apreciable y de innegable vigor. Atípico film de aventuras "infantil", la obra se configura como la iniciática "road movie" que lleva a un niño al encuentro de su tía y de una prematura madurez a través del continente africano.
Narración dura, firme, sin concesiones almibaradas a la galería, evitando los tópicos reclamos comerciales y apostando por un carácter frío, casi documental en el relato, "Huída hacia el sur" es una obra de riesgo, de innegable originalidad y de una profunda y arriesgada (de cara a las taquillas) honestidad.
Una gratísima e inesperada sorpresa. Y, en la línea de "Viento en las velas" o "La noche del cazador" o de "Los contrabandistas del Moonflet", un espléndido film infantil para adultos.

Dumont, como los Dardenne y tantos otros, transitan lo que hace décadas se dio en llamar el "distanciamiento brechtiano". El problema es que no todo el mundo está capacitado para saltar sin red.

Lograr que unos personajes y unas situaciones, descritos desde la radical ausencia de calor y sentimientos, desde los silencios gélidos y la gestualidad automatizada, lograr que esos personajes y esas situaciones lleguen a emocionarnos, consigan transmitirnos vida, es algo reservado a muy pocos. Losey, en "El mensajero", por ejemplo, ofrece un magnífico ejercicio de trapecio sin red. De distanciamiento envolvente y conmovedor.

El problema surge cuando los silencios, la cámara aferrada a los tiempos muertos, la frialdad como esencia, lo intrascendente que se estira, el problema surge cuando, decíamos, esa galería de recursos deja de ser un medio para convertirse en fin.

Y eso le sucede a Dumont. Al final del áspero metraje, ¿qué hay de nuevo?. Nada. A poco que utilicemos el "distanciamiento brechtiano", un ejercicio de estilo, tan pretencioso como poco original, para envolver tópicos mil veces ya vistos.