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Críticas ordenadas por utilidad
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4.3
31,076
2
8 de septiembre de 2007
8 de septiembre de 2007
42 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Escucho el nombre de Godzilla y me vienen a la memoria aquellas películas niponas antiguas en las que el monstruo este peleaba contra otros bichos mutantes distintos y resultaban realmente entretenidas. Bien; en esta película todo eso desaparece y se intenta rellenar más de dos horas de metraje con efectos especiales para idiotizar al espectador y camuflar un guión francamente malo y poco original. Aquellas películas japonesas antiguas eran más cutres, los monstruos estaban hechos con cartón piedra y los edificios eran maquetas, estamos de acuerdo, pero al menos no se les podía recriminar que no eran originales y entretenidas. En fin, que en vez de malgastar dos horas viendo este film, más vale que se vaya al videoclub de la esquina de su calle a alquilar alguna de las versiones antiguas o a dar de comer a las palomas al parque, le prometo que le será más provechoso.

7.0
32,785
7
13 de enero de 2009
13 de enero de 2009
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Gus Van Sant vuelve con una propuesta mucho más convencional que lo que han venido siendo sus últimos trabajos, un biopic con la intención de presentar una candidatura competitiva en los Oscar de este año.
Para ello, nos narra los últimos ocho años de vida de Harvey Milk, primer político abiertamente homosexual elegido para un cargo público en Estados Unidos. La obra se sustenta en una dirección atractiva, un guión perfectamente estructurado y un montaje dinámico, muy bien realizado, combinando la ficción con imágenes de archivo pero sin abusar de éstas, únicamente utilizadas como soporte para determinar la radiografía de toda una generación, una época de cambios y reivindicaciones.
En lo que a las interpretaciones se refiere, sobresale -como es lógico- Sean Penn, que está francamente bien reencarnando a Milk y por momentos incluso consigue emocionar al espectador. Entre los secundarios, destacar la labor de Emile Hirsch que también está muy bien, en cambio, el personaje de Diego Luna patina constantemente, sencillamente no me creo su interpretación.
Van Sant, a pesar del cambio de registro, se confirma como uno de los directores más sólidos de los últimos años al ofrecernos una obra seria y realizada con mucho oficio.
Para ello, nos narra los últimos ocho años de vida de Harvey Milk, primer político abiertamente homosexual elegido para un cargo público en Estados Unidos. La obra se sustenta en una dirección atractiva, un guión perfectamente estructurado y un montaje dinámico, muy bien realizado, combinando la ficción con imágenes de archivo pero sin abusar de éstas, únicamente utilizadas como soporte para determinar la radiografía de toda una generación, una época de cambios y reivindicaciones.
En lo que a las interpretaciones se refiere, sobresale -como es lógico- Sean Penn, que está francamente bien reencarnando a Milk y por momentos incluso consigue emocionar al espectador. Entre los secundarios, destacar la labor de Emile Hirsch que también está muy bien, en cambio, el personaje de Diego Luna patina constantemente, sencillamente no me creo su interpretación.
Van Sant, a pesar del cambio de registro, se confirma como uno de los directores más sólidos de los últimos años al ofrecernos una obra seria y realizada con mucho oficio.

5.7
50,016
4
12 de febrero de 2008
12 de febrero de 2008
21 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aburrida, muy aburrida, aburridísima...
Álex de la Iglesia se monta una película totalmente alejada de su cine característico repleto de humor y frikismo para contarnos una historia de intriga que no consigue conectar con el espectador en ningún momento.
La trama sobre la que se sustenta el film comienza con un maravilloso plano secuencia, que junto a la Watling y sus pechos es lo mejor de la película, para después gestar un laberinto matemático con intenciones de cine hitchcockiano mediante situaciones absurdas y licencias argumentales del director acompañado de un molesto empacho visual de Elijah Wood y John Hurt, los cuales aparecen continuamente ante nuestros ojos hasta llegar al punto de hacerse pesados (perdon por estas palabras John, tú no tienes la culpa).
Resumiendo, que como decía el título de la película en la que diversos directores rodaban un corto... a cada uno su cine, y éste parece no ser el tuyo Álex, al menos por lo demostrado hasta la fecha.
Álex de la Iglesia se monta una película totalmente alejada de su cine característico repleto de humor y frikismo para contarnos una historia de intriga que no consigue conectar con el espectador en ningún momento.
La trama sobre la que se sustenta el film comienza con un maravilloso plano secuencia, que junto a la Watling y sus pechos es lo mejor de la película, para después gestar un laberinto matemático con intenciones de cine hitchcockiano mediante situaciones absurdas y licencias argumentales del director acompañado de un molesto empacho visual de Elijah Wood y John Hurt, los cuales aparecen continuamente ante nuestros ojos hasta llegar al punto de hacerse pesados (perdon por estas palabras John, tú no tienes la culpa).
Resumiendo, que como decía el título de la película en la que diversos directores rodaban un corto... a cada uno su cine, y éste parece no ser el tuyo Álex, al menos por lo demostrado hasta la fecha.
6
27 de octubre de 2008
27 de octubre de 2008
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Generalmente el cine español suele ofrecernos historias tópicas y efectistas sobre la guerra civil, drogadictos y prostitutas en ambientes hostiles, o comedias ligeras que en muchos casos son subproductos de las series televisivas de éxito que se hacen en este país. Pero afortunadamente nuestro cine no vive exclusivamente de este tipo de producciones. De vez en cuando surgen obras que tratan de desmarcarse de esta línea, directores con su propio estilo y personalidad que buscan su camino, el camino que les lleve a hacer un cine de calidad próximo al arte, no a fabricar productos destinados exclusivamente al consumo de palomitas en las salas de cine. La película de la que hablaré en estas líneas es un ejemplo de este tipo de cine, una película diferente para un cine diferente.
El joven director Gonzalo López nos presenta su primer largometraje, Embrión, remake del film “The Embryo Hunts in Secret” que dirigió el japonés Kôji Wakamatsu en 1966. De esta manera, la opera prima de Gonzalo se convierte en el primer remake oficial de un film japonés hecho en España. Rodada en un intervalo de tiempo de tan solo 14 días y contando con un presupuesto de 15.000 euros, Embrión nos cuenta mediante una estética rompedora dominada por un blanco totalmente opresivo, la peculiar historia de Carlos (Sergio Bernal) y Jenny (Mariona Tena), dos personas que pese a compartir muchas horas del día al trabajar juntos, en su interior viven en mundos completamente diferentes el uno del otro. Una noche Carlos y Jenny van al piso de éste a tomar unas copas, pero lo que parecía el preludio de una relación sexual acabará por convertirse en algo totalmente distinto al adivinar Jenny las verdaderas intenciones de Carlos, secuestrarla.
A partir de ese momento se desarrollará una intensa relación entre ambos personajes. Carlos es una persona completamente alienada, en cierto modo un inadaptado social lleno de complejos sexuales, con unas ideas políticas y morales, o amorales, muy fijas y afines al comunismo. Ella en cambio es un individuo más dentro de nuestro sistema consumista, simplemente se deja llevar por él e intenta prosperar alcanzando sus objetivos, siempre de carácter lucrativo. Durante el secuestro, Carlos intentará hacer ver a Jenny su verdad, la que él considera única e inamovible, pero finalmente se dará cuenta de que sus ideales son más próximos a lo utópico que a lo real, ya que en el mundo en el que vivimos no resultan prácticos. Jenny será quien le enseñe esta lección en su período de cautiverio, y ambos consiguen enriquecerse de su intercambio de puntos de vista.
El joven director Gonzalo López nos presenta su primer largometraje, Embrión, remake del film “The Embryo Hunts in Secret” que dirigió el japonés Kôji Wakamatsu en 1966. De esta manera, la opera prima de Gonzalo se convierte en el primer remake oficial de un film japonés hecho en España. Rodada en un intervalo de tiempo de tan solo 14 días y contando con un presupuesto de 15.000 euros, Embrión nos cuenta mediante una estética rompedora dominada por un blanco totalmente opresivo, la peculiar historia de Carlos (Sergio Bernal) y Jenny (Mariona Tena), dos personas que pese a compartir muchas horas del día al trabajar juntos, en su interior viven en mundos completamente diferentes el uno del otro. Una noche Carlos y Jenny van al piso de éste a tomar unas copas, pero lo que parecía el preludio de una relación sexual acabará por convertirse en algo totalmente distinto al adivinar Jenny las verdaderas intenciones de Carlos, secuestrarla.
A partir de ese momento se desarrollará una intensa relación entre ambos personajes. Carlos es una persona completamente alienada, en cierto modo un inadaptado social lleno de complejos sexuales, con unas ideas políticas y morales, o amorales, muy fijas y afines al comunismo. Ella en cambio es un individuo más dentro de nuestro sistema consumista, simplemente se deja llevar por él e intenta prosperar alcanzando sus objetivos, siempre de carácter lucrativo. Durante el secuestro, Carlos intentará hacer ver a Jenny su verdad, la que él considera única e inamovible, pero finalmente se dará cuenta de que sus ideales son más próximos a lo utópico que a lo real, ya que en el mundo en el que vivimos no resultan prácticos. Jenny será quien le enseñe esta lección en su período de cautiverio, y ambos consiguen enriquecerse de su intercambio de puntos de vista.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En este sentido, la película se aleja totalmente de la obra de Wakamatsu. En los protagonistas de Embrión se observa una interactuación ideológica entre ambos personajes, en cambio en el film de 1966 la relación entre el personaje masculino y el femenino es mucho más tormentosa y violenta y en ningún momento se produce ese contagio de ideas, el secuestrador es un psicópata traumatizado que únicamente quiere ver sufrir a su víctima. Dada esa diferenciación, el desenlace de ambos films también es distinto. Mientras que Wakamatsu opta por lo trágico y sanguinario, Gonzalo López transmite una sensación de optimismo al espectador al mostrarnos el resultado final de esos días de “osmosis” tanto ideológica como física con tintes revolucionarios y reminiscencias del spaghetti western de Leone, todavía queda un lugar para la esperanza.
Al final de “2001: Una odisea del espacio”, Kubrick nos presentaba a su embrión particular, un nuevo ser del espacio fruto de la evolución que deja atrás al ser humano tal y como nosotros lo conocemos, es el paso a una nueva era de progreso. El paralelismo, tanto a nivel estético como conceptual, es evidente en la obra de Gonzalo. El embrión final que él nos muestra surge de la unión de la ideología marxista de Carlos con el sentido práctico, y en cierto modo conformista, de Jenny. Esa unión dará como resultado a un ser en teoría superior, aglutinador de la esencia positiva de ambos pensamientos y preparado para afrontar el futuro como un marxista del mañana en sentido metafórico por así decirlo.
Al final de “2001: Una odisea del espacio”, Kubrick nos presentaba a su embrión particular, un nuevo ser del espacio fruto de la evolución que deja atrás al ser humano tal y como nosotros lo conocemos, es el paso a una nueva era de progreso. El paralelismo, tanto a nivel estético como conceptual, es evidente en la obra de Gonzalo. El embrión final que él nos muestra surge de la unión de la ideología marxista de Carlos con el sentido práctico, y en cierto modo conformista, de Jenny. Esa unión dará como resultado a un ser en teoría superior, aglutinador de la esencia positiva de ambos pensamientos y preparado para afrontar el futuro como un marxista del mañana en sentido metafórico por así decirlo.

6.2
17,489
6
14 de octubre de 2010
14 de octubre de 2010
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Christine es considerada en numerosos círculos una obra menor dentro de la estimable, y en muchos momentos fascinante, filmografía del maestro Carpenter. Un proyecto simplemente de encargo por parte de Columbia Pictures con el fin de adaptar a la gran pantalla la última obra literaria en su momento de otro icono del género de terror y el suspense, Stephen King. La productora incluso se había hecho con los derechos de la novela mucho antes de que esta viese la luz pública, así que al film le envolvía un halo de comercialidad que a muchos no gustaba. Anteriormente, reconocidos y prestigiosos cineastas como Brian De Palma (Carrie, 1976), Stanley Kubrick (The Shining, 1980), George A. Romero (Creepshow, 1982) o David Cronenberg (The Dead Zone, 1983) ya se habían atrevido a plasmar en el celuloide, con mayor o menor éxito, las atmosferas sombrías y misteriosas creadas por el escritor de Maine.
Estaremos de acuerdo en que no es ni de lejos la película más representativa y esencial de la obra de Carpenter, pero eso no quiere decir que sea un film apreciable y en el que sí podemos hallar algunos de los modelos y las constantes de su cine.
El argumento, a grandes rasgos, trata sobre el clásico pardillo de instituto que es el objetivo de las bromas pesadas y los abusos de los matones de clase. Todo eso cambia el día en que Christine, un coche endemoniado y totalmente destartalado, entra en su vida. Nuestro personaje principal, Arnie Cunningham, reparará con sus propias manos a Christine, y se creará entre ellos un vínculo que va más allá del simple binomio conductor-coche. La premisa puede sonar algo ridícula o surrealista, más teniendo en cuenta el contexto en el que nos encontramos. 1982, El coche fantástico es un éxito en la televisión americana –más tarde lo sería en otros países, incluido España- y su protagonista, David Hasselhoff, dando vida al mítico Michael Knight, se convierte en un icono de los años ochenta. Suena un poco bizarro todo. De hecho, Carpenter se quejó amargamente en diversas entrevistas de los problemas que había tenido durante el rodaje para conseguir que el automóvil, un Playmouth Fury del 58 color rojo, diera miedo. No es fácil proyectar sentimientos y emociones en objetos inanimados, y menos aún que esas emociones provoquen una respuesta en la persona que se encuentra ante ellas, más tratándose del terror. Ya lo habían conseguido gente como Elliot Silverstein en Asesino invisible (The Car, 1977), antecedente más directo y ligado a la obra que nos ocupa, y con un enfoque distinto en algunos matices, Steven Spielberg en la fantástica El diablo sobre ruedas (The Duel, 1971). Incluso en un episodio de The Twilight Zone titulado “You Drive” se podían establecer paralelismos. Y con la destreza de un maestro artesano y un uso del cinemascope de manual, Carpenter también lo consigue, rehuyendo en todo momento del gore y las influencias del giallo que sí se habían hecho visibles en trabajos anteriores.
Estaremos de acuerdo en que no es ni de lejos la película más representativa y esencial de la obra de Carpenter, pero eso no quiere decir que sea un film apreciable y en el que sí podemos hallar algunos de los modelos y las constantes de su cine.
El argumento, a grandes rasgos, trata sobre el clásico pardillo de instituto que es el objetivo de las bromas pesadas y los abusos de los matones de clase. Todo eso cambia el día en que Christine, un coche endemoniado y totalmente destartalado, entra en su vida. Nuestro personaje principal, Arnie Cunningham, reparará con sus propias manos a Christine, y se creará entre ellos un vínculo que va más allá del simple binomio conductor-coche. La premisa puede sonar algo ridícula o surrealista, más teniendo en cuenta el contexto en el que nos encontramos. 1982, El coche fantástico es un éxito en la televisión americana –más tarde lo sería en otros países, incluido España- y su protagonista, David Hasselhoff, dando vida al mítico Michael Knight, se convierte en un icono de los años ochenta. Suena un poco bizarro todo. De hecho, Carpenter se quejó amargamente en diversas entrevistas de los problemas que había tenido durante el rodaje para conseguir que el automóvil, un Playmouth Fury del 58 color rojo, diera miedo. No es fácil proyectar sentimientos y emociones en objetos inanimados, y menos aún que esas emociones provoquen una respuesta en la persona que se encuentra ante ellas, más tratándose del terror. Ya lo habían conseguido gente como Elliot Silverstein en Asesino invisible (The Car, 1977), antecedente más directo y ligado a la obra que nos ocupa, y con un enfoque distinto en algunos matices, Steven Spielberg en la fantástica El diablo sobre ruedas (The Duel, 1971). Incluso en un episodio de The Twilight Zone titulado “You Drive” se podían establecer paralelismos. Y con la destreza de un maestro artesano y un uso del cinemascope de manual, Carpenter también lo consigue, rehuyendo en todo momento del gore y las influencias del giallo que sí se habían hecho visibles en trabajos anteriores.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Podemos observar la cumbre de ese éxito que apuntamos en la que para un servidor es la secuencia más potente y lúcida de la película, y que consiste en una sucesión de planos subjetivos y contraplanos en los que vemos a una terrorífica Christine en llamas persiguiendo de noche por una solitaria y oscura carretera a uno de los abusones del instituto de Arnie mientras suena la BSO compuesta por el propio Carpenter, con sonidos electrónicos característicos de los ochenta y que dotan a la imagen de un gran empaque.
Y es que la música adquiere una gran importancia en Christine. A lo largo del film aparecen diversos éxitos del rock and roll de los cincuenta que suenan en la radio del coche –recordar que la acción se desarrolla a finales de los setenta, veinte años después de la fabricación de Christine- cargados de simbolismo y mala leche que ayudan a acrecentar el componente demoníaco del auto. Es algo que vemos desde el primer momento cuando aparecen los créditos iniciales y suena el tema “Bad to the Bone” de George Thorogood and the Destroyers –la canción es de 1982, por lo tanto está fuera del contexto interno del film, el guiño es únicamente al espectador-. Todo ese playlist de cinismo y segundas intenciones tiene su culminación en la divertida sentencia final que pronuncia la novia de Arnie, interpretada por Alexandra Paul: “God, I hate rock and roll”.
Otra de las escenas más divertidas del film la encontramos en una cita entre Arnie y su novia en un cine al aire libre en la que esta le recrimina que quiere más a Christine que a ella. El chico le contesta que las novias tienen celos de otras chicas, no de los coches. Lógico. Esto me sirve para aterrizar en el punto en el que, en cierto sentido, encontramos el pilar fundamental sobre el que se sustenta la obra, el amor y la (des)configuración de la propia identidad. El coche endemoniado es un mcguffin vehicular –nunca mejor dicho- de la evolución de Arnie Cunningham. Si en vez de a Christine se hubiese añadido en el guión a una femme fatale de los clásicos del cine noir como Barbara Stanwyk o Lana Turner, el resultado habría sido el mismo, sólo que sin el componente fantástico del género. La importancia no reside en el hecho de que un automóvil del cual no sabemos ni el porqué de su existencia vaya por ahí matando a personas, sino en que un chaval normal y corriente, como tú, como yo, como cualquiera, puede llegar a ser devorado y consumido por sus obsesiones, por los miedos… Arnie rechaza su identidad, y en un proceso evolutivo sobre acelerado y poco detallado se convierte en una persona distinta, en la proyección de lo que Christine demanda de él. Estamos ante un amor enfermizo, sí, pero amor al fin y al cabo.
Y es que la música adquiere una gran importancia en Christine. A lo largo del film aparecen diversos éxitos del rock and roll de los cincuenta que suenan en la radio del coche –recordar que la acción se desarrolla a finales de los setenta, veinte años después de la fabricación de Christine- cargados de simbolismo y mala leche que ayudan a acrecentar el componente demoníaco del auto. Es algo que vemos desde el primer momento cuando aparecen los créditos iniciales y suena el tema “Bad to the Bone” de George Thorogood and the Destroyers –la canción es de 1982, por lo tanto está fuera del contexto interno del film, el guiño es únicamente al espectador-. Todo ese playlist de cinismo y segundas intenciones tiene su culminación en la divertida sentencia final que pronuncia la novia de Arnie, interpretada por Alexandra Paul: “God, I hate rock and roll”.
Otra de las escenas más divertidas del film la encontramos en una cita entre Arnie y su novia en un cine al aire libre en la que esta le recrimina que quiere más a Christine que a ella. El chico le contesta que las novias tienen celos de otras chicas, no de los coches. Lógico. Esto me sirve para aterrizar en el punto en el que, en cierto sentido, encontramos el pilar fundamental sobre el que se sustenta la obra, el amor y la (des)configuración de la propia identidad. El coche endemoniado es un mcguffin vehicular –nunca mejor dicho- de la evolución de Arnie Cunningham. Si en vez de a Christine se hubiese añadido en el guión a una femme fatale de los clásicos del cine noir como Barbara Stanwyk o Lana Turner, el resultado habría sido el mismo, sólo que sin el componente fantástico del género. La importancia no reside en el hecho de que un automóvil del cual no sabemos ni el porqué de su existencia vaya por ahí matando a personas, sino en que un chaval normal y corriente, como tú, como yo, como cualquiera, puede llegar a ser devorado y consumido por sus obsesiones, por los miedos… Arnie rechaza su identidad, y en un proceso evolutivo sobre acelerado y poco detallado se convierte en una persona distinta, en la proyección de lo que Christine demanda de él. Estamos ante un amor enfermizo, sí, pero amor al fin y al cabo.
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