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7.6
105,985
7
18 de enero de 2014
18 de enero de 2014
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer vi la última película de Scorsese, El lobo de Wall Street. Me pareció en general divertida y también, cómo no, demasiado larga. Después de cuarenta años ya no llama la atención que los personajes protagonistas sean unos tipos tan desmesurados como Jordan Belfort y su colega gordo. Muchas películas de Scorsese, de hecho, sus personajes e historias, están hechas de desmesura. He buscado en la RAE y quizá la palabra española “desmesura” no sea demasiado clara (aludo aquí a la célebre hybris griega), quizá sea más adecuada a palabra “destemplanza” para aludir al cine o a buena parte del cine de Scorsese. Excéntricos que llevan la trama a sus mismos límites, hasta apurar tanto el partido que acaban por chocar con la realidad y destruirse: ese es el cine de Scorsese que puedo recordar. El formato puede ser cómico o trágico, el metraje largo o larguísimo, las ambiciones diversas, pero el motor de su acción es el mismo: la desmesura, el delirio como límite.
¿Qué puede decirse de Jake la Motta, cuya sed de gloria no puede ser saciada con nada? ¿Qué de Bill el carnicero, de su Howard Hugues, de los personajes y en general el ambiente soberbio y recargado de Casino o de Uno de los nuestros? Su Taxi Driver es un pobre diablo carcomido por la conciencia de su insignificancia. Hasta Jesucristo es visto como un maniático abrasado en su ilusión.
Estas películas nos parecen poco realistas, pero los tiempos no están como para que se lo reproche nadie. Porque sin darnos cuenta sabemos todos que el interés de la vida está en esa brecha en la que sus personajes tienen el valor de moverse. No hay apenas interés en la nuestra, en nuestra vida, que es tan acomodada y miedosa del riesgo, y por eso necesitamos (y Scorsese lo sabe) ese cine de locos que él nos propone y nos pone por delante. La película termina, sus personajes se destruyen en una dinámica que no pueden controlar, y nosotros salimos de la ficción sucios pero nuevos. Es un perfecto ejercicio de catarsis.
De dónde saca Scorsese esa suntuosidad es un misterio para mi, y ahora voy a ponerme psicológico. Me imagino a Scorsese como su sobria imagen me dice que es: como ese frailecillo diligente, el pequeño emigrante con sus gafas anticuadas y su delicado tono de voz. Me lo imagino comiendo spaguettis en casa de su anciana madre los domingos con la familia, viendo la NBA o leyendo a Pushkin en su sillón de orejas. Y sin embargo concibe y proyecta estas películas apoteósicas y a menudo brutales, pobladas de personajes megalómanos que chocan porque literalmente no caben en este pequeño mundo.
No es extraño que en sus películas tanta ambición llevada al extremo acabe por quebrarse. La caída en la realidad de la vida (el metro del policía, el camerino de Jack la Motta) es molesta y estrepitosa. La trama que nos ha mantenido tres horas tan divertidos se disipa en la inconsistencia de un sueño. Se trata de los mismos sueños del hombre mediano que Scorsese como cualquiera de nosotros concibe y renueva, mientras tanto, para poder seguir viviendo.
¿Qué puede decirse de Jake la Motta, cuya sed de gloria no puede ser saciada con nada? ¿Qué de Bill el carnicero, de su Howard Hugues, de los personajes y en general el ambiente soberbio y recargado de Casino o de Uno de los nuestros? Su Taxi Driver es un pobre diablo carcomido por la conciencia de su insignificancia. Hasta Jesucristo es visto como un maniático abrasado en su ilusión.
Estas películas nos parecen poco realistas, pero los tiempos no están como para que se lo reproche nadie. Porque sin darnos cuenta sabemos todos que el interés de la vida está en esa brecha en la que sus personajes tienen el valor de moverse. No hay apenas interés en la nuestra, en nuestra vida, que es tan acomodada y miedosa del riesgo, y por eso necesitamos (y Scorsese lo sabe) ese cine de locos que él nos propone y nos pone por delante. La película termina, sus personajes se destruyen en una dinámica que no pueden controlar, y nosotros salimos de la ficción sucios pero nuevos. Es un perfecto ejercicio de catarsis.
De dónde saca Scorsese esa suntuosidad es un misterio para mi, y ahora voy a ponerme psicológico. Me imagino a Scorsese como su sobria imagen me dice que es: como ese frailecillo diligente, el pequeño emigrante con sus gafas anticuadas y su delicado tono de voz. Me lo imagino comiendo spaguettis en casa de su anciana madre los domingos con la familia, viendo la NBA o leyendo a Pushkin en su sillón de orejas. Y sin embargo concibe y proyecta estas películas apoteósicas y a menudo brutales, pobladas de personajes megalómanos que chocan porque literalmente no caben en este pequeño mundo.
No es extraño que en sus películas tanta ambición llevada al extremo acabe por quebrarse. La caída en la realidad de la vida (el metro del policía, el camerino de Jack la Motta) es molesta y estrepitosa. La trama que nos ha mantenido tres horas tan divertidos se disipa en la inconsistencia de un sueño. Se trata de los mismos sueños del hombre mediano que Scorsese como cualquiera de nosotros concibe y renueva, mientras tanto, para poder seguir viviendo.

8.0
75,309
6
19 de octubre de 2019
19 de octubre de 2019
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por un lado no se deben dejar de apreciar las cualidades de la película: la sensación de oscuridad, la sordidez y la tensión, esa atmósfera de desgracia que personalmente no se me llega a hacer del todo artificial, y cómo no la interpretación, claro, la interpretación, también la interpretación.
Mis reparos:
Que tiene unas pretensiones políticosociales que le vienen grandes, dibujando un panorama maniqueo. No existe complejidad alguna, hay la sensatez y la locura, vemos a los ricos y a los pobres, siendo una parte torturada por la otra. No vemos mezcla alguna entre esos mundos, que es donde tediosamente vivimos la inmensa mayoría, sino un apasionante escenario donde se representa la lucha de clases.
Otro reparo que le pongo es que reduce la génesis del joker a la perturbación psicológica. Conviene señalar aquí algo pedantesco e importante: que el caos precede al orden. El caos es desorden no como falta de orden sino al contrario, es el orden el que se impone al caos desviándose de él, civilizando la realidad, que es primordialmente caótica. Por lo tanto, querer reducir la esencia del caos (que en teoría representa el Joker) a una mera inadaptación al orden existente es reducir su idea y su fuerza mítica.
Mis reparos:
Que tiene unas pretensiones políticosociales que le vienen grandes, dibujando un panorama maniqueo. No existe complejidad alguna, hay la sensatez y la locura, vemos a los ricos y a los pobres, siendo una parte torturada por la otra. No vemos mezcla alguna entre esos mundos, que es donde tediosamente vivimos la inmensa mayoría, sino un apasionante escenario donde se representa la lucha de clases.
Otro reparo que le pongo es que reduce la génesis del joker a la perturbación psicológica. Conviene señalar aquí algo pedantesco e importante: que el caos precede al orden. El caos es desorden no como falta de orden sino al contrario, es el orden el que se impone al caos desviándose de él, civilizando la realidad, que es primordialmente caótica. Por lo tanto, querer reducir la esencia del caos (que en teoría representa el Joker) a una mera inadaptación al orden existente es reducir su idea y su fuerza mítica.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Hay que decir que la historia, vista como descenso a los infiernos de la locura de una persona fracasada no es una mala película. Hasta su última parte transmite con bastante eficacia esa angustia del personaje. Un tipo pobre y triste que vive con su madre, una mujer un poco ida que se pasa el día viendo la tele con una bata de guachiné.
Abandonando definitivamente la pretensión de que se trate de un intento de definir la génesis del Joker y yendo a esa primera parte de la película en la que el personaje se va hundiendo en su marginalidad vemos una mezcla no del todo mala entre dos películas de Scorsese: el rey de la comedia y taxi driver. La mezcla no está mal, pero que no es tampoco ninguna maravilla. Y es que las películas de Scorsese son adultas, siendo esta adolescente: abusa del victimismo (Arthur es una víctima del liberalismo opresor, de esa gente que va en esmoquin al cine y es chulesca e insolidaria), abusa del psicologismo más facilón (estoy loco porque mi madre también estaba loca, que me adoptó y me ataba al radiador), y abusa también del narcisismo del que, siendo bien poca cosa, no se conforma.
La última parte es el fuego de artificio que trata de acercar al personaje que hemos visto a lo largo de la película al Joker que conocíamos.
Es entretenida, y poco más.
Abandonando definitivamente la pretensión de que se trate de un intento de definir la génesis del Joker y yendo a esa primera parte de la película en la que el personaje se va hundiendo en su marginalidad vemos una mezcla no del todo mala entre dos películas de Scorsese: el rey de la comedia y taxi driver. La mezcla no está mal, pero que no es tampoco ninguna maravilla. Y es que las películas de Scorsese son adultas, siendo esta adolescente: abusa del victimismo (Arthur es una víctima del liberalismo opresor, de esa gente que va en esmoquin al cine y es chulesca e insolidaria), abusa del psicologismo más facilón (estoy loco porque mi madre también estaba loca, que me adoptó y me ataba al radiador), y abusa también del narcisismo del que, siendo bien poca cosa, no se conforma.
La última parte es el fuego de artificio que trata de acercar al personaje que hemos visto a lo largo de la película al Joker que conocíamos.
Es entretenida, y poco más.
15 de diciembre de 2010
15 de diciembre de 2010
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
A quienes pasamos largamente de los 30 y hemos padecido ya algún que otro trance amoroso nos resultará complicado ver otra feliz comedia romántica sin que nos resulte superficial, incluso frívola, después de haber asistido al desastre de Buscando un beso a medianoche.
La atmósfera patética y poética de un Los Angeles distante, solitario, de esos zapatos usados, tirados por la calle, de matrimonios indeseados, de una madre borracha que se pone tetas, del edificio de la Bolsa abandonado y lleno de basura, del delicado teatro desierto; la aridez del paisaje y del paisanaje se compensa por la tierna amistad que se profesan los dos amigos, y poco después con la conexión mágica que se produce entre el chico y la chica, que conmueve aún más en un escenario así, algo gastado, como en el que ellos se mueven. Parece que algo nuevo vaya a nacer, al fin.
He leido algo de que es indie, no lo sé. Me parece una genial, delicadísima película. Solamente la amistad sale indemne de su ataque desmitificador.
La atmósfera patética y poética de un Los Angeles distante, solitario, de esos zapatos usados, tirados por la calle, de matrimonios indeseados, de una madre borracha que se pone tetas, del edificio de la Bolsa abandonado y lleno de basura, del delicado teatro desierto; la aridez del paisaje y del paisanaje se compensa por la tierna amistad que se profesan los dos amigos, y poco después con la conexión mágica que se produce entre el chico y la chica, que conmueve aún más en un escenario así, algo gastado, como en el que ellos se mueven. Parece que algo nuevo vaya a nacer, al fin.
He leido algo de que es indie, no lo sé. Me parece una genial, delicadísima película. Solamente la amistad sale indemne de su ataque desmitificador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El desarrollo de esta encantadora cita a ciegas es fiel a los clichés del género: encuentro tímido entre dos seres algo perdidos, compenetración instantánea, conversaciones chispeantes, miradas furtivas, gestos de arrobo de ella, que entra al lado de él en un reconfortante estado de calma, un cómico desencuentro a mitad de cita, cierta encantadora torpeza del muchacho, manos cándidamente entrelazados mientras pasean, confesiones, besos, abrazos, sexo casto... Produce amor ese inminente enamoramiento de los dos, que tanto lo necesitan, que tanto necesitamos, además, en Nochevieja o en cualquier otra noche.
Cuanto más conmovedor nos resulta el encuentro de los dos, las horas que pasan juntos hasta la noche, cuantas más veces nos hemos caido de ese mismo guindo en nuestras propias vidas, más desgarradora se nos hace su separación final. Cuesta digerir el final: que todo haya sido un espejismo, algo así como un entretenimiento, ese carácter ilusorio, ficticio del amor. ¿Es posible que esos dos seres predestinados se separen así, por las bravas, por un inoportuno embarazo y por un mensaje en el contestador?, ¿Es verosímil una separación tan cruel? ¿Y no parece aun más cruel el rápido olvido, la esperanza que inunda al protagonista a la mañana siguiente, cantando alegre con sus amigos, como si nada, que otro viento ha empezado a soplar?
El ciclo que recorre la relación abarca más de un año, naturalmente, aunque la acción de la película transcurra en menos de un día (en Nochevieja, muy representativamente).
Esta naturaleza paradójica del amor, tan trascendente como efímero a un tiempo, es el gran equívoco del género romántico que la película desvela, y rompe. Es ya imposible confiar en esas (otras) comedias románticas en las que el amor de los protagonistas se sucede incorruptible hasta la vejez y aun podemos creer más allá de la muerte.
La ilusión necesaria de los dos protagonistas se quiebra ante el fardo insoportable del pasado, bajo el peso de esa conciencia paralizadora.
¿O es quizás que el amor es un fenómeno proyectivo, que nos enamoramos en la medida en que proyectamos en el otro determinadas perfecciones, adornándola con ellas, engañándonos dulcemente hasta el día (fatal) en que descubrimos que todo lo que veíamos en el otro no era sino un producto de nuestra imaginación, un fantasma? ¿Será que las revelaciones que se hacen, lo que van conociendo del otro, va apagando esa ilusión, ese engaño necesario para seguir adelante?
Otro elemento desmitificador que me ha gustado de la película es el de la imposible comunicación y el entendimiento con los otros; el relato claramente irreal que nos hacemos de la vida de quienes nos rodean, incluso de los más cercanos. El está convencido que su amigo tiene una relación fantástica con su preciosa novia asiática, del mismo modo que el amigo termina pensando que él ha tenido una tarde-noche loca de ligue con la tal Vivien, como si nada.
Cuanto más conmovedor nos resulta el encuentro de los dos, las horas que pasan juntos hasta la noche, cuantas más veces nos hemos caido de ese mismo guindo en nuestras propias vidas, más desgarradora se nos hace su separación final. Cuesta digerir el final: que todo haya sido un espejismo, algo así como un entretenimiento, ese carácter ilusorio, ficticio del amor. ¿Es posible que esos dos seres predestinados se separen así, por las bravas, por un inoportuno embarazo y por un mensaje en el contestador?, ¿Es verosímil una separación tan cruel? ¿Y no parece aun más cruel el rápido olvido, la esperanza que inunda al protagonista a la mañana siguiente, cantando alegre con sus amigos, como si nada, que otro viento ha empezado a soplar?
El ciclo que recorre la relación abarca más de un año, naturalmente, aunque la acción de la película transcurra en menos de un día (en Nochevieja, muy representativamente).
Esta naturaleza paradójica del amor, tan trascendente como efímero a un tiempo, es el gran equívoco del género romántico que la película desvela, y rompe. Es ya imposible confiar en esas (otras) comedias románticas en las que el amor de los protagonistas se sucede incorruptible hasta la vejez y aun podemos creer más allá de la muerte.
La ilusión necesaria de los dos protagonistas se quiebra ante el fardo insoportable del pasado, bajo el peso de esa conciencia paralizadora.
¿O es quizás que el amor es un fenómeno proyectivo, que nos enamoramos en la medida en que proyectamos en el otro determinadas perfecciones, adornándola con ellas, engañándonos dulcemente hasta el día (fatal) en que descubrimos que todo lo que veíamos en el otro no era sino un producto de nuestra imaginación, un fantasma? ¿Será que las revelaciones que se hacen, lo que van conociendo del otro, va apagando esa ilusión, ese engaño necesario para seguir adelante?
Otro elemento desmitificador que me ha gustado de la película es el de la imposible comunicación y el entendimiento con los otros; el relato claramente irreal que nos hacemos de la vida de quienes nos rodean, incluso de los más cercanos. El está convencido que su amigo tiene una relación fantástica con su preciosa novia asiática, del mismo modo que el amigo termina pensando que él ha tenido una tarde-noche loca de ligue con la tal Vivien, como si nada.

6.9
47,622
8
27 de enero de 2011
27 de enero de 2011
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sam Mendes sigue a lo suyo. Cualquier ciudadano que no tenga la fortuna de ser un perfecto mentecato advierte a las primeras de cambio de su vida adulta que la vida en líneas generales es más bien decepcionante. Solamente el arte, o el amor, o la aventura, elevan a cierto grupo de personas, muy escaso por cierto, por encima de la perfecta mediocridad. Estos acaban casi siempre despeñados. Y el resto, la inmensa mayoría, encuentran la salvación y el sentido en el dinero, en el intrincado juego social. Resumiéndolo mucho el sueño americano, de este modo, solamente puede seducir, o al menos bastar, a los idiotas. Ese sueño es por supuesto una quimera, una mentira fabricada absolutamente necesaria para formar sociedad, una sociedad quiero decir potente, productiva.
Nos queda para sobrellevar nuestra existencia el psicólogo, las vacaciones y otros consuelos.
Sobre las mentiras de esta sociedad triunfal nuestra carga las tintas San Mendes, sin muchas esperanzas de redención. Contra nuestra vida burguesa y pálida, llena de gestos simulados, conversaciones enlatadas, frases hechas, deseos diseñados, falsa hasta la médula, todo eso.
Un maligno exceso de inteligencia, de sangre en las venas, de sensibilidad, nos deja asfixiados frente a ella. Hasta el más idiota, el más cobarde, el más ruin, yo creo que a veces se da cuenta, más a menudo cuanto más joven.
No parece haber salida: o entras en el redil o sucumbes. La mediocridad que a menudo advertimos y denunciamos a nuestro alrededor es la nuestra, consiste y pervive y se perpetúa en nosotros, en nuestro íntimo y cobarde afán de supervivencia. El Verdugo de Berlanga tiene en mi opinión bastante más de esto mismo que de alegato en contra de la pena de muerte.
Nos queda para sobrellevar nuestra existencia el psicólogo, las vacaciones y otros consuelos.
Sobre las mentiras de esta sociedad triunfal nuestra carga las tintas San Mendes, sin muchas esperanzas de redención. Contra nuestra vida burguesa y pálida, llena de gestos simulados, conversaciones enlatadas, frases hechas, deseos diseñados, falsa hasta la médula, todo eso.
Un maligno exceso de inteligencia, de sangre en las venas, de sensibilidad, nos deja asfixiados frente a ella. Hasta el más idiota, el más cobarde, el más ruin, yo creo que a veces se da cuenta, más a menudo cuanto más joven.
No parece haber salida: o entras en el redil o sucumbes. La mediocridad que a menudo advertimos y denunciamos a nuestro alrededor es la nuestra, consiste y pervive y se perpetúa en nosotros, en nuestro íntimo y cobarde afán de supervivencia. El Verdugo de Berlanga tiene en mi opinión bastante más de esto mismo que de alegato en contra de la pena de muerte.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Cuando más nos cuesta aceptar la inevitable mediocridad que nos reserva la vida es a la salida de la juventud, etapa en la que se encuentra el aun joven matrimonio que protagoniza la película.
Solamente alguien muy ingenuo o excesivamente joven puede pensar viendo la primera hora de película que la aventura parisina que se proponen vaya a salirles bien. Echando un vistazo alrededor perciben con lucidez (y coraje) que acabarán siendo tan grises como quienes les rodean si continúan así. No ven ya atractivo en el otro, ni en sí mismos, ni en los demás, apenas se reconocen. Los dos hijos que tienen son meros fantasmas en la película. Se sienten de repente incapaces de comulgar con la mentira que les rodea, síntoma inequívoco de desastre salvo para unos pocos y afortunados espíritus excepcionales. Ellos juguetean con la grandeza durante un buen trecho de película (gracias a ese impulso épico él consigue un ascenso) pero, demasiado débiles, no aguantan el ritmo. Se veían especiales, superiores al resto, pero sólo eran más guapos.
El loco es el perfecto bufón shakesperiano de esta enorme, monumental tragedia.
No eran tan excepcionales como creían, como querían ser, y Sam Mendes acaba de mala manera con ellos. Con ella, una maravillosa niña-mujer, que acaba muriendo patéticamente tras un aborto; y con él, un hombre desclasado y sin sueños, con la mirada perdida y la conciencia sucísima.
Solamente alguien muy ingenuo o excesivamente joven puede pensar viendo la primera hora de película que la aventura parisina que se proponen vaya a salirles bien. Echando un vistazo alrededor perciben con lucidez (y coraje) que acabarán siendo tan grises como quienes les rodean si continúan así. No ven ya atractivo en el otro, ni en sí mismos, ni en los demás, apenas se reconocen. Los dos hijos que tienen son meros fantasmas en la película. Se sienten de repente incapaces de comulgar con la mentira que les rodea, síntoma inequívoco de desastre salvo para unos pocos y afortunados espíritus excepcionales. Ellos juguetean con la grandeza durante un buen trecho de película (gracias a ese impulso épico él consigue un ascenso) pero, demasiado débiles, no aguantan el ritmo. Se veían especiales, superiores al resto, pero sólo eran más guapos.
El loco es el perfecto bufón shakesperiano de esta enorme, monumental tragedia.
No eran tan excepcionales como creían, como querían ser, y Sam Mendes acaba de mala manera con ellos. Con ella, una maravillosa niña-mujer, que acaba muriendo patéticamente tras un aborto; y con él, un hombre desclasado y sin sueños, con la mirada perdida y la conciencia sucísima.
5
6 de julio de 2024
6 de julio de 2024
7 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La realización de la serie es magnífica. Los efectos digitales para recrear el Japón del s.XVII, el vestuario, la iluminación, los actores... hasta el guión es bueno, eso sí:todo 100% alineado con esta cansina ideología anticlerical y anglófila que nos dirige.
La doctrina de la serie es tan gruesa, que cómo no darse uno el gusto de criticarla.
La doctrina de la serie es tan gruesa, que cómo no darse uno el gusto de criticarla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Un inglés muy guapo, un poco rudo pero muy guapo, llega en pésimas condiciones a las costas de Japón y se encuentra no solo con japoneses, sino además con unos misioneros jesuitas que se nota que algo turbio andan tramando por allí. Lo del Tratado de Tordesillas nos lo explica a Yoshi Toranaga y a nosotros en dos minutos, con un dibujo en la arena del patio, y se entiende la cosa geopolítica de entonces pero a la de tres. Total, que nos descubre a todos nosotros que los Portugueses/Españoles son algo así como unos Lannister tonsurados que han llegado allí a ese pueblo japonés medieval tan folclórico para tramar y tramar y "conquistar" aquello, porque claro, es el plan que tienen junto con los papistas: repartirse el mundo, los muy villanos.
Pero él, un malhablado pero buen chaval, corsario para más señas, vasallo de la muy noble y liberal y muy amante de su pueblo etcétera reina Isabel I (una santa, señores, una santa) de Inglaterra, país que de todos es sabido solo quiere el libre comercio, y no como esos pérfidos frailes marrones que conspiran a oscuras mientras no paran de comer cosas grasientas, él, decía, es un tipo enigmático (blackthorne), pero transparente, de muchos matices, pero íntegro. No es negro negro, ni tampoco blanco. Pero qué mirada más limpia y azul, señores, qué gallardía la del pirata. No ha llegado sino para salvarnos, precavernos tanto a los por lo visto inocentes japoneses como al espectador medio actual de las tenebrosas intenciones hispanas, anclada en un retorcido medievalismo, e iniciarnos en el camino de liberación hacia la libertad, el futuro, la Luz, esto es, Inglaterra.
Es tan de brocha gorda la propaganda, tienen ya tan socavadas las mentes, que ni siquiera se toman la molestia de sugerir el mensaje refinando el argumento, no. No he visto más allá del tercer capitulo, no porque sea de mala calidad sino porque estoy ya empachado de toda esta mierda anglófila, para luego tener que aguantar en la calle al ejército ciudadano de subnormales que la falta de lecturas y el atiborramiento audiovisual produce. Basta.
Pero él, un malhablado pero buen chaval, corsario para más señas, vasallo de la muy noble y liberal y muy amante de su pueblo etcétera reina Isabel I (una santa, señores, una santa) de Inglaterra, país que de todos es sabido solo quiere el libre comercio, y no como esos pérfidos frailes marrones que conspiran a oscuras mientras no paran de comer cosas grasientas, él, decía, es un tipo enigmático (blackthorne), pero transparente, de muchos matices, pero íntegro. No es negro negro, ni tampoco blanco. Pero qué mirada más limpia y azul, señores, qué gallardía la del pirata. No ha llegado sino para salvarnos, precavernos tanto a los por lo visto inocentes japoneses como al espectador medio actual de las tenebrosas intenciones hispanas, anclada en un retorcido medievalismo, e iniciarnos en el camino de liberación hacia la libertad, el futuro, la Luz, esto es, Inglaterra.
Es tan de brocha gorda la propaganda, tienen ya tan socavadas las mentes, que ni siquiera se toman la molestia de sugerir el mensaje refinando el argumento, no. No he visto más allá del tercer capitulo, no porque sea de mala calidad sino porque estoy ya empachado de toda esta mierda anglófila, para luego tener que aguantar en la calle al ejército ciudadano de subnormales que la falta de lecturas y el atiborramiento audiovisual produce. Basta.
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