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Críticas ordenadas por utilidad
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4.0
12,642
6
20 de agosto de 2007
20 de agosto de 2007
52 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
No, no y no. Enmarcar esta película del pirado de Ronny Yu en el género de terror es como decir que Heidi es gore o que 0 grados es la temperatura ideal (ni frío ni calor, ya se sabe). Así que los que esperen sustos (hay alguno, claro...) y suspense, ya pueden darse por follaos.
Lo que aquí se ve es una comedia delirante y gamberra con momentos y frases impagables (la del título de mi crítica se lleva la palma). Una historia violenta con muñecos psicóticos de protagonistas que depara un entretenimiento ligero y muy divertido empaquetado en unos estupendos 90 minutos.
Así está la cosa. No hay que pedir más. Pero desde luego lo que no hay que hacer es ver esta película como la mayoría hace. En el fondo, se parece mucho a Freddy vs. Jason, otra divertidísima película de ese freak en potencia llamado Ronny Yu y que a mí me cae bastante bien.
Lo que aquí se ve es una comedia delirante y gamberra con momentos y frases impagables (la del título de mi crítica se lleva la palma). Una historia violenta con muñecos psicóticos de protagonistas que depara un entretenimiento ligero y muy divertido empaquetado en unos estupendos 90 minutos.
Así está la cosa. No hay que pedir más. Pero desde luego lo que no hay que hacer es ver esta película como la mayoría hace. En el fondo, se parece mucho a Freddy vs. Jason, otra divertidísima película de ese freak en potencia llamado Ronny Yu y que a mí me cae bastante bien.

6.8
3,686
9
13 de marzo de 2014
13 de marzo de 2014
56 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Oh Boy' es algo más que una película. Es, como 'Lost in translation' (Sofia Coppola, 2003), un estado de ánimo, un reflejo fantasmal y sincero de lo que somos o, al menos, de lo que fuimos en algún momento. Envuelta en el halo del cine mumblecore (mínimo presupuesto, diálogos de corte realista), recuerda inevitablemente a los inicios de Jim Jarmusch, pero la cinta de Gerster conquista una identidad propia y un estilo personal. Su mirada inyecta poesía al relato pero no lo sobrecarga, la banda sonora acompaña con elegancia la historia pero no la subraya. Parece que cada elemento está colocado donde debería, con esa precisión de reloj suizo impropia en un director novel.
La cinta narra 24 horas en la vida de Niko, un joven veinteañero acomodado que ha dejado sus estudios y deambula por las calles berlinesas sin rumbo, sin haber encontrado su lugar en el mundo. Irá encontrándose con diversos y pintorescos personajes, viviendo situaciones a cada cual más insólita y extraña. La interpretación del personaje principal corre a cargo de un sobresaliente Tom Schilling, cuyo compromiso con Niko es absoluto, entregando un muy sincero y realista retrato del fracaso, la derrota y la desesperanza. Su taciturno deambular recuerda a la nouvelle vague, visualizado por unas bellas imágenes en blanco y negro que confirman en buen gusto estético, ético y sonoro del cineasta. Hay estimulantes visos de debate, pero prima ante todo el melancólico cuadro que se dibuja sobre el fracaso y la soledad, sin ofrecer respuestas ni salidas aunque, y es de agradecer, el autor deje ventanas abiertas para que el relato respire, sabiamente puntuado por momentos de hilarante comicidad. No olvida en su fascinante recorrido paradas tristes (el señor borracho), y reconduce el brillante macguffin del café hacia un final abierto, quizá luminoso, pero sin duda con varias lecturas.
Logra evitar que se tilde al film de burgués, pues su discurso es universal y en ningún momento vemos a un pobre rico malcriado, sino simplemente al rostro más descarnado de la juventud desnortada de nuestra época. Duele y emociona, provoca empatía y, llegado a cierto punto, causa conmoción. Es nihilismo puro, sin disfraces ni etiquetas, pero no terminal, sino con los ojos puestos, quizá, en el camino, que sigue avanzando delante de uno mismo.
http://www.asgeeks.es/movies/fin-de-semana-europeo-criticas-de-joven-y-bonita-y-oh-boy/
La cinta narra 24 horas en la vida de Niko, un joven veinteañero acomodado que ha dejado sus estudios y deambula por las calles berlinesas sin rumbo, sin haber encontrado su lugar en el mundo. Irá encontrándose con diversos y pintorescos personajes, viviendo situaciones a cada cual más insólita y extraña. La interpretación del personaje principal corre a cargo de un sobresaliente Tom Schilling, cuyo compromiso con Niko es absoluto, entregando un muy sincero y realista retrato del fracaso, la derrota y la desesperanza. Su taciturno deambular recuerda a la nouvelle vague, visualizado por unas bellas imágenes en blanco y negro que confirman en buen gusto estético, ético y sonoro del cineasta. Hay estimulantes visos de debate, pero prima ante todo el melancólico cuadro que se dibuja sobre el fracaso y la soledad, sin ofrecer respuestas ni salidas aunque, y es de agradecer, el autor deje ventanas abiertas para que el relato respire, sabiamente puntuado por momentos de hilarante comicidad. No olvida en su fascinante recorrido paradas tristes (el señor borracho), y reconduce el brillante macguffin del café hacia un final abierto, quizá luminoso, pero sin duda con varias lecturas.
Logra evitar que se tilde al film de burgués, pues su discurso es universal y en ningún momento vemos a un pobre rico malcriado, sino simplemente al rostro más descarnado de la juventud desnortada de nuestra época. Duele y emociona, provoca empatía y, llegado a cierto punto, causa conmoción. Es nihilismo puro, sin disfraces ni etiquetas, pero no terminal, sino con los ojos puestos, quizá, en el camino, que sigue avanzando delante de uno mismo.
http://www.asgeeks.es/movies/fin-de-semana-europeo-criticas-de-joven-y-bonita-y-oh-boy/

6.8
27,179
8
21 de agosto de 2014
21 de agosto de 2014
47 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 2006 se produjo uno de esos milagros que rara vez ocurren en el mundo del cine. Se estrenó 'Once', dirigida por el ex-bajista del desconocido (y estupendo) grupo irlandés 'The Frames', y en cada sala donde se proyectaba se podía sentir un extraño hechizo que provocaba un profundo y sincero cosquilleo en el alma. Nacida como una carta de amor a la música (y al propio amor), 'Once' conquistaba ese terreno, sólo reservado a ocasionales perlas, donde la mayor sencillez (y humildad) del mundo se transforman en un fenómeno que arrasa corazones allá por donde pasa. Un crítico dijo que no podía imaginarse a nadie que viendo la película no se enamorara de ella, y razón no le faltaba. Pues bien, John Carney lo ha vuelto a conseguir, y a un servidor se le escapan los motivos por los cuales 'Begin Again' (2013), al menos, no caiga simpática. Es un perfecto artefacto de seducción, pero no nacido desde el diseño, sino desde la naturalidad de una historia contada desde las entrañas.
La historia vuelve a cruzar historias de amor y desamor tan del gusto de Carney, con la salvedad de cambiar Dublín por Nueva York, y caras desconocidas por actores contrastados. A Ruffalo le han despedido y a Knightley le ha dejado su novio, y ebrios de soledad y melancolía se encontrarán en la noche neoyorquina, en un bar donde ella interpreta una hermosa canción. Desde ese momento, sus vidas se entrelazarán con el objetivo de grabar un álbum en las calles, los parques y las azoteas de la ciudad. Un punto de partida entre manido y original que da pie a una juguetona, bonita y divertida historia de redención y segundas oportunidades, barnizada de un carisma irresistible que pone el alma del espectador a cantar y a bailar al son de una banda sonora pegadiza y muy bonita. Tal y como ocurría en 'Once', es un musical sin serlo, librando al espectador menos habituado a este género de ser asaltado durante la proyección con preguntas del tipo “¿Y ahora por qué se ponen a cantar?“, pues cada canción está integrada en la narración como parte de un todo armónico y cadencioso. La película no puede existir sin las canciones, ni las canciones sin la película.
Apoyada en un elenco soberbio, donde sobresale la excelente química entre la pareja protagonista y hasta Adam Levine aporta buen gusto (vocalista, aquí actor debutante, del grupo 'Maroon 5'), la cinta gana en hechura estética respecto a Once, en la cual dominaba el amateurismo, sin perder ese estilo sencillo y diáfano que permite disfrutar cada minuto sin recurrir a elementos más artificiosos. Todo fluye sin que uno se dé apenas cuenta, y poco a poco va adentrándose en el espectador hasta impregnarle de emoción, felicidad y buen rollo. No escatima en lanzar dardos envenenados a la actual industria musical y al impersonal, voraz y rutinario negocio de las discográficas. Quizá pueda reprochársele cierta ingenuidad u optimismo a la hora de abordar esa visión de un equilibrio perfecto entre independencia creativa y éxito profesional y comercial, pero no es más que un mínimo reproche hacia una cinta que tiene como propósito principal dibujar una sonrisa en el espectador, sin que ésta sea en ningún momento forzada.
Escenas como la del arreglo musical de Ruffalo en pleno concierto (pura magia), o la de la constatación de un desamor a través de una traición creativa (y sentimental), dan buena cuenta del grado de excelencia y delicadeza que alcanza la cinta. Como reza el segundo título de la película, uno se pregunta si una canción puede salvar tu vida. Lo que sí queda claro es que puede alegrártela como pocas cosas en el mundo. Si creyeron que 'Once' podía ser sólo flor de un día, 'Begin Again' les (de)mostrará de nuevo el talento que yace en John Carney, y que con su oleaje de alegría y romanticismo inunda e ilumina el alma de quien se baña en él.
La historia vuelve a cruzar historias de amor y desamor tan del gusto de Carney, con la salvedad de cambiar Dublín por Nueva York, y caras desconocidas por actores contrastados. A Ruffalo le han despedido y a Knightley le ha dejado su novio, y ebrios de soledad y melancolía se encontrarán en la noche neoyorquina, en un bar donde ella interpreta una hermosa canción. Desde ese momento, sus vidas se entrelazarán con el objetivo de grabar un álbum en las calles, los parques y las azoteas de la ciudad. Un punto de partida entre manido y original que da pie a una juguetona, bonita y divertida historia de redención y segundas oportunidades, barnizada de un carisma irresistible que pone el alma del espectador a cantar y a bailar al son de una banda sonora pegadiza y muy bonita. Tal y como ocurría en 'Once', es un musical sin serlo, librando al espectador menos habituado a este género de ser asaltado durante la proyección con preguntas del tipo “¿Y ahora por qué se ponen a cantar?“, pues cada canción está integrada en la narración como parte de un todo armónico y cadencioso. La película no puede existir sin las canciones, ni las canciones sin la película.
Apoyada en un elenco soberbio, donde sobresale la excelente química entre la pareja protagonista y hasta Adam Levine aporta buen gusto (vocalista, aquí actor debutante, del grupo 'Maroon 5'), la cinta gana en hechura estética respecto a Once, en la cual dominaba el amateurismo, sin perder ese estilo sencillo y diáfano que permite disfrutar cada minuto sin recurrir a elementos más artificiosos. Todo fluye sin que uno se dé apenas cuenta, y poco a poco va adentrándose en el espectador hasta impregnarle de emoción, felicidad y buen rollo. No escatima en lanzar dardos envenenados a la actual industria musical y al impersonal, voraz y rutinario negocio de las discográficas. Quizá pueda reprochársele cierta ingenuidad u optimismo a la hora de abordar esa visión de un equilibrio perfecto entre independencia creativa y éxito profesional y comercial, pero no es más que un mínimo reproche hacia una cinta que tiene como propósito principal dibujar una sonrisa en el espectador, sin que ésta sea en ningún momento forzada.
Escenas como la del arreglo musical de Ruffalo en pleno concierto (pura magia), o la de la constatación de un desamor a través de una traición creativa (y sentimental), dan buena cuenta del grado de excelencia y delicadeza que alcanza la cinta. Como reza el segundo título de la película, uno se pregunta si una canción puede salvar tu vida. Lo que sí queda claro es que puede alegrártela como pocas cosas en el mundo. Si creyeron que 'Once' podía ser sólo flor de un día, 'Begin Again' les (de)mostrará de nuevo el talento que yace en John Carney, y que con su oleaje de alegría y romanticismo inunda e ilumina el alma de quien se baña en él.
Cortometraje

7.7
22,530
10
6 de diciembre de 2006
6 de diciembre de 2006
58 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un cohete espacial que ha colisionado contra el ojo derecho de la cara (no oculta y deliciosamente humanizada) de la Luna, queda una imagen fantástica para la posteridad, para el ojo del buen cinéfilo con ganas de saborear lo añejo, de echar la vista atrás y ver nacer al cine. En este caso, somos testigos del bautismo del género de la ciencia ficción.
Méliès, tras una prolífica carrera cinematográfica y pasar a la historia del cine, se atrevió con una historia fantástica que iba a basar su capacidad de fascinación en la utilización de efectos especiales (que vistos con nuestros ojos, claro, son entrañables y enternecedoramente inocentones), contando la historia de uno de los sueños del hombre del siglo XX: viajar a la Luna y, consecuentemente, navegar por el espacio.
La película es un mito, una (entretenidísima) leyenda cinematográfica de apenas un cuarto de hora de imágenes fascinantes, mágicas y llenas de cariño e imaginación, rebosantes de ingenio y encanto que conforman, sencillamente, una obra maestra, un hito del séptimo arte y que supone el comienzo de la ciencia ficción.
Sin duda, una especie única, imprescindible, mítica.
Méliès, tras una prolífica carrera cinematográfica y pasar a la historia del cine, se atrevió con una historia fantástica que iba a basar su capacidad de fascinación en la utilización de efectos especiales (que vistos con nuestros ojos, claro, son entrañables y enternecedoramente inocentones), contando la historia de uno de los sueños del hombre del siglo XX: viajar a la Luna y, consecuentemente, navegar por el espacio.
La película es un mito, una (entretenidísima) leyenda cinematográfica de apenas un cuarto de hora de imágenes fascinantes, mágicas y llenas de cariño e imaginación, rebosantes de ingenio y encanto que conforman, sencillamente, una obra maestra, un hito del séptimo arte y que supone el comienzo de la ciencia ficción.
Sin duda, una especie única, imprescindible, mítica.

5.6
19,308
6
29 de mayo de 2015
29 de mayo de 2015
50 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace años, cuando 'Tomorrowland' no era más que un boceto, una idea, se publicitó como la primera película no animada del célebre estudio Pixar. Al final, dicho sueño se dispersó hasta desaparecer, pero Disney siguió al pie del cañón. De aquello, una cosa sí estuvo clara desde un principio, y es que Brad Bird, director estrella de la compañía ('Los increíbles', 'Ratatouille'), sería el encargado de llevar aquel mundo imaginario a un proyecto real. Él es, o al menos era, la esperanza fundamental a la que cualquier espectador mínimamente informado se había encomendado para disfrutar de una gran obra. Sus antecedentes al margen de Pixar ('El gigante de hierro', el nuevo resurgir de la saga 'Misión Imposible' con 'Protocolo fantasma') también daban margen para la agradable sorpresa. Por contra, entre los tres guionistas del film se encuentra Damon Lindelof, y eso, a más de uno, le dará un lógico pavor. Para quienes no sepan quién es, o simplemente por hacer memoria, es preciso recordar que Lindelof era uno de los guionistas estrella de 'Perdidos' (2004-2010) y quien tomó el mando de la nave 'abramsiana' cuando empezó, en la más extendida opinión, a irse a pique. Por si fuera poco, también se encargó, "ayudado" por otros lumbreras del gremio, de hinchar de contraproducente y ridícula seriedad la muy decepcionante 'Cowboys & Aliens' (Jon Favreau, 2011), aunque tocó fondo con aquel despropósito torpe, antipático y, para más inri, infiel al universo alien que fue su aportación a 'Prometheus' (Ridley Scott, 2012). En definitiva, dos puntos de partida, más opuestos imposible, que desequilibraban, hasta casi hasta anular, toda expectativa generada en torno a la película que nos ocupa. Ahora, una vez visionada 'Tomorrowland: El mundo del mañana' (2015), que ha sido víctima de esa absurda costumbre 'made in Spain' de subtitular el nombre las películas con la traducción literal del título original (¿alguien me lo explica?), cabe decir que ni Bird ha brillado demasiado ni Lindelof ha destrozado la idea primigenia. Los prejuicios (tanto positivos como negativos) no han acertado y el resultado final es, precisamente, eso: un término medio que ni emociona ni ofende, una película agradable aunque desaprovechada que no aspira a mucho más que a ser el primer blockbuster de la época (casi) veraniega, aunque con fundamento.
La primera media hora genera unas esperanzas inesperadas y muy gozosas, pues la fantasía incesante y el protagonismo de la aventura infantil y/o adolescente le hacen a uno retrotraerse a la década mágica de los años 80, a ese cine de sello spielberiano, de marca Amblin, que tantas alegrías dio (y sigue dando) a todo buen cinéfilo. Ese ambiente impregna la apertura de la película y extiende su influencia durante un rato vibrante y delicioso dominado por el descubrimiento constante y el sentido de la maravilla. Lamentablemente, ese fulgor cándido termina por extinguirse más pronto que tarde ante el devenir de una aventura fantástica (con auténtico espíritu de sci-fi) más convencional de lo deseado y poco arriesgada que, según pasan los minutos, va estancándose sin apenas darse cuenta, desviándose puntualmente de ese esquematismo narrativo con eventuales fogonazos de humor o de chispa visual (esa Torre Eiffel como lanzadera espacial) merecedores de una sincera carcajada o de un repentino signo de exclamación. Pero a una premisa (y a una historia) con tanto juego y tantas posibilidades (la existencia de un mundo en otra dimensión donde todo es posible y los mejores y más capaces de la Tierra tratan de encontrar solución a los terribles problemas que nos aquejan) cabe exigirle(s) más, mucho más. Hay muchas más competencia que brillo (el cual se reduce a la futurista visualización de Tomorrowland) y Brad Bird permanece más invisible que nunca, con la excepción de algún sensacional plano secuencia en ese mundo del mañana, imágenes grabadas, como curiosidad, en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y, visto el resultado, siendo todo un acierto. A colación de esto, mencionar que es de agradecer, como hace poco ocurría (aunque de manera más palpable y meritoria) con la brutal 'Mad Max: Furia en la carretera' (George Miller, 2015), que no haya un abuso de efectos especiales, salvo en momentos donde resultan imprescindibles, algo que ocurre en consonancia con el hecho de que gran parte del metraje suceda en nuestro planeta y no en el que da nombre a la película.
La primera media hora genera unas esperanzas inesperadas y muy gozosas, pues la fantasía incesante y el protagonismo de la aventura infantil y/o adolescente le hacen a uno retrotraerse a la década mágica de los años 80, a ese cine de sello spielberiano, de marca Amblin, que tantas alegrías dio (y sigue dando) a todo buen cinéfilo. Ese ambiente impregna la apertura de la película y extiende su influencia durante un rato vibrante y delicioso dominado por el descubrimiento constante y el sentido de la maravilla. Lamentablemente, ese fulgor cándido termina por extinguirse más pronto que tarde ante el devenir de una aventura fantástica (con auténtico espíritu de sci-fi) más convencional de lo deseado y poco arriesgada que, según pasan los minutos, va estancándose sin apenas darse cuenta, desviándose puntualmente de ese esquematismo narrativo con eventuales fogonazos de humor o de chispa visual (esa Torre Eiffel como lanzadera espacial) merecedores de una sincera carcajada o de un repentino signo de exclamación. Pero a una premisa (y a una historia) con tanto juego y tantas posibilidades (la existencia de un mundo en otra dimensión donde todo es posible y los mejores y más capaces de la Tierra tratan de encontrar solución a los terribles problemas que nos aquejan) cabe exigirle(s) más, mucho más. Hay muchas más competencia que brillo (el cual se reduce a la futurista visualización de Tomorrowland) y Brad Bird permanece más invisible que nunca, con la excepción de algún sensacional plano secuencia en ese mundo del mañana, imágenes grabadas, como curiosidad, en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y, visto el resultado, siendo todo un acierto. A colación de esto, mencionar que es de agradecer, como hace poco ocurría (aunque de manera más palpable y meritoria) con la brutal 'Mad Max: Furia en la carretera' (George Miller, 2015), que no haya un abuso de efectos especiales, salvo en momentos donde resultan imprescindibles, algo que ocurre en consonancia con el hecho de que gran parte del metraje suceda en nuestro planeta y no en el que da nombre a la película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Así pues, 'Tomorrowland' no pasaría de ser una digna y simpática aventura con escasas posibilidades de quedar anclada a la memoria si no fuera por su final, tachado como melifluo y naíf por diversos críticos (y razón no les falta, ojo), pero que engrandece la cinta, a pesar de esa tendencia al subrayado, al sermón al que se refería Peter Travers en que se convierte su loa humanista, aunque el que se larga el personaje de Hugh Laurie es de aúpa, simplemente irreprochable y lo mejor de todo el guión. Sin embargo, no hay que olvidar jamás que esto es Disney y que el público objetivo son chavales que, en ciertos momentos, necesitan de palabras claras e impactantes que les hagan pensar, reaccionar. Y no sólo ellos: todos nosotros deberíamos tomar muy en serio el mensaje de 'Tomorrowland', quizá algo ingenuo, es posible, pero no por ello menos valioso, y más aún en estos tiempos de zozobra existencial, de pesimismo globalizado y con muchas más nubes que claros. El cambio de concepto de "elegir a los mejores" por "elegir a los soñadores" es maravilloso, y en él reside la clave que nos lanzan sus autores, un llamamiento de esperanza e ilusión para no rendirse nunca, para creer, pues creer no es poder pero sí el primer y fundamental paso, y debemos darlo cuanto antes, juntos. Si queremos cambiar las cosas, claro. La conclusión, y respiren tranquilos porque ya termino, es que no hay otro mundo del mañana más que el nuestro, y que su futuro sólo depende de nosotros. El plano final posiblemente merecería una película mejor, pero muchos lo recordarán. Anima a luchar, a tirar para adelante. Y eso es mucho.
www.asgeeks.es/movies/critica-de-tomorrowland-el-mundo-del-manana-para-vosotros-sonadores/
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