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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9 de diciembre de 2013 Sé el primero en valorar esta crítica
¡Alegrémonos! Estamos ante el nacimiento de un nuevo estilo cinematográfico: El biopic histórico-histérico de ciencia-ficción-terror. No sé si debería añadir además "humorístico", pero a tenor de la seriedad con que se han tomado esta película, lo dudo. Porque, aunque el titulo (Abraham Lincoln, cazador de vampiros), pueda inducir a pensar que se trata de una broma gamberra, no es así. El director a la cabeza, y el resto del equipo detrás, parecen haberse imbuido de un espíritu trascendente y han querido vender este engendro como una muestra de genialidad. El resultado, aunque caigamos en lo obvio, es, sencillamente, ridículo. Pero dejando a un lado el descabellado argumento -¡que no es fácil!- nos encontramos con un montaje lleno de elipsis temporales que más parecen saltos de teletransportación al más puro estilo Star Trek: En un momento vemos al joven Abraham (una mezcla entre Randi Quaid adelgazado y el narizotas encargado del vídeo club de "Aquí no hay quien viva") estudiando derecho sobre el mostrador de una tienda de ultramarinos, y de pronto nos lo encontramos sentado en el despacho oval con cincuenta añazos a su espalda y una barbita que recuerda sospechosamente a un Rajoy desbigotado. Pero el medio siglo no le impide al bueno de Abe, brincar desaforadamente a lomos de un tren de vapor mientras lucha, a golpe de hacha, con hordas de vampiros vestidos de confederados (¡me descojono!) y evitando los chispazos que vomitan las chimeneas del convoy.

La verdad es que podríamos estar horas hablando de esta película, porque tiene miles de lindezas susceptibles de formar parte de un tratado de la enormidad.

Yo me senté creyendo que me iba a encontrar algo similar a Van Helsing, o los Hermanos Grimm...; pensé que me iba a evadir con algo diferente que dejaría descansar a mi cabeza de profundidades abisales filosóficas; imaginé que pasaría un rato entretenido, sin más. Pero no fue así. Me aburrió soberanamente; por no hacerme, no me hizo ni gracia. Porque la Historia no se ha reescrito (como me pasó por un momento al ver "Malditos bastardos") ni han conseguido aportar nada que no sea bochorno o vergüenza ajena.

Eso sí, han sentado un precedente que puede resultar un filón aprovechable para nuestro cine.

Aquí os dejo algunos ejemplos, por si algún productor osado quiere tomar nota:

1.- Cánovas del Castillo, defenestrador de monstruos.
2.- Niceto Alcalá Zamora contra el hijo de Frankenstein.
3.- Indalecio Prieto y la maldición de la momia.
4.- Emilio Castelar, externinador de brujas.

Y así podríamos iros hacia atrás (Felipe II, destructor de los hijos del demonio) o mirar a nuestra historia más reciente y rescatar, por ejemplo, a Rubalcaba para que aniquile a los chupacabras del altiplano. Como veréis, las posibilidades son infinitas.
28 de septiembre de 2015 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imaginad que, con motivo de una fiesta para celebrar sus bodas de plata, -por ejemplo- tus padres se reúnen con un grupo de amigos. A medida que el alcohol baja de nivel en las botellas y el humo de algún porrillo extraviado contagia de risas blandas las bocas de los presentes, va propagándose por el sarao la más laxa deshinibición. Entonces se despojan de etiquetas, protocolo y afectación. Los visitantes evolucionan más libremente, se van sintiendo cómodos: se aflojan el nudo de la la corbata y dejan de meter las barrigas -ellos-, mientras que ellas se atreven a abrirse un poco el escote o aun, en un alarde de valentía, a quitarse la faja. Todos estos ingredientes, sumados a la música de cassete, obran el milagro y entonces llega el desmelene. Tú, escondido en el piso superior, observas con un nudo en el estómago y rebosante de vergüenza ajena, cómo tus padres se comportan de manera inapropiadamente desenfadada: beben sin control, cuentan chistes pasados de moda, escenifican gracietas con la despreocupación de un histrión... Y en un momento dado, en el culmen del despiporre, contagiados por el influjo de la fiesta, se lanzan a bailotear con pasos torpes, zambos y ridículos, una danza sensual y desmadejada. El horror y, sobre todo, el bochorno que esto te provoca, te llena el cuerpo de escalofríos, carne de gallina y un continuo chirriar de dientes. Y no es que hayas dejado de querer a tus progenitores, ni pretendas romper el nudo que te ata a ellos, sino que deseas fervientemente conservar el respeto que te han hecho perder al verlos de esa guisa, o mantenerlos en la línea sensata que la dignidad -a estas horas, perdida del todo- dicta.

Tengo edad suficiente como para guardar una imagen más o menos vívida de lo que fue parte de La Movida madrileña, y cuando repaso esos años, me da la sensación de que salen bien parados aunque en la memoria de cada uno las evocaciones, lejos de envejecer, se reaviven con insertos y añadidos que las mejoran. Puede que esto responda al ejercicio particular de preservar la impronta que los años de juventud nos tatuaron en el recuerdo y que, pese a todo, se resiste a abandonarnos por mucho que vivamos.

La otra noche pude volver a ver Laberinto de pasiones y no sentí lo mismo.

Fue un placer el reencuentro con Poch, o con un irreconocible Santiago Auserón, en un ambiente donde Ceesepe o el Hortelano, jóvenes, pujantes y llenos de sueños, podían aparecerse en cualquier momento al la vuelta de cualquier esquina paseándose por la Gran Vía o Malasaña de la mano de Oukelele... Macnamara pidiendo fabada con lengua gorda tras ser taladrado por la broca lúbrica de la foto-novela, Almodóvar en el escenario, libre de corsés y de responsabilidad... Sí, todo eso estaba ahí y dejó un rasguño en en alma que me hizo volver la cabeza atrás, cerrar los ojos y desear encontrarme en La Vía Láctea o en La luna al volver a abrirlos... pero sólo por un momento. Se quedó en un estremecimiento fugaz, en un guiño que dura lo que se tarda en esbozar una sonrisa, en un destello pasajero que se fue trocando en patetismo y chapuza. Tal vez sea cierto eso de que cada uno se hace sus propios recuerdos...

Al reencontrarme con esta película pude observar de nuevo, desde el sofá de mi salón, ese mundo al que un día pertenecimos y que supuso un punto de inflexión en tantas vidas, pero vacío de implicación y carente de la complicidad que creía hallar. Está claro que la lente limita demasiado. Comprobé que, desgraciadamente, nada queda ajeno al paso del tiempo. La sensación que experimenté, con un escalofrío, un poco de incredulidad y mucho sonrojo, es como la de irse muy atrás y volver a ver las fotos de la comunión, como la de verme, más tarde, retratado con pantalones de pitillo, chaqueta de cheviot y luciendo una sonrisa difusa entre hombreras inabarcables... Algo se encoge dentro de ti, algo se remueve, se agita y no es un efecto del todo placentero; se mezclan demasiadas cosas. Es, en definitiva, un poco como eso de ver bailar a tus padres.
14 de mayo de 2024
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El arranque de esta serie me sorprendió. Las historias familiares se iban hilvanando en una suerte de puzzle argumental que, poco a poco, te iban dejando saber más sobre los Pearson. Pero enseguida empecé a darme cuenta de que el bucle se hacía cada vez más repetitivo y que giraba en círculos cada vez más cerrados, lo que consiguió que cayera en una especie de sopor mantenido a la espera de que la trama evolucionara y tomara otros derroteros. Las constantes repeticiones consiguieron que me empezara a aburrir y el germen de esa célebre serie ochentera titulada "Treinta y tantos", empezó a aflorar con mayor ímpetu y descaro. No en vano, el ínclito Ken Olin, miembro del serial anteriormente citado, tiene en este nuevo culebrón del siglo XXI, preñado de ideología "WOKE" y complejos infinitos, una participación más que manifiesta. Se cuelan muchas cosas que recuerdan a antiguos pastelones televisivos y la ñoñería y una concepción del drama totalmente edulcorada y estomagante, comienzan a hacer acto de presencia con una fuerza insoportable. El gasto en colirio tuvo que ser monumental para alimentar tanto lagrimón vertido por culpa de las constantes tragedias surgidas de verdaderas gilipolleces; ya sabemos que el carácter anglosajón sabe sacar petróleo de las situaciones más ridículas.

Cuando me decidí a escribir este comentario, ya estábamos en la tercera temporada y tenía interés en saber cómo acabaría el folletín, así que continué viéndolo. Entretanto, seguían llorando -berreando más bien- agarrados a la cursilería más desaforada que se pueda uno imaginar y de nada sirvieron los intentos de poner algo de pimienta a los argumentos con alcoholismos, lesbianismos tempranos (¡cómo iban a faltar!), desencuentros a contrapié o hijos prematuros. El nivel de melaza alcanza cotas tan altas que llega a empalagar.

Randall, el hijo adoptado que jamás ha asumido el trance brutal de ser educado en una buena familia, porque ésta era blanca y que lleva dedicando toda su vida y recursos a descubrir su verdad particular, vira hacia la idiotez más inaguantable a una velocidad de vértigo. El deseo de darle un puñetazo se hace mayor con cada minuto de aparición. No hay ocasión en la que aparezca que no le desee unas purgaciones o unas hemorroides galopantes. A este punto llegan mis simpatías por este personaje.

Rebeca se mueve en los límites la demencia y la pesadez más absoluta. Es verdad que siempre ha hecho gala de ese carácter y, por tanto, no sorprende que pueda ser tan pelma. La magia del maquillaje te hace dudar si es la misma actriz la que interpreta el papel de los años mozos y el de la Rebeca madura, pero en cuanto abre la boca, descubres que no hay duda, porque no hay en el mundo quien pueda ser tan cursi y estomagante. Cada vez que pronuncia eso de "Bichito" para referirse al mostrenco de doscientos kilos que tiene por hija, se me abren las carnes.

Kevin, el actor guapo y despegado, parece que se mantiene y sigue conservando mis simpatías. Es siempre un placer verlo en pantalla... Y que conste que hago este comentario desde una convencida heterosexualidad. Es con mucho, el más normal y creíble de la familia. Aún no deseo que se estampe en un accidente de helicóptero, pero ya veremos las sorpresas que nos tienen reservadas los guionistas. Mantendremos los dedos cruzados.

Kate, cada vez más descomunal, también hace aguas. No hay nada que no la estremezca, que no suponga para ella un sufrimiento, que no le remueva las culpas enterradas bajo tantos kilos de carne, que no le haga entrar en otro conflicto existencial infinito... Mientras tanto, el bueno de Toby, todo un santo varón, se ve en la necesidad de atiborrase a pastillazos para sobrellevar la depresión. ¡No me extraña!

Beth, la mujer del insoportable llorón, ahora quiere bailar y trae de cabeza a todo el departamento de vestuario porque ya no saben qué ponerle para disimularle ese culo de negrona "middle aged". Estéticas aparte, es la única en esa casa con un punto de serenidad y cordura que contrasta con los histéricos y numerosos berrinches de su hija adolescente y, sobre todo, de su inaguantable maridito. La dulzura en el hogar de los Pearson-negros viene, sin duda, de la mano de la hija menor, que representa todo lo opuesto a lo que su papá se desgañita en hacerle saber con soporíferos y cargantes discursitos sobre la herencia y los genes. Para mí que esa hija es fruto del affaire de Beth con el lechero de su antiguo barrio... Habrá que esperarse a ver si es así y le termina dando otro soponcio al bueno de Randall.

Jack, el fantasma bonachón y perfecto de la boca torcida, sigue apareciendo con insistencia para darnos lecciones de moral y buenas maneras, mezcladas con unos cuantos litros de morapio peleón, eso sí... Nunca he visto un "muerto" con tanto papel. Se repite y se repite como una salmodia incansable, ora con barba, ora con bigote, otras veces con perilla o con la cara limpia de pelo, pero siempre martilleando moralinas y remachando las mismas enseñanzas baratas. Por suerte, aún está Miguel, el discreto y paciente sufridor, sustituto a su pesar del imbatible Jack y beneficiario del calor, pero también de las manías de Rebeca y, por último, el bueno de Toby, que se mantiene en un papel digno y que pide más relevancia en la historia.

Estamos en la mitad de la quinta temporada. Ya veremos si llegamos a la sexta y última, porque nos están haciendo cada vez más complicado ver un capítulo entero sin despotricar y sin dar paseos al baño... o si los guionistas, con sus "genialidades" no consiguen que les termine deseando a todos la muerte más cruel porque algunas veces, parafraseando a Blas de Otero, "dan ganas de acabar de una vez".
5 de abril de 2015
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sucesión infumable de tópicos : litros de limoncello, grappa y chianti trasiegan por los gaznates de italianos altos, guapos y de ojos de un azul mediterráneo, vestidos indefectiblemente de Armani, montados en Alfa Romeos o Vespas y luciendo bultos que sugieren tener una buena "pizza" que hará las delicias de la americanita de turno. Ésta es buena, guapa y con una candidez tras la que esconde unas ganas locas de retozar como una perra entre retamas y amapolas. Después del desencanto de un amor roto, surgen, a continuación de algunas reticencias de carácter lenitivo, la calentura y el desmelene. ¡Miracolo, miracolo...! ¡El amor vive! Entonces, el personaje muta del intimismo más ñoño a la ridiculez del gritito, a los abrazos constrictores a la almohada con cara de mema y, en fin, al canto hiperestesiado a la revelación romántica sin freno. Una patata... pero con mucha mozarella.
4 de mayo de 2022 1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecé a ver anoche esta serie. Después de un rato, terminé de ver anoche esta serie. Creo que es lo más malo que he visto en mucho tiempo, y eso que el pasado fin de semana, me di un atracón de películas de Mariano Ozores (Yo hice a Roque III, Los bingueros, El soplagaitas, El calzonazos, los energéticos...) La gran diferencia entre estas dos propuestas, es que con las de Ozores, a veces, te ríes; con esta serie no haces más que pensar en lo bueno que habría sido que todos los personajes se hubieran quedado para siempre en ese espacio-tiempo incierto y misterioso del que vuelven, como vomitados por alguna consciencia superior que no pudo soportar más retenerlos consigo. ¡Madre mía...! El elenco, penoso: más malos que el sebo y haciendo gala de tanta ridiculez que abochorna sólo con recordarlo. Pero el punto crítico en el que mi paciencia dijo "hasta aquí", fue el de la performance de "Lucille". Creo que el pobre Little Richard se ha de estar removiendo aún en su tumba... ¡Vergüenza ajena! (mirad, me viene a la cabeza ese episodio y todavía siento el repeluzno).
Luego, la moralina estúpida con la que se salsea todo el guiso... Pero esa es otra cuestión con la que, desgraciadamente, tendremos que convivir por razones impuestas. Ahí lo dejo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No puedo escribir "spoiler" porque, como ya he dicho en mi comentario, no he visto ni terminar el primer episodio. Pero, si se me permite escribir cómo habría terminado yo esta serie, diré que los aliens, o Godzilla, o Mazinger Z, o los zombies, o todos juntos, se los llevan para siempre. Lo que hagan con ellos, francamente, me importa un pepino.
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