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9
11 de abril de 2011
11 de abril de 2011
56 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Canto al amor
para decir que ahora que te he encontrado
todo es sol y camino
que quiero cantar".
(Traducción de Canto l' amor de Lluis Llach).
Parte I: La partida.
Geneviève y Guy son dos jóvenes tortolitos que se pasan el día cantándose que se aman. Viven en un mundo de colorines, bello, alegre, maravilloso, donde la lluvia no es más que una excusa para acurrucarse en un paraguas cherburguiano de color pastel mientras hablan de planes de boda y de sus futuros hijos.
Pero el destino frustra sus sueños cuando él debe marchar al servicio militar en Argelia. Desesperados, se juran amor eterno, y, entre lágrimas, prometen esperar a su reencuentro.
Cuando se es joven, dos años es una eternidad.
Parte II: La ausencia.
Geneviève está sola. Los colores se vuelven chillones y amenazan con ahogar la esperanza de la joven. Porque cuando te mueres de amor, la enfermedad te debilita con la rapidez del fuego que te quemaba al principio, cuando reinaba la felicidad.
Roland es un buen hombre. Quiere a Geneviève con todas sus circunstancias, y quiere cuidarla. Maman, madame Emery, es ligeramente ridícula, pero en el fondo quiere que su hija sea feliz.
La vida es la que manda, y se vive día a día.
Parte III: El regreso
Los colores destiñen, y se vuelve sucios y lóbregos. Guy está triste, melancólico, amargado, y el paso del tiempo se ha detenido sobre su persona. Cada rincón, cada bar, cada estación de tren le recuerda a su amada.
Madeleine es una buena chica, que desea compartir su vida con él. Una vida apacible y tranquila.
La aceptación de la realidad es inevitable.
* Lentamente llegamos al final.
Es difícil comprender cómo una película como ésta puede ser tan bella. Pastelosa y cursi, rozando lo hortera, pero es difícil no dejarse conquistar por esta historia de amor tan corriente, tan tópica, que precisamente te enamora por eso, nacida de la suma de un guión sin fisuras y un trabajo musical de Michel Legrand impecable.
Bravo por Jacques Demy, por arriesgarse, y por reflejar las vivencias de la gente corriente. Por saber dirigir a la perfección, manteniéndote dentro todo el metraje. Por saber combinar los trajes con las paredes del decorado.
Por llenar de color un mundo gris. Tengo ganas de tararear.
para decir que ahora que te he encontrado
todo es sol y camino
que quiero cantar".
(Traducción de Canto l' amor de Lluis Llach).
Parte I: La partida.
Geneviève y Guy son dos jóvenes tortolitos que se pasan el día cantándose que se aman. Viven en un mundo de colorines, bello, alegre, maravilloso, donde la lluvia no es más que una excusa para acurrucarse en un paraguas cherburguiano de color pastel mientras hablan de planes de boda y de sus futuros hijos.
Pero el destino frustra sus sueños cuando él debe marchar al servicio militar en Argelia. Desesperados, se juran amor eterno, y, entre lágrimas, prometen esperar a su reencuentro.
Cuando se es joven, dos años es una eternidad.
Parte II: La ausencia.
Geneviève está sola. Los colores se vuelven chillones y amenazan con ahogar la esperanza de la joven. Porque cuando te mueres de amor, la enfermedad te debilita con la rapidez del fuego que te quemaba al principio, cuando reinaba la felicidad.
Roland es un buen hombre. Quiere a Geneviève con todas sus circunstancias, y quiere cuidarla. Maman, madame Emery, es ligeramente ridícula, pero en el fondo quiere que su hija sea feliz.
La vida es la que manda, y se vive día a día.
Parte III: El regreso
Los colores destiñen, y se vuelve sucios y lóbregos. Guy está triste, melancólico, amargado, y el paso del tiempo se ha detenido sobre su persona. Cada rincón, cada bar, cada estación de tren le recuerda a su amada.
Madeleine es una buena chica, que desea compartir su vida con él. Una vida apacible y tranquila.
La aceptación de la realidad es inevitable.
* Lentamente llegamos al final.
Es difícil comprender cómo una película como ésta puede ser tan bella. Pastelosa y cursi, rozando lo hortera, pero es difícil no dejarse conquistar por esta historia de amor tan corriente, tan tópica, que precisamente te enamora por eso, nacida de la suma de un guión sin fisuras y un trabajo musical de Michel Legrand impecable.
Bravo por Jacques Demy, por arriesgarse, y por reflejar las vivencias de la gente corriente. Por saber dirigir a la perfección, manteniéndote dentro todo el metraje. Por saber combinar los trajes con las paredes del decorado.
Por llenar de color un mundo gris. Tengo ganas de tararear.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
* Epílogo: El color se ha diluido. Sólo quedan el blanco y el negro, y al final, Geneviève y Guy se encuentran. Ya casi no tienen fuerzas para cantar. Han pasado tantas cosas, sin poderlo evitar... Unas cuantas frases que implican tanto vivido, dolorosamente hermoso. Como un nudo en la garganta.
Así son las cosas de la vida, camarada.
Cuanta soledad, cuanta pena y dolor
Por el final de nuestro amor
Desde que perdí tu cariño viví
Con los recuerdo que quedaron de ti
La sombra de tu ausencia me persigue más y más
De noche me atormenta con la inmensa oscuridad
No quiero ver a nadie
Ya he perdido la ilusión
Por eso así canta mi corazón.
No podré jamás vivir sin tu querer
Porque moriré si no te veo más
Sé que no podré
Dejarte de soñar porque yo no sé como olvidar.
Te estaré esperando una eternidad
Te estaré soñando cada día más
Te suplico amor que vuelvas junto a mí
Que la vida no es nada sin ti.
No olvido aquel momento en que dijiste adiós
No olvido tu figura cuando se alejó
Vuelve a mí, que es tuyo mi amor.
(Los paraguas de Cherburgo).
Así son las cosas de la vida, camarada.
Cuanta soledad, cuanta pena y dolor
Por el final de nuestro amor
Desde que perdí tu cariño viví
Con los recuerdo que quedaron de ti
La sombra de tu ausencia me persigue más y más
De noche me atormenta con la inmensa oscuridad
No quiero ver a nadie
Ya he perdido la ilusión
Por eso así canta mi corazón.
No podré jamás vivir sin tu querer
Porque moriré si no te veo más
Sé que no podré
Dejarte de soñar porque yo no sé como olvidar.
Te estaré esperando una eternidad
Te estaré soñando cada día más
Te suplico amor que vuelvas junto a mí
Que la vida no es nada sin ti.
No olvido aquel momento en que dijiste adiós
No olvido tu figura cuando se alejó
Vuelve a mí, que es tuyo mi amor.
(Los paraguas de Cherburgo).

7.8
57,861
8
20 de abril de 2008
20 de abril de 2008
68 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los pájaros, fantástica película de terror, precursora de un género que, salvo un par de experiencias como "La humanidad en peligro" y "Cuando ruge la marabunta", apenas había vuelto la vista hacia los animales. Pero Alfred Hitchcock no desatiende a los humanos y cuida los matices de la cinta. Recordad el momento en que Melanie entrega los pajaritos del amor a su deseado. La comedia romántica, tan perfecta que hasta resulta burda, se quiebra tan violentamente que el resultado es el mismo caos.
Los Pájaros es uno de los clásicos más recordados de Alfred Hitchcock sin duda por su originalidad, aunque conviene no buscarle la lógica. El ataque de los pájaros en ese pueblo aislado ha sido objeto de interpretaciones de tipo simbólico (que si el enfrentamiento entre la palabra y el caos, el Apocalipsis que se consuma, la sexualidad reprimida de la chica...), pero las aves probablemente sean un vehículo plástico y narrativo para los trucos del mago. Puedes ponerte a analizarla (y ver pajaritos en todas las películas de Hitch), o bien repantigarte en el sofá y disfrutar del espectáculo. Hoy, su puesta en escena se aprecia con admiración y sus efectos especiales, con cariño.
Sin música, pero con una banda de sonido (de Herrmann, claro) que funciona como una orquesta, los pájaros tiene una brillantez técnica como pocas veces llegó a alcanzar. Los ataques de los pájaros, especialmente el que tiene lugar cuando los niños salen de la escuela, son antológicos, y tantas veces homenajeados/copiados/profanados. Y las oscuras relaciones (atención a lo que se parecen la puñetera madre y la pija salida de Melanie y la pinta de galán de pega de Rod Taylor) entre los personajes contribuyen a que esta enrarecida metáfora sea una de las películas más misteriosas del cine, aunque todo el mundo sienta el latido de los deseos en sus imágenes.
¿Y el final? ¿Qué? ¿Qué impresión te produce? Es decepcionante y genial a la vez. Mira que es rebuscada toda la película, pero te lo crees. Es como el borracho del bar. Increíble, patético, pero al final es cierto, desasosegante, sin sentido, el anticlímax más famoso del cine. No le hagas caso a la parodia de comedia del principio, que de todas maneras es de una ironía finísima. El fin de fiesta está por llegar.
Los Pájaros es uno de los clásicos más recordados de Alfred Hitchcock sin duda por su originalidad, aunque conviene no buscarle la lógica. El ataque de los pájaros en ese pueblo aislado ha sido objeto de interpretaciones de tipo simbólico (que si el enfrentamiento entre la palabra y el caos, el Apocalipsis que se consuma, la sexualidad reprimida de la chica...), pero las aves probablemente sean un vehículo plástico y narrativo para los trucos del mago. Puedes ponerte a analizarla (y ver pajaritos en todas las películas de Hitch), o bien repantigarte en el sofá y disfrutar del espectáculo. Hoy, su puesta en escena se aprecia con admiración y sus efectos especiales, con cariño.
Sin música, pero con una banda de sonido (de Herrmann, claro) que funciona como una orquesta, los pájaros tiene una brillantez técnica como pocas veces llegó a alcanzar. Los ataques de los pájaros, especialmente el que tiene lugar cuando los niños salen de la escuela, son antológicos, y tantas veces homenajeados/copiados/profanados. Y las oscuras relaciones (atención a lo que se parecen la puñetera madre y la pija salida de Melanie y la pinta de galán de pega de Rod Taylor) entre los personajes contribuyen a que esta enrarecida metáfora sea una de las películas más misteriosas del cine, aunque todo el mundo sienta el latido de los deseos en sus imágenes.
¿Y el final? ¿Qué? ¿Qué impresión te produce? Es decepcionante y genial a la vez. Mira que es rebuscada toda la película, pero te lo crees. Es como el borracho del bar. Increíble, patético, pero al final es cierto, desasosegante, sin sentido, el anticlímax más famoso del cine. No le hagas caso a la parodia de comedia del principio, que de todas maneras es de una ironía finísima. El fin de fiesta está por llegar.

8.1
22,190
9
14 de marzo de 2008
14 de marzo de 2008
61 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un médico va a recibir un homenaje de su universidad. Repentinamente, tras un sueño en el que contempla su propio cadáver, decide emprender el viaje en coche con su nuera, que se ha ido de casa de su hijo tras una discusión por su embarazo. Durante el viaje parará en la casa donde pasaba sus vacaciones de niño, donde crecen fresas salvajes y donde tuvo su primer amor...
Mi primera vez con Bergman fue Fresas salvajes, y desde entonces, se ha convertido en mi favorita. ¿De qué trata? Del viaje final de un viejo profesor, que desgrana sus frustraciones mientras se dispone a recibir el doctorado honoris causa en Lund junto a su nuera, que sueña o recuerda experiencias y amores. Rodada inmediatamente después de El séptimo sello, su segunda mejor baza, su guión, no ganó el Oscar que se llevó Confidencias a medianoche, justo el año que arrasó Ben-Hur. Victor Sjöstrom, maestro del cine mudo, recibió por su interpretación el gran premio del Festival de Berlín de 1958. Es un gran clásico, y es por algo.
Una película de esas de antes, una maravilla de apenas hora y media de duración, una de las joyas imprescindibles del cine, otro de los míticos filmes del maestro. Esa pesadilla inicial, tan desasosegante, digna de cualquier película de terror, de esas de "sugerir en vez de mostrar". El tan académico uso del flashback, que yo también estudié, y tan simple, a la vez. La gran virtud de Fresas salvajes es su riqueza narrativa, con esa alternancia de planos objetivos, del presente, con planos subjetivos, del subconsciente y del pasado del protagonista. Ingenua, quizá, pero se agradece.
El motivo principal de la película, aparte de su naturaleza onírica y de reconciliación con la vida, es el protagonismo del viejo maestro. Un maestro que creemos todo bondades, pero que tiene mucho que aprender de la vida. Fuera amarguras. El retorno a la niñez como la única felicidad posible. Estupenda road-movie, en la carretera y hacia el interior. Hacia la luz. Que sea poco creíble esa cariñosa amistad que recibe de los tres jóvenes que conoce por el camino... No importa. Esto es cine.
Siempre que había tenido un día triste soñaba con su niñez. Pobre maestro. ¿Resultó un día triste al final? El viejo maestro reflexiona sobre si ha desperdiciado su vida. Todavía te queda tiempo; más vale tarde que nunca.
Mi primera vez con Bergman fue Fresas salvajes, y desde entonces, se ha convertido en mi favorita. ¿De qué trata? Del viaje final de un viejo profesor, que desgrana sus frustraciones mientras se dispone a recibir el doctorado honoris causa en Lund junto a su nuera, que sueña o recuerda experiencias y amores. Rodada inmediatamente después de El séptimo sello, su segunda mejor baza, su guión, no ganó el Oscar que se llevó Confidencias a medianoche, justo el año que arrasó Ben-Hur. Victor Sjöstrom, maestro del cine mudo, recibió por su interpretación el gran premio del Festival de Berlín de 1958. Es un gran clásico, y es por algo.
Una película de esas de antes, una maravilla de apenas hora y media de duración, una de las joyas imprescindibles del cine, otro de los míticos filmes del maestro. Esa pesadilla inicial, tan desasosegante, digna de cualquier película de terror, de esas de "sugerir en vez de mostrar". El tan académico uso del flashback, que yo también estudié, y tan simple, a la vez. La gran virtud de Fresas salvajes es su riqueza narrativa, con esa alternancia de planos objetivos, del presente, con planos subjetivos, del subconsciente y del pasado del protagonista. Ingenua, quizá, pero se agradece.
El motivo principal de la película, aparte de su naturaleza onírica y de reconciliación con la vida, es el protagonismo del viejo maestro. Un maestro que creemos todo bondades, pero que tiene mucho que aprender de la vida. Fuera amarguras. El retorno a la niñez como la única felicidad posible. Estupenda road-movie, en la carretera y hacia el interior. Hacia la luz. Que sea poco creíble esa cariñosa amistad que recibe de los tres jóvenes que conoce por el camino... No importa. Esto es cine.
Siempre que había tenido un día triste soñaba con su niñez. Pobre maestro. ¿Resultó un día triste al final? El viejo maestro reflexiona sobre si ha desperdiciado su vida. Todavía te queda tiempo; más vale tarde que nunca.

7.4
2,582
9
2 de enero de 2011
2 de enero de 2011
51 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de forajidos se adentra en el desierto huyendo tras atracar un banco en una ciudad fronteriza. Cuando todo parece perdido, llegan a una fantasmagórica ciudad abandonada, donde encuentran a un viejo buscador de oro y a su joven y atractiva hija… y un montón de oro. Estamos apañados.
Dinero y mujeres. Las dos cosas que un hombre renegado, sumido en la miseria, desea con todo su ser.
Pero no olvidemos que una mujer con un buen par, que ha crecido sola y, sabiendo que no es nada fácil tumbarla -aunque Gregory Peck ya lo hubiera conseguido-, también desea a los hombres.
Y William A. Wellman lo vuelve a hacer. Otro western de viaje moral de unos personajes de vuelta de todo. Es difícil hacer un western atípico que contiene todos los elementos arquetípicos del género: forajidos, tiroteos, peleas a puñetazo limpio, duelos, indios y mucho whisky. Que cuando estás perdido en el desierto, no sirve de nada. Pasiones salvajes: codicia, venganza, afán de poder, odio, deseo. La ciudad fantasma, opresiva y asfixiante, no es más que el reflejo de los propios personajes, que acaban fundidos en la (auto)destrucción de sí mismos, enredados en una cruenta lucha fratricida. Sin idealismo ninguno. Sin retorno alguno.
El cuidado de cada detalle, la sutilidad en las reacciones de los personajes, la genialidad de cada encuadre, cada diálogo, es una constante en Cielo amarillo: la secuencia del comienzo en el bar, tan similar a la Incidente en Ox Bow, con los vasos pasando mientras todos mantienen fija la mirada en la muchacha del cuadro. El amago de violación, intensísimo. La pelea en el riachuelo, repleta de tensión. Y el primer beso de verdad, una maravilla de claroscuros. Y es que la fotografía de Joe MacDonald es sencillamente extraordinaria.
Y Anne Baxter. Destila sensualidad por los cuatro costados, rodeada de tanto hombre sudoroso y acuciante, para bien y para mal. Imposible ser un marimacho con ese rostro.
Cielo Amarillo es una ciudad seca, como los forajidos. Regada por un manantial de agua, como Mike.
Dinero y mujeres. Las dos cosas que un hombre renegado, sumido en la miseria, desea con todo su ser.
Pero no olvidemos que una mujer con un buen par, que ha crecido sola y, sabiendo que no es nada fácil tumbarla -aunque Gregory Peck ya lo hubiera conseguido-, también desea a los hombres.
Y William A. Wellman lo vuelve a hacer. Otro western de viaje moral de unos personajes de vuelta de todo. Es difícil hacer un western atípico que contiene todos los elementos arquetípicos del género: forajidos, tiroteos, peleas a puñetazo limpio, duelos, indios y mucho whisky. Que cuando estás perdido en el desierto, no sirve de nada. Pasiones salvajes: codicia, venganza, afán de poder, odio, deseo. La ciudad fantasma, opresiva y asfixiante, no es más que el reflejo de los propios personajes, que acaban fundidos en la (auto)destrucción de sí mismos, enredados en una cruenta lucha fratricida. Sin idealismo ninguno. Sin retorno alguno.
El cuidado de cada detalle, la sutilidad en las reacciones de los personajes, la genialidad de cada encuadre, cada diálogo, es una constante en Cielo amarillo: la secuencia del comienzo en el bar, tan similar a la Incidente en Ox Bow, con los vasos pasando mientras todos mantienen fija la mirada en la muchacha del cuadro. El amago de violación, intensísimo. La pelea en el riachuelo, repleta de tensión. Y el primer beso de verdad, una maravilla de claroscuros. Y es que la fotografía de Joe MacDonald es sencillamente extraordinaria.
Y Anne Baxter. Destila sensualidad por los cuatro costados, rodeada de tanto hombre sudoroso y acuciante, para bien y para mal. Imposible ser un marimacho con ese rostro.
Cielo Amarillo es una ciudad seca, como los forajidos. Regada por un manantial de agua, como Mike.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y el duelo final, por supuesto. A tres bandas, y fuera de campo. Porque no hace falta mostrar cómo los pistoleros se retuercen teatralmente, alcanzados por una bala. Ya se encarga el oro de fluir como si fuera sangre.
2 de diciembre de 2007
2 de diciembre de 2007
69 de 92 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¡Qué felices son los inocentes! Olvidando el mundo, y por éste olvidados. Brillo eterno de una mente inmaculada. Cada plegaria aceptada y con cada una, una renuncia".
(Alexander Pope).
¿Qué harías si un día encontraras una tarjeta en el buzón que dijera que has sido borrado de la memoria de alguien? ¿Serías capaz de borrar a alguien de tu mente? fueron las preguntas que mi compañero de butaca y yo nos hicimos tras ver ¡Olvídate de mí!. Joel se queda aturdido y desolado cuando se entera de que su novia Clementine ha borrado de su cerebro los recuerdos de su relación. Desesperado, Joel contacta con el inventor del proceso, el Dr. Howard Mierzwiak para eliminar cualquier recuerdo de Clementine de su propia memoria. Pero sucede que, mientras los recuerdos progresivamente desaparecen, Joel comienza a redescubrir su pasión inicial. Vuelve a enamorarse de ella en un laberinto de recuerdos que indican que, a pesar del triste final de su relación, ha sido la mujer de su vida. Y es que los recuerdos, por amargos que sean, son nuestros recuerdos.
Ese es el argumento de ¡Olvídate de mí!, película dirigida por el videoclipero Michael Gondry (y se nota), que lleva a cabo la retorcida historia concebida por la retorcida mente del guionista Kauffman, que le da al guión ese estilo suyo tan personal, una experimentación llena de giros, ingenio, sorpresas, pensamientos alterados por el tiempo… Comedia dramática o drama cómico, a ratos intenso melodrama, esta película marca. Qué no daríamos por poder quitarnos un mal rollo de la cabeza. O mejor aún, intentar arreglar en sueños lo que no hemos sido capaces de solucionar en la realidad.
Pero la grandeza de esta película no está en su originalidad de narración (que la tiene), sino en el querer contarnos una historia de amor verdadera, de mostrar la brevedad de los sentimientos que, con los recuerdos y la añoranza, cambian constantemente, confirmando que dentro del amor existe lo ilógico.
Desoladora. Creíble. Amarga. Bellísima. Aparte de involucrarnos plenamente en la historia de Joel (definitivamente Jim Carrey me hace creer que es un actor) y Clementine (Kate Winslet consigue darle dulzura y encanto a un papel bastante irritante), los secundarios (dulce Kirsten, magistral Tom Wilkinson, camaleónico Mark Ruffalo) merecen un párrafo aparte.
La mente de un ordenador es muy superior a la humana. Basta apretar un botón para que pueda olvidar. ¿Borrarías a alguien de tu mente tecleando SUPRIMIR? Dedicada a todos aquellos que saben que el amor es algo que no podemos evitar ni apartar de nosotros. Aunque no recordemos de quién estamos enamorados. Ni por qué.
(Alexander Pope).
¿Qué harías si un día encontraras una tarjeta en el buzón que dijera que has sido borrado de la memoria de alguien? ¿Serías capaz de borrar a alguien de tu mente? fueron las preguntas que mi compañero de butaca y yo nos hicimos tras ver ¡Olvídate de mí!. Joel se queda aturdido y desolado cuando se entera de que su novia Clementine ha borrado de su cerebro los recuerdos de su relación. Desesperado, Joel contacta con el inventor del proceso, el Dr. Howard Mierzwiak para eliminar cualquier recuerdo de Clementine de su propia memoria. Pero sucede que, mientras los recuerdos progresivamente desaparecen, Joel comienza a redescubrir su pasión inicial. Vuelve a enamorarse de ella en un laberinto de recuerdos que indican que, a pesar del triste final de su relación, ha sido la mujer de su vida. Y es que los recuerdos, por amargos que sean, son nuestros recuerdos.
Ese es el argumento de ¡Olvídate de mí!, película dirigida por el videoclipero Michael Gondry (y se nota), que lleva a cabo la retorcida historia concebida por la retorcida mente del guionista Kauffman, que le da al guión ese estilo suyo tan personal, una experimentación llena de giros, ingenio, sorpresas, pensamientos alterados por el tiempo… Comedia dramática o drama cómico, a ratos intenso melodrama, esta película marca. Qué no daríamos por poder quitarnos un mal rollo de la cabeza. O mejor aún, intentar arreglar en sueños lo que no hemos sido capaces de solucionar en la realidad.
Pero la grandeza de esta película no está en su originalidad de narración (que la tiene), sino en el querer contarnos una historia de amor verdadera, de mostrar la brevedad de los sentimientos que, con los recuerdos y la añoranza, cambian constantemente, confirmando que dentro del amor existe lo ilógico.
Desoladora. Creíble. Amarga. Bellísima. Aparte de involucrarnos plenamente en la historia de Joel (definitivamente Jim Carrey me hace creer que es un actor) y Clementine (Kate Winslet consigue darle dulzura y encanto a un papel bastante irritante), los secundarios (dulce Kirsten, magistral Tom Wilkinson, camaleónico Mark Ruffalo) merecen un párrafo aparte.
La mente de un ordenador es muy superior a la humana. Basta apretar un botón para que pueda olvidar. ¿Borrarías a alguien de tu mente tecleando SUPRIMIR? Dedicada a todos aquellos que saben que el amor es algo que no podemos evitar ni apartar de nosotros. Aunque no recordemos de quién estamos enamorados. Ni por qué.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Maravillosa la historia de la enfermera Kirsten Dunst, que vuelve a enamorarse del hombre que ella misma borró después de que éste la desengañara. Y es que en el amor el hombre es el único que tropieza dos veces con la misma piedra.
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