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Críticas 95
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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17 de mayo de 2014 4 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su primera novela a Moravia le salió un drama teatral cuya estructura à huis-clos calcó Maselli (1964) en su trasvase a la pantalla, rémora que resiente el ritmo (Maselli no es Antonioni), con la paradoja adversa de no transmutar los personajes a la pantalla, con lo que estos quedan algo desfigurados y bastante ensombrecidos sobre todo por el arrollador caracterismo y presencia de unos actores emblemáticos, en especial Rod Steiger. El fin plantea el tema de la alienación, más sartriana que marxista, a través de la estética de la indiferencia como pose asociada a la hipocresía, a la desmoralización y a la acomodación. Muy en sintonía con la tabarra de esos años sobre el compromiso y la conciencia: El desierto rojo (1964), Con las manos en los bolsillos (1965), Antes de la revolución (1964), La corrupción (1963)), la narración identifica la indiferencia con la estrategia de una burguesía trasnochada pero superviviente gracias a su camaleónica inmoralidad. Pero a falta de las excelencias literarias de Moravia y de su peculiar discurso moral, la película queda como una historia convencional de ruina y ruindad familiares. A propósito de alienación y cine, tres años después Visconti traspondría magistralmente en celuloide “El extranjero” (1967) de Camus con una puesta en escena que replicaba cabalmente la filosofía de la novela. No es el caso de “Los indiferentes”, que, sea solo por el elenco, vale la pena ver.
17 de julio de 2014
11 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Proveedor de fábulas panfletarias, Ferreri inicia, probablemente, con esta película la desmesura en una filmografía que había comenzado de manera mucho más contenida con la excelente trilogía española a caballo entre el neorrealismo y el costumbrismo negro; luego explayaría su concepción obsesiva de las relaciones entre sexos, según la dialéctica: seducción, dominación, “objetuación” y venganza, modus vivendi que explotaría aderezándolo con polémicas oportunistas, en particular el del feminismo setentero. En la mujer simia, inspirada ligeramente en el fenómeno de la mejicana Julia Pastrana, expone un planteamiento ajustado a la tradición rica de “circo de monstruos” que va de “El hombre que ríe” (P. Leni, 1928) a “El hombre elefante (D. Lynch, 1980), saga que siempre ilustra cómo la deformidad física resulta insignificante ante la monstruosidad moral. Fílmicamente escueta y sobria y argumentalmente grotesca y cruel, quizá su mejor baza es el contrapunto de un templado ejercicio dramático a cargo de sus dos protagonistas, especialmente meritorio en el caso del siempre bufo Ugo Tognazzi que maneja aquí con temple su papel de charlatán feriante. La película cuenta con un final (francés) alternativo de moral más edificante.
21 de septiembre de 2012
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Toda la niebla de los muelles no esconde el origen teatral de esta película cuya puesta en escena no es capaz de traducir en cine una trama que se queda en escenografía de entremés, limitación que prima el desarrollo de la historia hacia un cariz tan melodramático como ramplón en detrimento del envero noir que posee el film y que le hubiese servido de aderezo revitalizador. No así, asistimos a una peripecia que roza la parodia del cine de gánster tan poco creíble como los mal dirigidos Garfield y Lupino, forzados a interpretar la antítesis de la condición dramática por la que se consagraron y que, por contra, aquí representan respectivamente a un malvado de opereta y a una díscola con caletre de quinceañera. Este desajuste se acentúa aún más si comprobamos que la pareja es literalmente engullida por Thomas Mitchel y John Qualem, lo mejor de la película pese a alguna caída en lawrenhardysmo. En conjunto “El mar es testigo mudo” resulta un producto fallido por simplista, previsible y teatral (¿dónde estaba Robert Rossen?), pero Litvak en su itinerante carrera por países y géneros fue siempre más pretencioso que eficaz.
13 de junio de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allégret, uno de los damnificados por la petulancia de la Nouvelle Vague, encadenó en sus comienzos unas cuantas películas sombrías, lluviosas, malsana e indecentes, plegadas a los gustos del romanticismo poético y reprochadamente deudoras del cine de Marcel Carné; un ramillete del que Dédée resulte acaso la más atractiva si bien Ménages sea la más conseguida. A pesar de ser una historia antigua, trillada, previsible, cuenta con una poderosa terna, Blier-Signoret-Dalio, que da credibilidad a unos personajes de corte naturalista en los arquetipos miserables que respectivamente representan, con una puesta en escena más que correcta en la que estéticamente contrapuestas se escenifican la redención y el romanticismo de los exteriores (los muelles, la lluvia, los cargueros) con la sordidez y el constreñimiento de las escenas de estudio (burdel), antítesis muy conseguida, fotografiada en un excelente blanco y negro que nos pasea a Simone “Dédée” por la bruma de los puertos en busca del barco que le traiga un salvador, -ambigüedad y paradoja de la puta que encuentra a la vez en el hombre al verdugo y al redentor-;al respecto, resulta significativa la escena en la que, con deleite, ella observa la violenta, casi cruel, reyerta entre marinos: “Me gusta ver a los hombres pelearse, nunca se harán bastante daño”. Por lo demás Signoret (¡Pero cuántas veces ha hecho esta mujer de pilingui!) está bellísima, Plaguiero, lacio, y Allégret, pese a un rodaje lineal, demuestra que siempre fue solvente en destrezas formales bien ajustadas al hilo narrativo; baste recordar aquel traveling inverso del final de "Une si jolie plage".
Álvaro
29 de junio de 2019 5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Suntuosa pampirolada filmada con gran angular cuyo efecto es crear escenarios que convierten a los personajes en marionetas de gran guiñol. Eso sí, el efecto produce un aire de irrealidad muy a tono con la derivación hacia el cuento que padece el film, habida cuenta que la perversidad y la sevicia que nos plantea nos van más allá de las truculencias de Blanca nieves. Me cuesta entender las alabanzas a la interpretación de las tres sáficas toda vez que el tono sarcástico, casi bufonesco, del argumento rebaja la excelsitud que se alcanzan en otros registros dramáticos. Para colmo un argumento basado en la vida de la primera Estuardo, Ana reina de Inglaterra, a la que se parece como un huevo a una castaña, sobre todo cuando de lo que se trata es de empoderar tendencias. Para entusiastas del efectismo y de las modas venales.
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