Concluye Jairo Bustamante su trilogía social guatemalteca en un auténtico tour de force, las dos últimas en el mismo año 2019 y se consolida internacionalmente con nominaciones y premios por ello. En la que nos ocupa vuelve al conflicto indígena que ya trató en "Ixcanul" (2015) desde el punto de vista de la conciencia o la toma de ella de aquellos militares que los masacraron y su entorno familiar. Para ello acude a las atmósferas del género de terror y reelabora la leyenda sudamericana de "La llorona", un alma en pena que en esta ocasión no viene a expiar sus culpas sino como victima inocente que exige venganza.

La cámara de Bustamante se posa sobre culpables e inocentes desde lo particular a lo general creando tempos para la locura y la cordura teñida de azules oníricos y poéticos que personalmente me atrapan o me dejan indiferentes. Según.

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La ocupación aliada de Japón había terminado hacía ya diez años pero ya nada seria igual. La constante visualización de las marcas de cerveza y whisky de importación que no paran de consumir los protagonistas dejan en un tercer lugar al tradicional sake al que alude el título en castellano. Ozu siempre atento a los detalles lo deja más que claro. Por otro lado el título original no habla del sabor del licor de arroz que puede llegar a ser dulce sino del sabor del sanma o caballa un pescado de sabor amargo que simboliza el otoño, estación paradigma de la melancolía que preside los últimos trabajos del maestro poco antes de su muerte.
Ozu sabe que su final está cerca (de hecho es su última película) y mira con aire nostalgico al pasado de la mano de su inseparable guionista Kogo Noda con el que reelabora títulos (aquí remite a “Primavera tardía” / 1949 ), conversaciones de veteranos sobre los tiempos de guerra y la inevitable soledad antesala de “la nada” que figura en su epitafio.

Más allá de la emoción, sobre todo en su segunda mitad y la melancolía teñida de humor y sencillez que impregna todo el metraje, Ozu sigue atrapándonos con esa cámara fija a la que sabe como nadie sacar ritmo y encuadres increíbles donde las líneas y la profundidad de campo armonizan con una simplicidad prodigiosa. El mimo por el color tanto como por sus personajes y esa música tan “excéntrica” de Takinori Saito de aires felinianos en “La hierba errante” (1959) y que aquí me evoca al universo de Tati.

La despedida del maestro más que amarga nos deja un grato sabor agridulce.

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Uno no puede dejar de quedarse abrumado y pasmado con la libertad cinematográfica que desprende por todos sus poros de celuloide esta pieza maestra de Agnés Varda donde la cámara es un parisiense más, un voyeur que acompaña discreto e indiscreto a Cleo de 5 a 6.30 aunque el título lo alargue media hora más. La más tarde denominada abuela de la nouvelle vague, fue precursora de esta nueva corriente ya en el 54 con "La Pointe Courte". Unos pocas años después Truffaut, Godard, Resnais..., consolidarían el movimiento y se llevarían la fama. Varda, quizás por ser mujer, quizás por nacer en Bélgica quedó muchas veces sin nombrar dentro del grupo que revolucionó el cine sacándolo a la calle entre otras cosas.
Vardá más que capturar el París del 61 lo enamora, lo hace cómplice y participe del cine como un homenaje a sus calles y sus gentes donde nació de la mano de los Lumiere. Cleo, huye de la amenaza de la muerte y encuentra su propia libertad como mujer mientras pueda reconocerse bella en cualquier espejo de los cafés, mientras pueda seguir respirando el bullir de la vida que pulula a su alrededor.

El manejo de la técnica al servicio del ojo poético de la directora es apabullante, que documenta al mismo tiempo que ficciona (precursora también en esto) y nos levanta de la butaca para pasearnos por París como uno más de esos transeúntes que se giran y miran a Cleo o a cámara sin pudor.

Hay cameos ilustres de actores, actrices, directores y músicos que se unen a la fiesta, hay una magnética Corinne Marchand pero sobre todo hay una Angés Vardá que es capaz de mostrar porqué la vida no se rinde y se lo pone tan difícil a la muerte.

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Obviamente el siglo de Galdós (1845-1920) es más bien el XIX. Un siglo este convulso y en su mayoría aciago para España del que se habla y se escribe poco. Recomiendo en este sentido como excepción a la regla el excelente libro de Isabel Burdiel, "Isabel II. Una biografía (1830-1904)" premiado con el Nacional de Historia 2011. A veces parece que se limita el siglo a la Guerra de la Independencia contra Napoleón y punto. Pero a partir de que "el deseado" Fernando VII regresa al trono, la cosa no levantó cabeza prácticamente hasta la transición democrática, ya en el último cuarto del siglo XX.

Y para entender ese siglo Benito y luego Don Benito es una figura clave.  Su vida y su obra, sobre todo los episodios nacionales. El director Miguel Ángel Calvo Buttini que tampoco levantaba cabeza con sus últimos largos de ficción, aquí compone un documental muy didáctico, ameno y bien hilvanado que funciona como un buen entrante a la personalidad y la obra del escritor canario, arraigado en Madrid.
 
Descubrimos con motivo del centenario de su muerte a un autor prolífico, tanto como novelista, articulista y autor teatral de éxito, que ganó tanto como gastó y murió con lo puesto. Su carácter introvertido no le impidió ejercer una soltería preñada de amantes de mayor o menor renombre (la Pardo Bazán entre otras) a las que agasajaba epistolarmente con lindezas picaronas. Liberal, acérrimo de Prim, académico, diputado republicano-socialista y casi Nobel, si no fuera porque parte de la otra españa se lo impidió, debido sobre todo a su anticlericalismo. Abogó por un mayor reconocimiento de la mujer, sobre todo en su teatro, muy popular, pero poco afortunado con la crítica, aunque llegó a dirigir el Teatro Español de Madrid llamado así desde 1849, durante la temporada de 1912-13.

Calvo Buttini dosifica con acierto documentación de archivo tanto de la época como de dramáticos de tve, comentarios de expertos y unas gotas de ficción. Nada nuevo pero que consigue su objetivo de sumergirnos en un siglo y un autor sin mirar el reloj.

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Haciéndolo coincidir con el centenario del nacimiento del bailarín neoyorquino Merce Cunningham (1919-2009) y después de siete años de preparación la novel cineasta Alla Kovgan se estrena con un documental donde "explica" al artista básicamente a través de su obra y navega someramente, apenas nada, sobre su vida personal. No es una hagiografía ni un biopic al uso. Es una puesta en escena actualizada y brillante sobre un puñado de coreografías emblemáticas de su carrera y su legado para la danza contemporánea siguiendo la propia filosofía del propio Cunningham de no explicar nada sino hacerlo.

Aprendemos, vemos y disfrutamos de un trabajo que explora los movimientos humanos, da valor a la individualidad de cada bailarín ("sé tu mismo") minimaliza los espacios de la mano del artista visual Robert Rauschenberg y libera, y quizás esto es lo más importante a la danza de la música, aunque esta permanezca presente de forma incidental, casi siempre de la mano de las composiciones de John Cage su socio y pareja durante buena parte de su carrera. Criticado e incomprendido como todos aquellos que ponen patas arriba y nunca mejor dicho, lo establecido, las vanguardias neoyorquinas de la época, entre ellos Andy Warhol se prestaron rápidamente a colaborar con él.

Alla Kovgan rueda en 3D las recreaciones de sus coreografías centradas en las tres décadas que van del 42 al 72 con los últimos bailarines formados en su compañía que creo cerró en 2011 bajo la dirección de Jennifer Goggans, ubicándolas en espacios alemanes muy evocadores. El resultado es puro arte cinematográfico al servicio de la danza, lo suficientemente equilibrado para que pueda interesar a todo tipo de públicos, desde el experto al colegial pasando por aquellos que solo se mueven al cambiar de postura en el sillón. Otra cosa es que el estilo de Cunningham guste o no a cada cual. Nos escatima Kovgan el tramo final de su carrera donde experimentó con las nuevas tecnologías. En el 2000 estrenó "Interscape" en la que volvió a colaborar con Rauschenberg (1925-2008) con música una vez más de John Cage que falleció en el 92. 

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