Cada un tiene su opinión y respecto a Clint Eastwood, ya sean buenas o malas, todos creemos que tenemos cosas importantes que decir, y es que su cine ha llegado a tantas generaciones y de las formas más diversas que cualquiera puede sentir que el cine sin él no sería lo mismo. Llega a los ochenta años y él mismo se recrea en una de sus (probablemente) últimas películas, de tal manera que todos tenemos ganas de levantar la mano para opinar, no tanto por "Mula" en sí sino por lo que ha significado para nosotros este hombre. Como director y como actor.

En todo caso, no quiero ni pensar lo que hubiera sido de una película así si la hubiera filmado, digamos, hace quince o veinte años...

Pero llega a los (casi) ochenta años cuando se pone delante y detrás de la cámara para ofrecernos esta historia sencilla que va más de la redención lógica de un hombre que ve cómo se acaban sus días y la de los que le rodean, se le ofrece la oportunidad de ganar una pasta y tira para adelante. ¿Quién no lo haría?; al menos Eastwood no se va a ir con películas tostones de tres horas en el final de su carrera, con una historia sencilla y mínima (pero potente y redonda) ya se debe sentir satisfecho. Total, todo lo que tenía que hacer ya lo hizo, ¿o no?; esto es como una buena propina. Y la aceptamos gustosamente.

No hay mejor recompensa para cualquier trabajo que tener la certeza que tus esfuerzos diarios van orientados por la moral correcta, que haces el bien para todos y que hay una finalidad de incuestionable humanidad. Hay pocos oficios que cumplan con esa teoría, y además dentro de cada gremio habrán mejores o peores profesionales. No hace falta insistir en ello, pero todos sabemos que hay buenos y malos policías, buenos y malos médicos, buenos y malos profesores... A los políticos mejor no colocarlos en esa disyuntiva. En todo caso, lo que tenemos ante nosotros en "Ser y tener" es a un grupo de alumnos que se encuentran a cargo de un profesor que es el verdadero protagonista del documental.

Por los motivos que sean, en un ambiente rural determinado, ese profesor se ocupa de niños de muy diferentes edades. Y su trabajo es romanticismo puro. Cualquiera quisiera haber tenido a alguien así en algún momento de la vida, y gracias a la mirada distante del realizador podemos entrar en su clase sin que haya perturbación alguna, es casi como Ozu, la cámara no molesta y lo mismo da que escriban una palabra en la pizarra como si hay una regañina por una disputa entre alumnos.

Lógicamente habrá quien se queje del ritmo, de la poca implicación del realizador, de la falta de información detallada y hasta habrá quien se aburre y se duerme. Para mí supone una vez más el éxito de proyectos más modestos pero de enorme calidad. Humanismo puro. Dan ganas de darle un abrazo a ese profesor...

No sé si será cierto algo que leí no hace mucho acerca de las actuales Chequia y Eslovaquia acerca de un movimiento muy serio que apoya una unión entre ambos países para volver, tal vez con distinto nombre, a ser un único estado. Puede que sea política ficción, el caso es que la antigua Checoslovaquia no existe pero existió, y en cuanto a cine que es lo que nos interesa y bajo la etiqueta de 'Nueva Ola Checoslovaca' se llegaron a filmar una cantidad enorme de películas que destacan por su calidad.

Porque cualquier país en cualquier momento puede producir y producir, pero lo que sucedió en Checoslovaquia en esa etapa es algo difícil de explicar porque hay mucha calidad. ¿Por qué motivo?; ¿quién puede explicar qué factores intervinieron para que ese cine checoslovaco llegue a día de hoy fresco y original?; la libertad y la imaginación al poder, sin censuras, sin límites. Llegarán los de siempre, los comunistas, los rusos, y se cortaron las alas a la cultura. Milos Forman por ejemplo, obligado a emigrar...

¿Qué decir de estos bomberos imposibles?; una película sencilla y fresca, con un humor y una ironía que pocas veces se ve, con mucho de Berlanga y esos escenarios poblados de secundarios que entran y salen, aparecen de forma natural como si no fuera con ellos, como si no hubiera cámara. Todo fluye en una gran fiesta de humor negro en el que lo imposible se vuelve real a nuestros ojos. Una película más de ese país que no existe, con unos bomberos locos... y un concurso de belleza innombrable para no olvidar.

Por lo visto Hideo Gosha forma parte de ese numeroso grupo de cineastas japoneses que en cierto momento y de manera inevitable quedaron lejos de la vanguardia y no se consideraron ni los más populares ni los más comerciales, algo que sigue vigente a día de hoy cuando uno escudriña en la historia del cine japonés. Ya en los años setenta, por lo que dicen, el cine de yakuzas andaba en declive y el género vivía un ocaso en la industria, por lo que no es de extrañar encontrarse con una película como "Los lobos (The Wolves)", de aspecto claramente crepuscular.

Gosha debió agradecer mucho la presencia de Nakadai, quien clavaba este tipo de personajes melancólicos que arrastran un pasado que parece que les supera y les condiciona. No en vano la película arranca saliendo de la cárcel y renunciando a ser el número uno de su grupo. Se pone en bandeja de plata entonces una serie de enfrentamientos entre bandas con pactos condicionados, traiciones, mucha mala leche y cuando toca y se tiene que desatar la violencia, una buena cantidad de sangre fruto de esas armas blancas tan bien afiladas.

Deambula pues Nakadai por un peligroso jardín en el que cabe preguntarse si merece la pena ser fiel a una banda, si eso del honor no será algo ya caducado que nadie mantiene. Y sobresale forzosamente Gosha, al que debemos etiquetar como creador de un cine de retaguardia que no tiene nada que envidiar a sus más conocidos coetáneos. No decepciona, ni "Los lobos (The Wolves)" ni ningún otro título suyo, por difícil que sea encontrar. Hablamos de cine muy minoritario, de ese que tanto atrae a tan poca gente y que sin embargo valoramos mucho más.

Mención especial, no podía acabar sin decirlo, las asombrosas escenas en la playa. Una delicia. Acércame el babero por favor, ya ves que se me cae la baba...

Con todo el respeto posible hacia lo que fueron casi los primeros títulos del cine sonoro, no queda otra que ser objetivo y valorar lo que uno ha visto con sinceridad. Pocos años llevaba el séptimo arte moviendo la cámara y menos aún poniendo en boca de los actores la palabra hablada. Todo ello no es excusa y no pasa nada por decir que la película abusa de repetir una actitud y unos hechos que ya quedan claros en los primeros diez minutos.

Los personajes son unos borrachos adinerados que se ponen el smoking para beber Martinis y que pululan en París de club en club gastando un dinero que no sabemos de dónde llega. Y eso es irritable, además de ser unos aburridos no caen en los bajos fondos donde el alcoholismo sí es un problema, no van a tascas malolientes donde las navajas se sacan ante cualquier movimiento indiscreto y para colmo se topan con una mujer adinerada que fichan para que el grupo aumente en graduación de estupidez.

Se compadecen entre ellos, han pasado un trauma en la gran guerra y podemos considerarlos unos inútiles. Están vivos de milagro. Pero aburren, lo mismo en París que en Lisboa, no tienen gracia y su actitud es lamentable y triste. No hay que destacar todo el cine en sus primeros años y no pasa nada por decir que "The Last Flight" no sale de su propio habitáculo pequeño y cuadriculado, aburrido y prescindible.