Cuando anunciaron desde Fox, propietaria de los derechos de los mutantes de Marvel, que iban a realizar una adaptación de “Los Nuevos Mutantes” en clave película de terror adolescente, esboce una sonrisa, puede que no sea una mala aproximación dado que este grupo de adolescentes sufren metamorfosis en sus cuerpos más allá de las naturales propias de su edad, lo que conlleva un terror intrínseco asociado al no reconocimiento social, el odio por ser diferente y la incomprensión de una humanidad que les ve más como rarezas que como chavales diferentes.

Tras varios parones y regrabaciones en varios momentos de su desarrollo, impacto COVID incluido, algo no olía realmente bien. Y así fue, dado que es la última producción que Fox ha emitido en solitario sobre mutantes sin la supervisión de Marvel.

¿Qué nos vamos a encontrar?

Una película desprovista de toda alma, casi sin medios técnicos, con unos FX y CGI impropios de una producción de superhéroes, unos escenarios sacados de una escape room de pueblo y un grupito de chavales con menos gracias que el queso de Burgos.

La historia que pretende adaptar es nada más y nada menos que la Saga del Oso Místico que nos regalaron papá Claremont (artífice de crear la mitología mutante que disfrutamos hoy en día al modernizar la segunda génesis de personajes mutantes en la editorial) junto a Bill Sienkiewicz en uno de sus trabajos más icónicos, homenajeado en los títulos de crédito y cierre (de lo mejor de la película).

Entrando en el análisis del propio film nos encontramos con personajes deslavazados, apenas bocetos sin alma de sus contrapartidas en papel. Los actores y actrices están desde lo destacado: Anya Taylor-Joy como Magik, quien salva la plana con toneladas de badass actitude y carisma pese a que no se parece en nada a su contrapartida en viñetas; pasando por lo salvable: los televisivos Maisie Williams (GoT), correcta como la licántropa Rahne Sinclair, siendo el personaje mejor adaptado; y Charlie Heaton (Stranger Things) como Sam Guthrie aka Bala de Cañón que no aporta gran cosa a quien es el verdadero corazón del grupo; el resto, escandalosamente horribles: a Blu Hunt le queda enorme un rol tan complejo y poliédrico como el de Dani Moonstar, Alice Braga defiende como puede su versión distorsionada de la Doctora Reyes y Henry Zaga crea un Bobby Dacosta más vacío que un pistacho hueco.

El guion es predecible, simplón, previsible y sin ninguna muestra de talento. La relación lésbica metida con calzador no aporta nada y las personalidades que se atisban en sus protagonistas son tan intercambiables que asusta (casi se podría decir lo mismo de sus poderes).

En definitiva, es un producto que muerde mucho más de lo que puede mascar y se queda en un ejercicio curioso para fans pero totalmente prescindible para el resto de aficionados, tanto del género como del cine en general.

Cada vez que un cinéfago (raza a la que pertenecemos en mayor o menor medida los personajes que pasamos por aquí) se encuentra una comedia adolescente evoca directamente a clásicos del género cuyo último exponente (que no máximo) sería la saga “American Pie”, por lo que comienza el visionado con el piloto de alerta encendido, sin embargo en esta sorprendente “Nick y Norah, una noche de música y amor” nos podemos encontrar una historia sencilla con personajes bien dibujados (muchos dentro de su estereotipo tampoco hay tiempo para profundizar) y auténtica, pero sobre todo diferente y eso, teniendo en cuenta el marco en el que se encuentra este tipo de films (chistes soeces, tres gracias por minuto…) es como maná caído del cielo.

Los actores están bastante bien, aunque los personajes de la amiga borracha (histriónica Ari Graynor) y de la exnovia (guapísima Alexis Dziena) son lo peor del reparto. A destacar como robaescenas Jay Baruchel. Michael Cera como siempre haciendo de sí mismo (o la versión que nos ha vendido desde hace años como el típico friki-indie con aires de perdedor y bastante panoli pero buen tío, faltaría más) y la bellísima Kat Dennings con una aproximación a su Norah tierna y encantadora, lo mejor de la película.

Sumémosle una banda sonora que hará las delicias de cualquier aficionado al pop-rock con aires indies, a lo largo del film suenan: Devendra Banhart, Vampire Weekend, We Are Scientists, Band of Horses o Richard Hawley y obtenemos una peli de chavales para chavales (y no tanto) que por su condición de ir a contracorriente la sitúan como una rara avis dentro del grueso de producciones enmarcadas dentro de la comedia romántica adolescente.

Aunque no vaya a inventar la rueda, merece la pena darle una oportunidad.

Por cierto, capón a los traductores (una vez más y ya van…) por el desastre de título que nos han colado en España, digno de un telefilm de fin de semana a la hora de la siesta.

Me acerqué a “Bloody Hell” alentado por las favorables críticas y comentarios que he ido leyendo por aquí y la buena acogida que tuvo en Sitges, aparentemente se trata de un producto afín totalmente a mis gustos, diseñado para una rata de videoclub de décadas pasadas como yo.

Bien, intentaré explicar el porqué no he conectado con la película: partimos de la idea de que se trata de una coctelera de estilos en la que conviven acción, comedia, gore y terror, sin embargo, creo que podríamos definirla más como un batiburrillo incongruente de géneros, vamos saltando de uno a otro con mayor, y en bastantes ocasiones, menor acierto.

Las escenas de acción están rodadas con diligencia, contando con pocos medios y bastante pericia, pero el humor creo que falla estrepitosamente, veo mucha socarronería sin gracia, imposturas y gracietas que no me consiguieron dibujar ni una leve sonrisa.

Algunos se empeñan en encontrar en Ben O’Toole al nuevo Bruce Campbell, creo que si bien no es lo peor del film y lo intenta, queda a años luz del bueno de Groovy Bruce, puede que en unos años me cierre la boca, pero de momento Ben no pasa de la categoría de discípulo que necesita mejorar.

La película quiere homenajear a los 80/90, periodo mítico en el que pudimos degustar cientos de referencias gore y excesivas vistas con la mirada de hoy día, pero se queda a medio camino. Si esto es lo mejor que podemos buscar hoy, en cuanto a originalidad, ingenio y mala baba, creo que podemos hablar sin miedo de que vivimos en un desierto de creatividad.

Lo mejor para mí, los problemas que parece tener el director con Finlandia, a tenor de su visión que muestra de nuestros vecinos del norte.

Con “La noche del demonio” nos encontramos con una auténtica joya desconocida de Jacques Tourneur, orfebre y auténtico baluarte de un cine de terror que si bien no cuenta con un gran despliegue de medios, visto hoy en día es evidente que ha dejado su impronta en gran parte de los films de género que vendrían posteriormente.

Muestras de este cine de serie B artesanal e ingenioso y paradigmático del terror oculto sería por ejemplo "La mujer pantera” (1942), “Yo anduve con un zombie” (1943) o la menor “El hombre leopardo” (1943), en la cinta que nos ocupa un Toruneur de vuelta de todo despliega su saber hacer y crea una historia donde lo real y lo imaginario se dan la mano y donde el escepticismo da paso al terror primigenio y demoniaco.

Con lo sugerido frente a lo explícito, una cuidada, tétrica y asfixiante ambientación, con una atmósfera opresiva y una historia a contrarreloj nos encontramos con una historia donde las creencias más primitivas son dadas de lado frente al terror sobrenatural.

Me atrevería a decir que aquí el maestro da una muestra muy personal y de puntillas de los mitos Lovecraftianos.
Por sacar alguna pega: los actores si bien son voluntariosos no dejan ninguna huella (el pobre Dana Andrews es un catálogo de ceños constreñidos) y los efectos especiales adolecen de una falta abrumadora de presupuesto y son ciertamente naifs.

Una maravilla para los aficionados del género y una muestra de cine ingenioso para el resto de cinéfilos.

Vaya por delante que soy un gran aficionado al mundo del balompié, y que además soy madridista desde que tengo uso de razón.

La entradilla viene dada porque una vez visionada esta bazofia (se la puede dar otros apelativos pero no tan certeros) el espectador medio no sabe si reírse, llorar, o llorar de la risa.

En “¡Goool 2! Viviendo el sueño” asistimos al ascenso de Santiago Muñez como jugador de talla mundial y su fichaje por el Real Madrid… hasta aquí todo bien, previsible siguiendo la estela que dejó su antecesora y planteando una historia que se presuponía de superación personal y esfuerzo de esas que tanto disfrutamos los aficionados a las pelis deportivas.

La realidad dista bastante de lo que se cocía en mi imaginación ya que nos encontramos en un producto que tiene como único fin vender camisetas (supongo) y ensalzar la figura del apolíneo jugador inglés David Beckham. Para muestra un botón: es el único futbolista (amén de los rivales y los protagonistas) que mete goles en todo el metraje, además los dos de falta directa cuando en toda su estancia en el equipo blanco únicamente anotó 3 en 4 años, eso sin contar ¡que marca el gol del triunfo en la final de Champions llevándose toda la gloria! y dejando al personal sin saber muy bien a dónde mirar.

Si nos centramos en las características técnicas de la cinta, comentar que tanto Kuno Becker como en especial, Alessandro Nivola no son unos primeras líneas en esto de la interpretación, pero hacen de la inexpresividad un verdadero sello de distinción. Lo de Rutger Hauer es sangrante, relegado a mero secundario simplón y de rostro pétreo.

En el campo de secundarios-cameos la cosa ya roza el bizarrismo: Currito de “Los Serrano”, el frutero de “7 Vidas”, Carmelo Gómez (que aún no sé muy bien qué pinta en todo esto), Steve McManaman como segundo entrenador (¿???) y las aportaciones estelares de Iker Casillas, Guti, Iván Helguera o Michel Salgado (para romper las paredes a fuerza de cabezazos).

Si hablamos de la historia no podríamos decir otra cosa que simplista, efectista, sin ninguna ambición ni coherencia narrativa y en ocasiones hasta sangrante (el origen de la familia del protagonista es de juzgado de guardia y bastante ofensivo).

En definitiva, una auténtica pérdida de tiempo tanto para madridistas como para aficionados a las pelis deportivas en general.

Lo único destacable Florentino Pérez como sí mismo, desplegando actitud, corrección y bonhomía en cada una de las palabras que desgrana (sí, es ironía).